– Genial. Puedes ponerlo en mi epitafio. Mientras tanto, seguimos sin saber lo que Pam está tramando o con quién se está viendo. ¿Viste el coche?

– No. Estaba demasiado oscuro para distinguir de qué marca era.

Gracie reveló la fotografía y la miró. En ella, se veía un trozo del tejado de Pam y una sección oscura que, seguramente, era el cielo.

– Si no consigo recuperar mi carrera como pastelera, estoy segura de que jamás conseguiré hacerlo como fotógrafa:

– Por supuesto que recuperarás tu negocio de pastelería.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque vamos a resolver este misterio y entonces, quien haya hecho esto, tendrá que pagar.

– Gracias. ¿Quieres quedarte a dormir? -le preguntó ella.

– Por supuesto.

A Gracie le gustó que Riley ni siquiera tuviera que pensarlo.

– Eres un buen hombre, Riley Whitefield.

– Soy un canalla, pero tú no puedes verlo.

– No lo creo.

Por supuesto que Riley tenía sus faltas. ¿Y quién no? Lo importante es que la había estado apoyando desde el principio a pesar del pasado tan extraño que habían compartido. Se mostraba protector, cariñoso y divertido con ella y, cuando hacían el amor, Gracie había alcanzado una nueva dimensión gracias a él. Riley le hacía sentirse segura. Le hacía ver chispas.

Regresaron a casa de Gracie. Después de aparcar el coche, Riley se inclinó sobre ella y la besó. Mientras Gracie lo abrazaba con fuerza, se preguntó si sería posible que tal vez hubiera escogido al hombre de sus sueños a la tierna edad de catorce años.

Capítulo 18

Riley se despertó en una soleada habitación y en una cama vacía. Se imaginó que Gracie tendría que estar en algún lugar de la casa y que terminaría por presentarse. Entonces, la agarraría, la tumbaría en la cama y le haría gozar. Otra vez.

Cerró los ojos y sonrió. Le gustaba tenerla en su cama. Le gustaba su aspecto, su olor y cómo ella le hacía sentir. Gracie era buena para él, algo que no podía decir de muchas personas de las que conocía.

– ¿Por qué estás sonriendo?

Abrió los ojos y vio que ella se acercaba. Llevaba una larga camiseta y, por el modo en el que se le movían los senos, poco más.

– Por ti.

– ¿Sí? ¿Estabas pensando en lo de anoche? Estuviste fantástico.

– Tú tampoco estuviste mal -dijo-. Creo que me mordiste.

– Sé que te mordí.

– Me has dejado señales.

– ¿Te quejas?

– Sólo lo haré si no me lo vuelves a hacer.

Gracie se echó a reír. Entonces, se inclinó para besarlo.

– Estás olvidándote de las reglas de usar y tirar y pronto va a venir la policía para meterte en la cárcel por haberlas infringido. La buena noticia es que no tendrás que preocuparte por ser padre mientras estés entre rejas -dijo, mostrándole algo parecido a un bolígrafo de plástico-. No estoy embarazada.

– ¿Estás segura? -preguntó Riley. Se le había olvidado que había llegado el momento de hacer la prueba.

– Sí. No sólo por eso. He estado teniendo los mismos síntomas de siempre cuando me va a venir la regla. Supongo que voy un poco retrasada por el estrés de los últimos días. Eso ocurre.

– ¿Estás contenta?

– Claro. Y tú también debes estarlo. Esto es lo que queríamos, ¿no?

– Por supuesto -afirmó él. Un embarazo no formaba parte de su plan.

– Bueno, he preparado café y, si te apetece tengo huevos. Si quieres, hasta te los puedo cocinar.

Riley se sentó en la cama y le tomó la mano.

– Yo sólo como pastel.

– Así me gusta -dijo ella, riendo-. ¿Quieres darte primero una ducha?

– Gracias.


Riley se marchó treinta minutos después a su casa para cambiarse de ropa antes de ir al banco. Antes de irse, prometió llamarla para que pudieran definir la estrategia que iban a seguir sobre Pam. También tenía una reunión con Zeke sobre la campaña y un montón de responsabilidades.

Sin embargo, no podía dejar de pensar en Gracie y en el hecho de que no estaba embarazada. Se dijo que era lo mejor. Entonces, ¿por qué no estaba más contento? ¿Acaso había esperado que ella estuviera encinta?

Ni hablar. Si Gracie hubiera estado embarazada, se habría tenido que casar con ella y ser marido y padre. Ninguno de los dos papeles formaban parte de su plan. No era la clase de hombre que pudiera asentarse en un lugar y Gracie…

Tal vez si decidiera sentar la cabeza, Gracie sería la clase de mujer por laque lo haría. No obstante, no estaba buscando un compromiso.

