– Salón -dijo, señalando hacía la izquierda con la mano que le quedaba libre.
Gracie se dirigió hacia la puerta. La sala era enorme, con hermosos y antiguos muebles, alfombras orientales y unos pesados cortinajes de terciopelo en la ventana.
– ¿Es muy oscura esta habitación durante el día? Estoy segura de que esas cortinas no dejan pasar ni un rayo de luz.
– No tengo ni idea. No vengo aquí mucho.
Más allá del salón había otra sala y luego una suite, con dormitorio, cuarto de baño y salón.
– Para la doncella -dijo Gracie
– Tengo una señora que viene a limpiar dos veces por semana.
La cocina era enorme y no había sido reformada desde los años cincuenta. Contaba con una despensa que albergaría cómodamente a una familia de cuatro personas. Para Gracie, aquello era un paraíso.
– Esta cocina necesita un buen arreglo -comentó ella-. Házmelo saber si necesitas sugerencias. Me he pasado tardes enteras babeando sobre catálogos de cocinas.
– A mí me va más comprar comida preparada o calentar algo en el microondas
– No me importa cuántos dormitorios tenga esta casa, ni la biblioteca ni las antigüedades, pero esta cocina me vuelve loca.
– Hazme una oferta.
– Creo que no tengo suficiente dinero -replicó ella, mirándola muy atentamente-. Veo qué no estás bromeando. Serías capaz de vender esta casa.
– Por supuesto. No es la mía.
– ¿Dónde está tu casa?
– En la plataforma petrolífera en la que esté en el momento -respondió él, indicándole a Gracie que se sentara en uno de los taburetes. Él también tomó asiento-. Estoy acostumbrado a dormir en habitaciones minúsculas con seis hombres más y trabajando en turnos de rotación. Una plataforma petrolífera es un trabajo de veinticuatro horas al día.
– Me dijiste algo sobre los mares del Sur de China, ¿Cómo llegaste allí desde aquí?
– Cuando me marché, me dirigí al norte y terminé en Alaska trabajando en un barco de pesca deportiva. Allí conocí a un par de tipos en un bar. Estaban buscando gente para una plataforma que acababan de comprarle a una compañía petrolífera. Los peces gordos habían dicho que no había más petróleo, pero esos dos no estaban de acuerdo.
– ¿Y te fuiste con ellos así como así?
– Por un puñado de acciones. Por suerte para mí tenían razón. El trabajo es muy duro, pero merece la pena. Aprendí todo lo que pude. Diez años más tarde, compramos una segunda plataforma y nos convertimos en una empresa a tener en cuenta.
– El chico malo se convierte en uno bueno. Debes de estar muy orgulloso.
– Así es como me gano la vida.
– Ahora diriges el banco.
– Sí, el banco…
Gracie miró a su alrededor.
– Esto no es a lo que tú estás acostumbrado, ¿verdad?
– Dispongo de más metros cuadrados. No sé… La casa está muy vacía. Hay una docena de habitaciones que aún no he visto. Sin embargo, a mi madre le habría gustado. Ella creció aquí.
– ¿De verdad? No lo sabía. ¿Porqué no…?
Gracie apretó los labios. Se recordó que no era asunto suyo.
– Puedes preguntar. La razón por la que yo no regresé a esta casa cuando regresamos a Los Lobos fue que el hermano de mi madre, mi tío, jamás la perdonó por haberse casado con mi padre. Sus padres habían muerto cuando ella era muy joven y su hermano la crió. Ella se escapó con mi padre cuando tenía poco más de diecisiete años. Mi tío Donovan le dijo que regresara o que le dejaría sin un céntimo. Mi madre eligió el amor por encima del dinero.
Gracie quería decir que todo sonaba muy romántico, pero notó algo en la voz de Riley que la hizo contenerse.
– ¿Qué ocurrió?
– Se quedó embarazada. Vivió en una ruinosa casa de Arizona durante diez años. El amor de su vida jamás se molestó en casarse con ella y, un día, cuando yo tenía nueve años, desapareció. Regresamos aquí. Creo que mi madre quería reconciliarse con su hermano, pero el bueno de Donovan no quiso saber nada.
– Y eso no lo puedes perdonar.
– Es sólo una cosa de una larga lista.
– Lo siento.
– Todo ocurrió hace mucho tiempo.
– Aun así… -susurró Gracie, colocándole una mano sobre el antebrazo-. Me gustaría poder ayudarte a olvidar.
En cuestión de segundos, todo cambió. El hombre herido desapareció y en su lugar quedó un depredador. Los ojos se le oscurecieron y el cuerpo se le tensó. A Gracie le pareció que la temperatura de la cocina subía varios grados.
