– A mí me gustan -dijo Tom-. Son todos muy bonitos.

Evidentemente, los novios habían hecho las paces.

– Cielo, esto son cosas de chicas -le espetó Vivian-. Sé que quieres participar en la organización de la boda, pero yo llevo planeando todo esto desde que tenía seis años.

Gracie sintió una profunda compasión por él. Si de verdad quería casarse con Vivian, tendría que aguantar mucho.

– Los pasteles son… No sé. Supongo que pequeños -suspiró Vivian.

– No están a escala -le informó Gracie-. Te aseguro que serán suficientemente grandes para seiscientas personas.

Vivian señaló un diseño, sencillo pero elegante, con una cascada de orquídeas cayendo por un lado.

– ¿Y si fuera más así, pero todo cubierto con flores? Como si se tratara de un ramo gigante.

– No estaría muy definido. Quiero que tus invitados sepan que hay un pastel debajo.

– ¿De verdad?

– A mí me gusta el que parece un regalo -comentó Alexis-. ¿Y si hubiera flores en vez de lazos?

– Podría ser -afirmó Gracie, antes de tomarse un antiácido

A continuación, se marchó a la cocina para tomarse un vaso de agua. Su madre la siguió.

– Estoy segura de que Vivian elegirá algo -dijo-. Me alegro de que Tom quiera ayudar. Gracie asintió y abrió el grifo.

– Es muy amable de tu parte hacerlo gratis. Sé que tus pasteles son muy caros por lo que he leído en ese artículo de People.

– Es mi hermana -comentó Gracie con una sonrisa. Su mal humor empezó a disiparse-. Quiero ayudar.

– Las dos dirigimos nuestros propios negocios. Quién lo habría pensado.

– Bueno, creo que el tuyo es un poco más complicado que el mío -comentó Gracie, sin saber exactamente adónde quería llegar a parar su madre-. Tienes empleados, inventario. Yo sólo tengo que preocuparme de mí misma.

– A pesar de todo, has logrado hacer algo con tu vida. No sé cómo puedes ser tan lista para todo y tan tonta para Riley.

La flecha dio en el blanco, atravesando el corazón de Gracie. Se lo tendría que haber imaginado.

– Probablemente sea mejor que no hablemos de él. Sólo vamos a conseguir discutir.

– Ni siquiera te estás esforzando. Eso es lo que no comprendo. Tu hermana dijo que estuvisteis allí anoche.

– ¿Te ha dicho también Alexis que ella me suplicó que la acompañara para ver si Zeke no le había mentido?

– Mira, Gracie, yo sólo quiero lo mejor para ti. Eso es lo que siempre he querido. Ojalá pudiera hacerte ver lo que estás haciendo. La ciudad entera se está riendo de ti.

– ¿Sabes qué, mamá? Creo que te equivocas. Creo que toda la ciudad está tan ocupada con sus propias vidas que ni siquiera tienen tiempo para mí. Hace ya catorce años y todo el mundo tiene que olvidarlo.

– Tú eres la que no puedes hacerlo. En lo que se refiere a ese muchacho, jamás has tenido ni una pizca de sentido común.

Gracie dejó el vaso de agua y se cruzó de brazos.

– En primer lugar, ya no es un muchacho. Es un hombre de mucho éxito que ha conseguido hacer algo de sí mismo. Antes no lo conocía, pero ahora sí. Es estupendo. Mejor que estupendo. Sorprendente, inteligente, sexy y muy divertido.

– Oh, Dios… Es peor de lo que me había imaginado

– No es nada. De eso se trata precisamente. Te estás disgustando por nada. Yo no estoy obsesionada con Riley. Soy una persona completamente diferente. He crecido y tengo una vida propia. He salido, he tenido novios, amantes y, hace dos años estuve a punto de comprometerme. Si alguien está perdida, ésa eres tú y no yo.

– No te das cuenta de lo que está ocurriendo. No sé cómo ayudarte.

– Déjame que te diga una cosa. No necesito tu ayuda. Tal vez hace catorce años sí, pero entonces a ti no te interesaba. Me echaste de tu lado. Jamás estuviste a mi lado, ni siquiera cuando te supliqué que me dejaras regresar a casa. Nunca te preocupó lo que yo quisiera ni lo que necesitara. Yo estaba desesperada por poder regresar al lado de mi familia y tú me diste la espalda. Lo superé. Crecí, aunque no gracias a ti. ¿Sabes una cosa? No me importa lo que pienses sobre mí, sobre Riley o sobre cualquier otra persona. Las tres me pedisteis que regresara para la boda de Vivian. Dije que ayudaría y lo haré, pero cuando todo esto termine, me marcharé y no volveré a regresar.

