Ni siquiera la perspectiva de ser una madre soltera, sin trabajo y sin una casa propia conseguía enturbiar el placer de llevar un hijo suyo dentro de ella. Tenía ahorrado dinero suficiente para afrontar cualquier problema que pudiera presentarse.

El padre de su hijo se acercó a ella, con un inequívoco cansancio reflejado en el rostro por el largo viaje, el pelo despeinado y, a pesar de todo, tan atractivo como siempre.

Maverick la sonrió con esos labios que la volvían loca y Tegan fue incapaz de detener su imaginación, que ya estaba rumbo a la casa de él, a la habitación que les estaba aguardando.

– Hola, Morgan -dijo Phil Rogerson-. Me voy corriendo, tengo un coche esperando fuera. Supongo que os veré a los dos muy pronto.

Cuando Rogerson se marchó, Maverick la miró fijamente de arriba abajo.

– Vamos a casa -sonrió.

– ¿Quieres conducir tú? -le preguntó Tegan cuando llegaron al pequeño Honda de Morgan, abriendo el maletero para que él dejara el equipaje.

Sin abrir la boca, Maverick metió la maleta en el coche y negó con la cabeza.

– Hoy quiero el servicio completo.

Tegan tembló por completo. Sus fantasías estaban consiguiendo excitarla cada vez más.

Tenían muchas cosas que hacer. Además, Tegan tenía algo muy importante que decirle. Ya no le importaban las consecuencias para ella o lo que pudiera ocurrirle a su hermana. Debía hacerlo.

Pero, antes, quería disfrutar por última vez de aquel sexo tan embriagador que sólo él era capaz de darle. Sabía que no se estaba comportando correctamente, pero no le importaba. Necesitaba desesperadamente sentirlo dentro de ella una vez más.

Fue un trayecto complicado. Maverick, inclinado hacia ella, estuvo constantemente recorriendo su pelo con sus suaves dedos mientras ella intentaba concentrarse en la carretera.

Después, empezó a acariciarle el cuello, deteniéndose en cada uno de los eslabones de la cadena dorada que él le había regalado, besándole suavemente la piel.

– Te he echado de menos -dijo él-. He echado mucho de menos tu piel.

Tegan se debatía entre la conducción y sus fantasías.

– También los he echado mucho de menos a ellos… -dijo introduciendo una mano por su ropa y sosteniéndole un pecho, jugando delicadamente con su pezón.

Tegan se estaba poniendo cada vez más nerviosa. No había mucho tráfico y ya estaban muy cerca de la casa de Maverick, pero no estaba segura de ser capaz de contenerse por más tiempo.

– Pero, sobre todo, lo que más he echado de menos es esto -añadió deslizando su mano entre las piernas de Tegan.

– ¡Maverick! -exclamó ella con el cuerpo al rojo vivo-. ¡No hagas eso! ¡Estoy intentando conducir!

Tegan intentó apartar su mano, pero lo hizo sin mucha convicción. Le excitaba hasta la locura lo que él le estaba haciendo, no quería que parara, le encantaba que Maverick pensara sólo en ella, ser el centro de su mundo.

– ¿No puedes conducir más rápido? -preguntó besándola en el cuello.

– Si voy más rápido, excederé el límite de velocidad -murmuró ella apenas en un susurro, dominada por olas de pasión que la mecían a su antojo.

Una parte de ella quería detenerse en mitad de la carretera y dejar que Maverick hiciera con ella lo que quisiera. Sin embargo, otra parte sabía que aquel juego peligroso era mucho más erótico. Todo lo relacionado con él había sido siempre para ella peligroso y erótico.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Maverick advirtiendo que estaba deteniendo el coche.

– El semáforo está en rojo.

– Perfecto.

Apenas había puesto el punto muerto cuando Maverick se abalanzó sobre ella, le bajó las bragas y empezó a acariciarla en lo más íntimo de su cuerpo mientras la besaba con tanto ardor que parecía estar a punto de devorarla. Tegan llevaba tanto tiempo excitada, llevaba tanto tiempo deseando que él la tocara, que explotó sin poder evitarlo y tuvo un orgasmo allí mismo.

Aquello era una auténtica locura. Aunque no hubiera mucho tráfico a esa hora, estaban a plena luz del día, en la carretera principal que recorría la Costa Dorada.

– Ya veo que me has echado de menos -dijo Maverick alisándole la falda y ayudándola a recomponerse.

