– Gracie, no tienes que decírmelo más veces. Te creo.
– Eso espero. Todo esto tiene tan mal aspecto… Yo soy la única que sabe que hicimos el amor y la única que sabe que no utilizamos nada y que yo podría estar embarazada.
– No eres la única. Yo también lo sé.
– Claro, y por eso se lo has dicho tú al alcalde… Mira, te lo digo en serio. Necesito que me creas. Yo no miento nunca y jamás te tendería una trampa. Yo no temo decir la verdad. ¿Te acuerdas? Yo soy la que te metió una mofeta en el coche. Tiendo a ser muy sincera sobre mis actos.
En aquel momento, el sol desapareció por debajo de la línea del horizonte. La luz desapareció, pero el rostro de Gracie tenía una luminiscencia propia, como si brillara desde el interior. Mirando aquel hermoso rostro, Riley habría sido capaz de creer cualquier cosa. Se inclinó y le besó suavemente la nariz. Su boca parecía llamarlo a gritos, pero, por mucho deseara besarla allí, no estaba dispuesto a prescindir de aquel maravilloso momento. Le tiró de la mano e hizo que echaran a caminar de nuevo
– Me encanta el aroma del mar -comentó Gracie-. Cuando vivía con mis tíos en Torrance, estábamos a unos siete kilómetros de la playa. Siempre he vivido cerca del mar. No creo que pudiera hacerlo en otra parte. ¿Cómo sobrevive la gente en las montañas o en el desierto?
– Es lo que conocen. Yo no vi el mar hasta que mudarnos aquí cuando yo tenía casi dieciséis.
– ¿Dónde creciste?
– En Temple y luego aquí -respondió Riley, recordando la caravana en la que había vivido con su madre-. Jamás le pregunté a mi madre por qué nos quedamos allí tanto tiempo después de que mi padre marchara. Tal vez esperaba que él regresara.
– Seis años es mucho tiempo.
– Demasiado. Entonces, nos vinimos aquí. Ella dijo que las cosas nos irían mejor porque su hermano estaba aquí. Hasta entonces, yo no había sabido que tenía un tío.
– ¿Qué ocurrió cuando lo conociste?
– Yo no lo vi; mi madre me dejó en el hotel y se fue a verlo. Cuando regresó, sabía que había estado llorando, aunque ella no quería admitirlo. No decía nada más que iba a encontrar una casita bonita en la que pudiéramos ser felices. Más tarde, supe que su hermano le había dicho que ella le había dado la espalda a la familia cuando se marchó con mi padre y que, en lo que a él se refería, mi madre no existía. Ni yo tampoco.
– Siento que tu tío fuera tan imbécil.
– Yo llevo toda la vida llamándole canalla -comentó él con una sonrisa en los labios-, pero me gusta más lo de imbécil.
– Es cierto. ¿Cómo pudo ignorar a su propia familia?
– Muy fácil -contestó Riley mientras se sentaban en unas piedras-. Yo no lo conocí jamás. Cuando yo me metía en líos, me mandaba una carta para regañarme por lo que había hecho.
– No eras tan malo.
– Yo creo que sí.
– A mí me gustabas. Tus modales de chico malo me aceleraban los latidos del corazón. ¿Cómo supiste que me gustabas?
– ¡Vaya! ¡No lo sé! Eras tan sutil al respecto…
– Tienes razón -comentó ella, suspirando-. ¿Tampoco fue a tu boda?
– No. Mi madre lo invitó, pero no quiso venir. Estoy seguro de que Pam estaba esperando un buen regalo, pero tampoco nos lo mandó. Yo no me quería casar con ella. ¿Lo sabías?
– No -afirmó Gracie-. Creía que estabas locamente enamorado de ella.
– Sólo era deseo. Hay una gran diferencia. A los dieciocho años, me gustaba tener una novia formal porque se llevaba. Cuando me dijo que estaba embarazada me puse furioso. Me había jurado fue estaba tomando la píldora y yo la creí.
– Yo jamás te dije nada -dijo Gracie algo incómoda.
– No es lo mismo. Ya te dije que no te culpo de nada.
– Pero…
– No.
– Pero…
– ¿Qué es lo que no entiendes? -le preguntó Riley, tras besarle suavemente los dedos de la mano-. Bueno, ¿de qué estábamos hablando?
– Que no querías casarte con Pam porque estabas enamorado en secreto de mí.
– No exactamente.
– Casi.
– Yo no quería casarme con Pam. Nada más.
– Recuerda que te advertí sobre ella.
