– Porque yo voy a quedarme aquí para ver si sale alguna mujer corriendo por la puerta trasera.
– ¿No te parece que si Zeke estuviera teniendo una aventura se marcharía a un motel? -preguntó Gracie.
– No puede. Yo pago las facturas. Además, cuando estábamos saliendo, él le dejó a un amigo utilizar su apartamento para una cita. Estoy segura de que Riley está haciendo lo mismo por Zeke. ¿Quién celebra reuniones de campaña hasta las dos de la mañana?
En un cierto y alocado modo, parecía lógico. Gracie se dirigió hacia el lugar que Alexis le había indicado.
– Ni siquiera sabemos si están en la biblioteca -musitó.
– Zeke me ha dicho que siempre se reúnen allí Si de verdad están celebrando una reunión para la campaña, es allí donde se debería realizar.
– ¿No te vale con que mire por la ventana y te diga lo que veo?
– Quiero pruebas.
Lo que Gracie quería era estar lejos, muy lejos de allí, pero reconoció la testaruda expresión que Alexis tenía en el rostro. Aunque hubiera estado dispuesta a darle la espalda a su hermana, no podía hacerlo. Era mucho mejor limitarse a tomar las fotografías que seguir allí discutiendo con ella.
– Prepárate -le dijo Gracie, mientras seguía avanzando.
Los arbustos que había alrededor del edificio eran mucho más espesos de lo que parecían en un principio. Le arañaban los antebrazos desnudos y le tiraban de los pantalones. Lo peor era que la ventana de la biblioteca estaba mucho más alta de lo que era ella, lo que significaba que tendría que sujetar la cámara por encima de la cabeza y tomar la fotografía sin estar segura de lo que estaba pasando en su interior ni de quién había dentro. Sería una mala suerte que ella tomara la fotografía justo cuando alguien se asomaba a la ventana.
– Allá vamos -musitó mientras se ponía de puntillas y apretaba el botón rojo.
Una luz blanca y brillante iluminó la noche. Inmediatamente, Gracie se dejó caer de rodillas y lanzó una maldición. ¡El flash! ¿Cómo se le había podido olvidar el flash?
– Porque utilizo la cámara para tomar fotos de pasteles de boda y no para espiar a la gente-, musitó mientras se ponía de pie y echaba a correr hacia el coche.
No se veía a Alexis por ninguna parte. Gracie tampoco sabía si le había sacado una foto a algo en concreto. No importaba. Sólo quería salir de allí antes de que…
– ¡Alto!
Como la orden se vio acompañada de algo duro y muy parecido a una pistola que se le colocó entre los omóplatos Gracie obedeció inmediatamente.
– ¿Qué diablos está haciendo? Si estaba tratando de robar, es usted una ladrona muy mala. ¿A quién se le ocurre anunciar su presencia con un fogonazo?
– Siento haberlo sobresaltado -dijo Gracie con un hilo de voz-. Puedo explicarme.
Se dio la vuelta muy lentamente. Entonces, vio al hombre que la estaba apuntando lo mismo que él la vio a ella. Los dos se sobresaltaron. Gracie deseó que se la tragara la tierra, pero el hombre pareció haber visto a un fantasma.
– Dios Santo -susurró Riley Whitefield-. Gracie Landon. ¿De verdad eres tú?
Capítulo 2
Como el suelo parecía estar tardando demasiado tiempo en tragársela, Gracie empezó a desear que un enorme dinosaurio apareciera de repente para tragársela entera, que los alienígenas fueran a abducirla. Aceptaría de buen grado que los extraterrestres se la llevaran con tal de no estar allí delante del hermoso rostro de Riley Whitefield. Incluso soportaría los experimentos médicos sin rechistar.
No lo había visto desde el verano en el que ella cumplió catorce años. Entonces, él tenía dieciocho años y estaba atrapado en aquel estado de medio adolescencia y medio madurez que resultaba tan atractivo e incómodo a la vez. Había crecido, había engordado un poco, se había puesto más guapo y había adquirido un aspecto algo más peligroso. Sin embargo, la incredulidad que se le adivinaba en los ojos hacía que Gracie quisiera morirse allí mismo.
– Puedo explicártelo -dijo. Entonces, preguntó si de verdad podría hacerlo. ¿Sería capaz dé encontrar las palabras que lo convencieran de que no seguía siendo una acosadora a la que acababan de soltar de una institución mental?
– ¿Gracie Landon?
Ella notó que Riley había bajado el arma. Era algo.
