– Lo siento -dijo ella-. Siento esto y todo lo demás. Ya sabes, lo de antes.

– ¿Estamos hablando de los polvos pica-pica que me echaste en los calzoncillos?

– Sí, bueno… Mirándolo bien, no me puedo creer lo que te hice. Fue horrible.

– La gente de por aquí aún sigue hablando al respecto.

– Ni que lo digas. Todo el mundo consigue dejar atrás el pasado, pero yo no. No. Yo me he convertido en una leyenda. Tengo que decir que es una verdadera lata.

– De hecho, tienes que reconocer que eras muy creativa.

– Era más bien una amenaza. Sólo quería… -dijo. Se volvió a sonrojar-. Bueno, los dos sabemos lo que quería.

– ¿Sales con muchos hombres ahora?

– Con algunos, pero tengo cuidado de no traerlos aquí.

– No quieres que se enteren de aquella vez que me metiste una mofeta en el coche y la dejaste allí encerrada durante un par de labras, ¿verdad?

– Te acordarás que yo te pagué la limpieza del coche.

– Mi coche jamás volvió a ser el mismo. Tuve que venderlo. En una subasta -comentó Riley, levantando su copa-. Estabas empeñada en que Pam y yo rompiéramos -añadió. Basándose en lo que había ocurrido, tal vez debería haberle hecho caso.

– Bueno, ¿qué vamos a hacer ahora? -preguntó ella, cambiando de tema.

– Me comprometo a descubrir qué está tramando Zeke. En estos momentos no necesito ningún problema. ¿Puedes conseguir que tu hermana se contenga un poco hasta que yo tenga información más concreta? Me lo debes -concluyó al ver que Gracie dudaba.

– Lo sé. Bueno, está bien. Haré lo que pueda con Alexis, pero no te puedo prometer más de un par de días. Es una mujer decidida.

– Y todos sabemos perfectamente lo que ocurre cuando las Landon os decidís por algo.

– Exactamente -afirmó ella poniéndose de pie-. Lo siento mucho, Riley. Sé que la disculpa llega catorce años demasiado tarde, pero lo digo de corazón. Jamás tuve la intención de convertir tu vida en un infierno.

– Te lo agradezco.

– ¿Quieres que te deje el número de mi teléfono móvil para que te puedas poner en contacto conmigo para lo de Zeke o prefieres llamar a Alexis directamente?

– Creo que será mejor que te lo diga a ti -contestó él. Le entregó un bloc de notas, en el que ella escribió rápidamente un número

– Mi cámara.

Riley se la entregó.

– ¿Cuánto tiempo vas a permanecer en la ciudad? -le preguntó él.

– Unas cuantas semanas. Mi hermana pequeña, Vivian, se va a casar. He venido para ayudar a organizar la boda y para preparar el pastel. He alquilado una casa a las afueras. Necesito una cocina para realizar el resto de mis pedidos.

– Te llamaré.

Gracie asintió. Entonces, empezó a juguetear con la cámara entre las manos como si quisiera decir algo más. Riley esperó, pero ella se encogió de hombros y se dirigió hacia el vestíbulo. Él la siguió hasta la puerta principal. Cuando salió al exterior, Gracie se volvió para mirarlo.

– No me equivoqué con Pam -dijo.

– Debería haberte escuchado.

– ¿De verdad? -replicó ella con una sonrisa.

– Sí. Hasta una ardilla ciega encuentra a veces la bellota, Gracie. Buenas noches.

Riley cerró la puerta, pero no se apartó. Le pareció oír un golpe seco, como si ella le hubiera dado una patada.

– Eso ha sido un golpe bajo, Riley -gritó ella-. Un golpe muy bajo.

A pesar de todo lo que había ocurrido y todo lo que aún le quedaba por hacer, Riley sonrió y regresó a la biblioteca.


Mientras se alejaba de la casa de Riley, Gracie se sentía furiosa.

– Una ardilla ciega -musitó-. La opinión que yo tenía sobre Pam no se basaba en elucubraciones. Qué desagradecido. Si me hubiera escuchado, ni siquiera se habría casado con ella.

Golpeó el pie contra el suelo y luego se detuvo en la acera. No se veía el coche ni a Alexis por ninguna parte. Aunque Los Lobos no era una ciudad muy grande, la distancia que había entre la mansión de, los Whitefield y el barrio de clase media en el que vivía su madre se podría considerar sin duda alguna una buena caminata.

