– Sí -respondió Riley. Se sentó en la cama y le apartó el cabello de la frente-. Voy a llamar a tu hermana. Dame el número.

– ¿Cual?

– ¿Es que tiene más de un número de teléfono?

– No. Me refería a qué hermana. Alexis. Llama a Alexis, pero no la molestes. Estoy bien.

Riley marcó el número que ella le daba y empezó a hablar. A pesar de lo mucho que se esforzó, Gracie no pudo seguir la conversación.

– Dice que vendrá dentro de un par de horas -le dijo Riley-. Esperaré.

– El pastel… Te pido que lo lleves ahora mismo. Seguro que están preocupados. Las cajas están en el frigorífico.

– ¿Hay más de una?

– Hay cinco. Iba a unirlos como si se tratara de una calle, pero me conformo con que los pongas de tal manera que estén bien. ¿Te he dicho que hay cinco cajas?

– Sí. ¿Por qué llevas los vaqueros debajo del camisón?

– No pude quitármelos.

– Yo te puedo ayudar.

Riley se, inclinó y rápidamente le quitó los pantalones.

– Métete debajo de la colcha para que te pueda arropar.

A Gracie le gustaba cómo sonaban aquellas palabras. Le gustaba tenerlo cerca. Recordaba que tenía que decirle algo, pero no se acordaba de qué era. De hecho no estaba segura de si se trataba de un secreto…

– ¿Cómo va la campara?

– Bien.

Mientras le contestaba, Riley no la miró, lo que hizo que ella se preguntara si le estaba diciendo la verdad.

¡Oh! ¡Lo amaba! Aquello era lo que le tenía que decir. Deseó poder decírselo en aquel mismo instante. Pronunciar las palabras para ver cómo reaccionaba. Si sentía algo por ella, la reacción seria buena. Tal vez…

– Gracie…

Oyó que Riley pronunciaba su nombre, pero el sonido parecía provenir de un lugar muy lejano. Los ojos le pesaban demasiado. Todo era pesado. Hacía calor y…


Gracie se dio la vuelta y se encontró completamente empapada. Tenía el cuerpo frío y el camisón mojado. Abrió los ojos y miró a su alrededor, casi esperando verse en medio del mar. Lo que vio fue a Alexis sentada en una silla.

¿Vuelves a la cordura? -le preguntó su hermana con una sonrisa

– ¿Y cuándo he dejado de estar cuerda?

– Bueno, llevas por lo menos desde que yo llegué aquí. Riley me dijo que te había dado un par de pastillas de Tylenol y supongo que te hicieron efecto. Durante un rato, estuviste ardiendo. ¿Cómo te sientes ahora?

– Como si me hubiera caído en una piscina.

– Eso significa que la fiebre ha pasado. ¿Tienes hambre? -le preguntó su hermana, tras tocarle la frente para comprobarlo.

– La verdad es que me muero de hambre. No recuerdo haberme quedado dormida. En realidad, no recuerdo mucho dé nada. Oh. El pastel para la Sociedad Histórica.

– Riley se ha ocupado de eso. Tú lo llamaste, ¿te acuerdas?

– No. Sea lo que sea lo que haya pillado, era fuerte pero dura poco. Ahora creo que ya estoy bien.

– ¿Por qué no te lo tomas clan calma? Iré a prepararte una sopa y unas tostadas. ¿Puedes irte al sofá un momento? -le preguntó-. Te puedes tumbar allí. Te cambiaré las sábanas más tarde.

– No tienes que preocuparte por mí. Por cierto, es fin de semana. ¿Y Zeke? ¿No deberías estar con él?

– No te preocupes por eso. Va a estar todo el día trabajando en la campaña de Riley. Vendrá a recogerme sobre las seis para que pueda ir a verlo en el club en el que va a actuar en Ventura.

Gracie se puso de pie y comprobó si se mantenía. Se sentía cansada y débil, pero no mareada. Alexis la ayudó a ir al sofá. Mientras Alexis se iba a la cocina, Gracie admitió que no habría esperado que su hermana acudiera a ayudarla de ese modo. Eso demostraba que se había equivocado en lo que había dicho de su familia. Tal vez en el futuro debía simplemente dejarlas estar, sin juzgarlas ni valorarlas.

– ¿Que tiene hoy Zeke que hacer por Riley? – le preguntó, mientras Alexis preparaba la sopa en la cocina-. ¿Siguen yendo de puerta en puerta?

– No exactamente.

– ¿Y por qué no? Las elecciones son dentro de unas pocos días.

Se produjo un largo silencio, como si Alexis estuviera considerando qué decirle.

– Alexis, ¿qué es lo que pasa?

– Nada.