A pesar de todo, sentía algo por ella. No quería que le ocurriera nada malo y estaba decidido a ayudarla. Le gustaba estar con ella.

Interesante, pero no importante. Cuando las elecciones pasaran, ganara o perdiera, pensaba marcharse de allí. En ese aspecto, nada había cambiado.


– Vamos a confraternizar -le dijo Alexis-. Por favor, dime que vas a venir.

Gracie no estaba segura de estar de humor para pasar un rato con su familia, pero sí que quería ver a su madre. No habían pasado ningún momento juntas desde el día en el que aclararon sus sentimientos sobre el pasado.

– Muy bien -dijo-. ¿A qué hora?

– Vivian tiene medio día libre y mamá y yo nos vamos a tomar un descanso muy largo para almorzar. ¿Te parece a la hora de almorzar? Vamos a preparar algo de comer. ¿Tienes pastel?

– Por supuesto. Lo llevaré. También tengo ensalada de atún.

– No, gracias.

Gracie se echó a reír y luego suspiró.

– ¿Se va a casar ya Vivian?

– Para serte sincera, no lo sé y no estoy segura de querer saberlo. Si volvemos a las andadas, te juro que voy a tener que matarla.

– ¿Y Tom? ¿Ha hablado con él? -le preguntó Gracie.

– Tampoco lo sé. Supongo que lo descubriremos enseguida. Bueno, hasta luego.

– Adiós.

Gracie colgó el teléfono y se dirigió a la cocina. Si lo miraba egoístamente, no le importaría que la boba de su hermana hubiera vuelto a decidir que se casaba sólo para tener un pastel que hacer. En aquellos momentos, lo único que tenía pendiente era el de la Sociedad Histórica.

Un poco antes dé las doce, Gracie se dirigió a la casa de su madre. En cierto modo, se sentía mucho mejor. Uno a uno, los problemas se iban solucionando. Si por lo menos pudiera volver a recuperar sus clientes, estaría muy cerca de la perfección.

Llegó al mismo tiempo que Alexis. Su hermana la esperó mientras Gracie sacaba la caja del pastel del coche y descendía.

– ¿Cómo estás? -le preguntó Alexis. Parecía especialmente contenta.

– Bien. ¿Y tú?

– Genial. Zeke y yo hemos pasado las últimas noches charlando… Y haciendo otras cosas. ¿Te ha contado Riley que lo que quiere es ser humorista?

– Sí. ¿Qué te parece?

– Sinceramente, al principio me quedé algo perpleja. Luego lo pensé y me di cuenta de que Zeke se merece la oportunidad de seguir sus sueños. Además, me gusta bastante la idea de estar casado con alguien famoso.

Gracie asintió como si lo entendiera perfectamente:

– Después de las elecciones, va a dejar su trabajo -añadió Alexis, mientras abría la puerta principal de la casa-. Yo seré la que nos mantenga a los dos. Voy a hacer todo lo posible por apoyarlo en todo. Ya podrá pagarme después con carísimas joyas.

Justo cuando entraban, Vivían salía de la cocina.

– Veo que habéis podido venir -dijo-. Gracie, ¿has traído pastel?

– Sí. Un pastel de tres capas relleno de chocolate.

– Perfecto -suspiró Vivían.

Gracie la observó mientras Vivían miraba en el interior de la caja. En cierto modo, parecía mayor que la última vez que la había visto y mucho más delgada. Tenía ojeras y un gesto triste en la boca.

– ¿Qué te pasa?

– ¿Lo del sexo no funcionó? -le preguntó Alexis con una sonrisa-. Ya te lo dije.

– ¿Te encuentras bien, Vivían? -insistió Gracie, haciendo un gesto de desaprobación.

– No, pero lo estaré.

– Estoy segura de que Tom cambiará de opinión -dijo Alexis-. Un par de semanas sin sexo y estará dispuesto a hacer lo que tú quieras.

– No lo creo -susurró Vivían-. Me lo ha dejado muy claro. Vamos. Mamá está en la cocina.

Las tres entraron y vieron que la madre estaba sentada a la mesa:

– Todas mis niñas juntas -dijo-. Es fantástico.

Las abrazó a las tres y se sentaron. Vivían pasó los bocadillos y la ensalada y se cortó un buen trozo de pastel. Sin embargo, en vez de comérselo, se dedicó a hacerlo migas en el plato.

– Buena, ¿qué ha pasado ron Tom? -preguntó Alexis.