– Sí, pero yo no te escuché. Sin embargo, no hubiera servido de nada. Mi madre insistió. Me dijo que tenía una responsabilidad. Quería que me comportara como un hombre respetable. Sin embargo, con dieciocho años, yo no lo veía así. Me casé con Pam y, cuando descubrí que no estaba embarazada, me marché, pero primero le dije a mi madre que había arruinado la vida y que jamás la perdonaría. Aquella fue la última vez que hablamos.
– ¿De verdad?
– Sí. Yo estaba furioso. Cuando conseguí establecerme como tú ya sabes, le envié un cheque. Ella me escribió y me pidió que fuera a verla. Yo le dije que lo haría. Jamás encontré tiempo. Al cabo del tiempo, me dijo que estaba enferma. Cáncer. Yo lo organicé todo para regresar. Ella no me dijo que era urgente, por lo que me tomé mi tiempo. Una semana antes de marcharme, me llamó el médico del hospital y me dijo que a mi madre le quedaban menos de cuarenta y ocho horas de vida. Yo tardé cincuenta en volver. Ya estaba muerta.
– Lo siento mucho -dijo Gracie, abrazándolo.
– No tiene por qué. Hace mucho tiempo de eso. Técnicamente, Yardley tenía razón. Yo no regresé para ver a mi madre cuando se estaba muriendo.
– No lo sabías.
– ¿Te parece eso una buena excusa? A mí no. Ella estaba sola. Murió sola en un hospital. El egoísta de su hijo no se molestó en darse prisa y llegar a tiempo. Y su propio hermano, que vivía en la misma ciudad, ni siquiera fue a verla. Donovan Whitefield mantuvo su palabra. Jamás perdonó a su hermana. Más tarde, encontré las cartas de mi madre, las que él le devolvió sin ni siquiera abrirlas. Ella le suplicaba que le diera dinero para el tratamiento. Lo que yo le envié no era suficiente. Por eso se 1o pidió a él. Mi tío ni siquiera se molestó en leer sus cartas.
– Lo siento -susurró Gracie, apretándose contra él. Estaba temblando.
– No importa…
– Claro que importa. Llevas muchos años cargando con esta culpa, pero no es culpa tuya. Tú no provocaste la enfermedad de tu madre ni sabías que tenías que darte prisa en regresar. Tu madre debería haber sido más sincera contigo. Además, ¿cómo pudo tu tío hacer algo así? Tal vez yo no sienta mucha simpatía por Vivian o Alexis, pero jamás les daría la espalda. Especialmente con alga así.
– Quiero que comprendas que estoy en paz con pasado.
– Es mentira. Aún sigues enfadado.
Riley se sorprendió de que Gracie lo entendiera tan bien.
– Lo superaré.
– Lo siento -repitió Gracie-. Odio al alcalde Yardley por haber tomado un trozo tan personal y lloroso de tu pasado y haberlo utilizado para hacerse parecer mejor persona. Es asqueroso.
– ¿Es también él un imbécil?
– El mayor de todos -comentó ella-. ¿Cómo ha podido hacer eso? Es horrible. Y ahora todo el mundo va a pensar mal de ti. No está bien.
– Sobreviviré.
– Lo que necesitas es ganar las elecciones. ¿Puedo hacer algo para ayudarte?
– Si se nos ocurre algún plan que te incluya a ya te lo diré.
– No me importa ir llamando a las puertas de la gente para decirle que no estoy embarazada.
– Ya veremos, ¿Por qué no esperamos hasta que estemos seguros de que no estás embarazada antes de hacer algo así?
– Sí, claro. Tienes razón -admitió Gracie. En aquellos momentos no deseaba pensar en un niño-. No creo que pudiera con algo más en estos momentos. ¿Y tú?
– Bueno, lo que yo tengo encima es diferente. Además, hoy se ha presentado mi padre a verme.
– ¿Tu padre? -preguntó ella, atónita.
– Sí, en el banco -contestó Riley, entrelazando los dedos con los de ella-. Hace veintidós años que lo vi por última vez y aún he sido capaz de reconocerlo. Supongo que eso dice algo.
– ¿Quería verte?
– No -respondió Riley con una carcajada-. Quería dinero. Ni siquiera se molestó por aparentar. Simplemente me pidió que le hiciera un cheque porque este mes va a algo justo.
– Vaya, lo siento.
– Ocurrió. Lo eché del despacho, pero estoy seguro de que volverá. Diablos, probablemente termine dándole el dinero para que me deje en paz.
– Lo siento -repitió ella, abrazándolo-. No cómo mejorar esta situación.
– No te corresponde a ti.
– Lo sé, pero a pesar de todo me gustaría arreglarlo -susurró, acariciándole suavemente el rostro-. Vente a casa conmigo.
– Ésa es una solución a corto plazo -repuso Riley.