– No te creo

– Todo va estupendamente, de verdad.

– No sabes mentir. Dímelo.

Alexis apareció en la puerta.

– Zeke no debía decirme nada. Si Riley supiera que yo lo sé, jamás me habría pedido que viniera aquí.

– ¿Qué es lo que sabes? -preguntó Gracie, con un nudo en el estómago.

– La popularidad de Riley es muy baja. Subió como la espuma cuando todo el mundo creyó que estabais juntos pero, desde el debate, no ha hecho más que caer en picado. La gente de la ciudad se está poniendo de tu lado en esto, lo que resulta muy agradable para ti. Sin embargo, odian a Riley porque… Bueno, ya lo sabes.

– ¿Va a perder?

– Creo que sí

Noventa y siete millones de dólares perdidos por ella.

– Tengo que arreglar esto.

– ¿Cómo?

– No lo sé. Iré a hablar con él cuando haya terminado lo del pastel y se nos ocurrirá algo.

– Va a hacer falta un milagro -afirmó Alexis.

Gracie deseó poder disponer de uno. Como no era así, tendría que pensar en algo.


En la gran mansión de la colina había varios guardias de seguridad. Riley jamás había prestado mucha atención al valor histórico de algunos de los edificios de Los Lobos, pero, mientras subía los escalones de la Sociedad Histórica, se sintió sumergiéndose envía historia.

– ¿Puedo ayudarle? -le preguntó uno de los guardias.

– Vengo a traer el pastel para la fiesta de esta noche -contestó Riley, indicando la caja-. Tengo cuatro más en el coche.

– Muy bien. Adelante. Después, vaya a la puerta trasera can el coche para entregar las otras cajas. Le resultará más fácil,

– Gracias. ¿A qué viene tanta seguridad?

– Algunos de los objetos son prestados. Aparentemente Valen mucho dinero, por lo que la compañía de seguros insistió. No intente nada -añadió el hombre con una sonrisa.

– Por supuesto que no. Yo sólo vengo a traer el pastel.

Riley siguió las indicaciones del guardia y subió al salón de baile, que estaba en el segundo piso. Vio que ya habían colocado mesas para el buffet. Una de ellas, tenía varias cajas que parecían ser de pastelería.

Dejó la suya y miró las otras. Eran pasteles y se parecían mucho a los que Gracie había preparado, aunque, por supuesto, los detalles de los que él llevaba eran mucho mejores que los que había allí.

¿Quién había hecho aquello y por qué?

Riley se acercó a la ventana que daba a la parte trasera de la mansión. Entonces, un coche muy familiar arrancó y se marchó a toda velocidad.

¡Era Pam! Riley lanzó una maldición y tomó su teléfono móvil para llamara Gracie.

– ¿Cómo te encuentras? -le preguntó.

– Mejor. Ya no tengo fiebre Alexis me ha dado de comer y acabo de darme una ducha. Creo que sobreviviré.

– Me alegro de saberlo. Aquí hay un problema. He venido a entregar el pastel, pero ya hay uno. Y también acabo de ver a Pam marchándose del lugar del crimen.

– ¿Es eso lo que estaba haciendo con mis moldes? -gritó Gracie-. ¿Por qué? ¿Qué aspecto tiene?

– Horrible. No lo entiendo. ¿De qué le sirve? Esto no puede ser para procurarse trabajo. Nadie sabrá que lo ha hecho ella.

– No, pero creerán que lo he hecho yo. Pruébalo.

– ¿Cómo?

– Que lo pruebes. Tengo que saber si es horrible.

– Un momento.

Riley miró las cajas y tomó un tenedor. Contuvo el aliento y, tras abrir una de las cajas, tomó un poco:

– Jesús -dijo, escupiéndolo.

– ¿Qué pasa?

– Sal en vez de azúcar. Al menos eso es lo que a mí me parece -dijo mientras tomaba una servilleta para limpiarse la lengua.

– Riley, tienes que sacar de ahí ese pastel. Pam esta tratando de asegurarse que no me recupero del escándalo. Quita el suyo y pon el mío.

– Lo haré.

– ¿Puedes llamarme cuando hayas terminado? Tengo algo de lo que me gustaría hablarte.

– ¿Qué ocurre?

– Nada. Sólo quiero hablar contigo de las elecciones.

– ¿Qué es lo que sabes? -preguntó él, muy serio.

– Que tienes problemas.

– Todo va bien.

– Eso es mentira.

– Mira, tengo que cambiar los pasteles. Te llamaré cuando haya terminado y luego me pasaré por tu casa. ¿Te parece bien?

– Genial. Gracias.

Riley cortó la llamada.

