– ¿Qué tenemos en la agenda el resto del día? -preguntó él mirándola.

– Nada que no podamos dejar para mañana -contestó ella con las mejillas enrojecidas y los ojos llenos de luz.

Maverick asintió complacido y, dándose la vuelta, la guió de regreso al coche.

Los negocios podían esperar.

Tenía cosas más importantes que hacer.

Capítulo 9

Aquello era un mundo de fantasía, un mundo que Tegan nunca había creído que fuera posible. Los días se habían convertido en un vehículo para disfrutar de una forma sorprendente y novedosa del mobiliario de la oficina. Las noches transcurrían en medio de un sinfín de experiencias sensuales.

Tegan estaba como hipnotizada por lo que él la estaba haciendo vivir, por la facilidad con que él la excitaba, por lo completa que se sentía cuando estaba dentro de ella.

Cada noche, él le pedía que se vistiera con un vestido nuevo cada vez, encargado especialmente para ella en las mejores firmas del mundo, la llevaba a cenar a los mejores restaurantes y, al final, regresaban a la isla privada de Maverick para hacer el amor durante horas.

Ir a trabajar nunca había sido tan emocionante. Dado que ya no era necesario atenerse a las pautas de comportamiento de Morgan, Tegan dio rienda suelta a su imaginación y empezó a vestirse con los trajes más sugerentes y atrevidos. Todo para avivar aún más la pasión, si eso era posible.

Eran las dos de la tarde cuando Tegan se sumergió en un baño de espuma después de haber estado haciendo el amor con Maverick. Cerró los ojos y se abandonó al placer que le producía el agua acariciando todas las partes de su cuerpo.

Por un momento, pensó que, vivir en un paraíso tan perfecto y emocionante como aquél, la estaba condenando de por vida, una vez que todo terminara, a buscar desesperadamente a otro hombre que pudiera llegar a hacerla sentir algo que fuera remotamente parecido que pudiera durar más de unas cuantas semanas.

– Estás tan preciosa que podría comerte ahora mismo.

Tegan abrió los ojos y vio a Maverick en la puerta del baño, con los ojos clavados en sus pechos, que sobresalían por encima de la superficie del agua. Sus pezones se irguieron en el acto al ver que él también estaba excitado.

– Pues entonces, ¿a qué esperas? ¡Cómeme!


Un par de días después, Maverick la sorprendió con un regalo, una pequeña cajita azul oscuro que descansaba sobre la almohada.

– ¿Qué es esto? -preguntó Tegan.

– Un pequeño detalle.

– No tienes que comprarme nada.

– Lo sé. Ábrelo.

– No -dijo Tegan-. Quiero dejar esto claro. Ya haces demasiado comprándome tanta ropa. No quiero que hagas nada más. No hay ninguna necesidad.

– ¿No te gustan las joyas?

– No las necesito. Me parecen una ostentación inaceptable cuando en el mundo hay tantos millones de personas que pasan hambre. Es un desperdicio, un derroche innecesario.

– A mí no me importa hacerlo.

– Pero hay gente en el mundo que no tiene absolutamente nada, sólo su mísera comida diaria y la esperanza de que las cosas cambien algún día. ¿No crees que podrías gastar tu dinero de una forma más útil?

– ¿Desde cuándo estás tan concienciada con los problemas del mundo? -preguntó Maverick abriendo la cajita con impaciencia y mostrándole una cadena dorada de Tiffany que dejó a Tegan casi sin respiración-. Compré esto porque quise. Disculpa.

– Pero, Maverick…, -protesto ella de nuevo mientras él pasaba la cadena alrededor de su cuello.

– Y porque quiero que te la pongas siempre que hagamos el amor -añadió tumbándola en la cama, poniéndose sobre ella y sujetando sus pechos sin dejar de mirarla-. De ese modo, siempre que la lleves puesta te acordarás de…

Tegan emitió un gemido ahogado cuando Maverick la penetró, llenándola completamente, haciendo que todo lo demás dejara de importar.


Maverick le había dicho que aquello duraría dos semanas, tres como mucho. Sin embargo, ese tiempo ya había pasado y Tegan no veía que aquella loca pasión estuviera apagándose. Trabajaban juntos durante el día, dormían juntos por la noche y aprovechaban cualquier momento libre para hacer el amor.

Hasta entonces, Tegan había temido el momento en que aquel mundo maravilloso llegara a su fin.