Con eso, Gracie salió de la cocina y regresó al comedor.

– Creo que ya sé lo que quiero -dijo Vivian.

– Dibújamelo -respondió Gracie mientras tomaba su bolso.

– ¿Adónde vas? Espera. Tengo que hablar contigo. Te diré lo que quiero para que me lo dibujes tú. ¡Gracie! ¡Espera!

Gracie ni siquiera miró atrás. Se dirigió hacia el coche, lo arrancó y se marchó. El corazón le latía con tanta fuerza que parecía estar a punto de rompérsele. Estaba temblando.

Desde que se marchó a vivir con sus tíos, había soñado sobre cómo sería regresar a su casa. No había hecho más que esperar que su madre la llamara y le dijera que todo había sido un error y que podía regresar a casa. Esa llamada jamás se produjo. Al final Gracie dejó de esperarla.

Se decía que había dejado de importarle. Jamás regresaba a casa durante las vacaciones. En vez de eso, se reunía con su familia en Los Ángeles o en otra parte. Se había convertido en una tradición.

Gracie se preguntó si la verdadera razón de que hubiera evitado Los Lobos era la posibilidad de sentirse desilusionada. En aquellos momentos, sabía que había estado en lo cierto.

Se paró en un semáforo y se preguntó qué podría hacer a continuación. Tenía varias posibilidades, entre las que se encontraba recoger sus cosas y marcharse a Los Ángeles.

– No voy a salir huyendo -se dijo.

Pensó en regresar a su casa de alquiler, pero tampoco quería estar allí. A final, se dirigió hacia el instituto y entró en el auditorio para escuchar lo que Riley tenía que decir sobre la responsabilidad cívica. Tal vez podría unirse a Eunice Baxter en lo de mirarle el pendiente.


Gracie prefirió quedarse en un rincón en vez de dirigirse a la primera fila. Aunque había querido convencer a su madre de que a nadie le importaba lo que hacía con su vida o con Riley, no quería poner a prueba su teoría.

Se sentó e hizo todo lo posible por evitar el contacto visual con la gente. La estrategia pareció funcionar. Treinta minutos más tarde, se encontró escuchando atentamente las palabras de Riley. Hablaba de la ciudad y de cómo cada ciudadano es responsable de la dirección que ésta pudiera tomar. De cómo los turistas proporcionaban unos ingresos necesarios, pero que jamás podría permitirse que ellos definieran cómo sería la ciudad.

Gracie aplaudió con entusiasmo. Entonces, oyó que alguien susurraba.

– ¿Es ésa Gracie Landon, la del periódico?

Se dio la vuelta y vio que varias personas la estaban mirando. Se sintió atrapada. ¿Debería marcharse o fingir que no se había dado cuenta?

Riley prosiguió con su discurso antes de que ella hubiera podido decidirse. Cuando terminó, todos se levantaron para aplaudir. Cuando todo terminó, Gracie trató de escabullirse hacia una puerta lateral, pero la gente la empujó hacia el escenario, donde se encontró en fila para darle la mano al protagonista. Antes de que pudiera marcharse, se encontró cara a cara con él.

– No debería haber venido -dijo cuando él levantó las cejas al verla-. Creí que nadie se daría cuenta.

– Eres muy bienvenida, siempre que prometas votarme.

– No estoy empadronada aquí.

– Eso lo podríamos cambiar.

Gracie era muy consciente de que varias personas estaban escuchando la conversación. Sabía que, sin duda, irían a informar a su madre. No le importaba.

– Me ha gustado lo que has dicho. Tienes razón en eso de que los habitantes deben definir lo que será Los Lobos en vez de dejar que lo hagan los turistas.

– Gracias

Trató de imaginarse lo que Riley estaba pensando, pero no pudo. Se excusó y se marchó. Entonces, se encontró con Zeke.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó él.

– Escuchando a tu candidato.

– Estás causando demasiada expectación -comentó Zeke mirando a su alrededor-. Probablemente deberías marcharte para que la gente se concentre en Riley y en la campaña más que en tu legendario pasado

Gracie permitió que Zeke la acompañara al aparcamiento. Antes de entrar en el coche, ella no pudo evitar abordar el problema de Alexis.

– ¿Por qué no le dices a mi hermana lo que estás haciendo? Está volviendo loco a todo el mundo y supongo que sobre todo a ti.

– No estoy haciendo nada malo.

– Pero estás haciendo algo.

– ¿Por qué es esto asunto tuyo?