Necesitó hacer tres viajes para poder cambiar todas las cajas. Entonces, lo colocó todo lo mejor que supo. Se marchaba con la última caja del pastel de Pam cuando un guardia lo detuvo en las escaleras.

,-No tan rápido. ¿Qué es lo que tiene ahí?

– Un, pastel. Se entregaron dos por error.

– Acabamos de recibir una llamada diciendo que alguien trataría de cambiar los pasteles para gastar una broma. La persona comentó algo sobre las elecciones y el hecho de que uno de los candidatos quisiera llamar la atención. Resulta muy gracioso que usted se parezca a uno de los que se presentan a las elecciones.

Riley no se lo podía creer. Pam había sabido cubrirse muy bien.

– Esto no es lo que usted piensa -dijo Riley-. El pastel nuevo ya está colocado y resulta delicioso. Si no me cree, pruébelo. Éste es el que no sirve -añadió mostrando la caja-. Sería un error comerse éste.

– Espere un momento. Voy a tener que hacer una llamada.

El guardia tomó su walkie-talkie. Mientras él hablaba, Riley miró la puerta de salida y se preguntó si podría salir huyendo. Cuando oyó que la persona al otro lado de la línea decía que el guardia lo retuviera a él. Riley decidió que no le quedaba opción.

Empezó a bajar las escaleras a toda velocidad. Demasiado tarde, se dio cuenta de que subía por las escaleras un hombre con una caja de vino. Sin que ninguno de los pudieran evitarlo, chocaron y se cayeron. Riley se agarró a la barandilla. El pastel salió volando poros aires. El otro hombre perdió el control de la caja de vino. Los dos cayeron por las escaleras al mismo tiempo, en un revuelo de brazos y piernas.

A pesar de que estaba completamente dolorido, Riley decidió que aquello no era bueno, una opinión que se confirmó cuando oyó que las sirenas de los coches de policía se iban acercando rápidamente.

Capítulo 20

A la mañana siguiente, Gracie se despertó con el sonido del teléfono móvil. Su primer pensamiento fue que había superado el virus. El segundo que Riley no la había llamado ni había ido a verla. ¿Sería él?

– ¿Sí?

– Gracie, soy mama. ¿Has visto el periódico? Se trata de Riley. Lo han arrestado.

– ¿Cómo dices?

Se levantó rápidamente de la cama y salió corriendo hacia la puerta principal. Después de abrirla de par en par, echó a correr al lugar donde le esperaba el periódico. Tras echar un rápido vistazo a la portada lanzó un grito de desesperación. Candidato a alcalde arrestado por estado de embriaguez y por conducta desordenada.

La foto mostraba a Riley cubierto de pastel y rodeado de botellas de vino rotas en el vestíbulo de la mansión de la Sociedad Histórica.

– Voy a vomitar -susurró, mientras regresaba al interior de la casa y cerraba la puerta-. Todo esto es culpa mía.

– Estabas enferma. Alexis me lo dijo.

– Exactamente. Yo estaba enferma por lo que Riley me llevó el pastel. Sólo que Pam se le había adelantado con un pastel con muy mal sabor. Me estaba ayudando y todo salió mal.

– Entonces, supongo que tú vas a tener que arreglar la situación. ¿Te puedo ayudar?

– No lo sé, pero si se me ocurre algo, te llamaré -respondió Gracie, muy emocionada por el apoyo de su madre.

– Estaré esperando. Todas te apoyamos, Gracie. Quiero que lo sepas.

– Te lo agradezco mucho, mamá. Te llamaré.

Gracie colgó y marcó rápidamente el número de Riley. Él tardo varios segundos en contestar.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó muy nerviosa-. Acabo de ver el periódico. ¿Qué ocurrió?

– Acabo de llegar a casa y necesito darme una ducha. Vente y te lo contaré todo.

– ¿Te metieron en la cárcel? -quiso saber ella.

Estaba muy disgustada.

– Es una larga historia.

– Muy bien. Ve a darte tu ducha. Iré enseguida.

– Te dejaré abierta la puerta principal.

Gracie se vistió en un tiempo récord y se marchó rápidamente a la casa de Riley. Se sentía algo débil, pero un buen desayuno la ayudaría a entonarse. Tras aparcar el coche, entró en la casa y subió.

Encontró a Riley en su dormitorio. Acababa de salir de la ducha y se estaba poniendo los vaqueros. Gracie rápidamente se acercó a él y lo abrazó.

– Todo esto es culpa mía. Lo siento mucho.

– No es culpa tuya, sino de Pam No te culpes -susurró él.

Le enmarcó el rostro entre las manos y la besó. A pesar de las sensaciones que estaba experimentando; Gracie se dijo que no era el momento de distraerse. Había muchas otras cosas de las que preocuparse.