– El alcalde Yardley lleva dieciséis años sirviendo a esta comunidad -empezó Riley con una sonrisa-. Es la mitad de mi vida. Ha visto buenos y malos tiempos de esta ciudad. Ha aprendido los entresijos de su trabajo. Yo diría que, después de tantos años, no hay sorpresas. Es un profesional y un hombre de muchas cualidades. Por mi parte, yo he pasado los últimos catorce años de mi vida recorriendo el mundo. Al final, descubrí que sólo había un lugar al que podía llamar mi hogar. Mientras el lado más sentimental de mi personalidad aprecia que Los Lobos prácticamente no haya cambiado en este tiempo, el nombre de negocios que llevo dentro me hace pensar si eso es lo mejor. Si queremos que nuestros hijos tengan educación superior para que puedan acceder a un mejor nivel de vida, necesitamos dinero para pagar los colegios. Si queremos una comunidad independiente que no esté a merced del dinero de los turistas, tenemos que crear un plan nuevo e innovador que nos lleve hacia adelante sin hacernos perder el contacto con los valores y filosofías que nos convierten en lo que somos.

– Es muy bueno -susurró Jill-. Me siento muy impresionada.

– Yo también.

Riley terminó su declaración y los presentes le dedicaron un sonoro aplauso. El alcalde Yardley habló a continuación, desgranando lo que había logralo durante sus mandatos. Al lado de Riley, parecía incómodo y fuera de lugar.

Cuando empezaron las preguntase Riley parecía tener una visión fresca e innovadora sobre cada uno de los temas, mientras que Yardley no hacía más que reiterar lo que había hecho antes. Incluso desde la distancia a la que se encontraban, Gracie creyó ver que el alcalde empezaba a sudar.

– Riley va a ganar -murmuró Jill.

Gracie se sintió muy orgullosa, como si ella tuviera algo que ver con el éxito de Riley. Cuando terminó de responder, todos los presentes se levantaron y le dedicaron una sonora ovación. Hicieron falta varios minutos para que la sala volviera a quedar en silencio. Entonces, Franklin Yardley empezó a hablar.

– Todos parecéis muy entusiasmados con mi oponente -dijo-. Sin embargo, hacen falta más que ideas para que una ciudad funcione. Hace falta práctica y experiencia. Y carácter. Todos me conocéis. Sois mis vecinos, mis amigos. Habéis estada en comités con mi esposa, habéis ido al colegio con mis hijos y habéis jugado al golf conmigo. Conocéis mis secretos, lo bueno y lo malo que hay en mi…

– Se te da muy mal jugar al póquer, Franklin -gritó alguien.

– Así es -admitió el alcalde-. Jamás se me ha dado bien. No sé mentir. Las cosas que me importan son mi familia y esta ciudad. Llevo aquí toda mi vida. Cuatro generaciones de Yardley han servido a Los Lobos Tal vez haya llegado el momento del cambio. Tal vez yo ya haya hecho todo lo que soy capaz de hacer, pero, ¿es Riley Whitefield el hombre que de verdad queréis? Es joven. Inexperto. La mayoría de vosotros sabéis que se marchó a buscar fortuna cuando su madre se moría de cáncer. Ni siquiera regresó para verla. Ése no es él ejemplo que yo quiero para mis hijos.

– Eso no fue lo que ocurrió -susurró Gracie-. Él no lo sabía.

– ¿Crees que a Yardley le preocupa ese detalle? -replicó Jill.

Gracie miró hacia el escenario, buscando alguna reacción por parte de Riley. Él permaneció sentado, con expresión tranquila.

Sin embargo, el alcalde no había terminado.

– Entonces, Riley sólo era un muchacho. Tan sólo tenía dieciocho años. Lo había pasado mal, dejando embarazada a una chica, casándose con ella para luego divorciarse. Sin embargo, las personas cambian. El muchacho se convierte en hombre. Se cambia, al menos algunas personas. En el caso de Riley no estoy tan seguro.

Gracie sintió que se le empezaba a formar un nudo en el estómago. Le daba la sensación de que todo iba muy mal.

– ¿A quién queréis como líder de esta comunidad? -prosiguió el alcalde-. ¿A un hombre en el que podéis confiar? ¿A un hombre que jamás os ha mentido? ¿O a Riley Whitefield, que es un desconocido para todos nosotros? No sólo abandonó a su madre moribunda, sino que ha regresado para aprovecharse de nuestra Gracie Landon. Ella lleva años amándolo fielmente y él la ha pagado con traición y escarnio. No sólo está embarazada en estos momentos, sino que Riley se niega a hacer una mujer decente de ella.

