– Ni yo tampoco. Voy a seguirlo esta noche para ver adónde va.

– Quiero ir contigo.

El instinto le decía a Riley que debía responder que no, pero entonces recordó con quién estaba tratando. La Gracie que conocía se limitaría a seguirlo, lo que significaba que la situación se podría complicar aún más.

– Está bien. Te recogeré alas seis y media. ¿Te alojas en la casa de tu madre?

– No. Tengo una casa alquilada -contestó ella. Le dio la dirección-. Todo esto es genial. Jamá he seguido antes a nadie.

– Estupendo. Ésta es la oportunidad perfecta para recordar tu pasado como acosadora.

Capítulo 4

Gracie no estaba segura de qué ropa se debía llevar para seguir a alguien. En las películas, todo el mundo llevaba colores oscuros y tomaba café. Ella no podía tomar café tan tarde, en primer lugar para poder dormir y en segundo para que el estómago no le ardiera. Ya se sentía suficientemente nerviosa.

– Primero la ropa y luego la intendecia -se dijo delante del armario.

No se había llevado mucha ropa. La mayor parte del espacio de su Subaru había estado dedicado a suministros para su trabajo, por lo que había tenido que limitar su guardarropa a dos maletas y pequeñas. Por supuesto, cuando las preparó, no había tenido en cuenta que podría jugar a ser chica Bond con un atractivo Riley 007.

– Negro -murmuró mientras buscaba unos pantalones. Vio unos negros. Seguramente tenía una camiseta negra en alguna parte. Con eso serviría.

Encontró la camiseta en un cajón. Desgraciadamente, estaba decorada con una silueta blanca de unos novios y que llevaba escrito el logo de Novias en la Playa 2004, acontecimiento al que había acudido el verano anterior.

A pesar de todo, decidió ponérsela. Se miró en el espejo y se dio cuenta de que cabello rubio llamaría demasiado la atención en la oscuridad. Tras rebuscar un poco más, encontró una gorra de béisbol. Era de color azul, por lo que no iba demasiado – bien con la camiseta negra, pero no se trataba de un desfile de modas. Además, no creía que Riley se fijara en lo que llevaba puesto.

Riley… Sólo su nombre conseguía que se le tensara el cuerpo y que se le cuadriplicaran los latidos del corazón. Iba a tener que encontrar el modo de contrarrestar la reacción que él le producía. Sólo estaban juntos para averiguar lo que estaba tramando Zeke. Le daba la sensación de que, si pudiera elegir, Riley preferiría pasar la velada con un asesino en serie que con ella. Cualquier atracción por su parte era una mala idea.

Se puso unas sandalias y se dirigió a la parte delantera de la casa. El ligero golpeteo en el techo le dijo que la lluvia prometida por la predicción meteorológica había llegado por fin. Tomó un chubasquero y se fue a buscar su bolso y las llaves.

Segundos más tarde, unos faros iluminaron las ventanas. Había llegado.

Gracie no sabía qué hacer, por lo que decidió esperar hasta que él llamara a la puerta.

– Hola -dijo al abrirla. Entonces, se alegró de haber hablado antes de verlo.

Estaba tan guapo… Como ella, se había vestido completamente de negro, pero la camiseta que él llevaba puesta no anunciaba nada más que las acerados músculos de su torso y la estrechez de la cintura. Las gotas de lluvia le brillaban sobre el cabello como si estuvieran presumiendo de la intimidad que compartían con él.

– ¿Estás lista? -le preguntó, sacudiéndose el agua de los brazos- Veo que tienes un chubasquero. Bien. Está lloviendo mucho.

Gracie no sabía qué decir. Se sintió incapaz de moverse, como si los pies se le hubieran pegado por completo al suelo. Al fin consiguió hablar.

– ¿Vamos… vamos a ir en tu coche?

– Lo preferiría.

A ella le pareció bien. No le apetecía conducir. Dudaba que, en aquel momento, fuera capaz de realizar poco más que las funciones corporales involuntarias, No sólo se sentía abrumada por la atracción que sentía hacia Riley, sino también por la injusticia de la situación. Había estado fuera tanto tiempo y había sido capaz de seguir adelante con su vida. ¿Era demasiado pedir poder regresar a casa durante unas pocas semanas sin hacer el ridículo?

No encontró respuesta a aquella pregunta retórica, por lo que se limitó a tomar bolso y llaves, a apagarlas luces y a salir al exterior.