– No mucho. Hemos hablado en un par de ocasiones. Se mantiene firme. Yo… Bueno, supongo que teníais razón. Debería haber sido más sincera. Creo que jamás lo he sido con un chico. Pensé que ser misteriosa e imprevisible era el modo de mantenerlos interesados. Además, me acuerdo de que mamá nunca le decía nada a papá. Nos compraba zapatos nuevos y luego nos hacía prometer que no diríamos nada durante algunas semanas.

– Yo no quería que se enfadara porque yo había gastado demasiado dinero, pero eso no tiene nada que ver con ser sincera. ¿Es eso lo que recuerdas?

– Bueno, yo sólo tenía nueve años. No recuerdo demasiadas cosas. ¿Le cuentas tú todo a Zeke, Alexis?

– Por supuesto que no, pero eso es diferente. Estamos casados.

Gracie hizo todo lo que pudo por morderse la lengua.

– Me pregunto si el hecho de que tú estuvieras cancelando constantemente la boda le hizo creer a Tom que no lo amabas lo suficiente -le dijo a su hermana pequeña.

– Sí -afirmó Vivian, asombrada-. Eso fue precisamente lo que él me dijo. Se temía que yo saliera corriendo cada vez que había un problema. Yo no lo haría. Cuando estuviéramos casados, me mostraría comprometida con él.

– Tal vez necesitaba que le dieras pruebas antes de la boda -sugirió Gracie.

– Supongo.

– Las cosas mejorarán -afirmó la madre- los dos estáis destinados para estar juntos, encontraréis el modo de volver a estar juntos.

– Eso espero -susurró Vivían, con los ojos llenos de lágrimas-. Es que lo echo tanto de menos… Además, me siento muy mal por todo lo que ya hemos pagado. Se supone que tengo que recoger el vestido el viernes. ¿Que voy a hacer con él?

– Guárdalo -le contestó Alexis-. Ya te dije que cambiará de opinión.

– No lo creo y, aunque lo haga, no creo que tuviéramos la misma clase de boda -afirmó-. Se enfadó bastante por `lo mucho que estaba costando todo. Me dijo que te iba a llamar para hablar sobre los depósitos para pagártelos.

– Ya lo ha hecho -le dijo su madre.

– ¿De verdad? ¿Y qué le dijiste?

– Que me ocuparía yo de ello, pero que le agradecía la oferta: `

Gracie empezó a lamentar que se hubiera cancelado la boda. Tom parecía un buen chico.

– Guárdate el vestido -dijo Gracie-. Si no volvéis juntos, puedes venderlo en eBay.

– Así es. Tenéis razón. Sólo tengo que… Mamá, ¿has cancelado ya todo? Es decir, yo me puedo ocupar de hacer algunas llamadas.

– Está todo hecho, pero gracias por preguntar.

– No. Necesito hacer algo. No está bien que tú tengas todo el trabajo y todos los gastos. Sé que te dije que trabajaría para ayudarte a pagar mi vestido de novia, pero también sé que no he sido muy responsable al respecto. Quiero comprometerme a trabajar contigo en la tienda. Haremos un horario, ¿de acuerdo? Te prometo trabajar al menos quince horas a la semana hasta que te lo haya pagado.

– Cielo, no tienes que hacerlo.

Vivían le dedicó una temblorosa sonrisa.

– Creo que es mejor que me lo permitas. Podría ser el único medio que yo podría tener de crecer.

– Tienes razón -dijo su madre.

Gracie sintió una extraña sensación en el corazón a pesar del gesto de desaprobación de Alexis. Tal vez había esperanza para Vivían después de todo. Si maduraba, ciertamente podría volver a ganarse a Tom.

Vivian se giró para mirar a Gracie.

– Tal vez tú podrías darme algunos consejos sobre cómo conseguir al único hombre que he amado. ¿Cómo te recuperaste tú de lo de Riley?

Gracie no supo qué decir. Un mes atrás, habría dicho tiempo y distancia. Ya no estaba tan segura. Riley era todo lo que había soñado en un hombre.

– Yo no soy la persona a la que deberías preguntárselo -dijo, lentamente-. No he conseguido olvidarme de él. De hecho, sigo enamorada de él. Lo siento, mamá. Sé que esto no era lo que tú querías.- añadió.

– No. He dejado de preocuparme por esas buitres a las que llamaba amigas. Si lo amas, entonces lo único que quiero es que los dos seáis felices. ¿Es así?

– No lo sé. En este momento, no sé qué pensar.

– Es todo por mi culpa. Yo soy la razón por la que volvieron a unirse -comentó Alexis, muy pagada de sí misma.

– ¿Es eso bueno? -preguntó Vivian-. ¿Quieres volver a estar enamorada de él otra vez? ¿Te ama él a ti?