Giró a la izquierda y empezó a caminar. La noche resultaba fresca y agradable, con un ligero aroma a salmuera en el aire. Aunque había estado mucho tiempo fuera, la ciudad seguía resultándole familiar. Le gustaba la cercanía, del océano y la tranquilidad de las calles. En Los Ángeles vivía en una zona muy tranquila, pero, a pesar de todo, era mucho más bulliciosa qué su ciudad natal.

En la esquina, se volvió a mirarla casa de Riley y sonrió… Seguía estando tan guapo… Suponía que podía contentarse con el hecho de que, incluso con trece años, había tenido un gusto excelente para los hombres. Riley había mejorado con la edad. Tenía el atractivo misterioso y seductor de un ángel caído. Un ángel con un pendiente de diamante en la oreja.

A pesar del shock y de la vergüenza que había sentido al volver a verlo, había notado algo. Chispas. Atracción. Sin dudas sólo por su parte, como siempre, lo que significaba que tendría que asegurarse de no hacer nada al respecto. No pensaba volver a las andadas.

De repente un coche se detuvo a su lado. Era el de Alexis. Su hermana bajó la ventanilla

– Has escapado. Me alegro. Entra.

– ¿Qué quieres decir con eso de que “me he escapado”? -preguntó Gracie, mientras abría la puerta y se sentaba-. ¿Acaso te preocupaba que Riley me tomara como prisionera y me torturara para obtener información?

– No sabía lo que iba a ocurrir. No me puedo creer que el flash de tu cámara sea tan brillante.

– Yo tampoco. Supongo que no es lo que de verdad debería utilizar para mi trabajo como espía. Me dejaste allí sola, hermanita. ¿A qué vino eso?

– Lo siento, No podía correr el riesgo de que me pillaran allí.

– ¿Y yo sí? ¿Tienes idea de lo que Riley pensó cuando me encontró allí, acechando debajo de su ventana?

– Nada que no haya pensado en más de un millón de ocasiones con anterioridad.

Aquel comentario dolió mucho a Gracie.

– Me gustaría que todo el mundo recordara que, desde entonces, he crecido… Bueno, no importa. Tengo la información que querías.

– ¿Qué quieres decir?

– Le he preguntado a Riley sobre Zeke.

– ¿Cómo? ¡No!

Alexis pisó el freno con fuerza. Por suerte, Gracie se había puesto el cinturón de seguridad, pero tuvo que apoyarlas manos con fuerza contra el salpicadero.

– Le he hablado del problema y él tiene respuestas. ¿A qué viene esta reacción?

– Porque es algo íntimo. No quería que nadie lo supiera. Es una cosa familiar y se supone que ha de ser un secreto, aunque, en realidad, jamás debí esperar que tú comprendieras algo así.

Gracie se quedó atónita. No sabía si su hermana se refería a lo de familiar o a lo de secreto. De hecho, no estaba segura de que le importara.

– Tú me metiste en esto -le recordó-. Yo fui a esa casa para ayudarte.

– Lo sé… Lo siento, es que… Bueno, ¿qué te dijo?

– Que, por lo que él sabe, Zeke te ama y te adora, pero esta noche no ha estado trabajando con él en la campaña.

– ¿Algo más?

Gracie dudó. En aquel momento, Alexis detuvo el coche delante de la casa de los Landon y apagó el motor.

– ¿Qué? -preguntó.

– Riley va a hablar con Zeke para preguntarle lo que está haciendo.

Alexis apoyó la cabeza sobre el volante y lanzó un gemido.

– Dime que no es cierto.

– Claro que lo es. A mí no me parece tan mala idea. Tú no estás dispuesta a hablar con tu marido y alguien tiene que averiguar la verdad. Cuando sepas que no está teniendo una aventura, te sentirás mejor. Si fueras tú la que te decidieras a hablar con él…

Alexis abrió la puerta del coche.

– No lo comprendes. Pero no es tan sencillo. No estoy segura de querer saber la verdad de lo que está haciendo. Si efectivamente está teniendo una aventura… No quiero dejarlo, pero lo haré.

En aquellos momentos, Gracie no quería tener aquella conversación ni ninguna otra. Sólo llevaba en casa un par de días y aquello era demasiado.

– ¿Por qué no esperas a descubrir la verdad? -le preguntó.

– Tienes razón. Lo haré. ¿Es que no vas a entrar? -quiso saber Alexis, señalando la casa.

En aquel momento a Gracie le hubiera gustado escaparse a su casita de alquiler, pero asintió y salió del coche. Entraría, saludaría a todo el mundo y se marcharía. Podría racionalizar su decisión diciendo que tenía que deshacer la maleta, pero la verdad era que quería irse porque necesitaba distancia. Demasiados asuntos familiares demasiado rápidamente.