Capítulo 13

Gracie sintió que la sala temblaba bajo sus pies. Durante un instante, temió que, por primera vez en su vida, iba a desmayarse. Entonces, cuando la visión se le aclaró vio que Riley se había puesto de pie y que la observaba con una expresión de furia y conmoción en el rostro.

– Gracie, ¿es eso…? -le preguntó Jill.

Gracie no esperó a que Jill terminara su pregunta. Sentía que todo el mundo la estaba mirando y que hablaban sobre ella. Nada importaba. No le importaba nada más que Riley y lo que él debía de estar pensando en aquellos momentos.

– Tengo que marcharme -dijo. Se levantó y echó a correr hacia la puertas Oyó que alguien la llamaba, pero no se detuvo ni se dio la vuelta.

– ¿Es cierto? -gritó alguien-. ¿Te ha dejado Riley embarazada?

Gracie sintió que le ardía el estómago, aunque aquella vez no tenía nada que ver con la acidez. El malestar provenía de saber que había estado muy cerca de algo especial y que acababan de arrebatárselo todo.


Riley no sabía si regresar al banco. Eran más de las cinco, por lo que fácilmente podía marcharse a su casa. Sin embargo, por alguna razón, no deseaba estar solo.

El debate había sido un desastre. Yardley se había mostrado tan alegre al final que Riley había empezado a sospechar que estaba tramando algo, aunque jamás se habría imaginado de qué se trataba. Yardley le había dado en su punto más débil. Los ciudadanos de Los Lobos estarían dispuestos a perdonar muchos fallos, pero- nadie sería capaz de perdonarle que hubiera tratado mal a una leyenda de la ciudad.

¿Cómo se había enterado Yardley? ¿Se lo había imaginado o se lo había dicho alguien?

¿Cómo podía Gracie haberle hecho algo semejante? ¿Y por qué? Sería capaz de apostarse cualquier cosa a que Gracie no sentía ninguna simpatía por Yardley. ¿Por qué iba a ayudarle? ¿Por amargura con respecto al pasado? ¿Sería aquello un elaborado plan de venganza en su contra?

Mientras entraba en el edificio se dijo que podría no ser ella. Que quien los hubiera estado siguiendo, quien hubiera tomado las fotografías podría haber visto lo suficiente para deducir lo que había ocurrido. Hasta que tuviera el informe del detective privado, no podía estar seguro de nada.

No quería que fuera Gracie. Catorce años antes habría vendido su alma o incluso su coche para sacarla de su vida. En aquellos momentos… En aquellos momentos no sabía lo que quería.

Se dirigió al ascensor. Había varios empleados juntos, hablando en voz baja. Cuando él se les acercó, uno de ellos le dio un codazo a otro. Todos se volvieron para mirarlo.

– Bueñas tardes, señor Whitefield.

Riley se limitó a asentir y se metió en el ascensor. Antes de que se cerraran las puertas, él pudo comprobar que habían vuelto a cuchichear. Los rumores viajan muy rápidamente. Suponía que, en aquel caso, se habían enterado por la retransmisión de la radio. Seguramente Zeke estaba que se subía por las paredes. Iban a tener que encontrar un buen plan para lograr recuperar el terreno perdido.

Entró en su despacho y miró el retrato de su tío.

– No vas a ganar. Ni ahora ni nunca. Encontraré el modo.

En aquel momento, alguien llamó a la puerta.

– Márchese -dijo.

– Señor Whitefield, tiene una visita.

– No me interesa.

– Es importante.

– ¿De quién se trata? -preguntó con cierta curiosidad. Sin saber por qué, se sorprendió esperando que fuera Gracie.

En vez de responder, Diane dio un paso atrás. Riley vio que se trataba de un hombre de unos cincuenta años, vestido con un traje algo raído y una camisa blanca algo sucia. En cierto modo, parecía mucho más pequeño de lo que Riley creía recordar. Tal vez habían pasado más de veinte años, pero Riley lo recordaba todo sobre el hombre que los había abandonado a su madre y a él.

El recién llegado le dedicó una sonrisa.

– Hola, hijo. ¿Cómo estás?


Gracie estaba a mitad de camino de Los Ángeles cuando se detuvo y dio la vuelta para regresar a Los Lobos. Se recordó que jamás había huido de sus problemas.

Sentía un torbellino de emociones en su interior. Se sentía asqueada y enfadada con quien la hubiera traicionado. Sin embargo, ella no le había dicho a nadie lo que estaba ocurriendo. Entonces, ¿de dónale se había sacado el alcalde la información?