Riley extendió una mano y se la enredó entre el cabello.
– No es una buena idea -dijo.
– ¿El qué? -preguntó ella tragando saliva.
– Lo de hacerme sentir mejor. Tú no eres mi tipo.
– ¿Y cuál es?
– Me gustan las mujeres fáciles. Lo que yo llamo de usar y tirar.
– Oh…
– Tú no eres una mujer así. Tú eres la clase de mujer a la que los hombres compran flores y anillos. Tú eres la clase de mujer con la que un hombre desea hacer el amor. Yo no soy así Gracie. Nunca lo he sido. Creo que ahora deberías marcharte -concluyó él soltándole el cabello.
– Sí, creo que tienes razón.
Gracie se sentía como un pajarillo al que una serpiente está encantando. Una parte de su cerebro le decía que lo mejor era echar a correr, pero el resto quería averiguar lo que se sentiría al verse seducida por un hombre como Riley Whitefield.
Lo miró a los ojos. Era tan guapo. Besaba tan bien… Tal vez si pudiera besarla una vez más… Tal vez…
– Si empiezo no voy a parar
Gracie se sobresaltó al darse cuenta de que él le había leído el pensamiento. Entonces, se levantó y salió corriendo de la cocina.
Regresó a su casa en un tiempo récord. Ansiaba un poco de tranquilidad y una taza de té mientras trataba de comprender lo que había ocurrido. Sin embargo, cuando aparcó delante de su casa, vio que no iba a poder ser. Vivían estaba esperándola en el porche.
Capítulo 9
– ¿Te has vuelto a pelear con Tom? -le preguntó Gracie mientras salía del coche y se dirigía a la puerta principal.
– ¿Cómo lo has adivinado? -replicó Vivian muy sorprendida.
– Vaya, pues no sé. Supongo que ha sido una intuición.
Se figuró que su comentario había sido lo suficientemente sarcástico. En realidad, lo que le habría gustado decir habría sido que sabía que ocurría algo porque las únicas veces que Vivían se molestaba en venir a verla era cuando quería algo.
Gracie abrió la puerta de la casa y entró.
– Bueno -dijo mientras se disponía a hervir un poco de agua-. ¿Qué ha ocurrido?
Vivian se sentó a la mesa de la cocina, donde se estaban secando unas flores. Tomó una rosa que, inmediatamente, se le desmoronó entre los dedos.
– Lo siento -comentó, limpiándose los dedos en los vaqueros-. Como tú has dicho, se trata de Tom. Está terminando su MBA y nos vamos a casar.
– Creo que eso ya lo sabía -bromeó Gracie mientras preparaba los dos tés.
– Ha hecho entrevistas para varios trabajos en Los Ángeles. Yo creí que iba a aceptar uno de ellos, pero acabo de descubrir que está pensando en aceptar un puesto en el banco.
Inmediatamente, Gracie comprendió que se trataba del banco de Riley, a pesar de que había muchos bancos en la ciudad.
– Interesante -comentó Gracie, preguntándose si Riley lo sabría.
– No es interesante. Es horrible Yo no quiero quedarme aquí durante el resto de mi vida. Quiero marcharme y ver otros lugares. Tú te has marchado. ¿Por qué no puedo yo? No me puedo creer que él esté considerando ese trabajo después de todo lo que hemos hablado.
Vivian empezó a llorar. Los agudos sollozos competían con el pitido de la tetera
Gracie terminó de preparar el té y llevó las tazas a la mesa. Entonces, se sentó enfrente de su hermana.
– En ese caso, anula la boda -dijo, sin mostrar mucho interés por el resultado de la conversación.
Vivian la miró completamente atónita.
– ¿Cómo dices?
– Que canceles la boda. Si no eres feliz, no te cases con Tom.
– Pero tengo que casarme con él. Estamos prometidos. Hemos encargado las invitaciones. ¿Sabes cuánto dinero está costando esta boda?
– Seguro que aún te lo pueden devolver.
Vivian la miró como si fuera una completa idiota.
– Yo no voy a cancelarla boda.
– Entonces, tienes que hablar con Tom sobre sus planes. Su trabajo os afecta a los dos y al lugar en el que viváis.
Vivian se encogió de hombros y tocó una de las rosas.
– ¿Van a hacer flores así para mi pastel?
– Si quieres… Aún no me he decidido. Te dibujaré algo dentro de un par de días.
– Son muy bonitas. Debes de tener mucho talento.
– Trabajo mucho.