La expresión de su rostro no cambió en absoluto.
– Es la mejor que te puedo ofrecer ahora mismo.
– No me estoy quejando.
Capítulo 14
Gracie se preguntó si se arrepentiría de camino a casa. La noche era oscura y el coche estaba sumido en un absoluto silencio. La única comunicación que existía entre ellos era que Riley le había dado la mano y le acariciaba el reverso muy suavemente con el pulgar.
Su cuerpo era una extraña combinación de tensión y relajación. Mientras que el pensamiento de dos haciendo el amor la hacía temblar, se sentía a vez completamente tranquila. Era como si la decisión se hubiera tomado hacía un millar de años como si ella simplemente estuviera cumpliendo con su destino.
– ¿Quieres quedarte en mi casa? -le preguntó Riley, a medida que se acercaban a la gran mansión-. Podrías dejar tu coche en el garaje.
– Me parece bien.
Riley condujo el vehículo hasta las puertas del garaje y apretó el botón del control remoto. Mientras las puertas se abrían, Gracie se bajó del coche y se dirigió al lugar en el que estaba aparcado el suyo.
Cinco minutos más tarde, los dos coches estaban aparcados juntos mientras Gracie lo seguía hasta la enorme cocina. Sólo con ver aquel enorme espacio, Gracie sintió que el corazón empezaba a latirle con más fuerza.
– ¡Qué envidia me da! -suspiró.
– ¿Te apetece algo de comer? -preguntó él, mientras se dirigía al frigorífico.
Gracie lo siguió.
– ¿Tienes comida?
– Tengo las sobras de una comida preparada respondió Riley, sacando una botella de champaña-. ¿Ves algo que te guste? -añadió al ver que ella trataba de mirar por encima de su hombro.
Sin embargo, Gracie no pudo apartarlos ojos del champán el tiempo suficiente como para hacer una selección de menús.
– ¿Tenías esa botella refrescando para una de tus mujeres de usar y tirar o…?
Riley le enredó la mano que tenía libre en el cabello, tiró de ella y la besó. El gesto fue rápido, apasionado y lleno de promesas.
– La compré ayer.
– ¿Quieres decir después de que…?
– Sí. Después de que hiciéramos el amor. Compré esta botella de champán especialmente para ti.
Gracie se sintió emocionada. Ningún hombre había comprado jamás champán paca ella. Y mucho menos una botella de Dom Perignon.
Rápidamente, cerró la puerta del frigorífico con in movimiento de cadera.
– No tengo mucha hambre. De comida…
– Bien -replicó él con una sonrisa.
Riley se acercó a un armario y sacó dos copas. Entonces, le indicó la puerta con un movimiento le cabeza.
– ¿Vamos?
– Por supuesto.
Gracie lo siguió hasta la escalera. No había visto nunca aquella parte de la casa. Al llegar al segundo piso, Riley la condujo hasta una puerta que había al fondo del pasillo y la abrió.
Gracie no estaba segura de qué esperar. No sabía si Riley habría elegido el dormitorio de su tío o habría escogido otro espacio. Al mirar a su alrededor, vio que él se había decantado por un espacio neutral, lo que parecía una habitación de invitados con una enorme cama, dos mesillas de noche y una cómoda. La luz del pasillo iluminaba una alfombra que parecía ser de color crema.
Riley dejó la botella de champán en la cómoda y se dispuso a abrirla. Segundos más tarde, estaba sirviendo las dos copas.
– Jamás he tomado antes un champán tan bueno -dijo Gracie, tomando la copa que él le daba para darle un sorbo.
Las burbujas le rebotaban en la lengua, produciéndole un agradable cosquilleo. El sabor era ligero delicioso, casi dulce y adictivo.
– ¿Te gusta?
– Mucho. Desgraciadamente, no puedo incluirlo en mi presupuesto.
– Puedes reservarlo para ocasiones especiales -dijo Riley.
Entonces, dejó su copa encima del vestidor y se acercó a ella.
Al ver que él se acercaba, Gracie dejó su copa en la mesilla de noche justo antes de que él la tomara entre sus brazos.
La primera vez que habían hecho el amor, había sido de un modo casi frenético. Gracie lo había deseado con una desesperación que no le había permitido hacer mucho más que sentir. Aquella vez, tuvo tiempo de pensar y de experimentar a la vez. Trató de prestar atención a cada detalle para poder revivirlo más tarde.
Notó que incluso cuando él la besaba, lo hacía de un modo suave y seductor, que prometía mucho más. Le colocó una mano en la cadera y la otra se la enredó en el cabello. Gracie notó que lo había hecho antes. Parecía gustarle mucho tocarle el cabello.
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