– No es problema mío -dijo.
Regresó al dormitorio. Al ver la hora que era, lanzó un grito. Eran más de las seis y media y se tardaba más de media hora en estar fabulosa.
Riley se detuvo a la puerta del restaurante y apretó la mano de Gracie.
– Si sigues respirando así de rápido, vas a asfixiarte. No tenemos por qué hacer esto. Nos podemos marchar ahora y yo puedo llamar a Mac desde el coche y decirle que vamos a cenar en mi casa.
Gracie negó con la cabeza. Su melena rubia, que habitualmente llevaba lisa, se agitó en una cascada de rizos que Riley se moría por acariciar. El maquillaje enfatizaba sus enormes ojos y hermosa boca. Estaba preciosa.
La ropa era igual de bonita La falda enfatizaba sus largas y bronceadas piernas. El suéter se le ceñía a unos pechos que Riley sabía eran suaves y maravillosos. Era la viva imagen del deseo.
– Puedo hacerlo -afirmó ella-. Te aseguro que tengo nervios de acero. Soy invencible. ¿Estoy bien?
– Estás preciosa -replicó él con una sonrisa-. Me impresionaste desde el primer momento, pero ahora estoy atónito.
– Vaya. Bueno, prométeme que, pase lo que pase, no te apartarás de mi lado.
– Palabra de honor. ¿Lista?
Gracie asintió, por lo que Riley abrió la puerta. Las voces y la música de mariachi salieron a recibirlos. Mac y Jill los estaban esperando en la parte trasera del restaurante, que era mucho más tranquila. Una joven camarera se les acercó para acompañarles a su mesa.
– La gente nos está mirando -susurró Gracie-. Lo siento. Oh, Dios… Esto ha sido una pésima idea.
– Todo va bien. Todo el mundo nos está mirando porque tú estás guapísima. Todos los hombres desearían estar contigo.
– Por favor -comentó ella riendo.
– Hablo en serio. Si yo hubiera sabido lo guapa que te ibas a poner con los años, te habría prestado más atención hace catorce años.
– Te recuerdo que yo era una niña. Aunque hubiera sido una diosa tú no me habrías hecho ni caso.
– Hola -dijo Jill cuando por fin llegaron a la mesa-. Vimos esta mesa y nos pareció bien. Está en un lugar mucho más tranquilo y apartado.
– Dices eso porque todo el mundo va a hablar, ¿verdad? -observó Gracie-. Lo sabía. Creo que me voy a poner enferma.
– ¿De verdad? -preguntó Mac:
– No lo sé… -admitió Gracie, colocándose una mano en el estómago.
– Es mentira -dijo Riley-. Venga, siéntate. Unas patatas con salsa te harán sentirte mejor.
– Me gustan las patatas -afirmó Gracie, más alegre-. No son peligrosas.
– ¿Como el pan? -preguntó él.
– Exactamente.
Gracie y Riley se sentaron.
– Bueno, ¿cómo va todo? -le preguntó Mac a Riley.
– Bien. Las encuestas han bajado desde el debate, lo que no es de extrañar. Zeke, mi jefe de campaña, está tratando de idear una nueva estrategia.
– Nunca me ha gustado el alcalde -dijo Jill-. Es repugnante. Quiero que le des una buena patada en el trasero, en las elecciones, por supuesto. No literalmente, aunque tampoco me importaría.
– Y yo que creía que habías jurado defender la ley – comentó su marido.
– No, cielo. Ése eres tú.
Se sonrieron con mucha dulzura.
– Noto algo diferente -afirmó Gracie-. ¿De qué se trata?,
– No sé -respondió Jill, encogiéndose de hombros.
– Sí, hay algo… Tú estás diferente. No se trata de tu cabello. ¿Te has blanqueado los dientes?
– No.
De repente, Gracie lanzó un grito de alegría.
– ¿Estás? -le preguntó a su amiga, agarrándole la mano-. Lo estás. Lo sé.
Jill se sonrojó y asintió.
– Acabo de enterarme esta mañana. Jamás creí que ocurriría tan rápidamente. Acabábamos de empezar a intentarlo… Sí, estoy embarazada.
– ¡Es genial!
Gracie se levantó del asiento y abrazó con fuerza a su amiga. Riley se inclinó sobre Mac y le ofreció la mano.
– Enhorabuena.
– Gracias. Los dos estamos muy contentos. Todo ha ocurrido muy deprisa -dijo Mac-. Yo creía que, al menos, tendríamos un par de meses, pero supongo que hemos acertado a la primera.
– ¿Estás contenta? -le preguntó Gracie a su amiga.
– Sí. Todavía no me he comprado ningún libro.