Después de pasar con él todas aquellas semanas, lo que empezaba a temer era que aquella pasión no se terminara a tiempo.

Tegan giró la cabeza y observó el ritmo pausado de la respiración de Maverick, el movimiento ininterrumpido de su pecho subiendo y bajando, las finas facciones de su rostro. Los primeros rayos de luz de la mañana se filtraban a través de las persianas, ajedrezando sus cuerpos.

No. El problema de verdad no consistía en saber si aquella historia se terminaría antes del regreso de Morgan.

El problema era más complicado.

No quería que se terminara.

¡Qué estúpida había sido! Se había convencido a sí misma de que todo aquello podía tener algún aspecto positivo, que podía ser la solución perfecta a la extraña situación en que se había visto envuelta, pero, en realidad, siendo sincera, lo había hecho por ella misma, había cedido a una tentación irresistible.

Tegan volvió la cabeza y miró el techo de la habitación. En unas pocas horas, Maverick saldría con Phil Rogerson hacia Milán para cerrar de una vez por todas el acuerdo con Zeppabanca. Pensar que no iba a poder estar con él, aunque sólo fuera por unos días, se le hacía insoportable. Si se sentía de aquella manera por una tontería, ¿qué ocurriría cuando él la abandonara definitivamente?

Porque ese momento iba a llegar, antes o después. Él mismo lo había reconocido. De hecho, el tiempo que se habían dado ya había expirado. El día fatídico podría llegar en cualquier momento, y, para ella, sería como un jarro de agua fría, como si el universo entero se derrumbara.

Estaba sumida en esos pensamientos cuando sintió que Maverick abría los ojos lentamente, estiraba torpemente las piernas y, abrazándola, la atraía hacia él.

– Podrías venir conmigo a Milán -dijo jugando con sus pechos.

– No es necesario. No me necesitarás para firmar un par de documentos. Estaré aquí cuando vuelvas.

– Eso espero -replicó él besándola.

La corriente que atravesó su cuerpo en ese momento casi llegó a convencerla de mandarlo todo al diablo y viajar con él a Milán con su propio pasaporte.

– ¿A qué hora sale mi avión?

– A las once y cuarto.

– Bien. Tenemos tiempo.


Tegan acababa de regresar a la oficina después de la hora de comer cuando sonó el teléfono.

– ¡Tiggy! Perdona por llamarte a la oficina. Te he dejado varios mensajes en el contestador y, como no me llamabas, había empezado a preocuparme. ¿Puedes hablar un momento?

– Lo siento -dijo Tegan sentándose ante su escritorio con un repentino sentimiento de culpabilidad.

Dormir con Maverick era tan maravilloso que casi se había olvidado completamente de su hermana.

– He estado muy ocupada, pero sí, podemos hablar. ¿Qué tal va esa pierna?

– No te lo vas a creer. Los médicos me han dicho que, si sigo así, podré volver a casa para Navidades. Estoy deseando regresar.

Navidades. Sólo faltaban tres semanas para eso. Siempre había sabido que la aventura con Maverick tendría que acabarse, que el regreso de su hermana la convertiría en una historia imposible, pero tener una fecha concreta lo hacía todo más real. Y, sobre todo, más difícil.

– Vaya, queda muy poco tiempo -dijo Tegan sin mucho entusiasmo.

– Así podrás volver a tu vida, a estas alturas seguro que ya estás harta de Maverick.

– No es tan malo como parece. Además, ahora mismo está en Italia, ha ido a cerrar definitivamente el proyecto.

– Me alegro, así no tendrás que estar con él tanto tiempo. ¿De verdad que no se ha dado cuenta de nada?

– Creo que he conseguido que no note la diferencia.

– Muchas gracias, Tiggy. Eres una hermana maravillosa.

Tegan sintió deseos de decirle a su hermana que no era tan maravillosa como ella creía. De saber Morgan que se había acostado con Maverick, seguro que cambiaría de opinión. Pero no lo hizo. Se limitó a asentir con un leve murmullo.

Su hermana no se merecía regresar a casa, después de haber tenido aquel accidente, para descubrir el lío en que Tegan había convertido su vida. Lo único que deseaba era que no se complicara todavía más.

Seguramente, se estaba preocupando innecesariamente. Al fin y al cabo, sólo tenía un retraso de dos días. Después del tiempo que había pasado en los campos de refugiados y de haber estado enferma con aquel virus, sus ciclos menstruales se habían vuelto un poco aleatorios. Además, habían usado protección en todo momento. La probabilidad de que estuviera embarazada era prácticamente nula. No debía preocuparse por una tontería y, mucho menos, decir nada que pudiera alarmar a su hermana.