– Esto no es lo que te estás pensando -dijo ella, dando un paso atrás. Tal vez sería mejor para los dos que ella simplemente desapareciera. ¿Dónde estaba su hermana? Era típico que Alexis desapareciera cuando las cosas se ponían feas. Siempre dejaba que Gracie cargara con el peso de sus actos.
– ¿No estabas rondando mi casa y tomando fotografías?
– Bueno, sí. Eso es precisamente lo que estaba haciendo pero no tenía nada que ver contigo.
Riley tenía los ojos del color de la medianoche. Al menos, así le habían parecido a Gracie, cuando era una adolescente. Había escrito unos versos realmente malos sobre aquellos ojos y sobre la boca. Se había imaginado cómo la besaría cuando por fin recobrara la cordura y se diera cuenta de que estaban hechos el uno para el otro. Incluso les había escrito poemas a sus novias después de que él las dejara compadeciéndolas por su dolor.
“Sí, mi querida Jenny. Sólo yo puedo comprender la magia del momento cuando él te toma la mano…“
Gracie se colocó la mano sobre el estómago. La acidez la estaba matando. La mayoría de los días ni siquiera se acordaba de dónde había dejado las llaves, pero recordaba la malísima poesía que había escrito hacía muchos años…
– Creo que me pasa algo -musitó ella.
– De eso estoy seguro.
– No estás colaborando a resolver la situación ¿sabes? Sé que esto no parece nada bueno, pero te aseguro que no estoy aquí por ti. Se supone que mi cuñado Zeke te está ayudando con tu campaña esta noche. De eso se trata -añadió, mostrándole la cámara.
– ¿Ahora vas a por tu cuñado?
¿Cómo dices? -replicó ella escandalizada-. Por supuesto que no, Dios mío… Mi hermana Alexis me ha pedido que… Olvídalo -concluyó, dirigiéndose de nuevo al lugar en el que había aparcado el coche.
– No tan rápido-afirmó Riley, agarrándola del brazo-. No te puedes presentar aquí, tomar fotografías y luego marcharte. ¿Cómo sé que no me has puesto una bomba en el coche?
Gracie se soltó de un tirón y cuadró los hombros antes de darse la vuelta para mirarlo.
– Yo jamás traté de hacerte daño -dijo con toda la tranquilidad que pudo reunir cuando lo único que quería hacer era salir corriendo. Aquello no era justo-. Cuando me gustabas, trataba de impedir que salieras con tus novias pero nunca le hice daño a nadie.
– Te tumbaste delante de mi coche y me suplicaste que te atropellara.
El rubor le cubrió inmediatamente las mejillas. ¿Por qué no podía nadie dejar tranquilo el pasado? ¿Por qué tenían que diseccionarse en público todos los humillantes detalles de su vida?
– Eso tenía que ver con el dolor que yo sentía, no con hacerte daño a ti -contestó. Respiró profundamente. Se recordó que tenía que tener pensamientos positivos. Y un par de antiácidos. Eso era lo único que necesitaba-. Siento haberte molestado. Siento que mi hermana me convenciera para venir aquí. Sabía que sería una mala idea. No volverá a ocurrir. Sean cuales sean los problemas que ella tiene con Zeke, no pienso meterme. Jamás.
– ¿De qué problemas estás hablando?
– Es algo personal.
– Mira, niña, desde el momento en el que empezaste a tomar fotografías a través de mi ventana es también asunto mío.
Tenía razón.
– Zeke se ha estado comportando de un modo muy extraño. Sale por la noche hasta muy tarde, no quiere hablar… Dice que está ocupado con tu campaña todo el tiempo, pero Alexis cree que está teniendo una aventura.
Riley soltó una maldición y volvió a agarrarla Del brazo.
– Muy bien. Vamos.
– Suéltame,
Riley no la soltó. Empezó a andar y a arrastrarla con él.
– ¿Adónde vamos? -preguntó ella.
– Dentro. Tenemos que hablar. Si mi jefe de campaña está engañando a su esposa, quiero saberlo todo.
– Yo no creo que sea así. No me parece esa clase de persona. ¿A qué hora terminó la reunión que tenías esta noche con él?
Riley se detuvo en seco en el porche. La luz de la lámpara que allí había le iluminaba sus perfectos rasgos, ojos oscuros, pómulos marcados y la clase de boca que hacía que las mujeres normalmente razonables quisieran hacer algo realmente pecaminoso. Seguía llevando un pendiente, pero un diamante había reemplazado al aro de oro que Gracie recordaba tan bien.
– No teníamos una reunión esta noche – dijo-. Llevo tres días sin ver a Zeke.
El dolor de estómago empeoró. Gracie se soltó de Riley y se frotó la tripa.