– Tom dice que yo no trabajo lo suficientemente duro. Dice que los dos tendríamos que estar ahorrando para comprar una casa, pero, en estos momentos, estoy ahorrando para pagar mi vestido de novia. No se gana mucho con la enseñanza y por eso tengo que trabajar a tiempo parcial en la ferretería.
– ¿Podrías seguir dando clases si os mudarais a Los Ángeles?
– Supongo que tendría que hacerlo. Sin embargo, si el trabajo de Tom fuera lo suficientemente bueno, podría quedarme en casa.
– ¿Vais a tener familia inmediatamente?
– No. ¿Por qué dices eso?
Gracie no respondió. En su mundo, el marido y la mujer eran compañeros y aportaban lo mismo para los objetivos comunes. Evidentemente, a Vivian no le parecía bien.
– Creo que no soy la persona adecuada para que le pidas consejo.
– En ese caso, supongo que es mejor que me vaya a hablar con una de mis amigas. Mamá está completamente enloquecida por la boda y Alexis está tan centrada en sí misma que no puede ver más allá. Tú no eres así, Gracie. Tú piensas en otras personas.
– Vaya. Gracias -dijo Gracie muy sorprendida-. Me alegro de que pienses así.
– Así es. Bueno, tengo que marcharme -anunció Vivian, poniéndose de pie-. Aún no tengo los zapatos para la boda y me voy a marchar a Santa Bárbara para ver una tienda de novias que acaban de abrir. No te olvides que mañana tenemos reunión familiar. Tenemos muchas cosas de las que hablar. Que te diviertas.
Prácticamente, Vivian se marchó saltando. Gracie recogió las tazas y las llevó al fregadero.
No entendía lo que acababa de presenciar. ¿Cómo podía Vivian pasar de pelearse con Tom a irse de compras para la boda en menos de cinco minutos? Gracie no era una experta en el asunto, pero le parecía que su hermana no era lo suficientemente adulta como para casarse con nadie.
A pesar de todo, decidió ponerse a diseñarle el pastel de bodas. Si terminaba por cancelar la boda, siempre podría utilizarlo para otro cliente.
Al día siguiente por la tarde, Gracie se dirigió a casa de su madre. Había hecho varios dibujos de pasteles de boda y tenía algunas ideas para realizar centros de mesa bonitos y no demasiado caros. Mientras aparcaba, se preguntó si no se estaría esforzando demasiado. No parecía dispuesta a creer que su familia iba a fastidiarla constantemente. Con sus tíos muertos, sólo le quedaban su madre y sus hermanas.
Recogió sus cosas y salió del coche. Casi no había dado ni dos pasos cuando alguien la llamó por su nombre de pila.
– ¡Gracie! ¡Oh, Gracie! -exclamó Eunice Baxter, saliendo del porche a una velocidad que superaba con mucho la correspondiente a sus ochenta años- El otra día vi la foto en el periódico.
– Hola, señora Baxter.
– Estabas tan guapa… Y Riley. Bueno, él también es un hombre muy guapo. Ese pendiente… Resulta muy sexy -comentó la anciana con una risita.
Gracie parpadeó. ¿A la señora Baxter le parecía que Riley era sexy?
– ¿Vas a ver el debate? -preguntó la mujer-. Yo creo que sí. Tal vez vaya pronto para poder sentarme en la primera fila.
– ¿Es que va a hablar en alguna parte?
– Esta tarde, en el instituto. Algo sobre la responsabilidad cívica. En realidad, no me importa lo que vaya a decir. Normalmente voto por el más atractivo y tengo que admitir que Riley gana a Franklin Yardley por muchos puntos. Tú deberías pasarte… -concluyó la mujer, guiñándole un ojo. Gracie sintió ganas de hacerlo, aunque sabía que se trataba de algo que ella ni siquiera quería considerar. Sería buscarse problemas.
– Gracias por la información -dijo, dirigiéndose de nuevo a la casa-. Tengo que ir a mostrarle estos diseños a mi hermana.
– Esa muchacha -susurró la señora Baxter, con un gesto de desprecio-. Su novio y ella siempre están como el perro y el gato. No les doy ni un año. Y a Alexis no le va mucho mejor. Acuérdate de mis palabras, Gracie. Tú eres la mejor.
Aquel cumplido alegró la mañana a Gracie.
– Se lo agradezco mucho, señora Baxter -dijo. Se despidió de la mujer y entró en la casa.
Quince minutos más tarde, sintió haberse tomado tantas molestias. Vivian rechazó todas sus ideas para los centros de mesa diciendo que no eran lo suficientemente espectaculares y no aprobó ni siquiera uno de los diseños para el pastel.
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