Riley observó a las dos amigas. ¿Estaría Gracie también embarazada? Aún faltaban unos cuantos días para saberlo.
– Vaya, vaya… Esto sí que es bueno.
Riley se dio la vuelta y vio a dos mujeres de pie al lado de su mesa. Trató de levantarse, pero una de ellas se lo impidió colocándole una mano en el hombro.
– No te levantes, aunque agradezco los buenos modales.
– Riley, creo que no conoces a Wilma -dijo Mac, algo incómodo-. Dirige la oficina del sheriff.
– Hola -dijo la aludida-. Ésta es mi amiga Eunice Baxter:
– Mi vecina -susurró Gracie-. Hola, señora Baxter.
– Hola, Gracie. ¡Qué buen aspecto tenéis todos! Me alegro de ver que has recuperado el sentido común -comentó la señora Baxter, dirigiéndose a Riley-. Gracie siempre ha sabido cómo amar a un hombre. Cuando pienso en todo lo que hizo para llamar tu atención… Me alegra verte a su lado.
– Sí, señora -replicó Riley, sin saber qué decir.
– ¡Qué buenos modales! -exclamó Eunice-. Tu madre me caía muy bien. Siento que no esté viva para ver esto. Le habrías hecho sentirse muy orgullosa.
– Ahora tenemos que irnos -dijo Wilma-. Que cenéis bien.
Las mujeres se marcharon. Gracie empezó a frotarse las sienes.
– Ya lo sabía yo -susurró-. Sabía que era una mala idea venir aquí.
Jill le golpeó suavemente el brazo.
– Eres una leyenda y vas a tener que aceptarlo.
– ¿Puedo ser otra cosa? Me encantaría.
Mac sonrió.
– Tal vez el hecho de que vean a Riley contigo conseguirá que lo elijan como alcalde.
– Lo dudo -repuso Gracie-. Seguramente le quito puntos.
– No importa -afirmó Riley-. Te aseguro que no he ido tan lejos para perder las elecciones. No te preocupes.
– Lo siento. Preocuparme es algo intrínseco.
– Entonces hazlo mañana. Esta noche estamos aquí para divertirnos.
Gracie asintió.
La camarera acudió a la mesa y anotó lo que iban a tomar. Riley se fijó en el hecho de que, ni Jill ni Gracie había pedido bebidas alcohólicas. De hecho, desde la noche que tomaron champán, ella casi no había probado el alcohol. Incluso aquella noche no se había terminado su copa. Sabía que a Gracie le gustaba tomar una copa de vez en cuando, por lo que el cambio podría tener que ver con un posible embarazo.
Sabía que existía aquella posibilidad, pero, hasta aquel momento, no había logrado asimilarlo. ¿Y si Gracie estaba embarazada? ¿Qué iba a hacer? ¿Casarse con ella?
Esperó que el pánico y la frustración que sintió cuando tuvo que casarse con Pam se apoderaran de nuevo de él. No fue así. Ni siquiera se sentía enojado. ¿Qué significaba aquello?
Capítulo 16
Neda Jackson resultó ser una mujer muy joven y atractiva de unos veinticinco años. Tenía unas rastras fabulosas que le llegaban hasta la mitad de la espalda. Gracie la miró y se preguntó qué tal le quedarían a ella.
– Me alegro de conocerte -dijo Neda cuando entró en la casa de Gracie-. He estado investigando y me alegra decirte que todas las novias están muy contentas con tus pasteles. Una de ellas, me invitó el día después de la boda y probé un trozo de tu pastel. Delicioso y eso que no soy una gran fan de los pasteles. ¿Cómo lo haces?
– Lo siento -respondió Gracie entre risas-. Es secreto de la casa. Estuve experimentando con varias recetas durante un año hasta que perfeccioné el bizcocho que utilizo.
– ¿En qué estás trabajando ahora?
– Trato de no volverme loca. Es la época del año en la que más trabajo tengo. Todas las semanas tengo qué preparar al menos tres pasteles y eso será durante casi tres meses. Luego, son sólo dos a la semana. Algunos de los diseños son sencillos y me llevan sólo veinte o treinta horas. En otros tardo el doble.
– ¿Trabajas sola? ¿Cómo puedes tener suficientes horas en el día?
– No lo sé. Ahorro mucho tiempo haciendo los adornos en grandes cantidades. La mayoría se pueden preparar con mucho tiempo de antemano.
– Lo haces todo tú. Es genial.
Gracie la acompañó al comedor, donde tenía un montón de hojas y flores en bandejas.
– ¿Son de plástico? -preguntó Neda.
– No. Las hago yo. Son comestibles.
– ¿De verdad?
– Sí. Están hechas a mano una a una.