– Eso no puede significar nada bueno.
– Eso precisamente es lo que me parece a mí. Entra. Quiero que me lo expliques desde el principio y que me digas todo lo que sabes sobre Zeke y esta supuesta aventura.
– En primer lugar, no sé si tal aventura es real. Alexis podría estar exagerando.
– ¿Suele hacerlo? -preguntó Riley, mientras abría la puerta principal y le indicaba que entrara a la casa.
– Creo que no. Puede ser. Yo vivo en Los Ángeles. No paso mucho tiempo con ella.
Gracie entró en la casa y se detuvo en seco. El vestíbulo era enorme. Muy hermoso y antiguo, con techos muy altos, y unos muebles tan bonitos y antiguos como para monopolizar una revista de antigüedades al completo.
– Vaya, es precioso. Creo que mi casa entera entraría en este vestíbulo.
– Sí, es muy grande. La biblioteca está por aquí.
Una vez más, Riley la agarró por el brazo y tiró de ella. Gracie pudo vislumbrar de pasada un elegante comedor y un salón antes de que él la metiera en la biblioteca. Allí la soltó y se dirigió a bandeja de los licores para servir dos copas de lo que parecía whisky. Gracie dejó su Polaroid.
– Déjame que te diga para que conste que yo… -dijo frotándose de nuevo el brazo. No recuerdo que antes maltrataras a las mujeres.
– No confío en ti -replicó él, entregándole la copa.
– Todo eso ocurrió hace catorce años, Riley. Debes dejar atrás el pasado.
– Yo estaba muy contento hasta que tú te has vuelto a presentar aquí. Me torturaste durante dos años. Escribieron sobre ello en los periódicos. Las crónicas de Gracie, lo llamaban…
– Sí, bueno, eso no fue culpa mía. ¿Podemos hablar de algo más relevante? ¿De Zeke?
– ¿Por qué cree Alexis que está teniendo una ventura?
– No lo sé. Llega tarde a casa y no le dice dónde ha estado.
¿Cuánto tiempo lleva ocurriendo eso?
– Unas seis semanas. Al principió, ella se imaginó que de verdad estaba trabajando en tu campaña, pero empezó a llegar cada vez más tarde y cuando no le decía nada de lo que estaba haciendo… ¿Por qué te vas a presentar a alcalde? No me pareces el prototipo del político.
Riley no hizo caso de la pregunta y le señaló la copa.
– ¿Prefieres otra cosa?
Gracie olió el vaso y lo dejó sobre la presa.
– No, está bien. Simplemente es que el estrés me afecta mucho al estómago -dijo. Se sacó un paquete de antiácidos del bolsillo y se echó un par de ellos a la boca -. Es una habitación muy bonita.
Riley vio que ella estaba mirando las enormes estanterías repletas de libros. No se molestó en decirle que aquella era una de las pocas habitaciones en las que se sentía cómodo dentro de aquella enorme casa.
– Háblame de Zeke.
– Háblame tú -replicó ella, sentándose sobre el sofá de cuero que había frente a la chimenea-. Es tu jefe de campaña. ¿Está teniendo una aventura?
– No tengo ni la menor idea -afirmó Riley, apoyándose contra el escritorio-. No hace más que hablar de Alexis. Yo diría que la adora.
– Sin embargo, vuestras reuniones no duran hasta las tres de la mañana.
– Me presento a alcalde, no a presidente -comentó Riley con una sonrisa.
– Sí, eso es lo que me había parecido. Bueno, supongo que tendré que decirle a Alexis que no estaba aquí. No le va a gustar.
A Riley tampoco le gustaba. Sólo faltaban cinco semanas para las elecciones y no se podía permitir un escándalo, y mucho menos cuando por fin estaba haciendo progresos con los ciudadanos de Los Lobos. Se sentó y tiró de la fotografía que aún estaba colgando de la cámara. Después de quitar la capa protectora, observó la instantánea. Mostraba techo de la biblioteca y unas cuantas estanterías. Nada más.
– No se te da muy bien -le dijo a Gracie.
– Ni quiero -replicó ella-. A pesar de lo que pienses de mí no me he educado para ser espía o acosadora profesional. Me gano la vida haciendo pasteles de boda,
Gracie se sentía enojada e indignada, pero también algo avergonzada. El rubor le teñía las rejillas y el labio inferior le temblaba ligeramente. Se había hecho una mujer, pero, en lo básico, seguía siendo la misma. Los mismos enormes ajos azules, el largo cabello rubro y un aire de determinación que, en el pasado, había aterrorizado Riley.
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