– Qué gran poder de deducción -ironizó Tegan.

El semáforo se puso en verde y Tegan arrancó.

Cuando llegaron a la isla, hicieron el amor una y otra vez como si llevaran siglos sin verse. Mientras Tegan lo tenía dentro de ella, llenándola por completo, sintiendo aquel perfecto cuerpo masculino, que parecía hecho sólo para ella, dándole placer, pensó que tal vez Maverick sabría perdonarle todas las mentiras y alegrarse al saber la noticia que tenía que darle.

Pero sólo fue un instante, porque entonces Maverick la penetró de nuevo y volvió a transportarla a un lugar en el que la razón no existía, a un lugar donde sólo estaban ellos dos y millones de estrellas que los resguardaban del mundo exterior.


– Ya estoy aquí.

Maverick entró en la habitación con dos copas y una botella de Dom Perignon envuelta en hielo. Fuera, la noche se estaba haciendo poco a poco dueña de la ciudad.

Sentada en la cama, Tegan le observó tomar la botella, quitar el corcho y llenar las copas con una irreprimible tristeza que contrastaba con la explosión de alegría y placer que había experimentado desde que habían llegado del aeropuerto.

– ¿Qué estamos celebrando? -preguntó Tegan tomando la copa rebosante de champán y bebiendo un poco para que no se derramara sobre la cama-. ¿La firma del contrato?

– Por ejemplo -respondió él sentándose junto a ella-. O, mejor, podemos celebrar que estoy en la cama con la mujer más hermosa del mundo -añadió dándole un pequeño paquete con la firma de Bulgari.

– Ya te he dicho que no quiero que me hagas regalos.

– Quería hacerlo. Ábrelo.

Tegan desató el nudo, quitó el lazo que lo rodeaba y, al abrirlo, vio asombrada un brazalete de diamantes.

– ¿No te gusta?

– Es precioso -admitió Tegan notando que su corazón estaba empezando a romperse-. Pero no me lo merezco.

– Yo creo que te lo mereces todo -replicó Maverick sacando el brazalete de su caja y poniéndoselo a Tegan en la muñeca-. ¡Por ti! -exclamó él bebiendo un poco de champán.

Tegan sintió las manos de él recorrer su cuello. Allí estaba ella, bebiendo una copa del mejor champán del mundo, en la cama con un hombre increíble, todavía con su sabor en los labios y el cuerpo agotado por el sexo. Y, sin embargo, dentro de ella, sabía que todo estaba a punto de terminarse.

¿Había alguna forma de salvar aquella historia? Si, al menos, él sintiera algo por ella… Aquel beso, aquellos regalos, ¿sólo eran producto de la pasión o escondían algo más?

– ¿No te gusta el champán? -preguntó él.

– Maverick… -empezó Tegan sabiendo que el momento había llegado-. Tengo algo que decirte.

– Eso me suena mal -dijo Maverick confuso dejando a un lado la copa de champán-. ¿Qué ocurre?

– Muchas cosas… -titubeó ella sin saber de qué forma podía decirle la verdad, decirle que estaba embarazada.

Entonces, se dio cuenta de que antes necesitaba descubrir si él sentía algo por ella. Tal vez saberlo no supusiera ninguna diferencia, puede que todo se acabara de todas formas, pero, al menos, si lo que habían compartido juntos durante aquellas semanas había sido algo más que sexo y deseo, Tegan podría guardarlo como un tesoro toda su vida.

– Cuando todo esto empezó… -comenzó indecisa-, dijiste que no duraría más de dos o tres semanas.

– ¿Te molesta que estemos tan bien juntos?

– Por supuesto que no…

Tegan empezaba a notar la confusión de él, pero debía seguir la conversación de la mejor manera posible.

– Pero… No entiendo lo que está pasando -dijo Tegan.

– ¿Qué hay que entender? -preguntó Maverick besándola-. Estamos juntos, tenemos una relación y el sexo es maravilloso. ¿Qué más hay que saber? ¿Por qué complicar las cosas?

Tegan lo miró mientras las últimas palabras que había pronunciado Maverick se hundían en su corazón como una fría espada. No había nada que hacer. Para él, aquello no era más que una relación pasajera llena de pasión que antes o después acabaría por terminarse.