Tegan cambió de tema y empezaron a hablar de hospitales, de Hawai y de los trucos que había usado para hacerse pasar por su hermana. Cualquier cosa con tal de no hablar de Maverick.


El acuerdo con Zeppabanca ya estaba cerrado, los documentos firmados y el servicio de catering del avión impecable, como siempre. Maverick apoyó la espalda en el asiento, estiró las piernas y sonrió. Todo marchaba a la perfección.

En unas horas, estaría de vuelta y todo sería incluso mejor. Cinco días habían convertido su deseo casi en una obsesión.

A su lado, Phil Rogerson dejó el periódico sobre la mesita, al lado de su vaso de whisky, y suspiró.

– Ha sido un buen viaje, pero estoy deseando volver a casa.

«Desde luego», pensó Maverick, que se estaba imaginando a Morgan esperándole en el aeropuerto, con sus bellísimos ojos y sus largas piernas esculturales vestidas con las medias de seda que tanto le excitaban.

– Lo único malo es el jet lag -dijo Rogerson bebiendo un trago.

Maverick sabía perfectamente qué iba a hacer con su jet lag, enterrarlo dentro del cuerpo de Morgan.

– Por cierto -comentó de nuevo Rogerson-, tengo un coche esperándome en el aeropuerto. Si quieres, puedo llevarte…

– Muchas gracias, Phil -dijo Maverick-, pero ya he hecho planes.

– ¿Va a ir a buscarte Morgan?

– Sí.

– Respeto mucho a esa joven. Y la admiro. Eres un hombre afortunado.

– Es mi secretaria -replicó Maverick con un extraño ataque de celos-. Eso es todo.

– Vaya, veo que me he equivocado -dijo Rogerson mirándolo.

– Intimar demasiado con los empleados nunca me ha parecido buena idea.

– ¿En serio? A mí nunca me ha importado, aunque tal vez lo diga porque yo me casé con mi secretaria. Tardé más de seis meses en armarme de valor, pero, ya ves, llevamos cuarenta y cinco años de matrimonio. Doris es lo mejor que me ha pasado en la vida.

– Demasiado peligroso -insistió Maverick.

– ¿Sabes? Eso fue lo primero que me hizo darme cuenta de que tu secretaria, Morgan, es una joven especial. Estaba allí pensando, en la sala de reuniones, intentando valorar qué debía hacer, cuando vino ella y me convenció. Me dijo que hay ocasiones en las que una persona debe arriesgarse para conseguir lo que quiere. Eso fue lo que yo hice en su momento con Doris, y me salió bien. Es una chica fantástica.

Maverick asintió. Estaba completamente de acuerdo con Rogerson. Lo que no podía comprender era por qué había tardado tanto tiempo en darse cuenta.


Hecha un manojo de nervios, con el estómago dándole vueltas y la garganta seca, Tegan esperaba en la terminal de llegadas del aeropuerto.

El correo electrónico que le había enviado Maverick le había puesto en tensión. Saber que deseaba verla en cuanto bajara del avión sólo podía significar una cosa: aquella historia estaba lejos de haber terminado. Y, como siempre le había ocurrido, a pesar de que su cabeza le había enviado señales de advertencia, su cuerpo deseaba verlo de nuevo cuanto antes.

Tampoco Tegan quería que se acabara. Quería hacer el amor con él otra vez, aunque fuera una última vez. Sólo una vez más. ¿Acaso era mucho pedir? Después, todo podría volver a la normalidad y cada uno podría seguir con su vida.

Las puertas se abrieron y Maverick, imponente en su enorme estatura, apareció enseguida con un maletín en una mano y una maleta en la otra.

Sus miradas se encontraron y, por un momento, todo alrededor de ellos desapareció.

Allí estaba él de nuevo.

No iba a durar para siempre.

Podía, incluso, terminarse en cualquier momento.

Pero, al menos, Tegan ya estaba segura de que, aunque eso sucediera, siempre le quedaría el consuelo de tener algo suyo para siempre. Algo que la ayudaría a sobrellevar el dolor de estar lejos de él, algo con lo que soportar la idea de haberle perdido para siempre, algo con lo que recordar que aquellas semanas habían valido la pena.