Riley se dirigía hacia su coche, un elegante Mercedes plateado que aún olía a coche nuevo y a cuero recién estrenado. Gracie se sentó y trató de no pensar en que iban a pasar sólo Dios sabía cuánto tiempo a solas.

En cierto modo, algunas personas hubieran podido considerar aquello una cita.

– ¿Por qué no te alojas en la casa de tu madre? -preguntó él.

– Lo había pensado, pero necesito espacio para mi trabajo. Suelo trabajar por la noche y muchas personas no aprecian el ruido a las tres de la mañana.

– ¿Me equivoco al pensar que te dedicabas a algo sobre pasteles?

– No. Pasteles de boda. También realizo el algunas ocasiones pasteles para otras celebraciones, pero la mayoría de la gente no está dispuesta a pagar esa cantidad de dinero más que para una boda.

– ¿De cuánto dinero estamos hablando?

– En estos momentos estoy trabajando en un pastel que lleva una decoración muy laboriosa y es para unas cincuenta personas. Voy a cobrar mil.

– ¿Dólares?

– Sí, me ayuda cobrar mis trabajos en dólares norteamericanos. Así me ahorro confusiones.

– ¿Ese dinero por un pastel?

– Por un pastel de mucha calidad.

– Aun así… ¿Cuántos pasteles haces al año?

– Menos de cien. Por supuesto, los pasteles de boda cuestan más caros, pero también llevan más tiempo. No me va mal, pero tampoco me estoy haciendo rica. No lo seré hasta que me decida a ampliar el negocio, lo que no estoy segura de querer hacer. Me gusta tener el control absoluto de todo. ¿Sabes dónde vive Zeke? -preguntó ella, mientras avanzaban por Los Lobos.

– He estado en su casa en un par de ocasiones.

– Yo tengo su número de matrícula -dijo Gracie buscando en su bolso la información que Alex le había dado.

– Si la lluvia empeora, no podremos leer ninguna matrícula-. Tomó una calle lateral y aminoró la marcha. Gracie sólo había estado en la casa de su hermana una vez desde que regresó a la ciudad, por lo que tuvo que fijarse en los números para saber cuál era. Riley apagó las luces y se detuvo al otro lado de la calle.

– Ése es el todoterreno de Zeke-afirmó.

– ¿Es negro?

– Azul oscuro, pero, con este tiempo, cualquier vehículo oscuro parece negro.

– Muy bien. ¿Y ahora qué?

– Tenemos que esperar.

Gracie ya se lo había imaginado. De eso se trataba cuando se vigilaba a una persona, pero pensarlo y hacerlo eran dos cosas muy diferentes. No solo la ponía nerviosa Riley, sino que le resultaba muy difícil quedarse inmóvil. No hacía más que removerse en el asiento, estirar las piernas y calarse la gorra.

– ¿Te vas a quedar quieta alguna vez? -quiso saber Riley, sin apartar la mirada de la casa.

– Es que no me puedo poner cómoda. Siempre dice todo el mundo que soy muy inquieta, pero no comprendo cómo la gente se puede quedar inmóvil como una piedra. No es natural…

– Ahí está -dijo Riley, interrumpiéndola.

Efectivamente, Zeke salía apresuradamente de la casa y se metía en el todoterreno. Instintivamente, Gracie se hundió en el asiento y se ocultó el rostro.

– Dudo que pueda verte con esta lluvia -comentó Riley muy secamente.

– Quiero estar segura. No hables tan alto.

– Te estás tomando todo esto muy seriamente -observó él con una sonrisa.

Arrancó el coche y esperó hasta que Zeke se puso en marcha para avanzar detrás de él.

– ¿Adónde crees que va? -preguntó Gracie, poniéndose un poco más cómoda-. ¿Qué crees que está haciendo? Si no está viéndose con otra mujer, las posibilidades son interminables.

– Por favor, no me las digas.

– No iba a hacerlo.

– Contigo nunca se sabe.

Aquellas palabras irritaron a Gracie.

– Perdona, pero tú no me conoces en absoluto. Las impresiones que tienes de mis actos vienen de cuando yo apenas tenía catorce años y de lo que leíste en una serie de estúpidos artículos. Hasta ayer, no habías tenido ninguna conversación conmigo ni habías pasado ni un sólo momento en mi presencia.

– Hablamos cuando te tiraste delante de mi coche y me suplicaste que te matara si me iba a casar con Pam.

Gracie sintió que el rubor le abrasaba las mejillas y agradeció la oscuridad que los rodeaba.

– Eso no fue una conversación. Yo hablé. Tú te metiste en el coche y te marchaste en la dirección opuesta,

– Tienes razón. Entonces ¿me estás diciendo que debería darte una oportunidad?