A continuación, Gracie la llevó a la cocina, donde tenía un pastel de dos pisos sobre la encimera. Allí, Neda insistió en tomarle unas fotografías en las que Gracie estuviera decorando el pastel. Mientras tomaba las instantáneas, la periodista no dejaba de hacerle preguntas. Cuando tuvo suficiente material, anunció que la entrevista había terminado.
– Estoy muy impresionada -dijo-. Me encanta tu trabajo, Gracie, y lo pienso decir en mi artículo. Estoy prometida y estamos pensando en casarnos en Navidad. ¿Tienes aún un hueco para hacernos el pastel?
– Por supuesto. Te daré una tarjeta. Llámame el mes que viene para que podamos hablar de cómo lo quieres.
– Estupendo. Muchas gracias. Has sido muy amable.
– No hay de qué.
Gracie la acompañó hasta el coche. Mientras avanzaban por la acera, ella se percató de que había un par de cajas al lado de su propio coche.
– ¿Qué es eso? -preguntó, acercándose a su vehículo. Al ver que se trataba de cajas de masa de pastel prefabricada, se quedó helada.
– ¿De qué se trata? -dijo Neda.
Gracie no podía moverse ni respirar. Tan sólo podía mirar las cajas, que estaban colocadas como si se le hubieran caído del maletero del coche. No era de extrañar, dado que éste estaba repleto de cientos de cajas de la misma masa.
– ¿Utilizas masa preparada? ¿Ese es tu ingrediente secreto? -preguntó Neda, atónita.
– ¡Claro que no! Esas cajas no son mías. No estaban aquí antes. No he utilizado masa de pasteles desde que tenía doce años. Alguien las ha colocado ahí.
– Sí, claro. Alguien que sabía que yo venía y que lo ha puesto ahí aposta. Olvídate de hacerme el pastel de mi boda.
– Tienes que creerme.
– No lo creo.
Neda abrió la puerta de su coche y metió el bolso. Entonces sacó su cámara digital y, antes de que Gracie pudiera impedírselo, tomó media docena de fotos.
– Ni sueñes con ese artículo. Era para una revista muy importante… No me puedo creer que hayas sido capaz de hacer esto. Has caído muy bajo. Parecías una persona muy agradable, pero, evidentemente, eso es tan falso como tus pasteles. Probablemente ni siquiera hiciste esos adornos.
Neda se metió en su coche y se marchó. Gracie estaba en estado de shock. Aquello no podía estar sucediéndole. Alguien le había tendido una trampa. Sólo se le ocurría un nombre: Pam.
A pesar de todo, no se le ocurría ni una sola razón por la que Pam fuera capaz de hacerle algo así. Desde que Gracie había regresado, se había mostrado muy agradable y simpática con ella.
Mientras arrojaba las cajas a la basura; trató de contener las lágrimas. Entonces, entró en la casa, agarró su bolso y, tras asegurarse de que el horno estaba apagado, se dirigió rápidamente a su coche.
Riley dio por terminada la reunión y regresó a su despacho. Mientras pasaba por delante de los ascensores, la puerta de uno de ellos se abrió y salió Gracie. Con sólo mirarla, Riley comprendió que había ocurrido algo malo.
– ¿Que ha pasado? -preguntó, mientras le rodeaba los hombros con un brazo y la acompañaba a su despacho.
– Los pasteles -susurró -ella -. No comprendo cómo ha ocurrido. Se lo conté a algunas personas, pero nadie sabía cuándo iba a ser la entrevista exactamente. Creo que ha sido Pam, pero, ¿por qué? Es muy simpática. No puede ser Jill. Me gustaría sospechar de mis hermanas, pero no lo sabían. Riley cerró la puerta y la abrazó.
– Empieza por el principio -dijo.
Gracie empezó a llorar.
– Estoy arruinada -consiguió susurrar-. Completamente arruinada.
– Eso no es posible. ¿Qué ha pasado?
– Necesito un pañuelo -musitó ella. No podía dejar de llorar.
Riley se lo sacó del bolsillo y se lo entregó. Gracie se secó los ojos y se sonó la nariz.
– Hoy era la entrevista con la periodista de la revista de novias -dijo por fin-. Se quedó tan impresionada por mi trabajo que hasta me pidió que me ocupara de su pastel de bodas, pero…
– ¿Pero qué?
– Cuando terminó, yo la acompañé hasta su coche. Una de las cosas que me preguntó es sobre mi ingrediente secreto. Quería que se lo dijera, pero yo le respondí que no le digo a nadie cómo hago mis pasteles… Había cajas por todas partes: Alguien me había metido cajas de masa de pastel preparada en el coche. Ella se enfadó mucho. Tomó fotos y me dijo que era una mentirosa. Ahora, mi carrera está destrozada.
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