Las dos hermanas se dirigieron juntas a la casa. Mientras Alexis abría la puerta, a Gracie le pareció escuchar gritos desde el interior.

– Eso no puede ser nada bueno -dijo.

– A mí me parece que es Vivian -afirmó Alexis-. Espero que no haya vuelto a cancelar la boda.

– ¿Cómo dices?

Antes de que Gracie pudiera presionar a su hermana mayor para que le diera detalles al respecto, Alexis entró en la casa. A Gracie no le quedó más remedio que seguirla.

Vivian estaba en medio del salón, con el rostro lleno de lágrimas y el rimel corrido por todo el rostro. Su madre estaba sentada en el sofá, con varias revistas de novias sobre la mesa. Cuando vio a Gracie y a Alexis, Vivian sorbió por la nariz.

– Odio a Tom -dijo con voz desafiante-. Es egoísta y malvado. No me voy a casar can él.

– Por supuesto que te vas a casar con él -dijo Alexis con voz tranquilizadora-. Acabas de tener una discusión con él, ¿no? Dime de qué se trata.

– De la despedida de soltero -susurró Vivian entre sollozos. Dijo que yo no podía ir, pero, si no estoy allí, ¿cómo voy a saber lo que está haciendo? No me importa que vean películas, que beban y todo lo demás, pero no quiero que tenga bailarinas de striptease.

– ¿Y él sí quiere?

– Me dijo… me dijo que no dependía de mí -respondió Vivian entre hipos-. Me dijo… me dijo que, hasta que estuviéramos casados, él no tenía que hacer lo que yo le dijera.

Gracie quería estar en cualquier lugar menas allí. No sabía si simplemente podía excusarse y marcharse rápidamente y fingir que tenía que utilizar el baño urgentemente. Se quedó atónita cuando expresó su opinión.

– ¿Le has dicho que el hecho de que tú quieras estar en la despedida de soltero no tiene nada que ver con el hecho de decirle lo que tiene que hacer y sí mucho con empezar vuestro matrimonio en un estado de amor y confianza? Yo jamás he comprendido la necesidad de los hombres, ni le las mujeres, por celebrar una fiesta en la que podrían ocurrir muchas cosas que, potencialmente, podrían destruir la relación que se está tratando de celebrar con una boda.

Todas se volvieron para mirarla. Alexis sacudió la cabeza, como si estuviera tratando de desanimar a una niña no demasiado lista. Su madre se levantó y abrazó a Vivian, que había empezado de nuevo a llorar.

– Supongo que la respuesta es no -murmuró Gracie.

Cada vez se sentía más fuera de lugar.

– Todo saldrá bien hija mía -le dijo su madre a Vivian-. Tom y tú hablaréis por la mañana y todo volverá a ser como antes.

– Supongo… supongo que sí. Yo sólo quiero que me quiera…

– Por supuesto que sí. Todo va a salir bien…

Gracie señaló la puerta.

– Yo os dejo a vosotras para que os ocupéis. Yo me marcho.

– Buena idea -dijo su madre.

Gracie trató de no sentirse como si hubiera empeorado la situación. Se marchó a su casa de alquiler y, con un sentimiento de alivio, se dejó acoger por su tranquila oscuridad. Los interruptores de la luz se ocuparon de destruir la penumbra. Con sólo mirar la cocina, Gracie recuperó el buen humor.

Cazuelas, hornos, libros de cocina… Aquél era su mundo. Su casa en Torrance, sus pedidos, su perfecta cocina con tres hornos enormes y orientación al sur. Era un mundo que comprendía, un mundo en el que era simplemente Gracie. No era la hija ni la hermana de nadie. Allí no cometía errores. No se sentía fuera de lugar.

¿Había sido un error regresar a casa? La decisión había sido tomada y ya no podía dar marcha atrás.

– Sólo serán unas pocas semanas -se recordó. Entonces, podría alejarse de todo aquello sin mirar atrás.

Capítulo 3

Gracie entró en el restaurante mexicano de Bill a las doce en punto del mediodía para descubrir que su amiga Jill ya había llegada.

– Siempre llegas antes de la hora -le dijo Gracie, al acercarse a la mesa en la que su amiga estaba sentada.

Jill se puso de pie y la abrazó.

– Lo sé. Es una enfermedad. Creó que necesito un programa de rehabilitación.

Gracie se apartó de su amiga y la miró de arriba a abajo.

– Estás fabulosa. ¿Crees que reconoceré al diseñador de ese traje que llevas puesto?

Jill meneó las caderas y se dio la vuelta muy lentamente para mostrarle la camisa y los pantalones de raya diplomática que llevaba puestos antes de volver a tomar asiento.