– Estoy diciendo que no deberías juzgarme o asumir nada hasta que me hayas podido conocer mejor -afirmó ella. De repente, se dio cuenta de que tal vez Riley no quisiera conocerla mejor-. Se dirige a la autopista,

– Ya lo veo.

Riley aceleró y se mantuvo cerca del todoterreno de Zeke. Cuando por fin estuvieron en la autopista, redujo un poco la velocidad. Desgraciadamente, otro todoterreno se colocó delante de ellos e impidió que pudieran ver claramente a Zeke.

– Hay tantos todoterrenos… -dijo ella mirando por su ventanilla.

Efectivamente, estaban rodeados de todoterrenos.

– Ten su número de matricula a mano -le pidió Riley-. Lo vamos a necesitar si nos quedamos separados durante mucho tiempo.

– Aquí lo tengo -comentó Grade, sacando el papel-. Tal vez deberíamos haber comprado uno de esos dispositivos de seguimiento. Así, sólo tendríamos que seguir un punto rojo para saber donde está… ¿Qué? -exclamó al sentir la mirada de Riley sobre ella-. Lo he visto en las películas. No es que yo tenga uno y lo vaya a utilizar con alguien de quién no sospeche nada.

– Contigo nunca se puede estar seguro.

– A eso me refería con lo de no juzgarme. Yo acabo de hacer una sugerencia razonable y tú te has lanzado a mi yugular.

– ¿Poner un dispositivo ilegal en el coche de otra persona te parece razonable?

– ¿De verdad crees que es ilegal?

– Si no estuviera lloviendo tanto y yo no tuviera que fijarme tanto en la carretera, me golpearía la cabeza contra el volante.

– ¿Por qué? -preguntó Gracie. Estaba realmente desconcertada-. ¿Que he hecho?

Riley realizó una especie de gemido que Gracie no creyó haber oído nunca antes.

– ¿Estás casada? -quiso saber é1-. ¿Tengo que preocupame de que se me presente un tipo y trate de darme una paliza?

– No estoy casada, aunque me gustaría señalar que cualquier hombre con el que yo me casara comprendería perfectamente la necesidad de ayudar a mi hermana -replicó ella con una cierta indignación. ¿Y tú?

– No. Pam me curó de desear algo a largo plazo. Desde ella, mis relaciones han sido estrictamente superficiales.

A Gracie le habría gustado hacer más preguntas, pero vio algo.

– ¿Es ése el coche de Zeke? Mira. Ese todoterreno oscuro sale de la autopista -anunció. Se fijó atentamente y vio que el desvío llevaba a Santa Bárbara-. ¿Qué es lo que puede estar haciendo aquí?

– No podemos estar seguros de que se trate de él. Yo no llego a leer el número cíe matrícula, ¿Y tú?

– Tampoco. Tendrías que acercarte un poco más.

Riley lo intentó, pero tuvo dificultades, para realizar la maniobra. Cuando consiguieron tomar el desvío, vieron que el otro vehículo giraba a la izquierda.

– ¡Vamos, vamos, vamos! -gritó Gracie.

– Ya voy.

Siguieron al todoterreno a través de una zona residencial y observaron que se detenía delante de una casa de dos plantas.

Gracie no podía creerlo. ¿Qué estaba Zeke haciendo allí?

La puerta principal de la casa se abrió y salió un niño corriendo.

– Oh, Dios mí… No es que esté teniendo una aventura, sino que tiene otra familia al completo.

Cuando el conductor del otro todoterreno descendió del coche, Gracie se relajó. Se trataba de una mujer que se agachó inmediatamente para tomar al niño en brazos.

– Bueno, supongo que eso significa que lo hemos perdido -concluyó muy aliviada.

– ¿Tú crees? -comentó Riley, mientras daba la vuelta y regresaba por el mismo camino que les había llevado allí-. Debería haber dejado que condujeras tú. Tú eres la profesional.

Gracie levantó las cejas y lo miró. Riley tuvo el descaro de sonreír.

– Es cierto -reiteró-. Bueno, son las siete y media y yo aún no he cenado. ¿Quieres que vayamos a tomar algo antes de regresar?

Nada podría haber sorprendido más a Gracie.

– ¿Quieres decir que vayamos a cenar? -preguntó, tratando de no parecer demasiado sorprendida por la invitación.

– Normalmente es la comida que toma todo el mundo a estas horas, pero si prefieres otra cosa, veré cómo puedo complacerte,