El teléfono volvió a sonar: Lo agarró y, tras ver que volvía a tratarse de Jill, lo tiró de nuevo sobre el asiento. Su amiga la había llamado tres veces. Sus hermanas dos y su madre seis. No estaba de humor para hablar con nadie, pero no había recibido ninguna llamada de la única persona con la que quería hablar. Riley.

¿Qué estaría pensando? ¿Sabría que ella no había revelado su secreto o estaba ya preparando su venganza? Peor, aún. ¿La odiaría? Podía soportar que él estuviera enfadado, pero no que la apartara de su lado sin ni siquiera, darle la oportunidad de explicarse.

No comprendía cómo había podido ocurrir algo así. Le costaba creer que hubiera sido su vecina la que los había estado espiando la noche que hicieron el amor, para luego tirar a su perra al agua a propósito e ir luego a pedirles ayuda. Tenía que ser otra persona.

Cuando llegó a Los Lobos, dudó sobre qué dirección tomar. Al final, se decidió y se dirigió a la casa de Riley:

– Voy a hacerle escuchar -se dijo mientras se dirigía a la puerta.

Ésta se abrió antes de que tuviera la oportunidad de llamar. Se sorprendió tanto que dio un paso atrás y estuvo a punto de caerse.

– ¿Has estado bebiendo? -le preguntó Riley.

– No… No creí que me fueras a dejar entrar estaba preparada para llamar y llamar hasta que abrieras.

– ¿Te sientes desilusionada?

– No. Mira, Riley. He venido a decirte que no fui yo. No le conté a nadie lo que hicimos y, por supuesto, no dije que pensaba que podría estar embarazada. No sé de dónde se ha sacado esa idea el alcalde.

– Lo sé -dijo él mirándola tranquilamente.

– ¿De verdad? ¿Me crees?

– Sí.

– ¿Por qué?

– ¿No puedes aceptar simplemente mi palabra?

– No. Si yo estuviera en tu lugar no estaría segura de lo que me creería. ¿Por qué?

Riley se encogió dé hombros, lo que no resultó una respuesta muy satisfactoria. Sin embargo, pareció que aquello era lo único que Gracie iba a conseguir.

– Voy a ir a dar un paseo por la playa. -anunció él-. ¿Quieres venir conmigo?

– Claro.


Cuando llegaron, estaba casi atardeciendo. Riley aparcó el Mercedes y luego, mientras atravesaban la arena, tomó la mano de Gracie. Ella se había quitado los zapatos y, sin los tacones, casi no le llegaba ni a los hombros. Llevaba el cabello suelto y se había sacado la camisa del pantalón. A pesar de todo, Riley la encontraba terriblemente sexy.

¿Le había dicho por eso que la creía? ¿Porque se quería acostar con ella? Suponía que era, una razón tan buena como otra cualquiera, pero no había ninguna lógica en la situación.

No quería que Gracie se sintiera culpable. Era así de sencillo. Si resultaba que había sido un estúpido por confiar en ella, le podría costar noventa y siete millones de dólares y la venganza que había estado buscando.

– Cuando era niño, solía venir mucho aquí – lijo Riley-. En cuanto me saqué el carnet de conducir, se convirtió en uno de mis lugares favoritos. Solía andar por la playa y tratar de comprender mi vida.

– No creía que eso le resultara posible a un adolescente.

– Y no lo es.

– Al menos, tú hiciste el esfuerzo. Mi modo de hacerlo era escribir unas poesías verdaderamente malas.

Gracie lo miró. Se le dibujó la promesa de una sonrisa en el rostro, por lo que Riley estuvo a punto de abrazarla y de besarla, pera entonces, la sonrisa desapareció y ella suspiró.

– ¿Cómo lo supo?

– ¿El alcalde?

– Sí.

– Hizo que nos siguieran. O tal vez sólo a mí.

– ¿Es eso lo que te ha dicho tu detective?

– Lleva sólo un día trabajando. Dudo que sepa nada.

– Tienes razón. El hombre que el alcalde o quien sea que contrató realizó su trabajo mucho mejor que nosotros cuando seguimos a Zeke. Tal vez deberíamos haberlo contratado a él.

– Me gusta tu lógica.

– Entonces, ese tipo sólo tenía que tomar fotografías, pero, de algún modo, se da cuenta de lo que está pasando y se lo dice al alcalde.

– O Yardley decide jugársela y le sale bien.

Gracie le apretó la mano y se colocó delante de él.

– Te juro que yo no lo hice, Riley.