– Porque tu esposa no hace más que llevarme y traerme por la ciudad siguiéndote sólo porque quiere saber qué es lo que estás haciendo.

– Muy bien. Tienes razón. Mira… No estoy haciendo nada malo. Ni la estoy engañando ni gastándome el dinero ni nada por el estilo. Te juro que sólo necesito un poco más de tiempo. Se lo diré muy pronto. Tu hermana está muy nerviosa. Yo no voy a decir que no haya estado comportándome de un modo extraño durante las última semanas, pero, antes, si tardaba cinco minutos más en el supermercado, estaba convencida de que me había fugado con la cajera.

– ¿Esa preocupación es culpa de ella o tuya?

– No lo sé. Sinceramente, amo a tu hermana más que a nada. Está loca, pero también es una mujer dulce, cariñosa y divertida. Ya lo sabes.

Aquellas palabras hicieron que Gracie se sintiera muy incómoda. No sabía cómo era Alexis.

– Bueno, ahora tengo que regresar para ocuparme de mi candidato. Gracias -dijo, tras darle un beso en la mejilla.

Gracie no estaba segura de por qué le estaba dando Zeke las gracias. Lo miró fijamente, mientras pensaba en todo lo que había dicho sobre su hermana.

Seguía teniendo la sensación de haber perdido a su familia, pero, por primera vez, consideró que, aunque se la había obligado a marcharse, ella no había regresado por deseo propio. Podría haber regresado si hubiera querido. Se había sentido rechazada por su familia, pero no se había tomado muchas molestias por recuperarlos. Era algo a tener en cuenta.

A la mañana siguiente, Gracie recogió ingredientes y moldes y se dirigió al hotel de Pam. Como cuando vio por primera vez la cocina, el corazón pareció echarle alas. Los hornos impecables, las interminables encimeras y las enormes ventanas le provocaron esa reacción.

Empezó a preparar el primer pastel y fue llenando los moldes. Entonces, los metió en el horno. Mientras ponía el tiempo de cocción, oyó que llegaba otro coche. Se asomó por la ventana y comprobó que se trataba de Pam. Como no podía escapar, decidió sonreír y esperar lo mejor.

– Hola -le dijo alegremente cuando Pam entró en la cocina-. ¿Cómo te va?

– Genial -respondió ella dejando varios muestrarios de papel pintado sobre la encimera-. Ahora estoy decorando las habitaciones, que es lo más divertido. Ayer pasé por delante del instituto. Había mucha gente esperando para escuchar el discurso de Riley.

– ¿De verdad? -comentó Gracie, fingiendo que no había estado allí-. ¿Va bien su campaña?

– Eso espero -afirmó Pam. Gracie trató de no reaccionar, pero la sorpresa debió de habérsele dibujado en el rostro porque Pam sonrió-. Lo digo en serio. De lo nuestro hace muchos años. Yo era joven y tonta y no le guardo ningún rencor. Además, Franklin Yardley me pone el pelo de punta. Acababa de ser elegido alcalde cuando yo me gradué en el instituto. Vino a dar un premio. Te juro que me dio una palmadita en el trasero cuando me lo entregó.

Gracie recordó que Jill le había contado algo muy parecido.

– ¿De verdad? Le hizo lo mismo a una amiga mía. Ella se quedó completamente planchada.

– No me extraña. Es asqueroso. A mí me habría gustado contarlo, pero me pareció que nadie me creería. Por lo tanto, mi voto va para Riley.

Pam parecía sincera. Gracie quería creerla, pero no podía hacerlo.

– No te volviste a casar.

– En realidad, prefiero estar soltera. En estos momentos estoy viendo a un hombre. Él vive en Santa Bárbara, lo que resulta perfecto. Estamos lo bastante cerca como para vernos a menudo, pero no lo tengo delante de las narices todo el tiempo. Me gusta. Llevo sola tanto tiempo que no creo que pudiera acostumbrarme a vivir con un hombre. ¿Y tú?

Gracie estaba más que dispuesta a acostumbrarse, pero el único que le hacía sentir chispas no estaba interesado en ella. Además, era el último hombre sobre la faz de la tierra con el que debería estar. Tenían objetivos muy diferentes. Tal vez Riley la encontrara atractiva y besara estupendamente, pero Gracie sabía que no era de los que sentaban la cabeza.

– Lo siento -dijo, al notar que Pam la estaba mirando muy fijamente-. ¿Qué me has preguntado?

Pam se echó a reír.

– No importa. Veo que estás distraída. Recogeré mis cosas y te dejaré en paz.