– No, claro, no hay ninguna razón -disimuló Tegan-. Simplemente, me sorprende que todavía no se haya acabado. Parecías tan seguro de que sólo duraría un par de semanas…

– Yo estoy tan sorprendido como tú, pero… ¿qué le vamos a hacer?

– Me gustaría hacerte una pregunta, ¿qué ocurrió con aquella mujer? ¿Qué fue lo que te hizo tanto daño?

– ¿Tina? Olvídalo. Era una falsa y una mentirosa. Se quedó embarazada y…

El sonido del móvil interrumpió la conversación. Maverick lo tomó para comprobar quién estaba llamando y, al verlo, respondió a la llamada.

– Espera un momento, es Nell.

Tegan asintió tímidamente, pero estaba muy lejos de allí. No hacía más que repetirse las palabras que acababa de decirle.

«Se quedó embarazada… Era una mentirosa…», resonaba en su cabeza una y otra vez.

Si aquello era todo lo que había sucedido, ya no quedaba ninguna esperanza.

El corazón de Tegan se quebró.

Capítulo 10

Tegan se levantó de la cama dispuesta a vestirse, reunir fuerzas y decirle a Maverick toda la verdad en cuanto terminara de hablar por teléfono.

– ¡Has estado fuera! -exclamó la abuela de él al otro lado del aparato.

– Sí, he estado unos días en Italia -admitió Maverick con un vago sentimiento de culpabilidad levantándose de la cama y apoyándose en el cristal de la ventana, desde donde se veía la ciudad envuelta en la oscuridad de la noche-. Te lo dije antes de irme, ¿no te acuerdas?

– Bueno, eso ya no importa -contestó ella dando largas al asunto-. Lo importante es que he encontrado una solución para estas Navidades.

Maverick suspiró ante la expectativa de que su abuela volviera a sacar el tema de sus padres.

– ¿Qué se te ha ocurrido? -preguntó con resignación.

– No entiendo cómo no se te ocurrió antes. Aunque, ahora que lo pienso, a lo mejor lo hiciste y lo has estado guardando en secreto para darme una sorpresa… ¿Es eso?

– ¿De qué estás hablando? -insistió él empezando a perder la paciencia.

– Vanessa. Hablo de Vanessa. ¿Por qué no le pides que venga a comer con nosotros? Estoy segura de que estará encantada.

– ¿No se te ha ocurrido que seguramente ella ya habrá hecho planes? -preguntó Maverick dándose la vuelta y sorprendiéndose al verla vestida y poniéndose los zapatos.

¿Es que pretendía marcharse? ¿No iba a quedarse con él?

– ¿Es que no se lo has preguntado todavía?

– Abuela, es mi secretaria.

Al escuchar el comentario de Maverick, Tegan lo miró atentamente con los zapatos en la mano.

– ¿Y qué quieres decir con eso? ¿Es que ella no celebra las Navidades? -continuó Nell-. Además, me he fijado en cómo la miras. Estás loco por ella. Serás un estúpido si dejas que se te escape.

Por un momento, Maverick sopesó la idea de su abuela. No era tan descabellada. Morgan podría conseguir que su abuela disfrutara de las fiestas como hacía mucho tiempo que no lo hacía.

– De acuerdo, abuela -accedió él-. Pero tengo una idea mejor. Hemos organizado una comida de Navidad con la gente del proyecto del Royalty Cove, será fantástica y Vanessa estará allí. Te lo prometo.

Maverick quedó en llamarla al día siguiente, colgó el teléfono y miró a Morgan. Parecía nerviosa, o preocupada por algo.

– Maverick, tengo que… -dijo ella acercándose a él.

– Vendrás a la comida de Navidad del Royalty Cove, ¿verdad?

– ¿Perdón? -preguntó Tegan sorprendida.

– La comida de Navidad… Nell quiere celebrar estas Navidades como Dios manda y le gustaría que estuvieras allí. He pensado que la mejor solución es llevarla a la comida de la gente del Royalty Cove. No será el día de Navidad, pero seguro que Nell ni siquiera se da cuenta.

– No creo que… -empezó a decir Tegan negando con la cabeza.

– Le harías a Nell un gran favor. Lleva años insistiendo con lo mismo. Estar contigo sería como un regalo para ella.

– ¿Por qué haces esto? -preguntó ella exasperada.

– ¿Hacer qué? A Nell le caes bien. Además, ibas a asistir a esa comida de todas formas -dijo posando su mano en el hombro de ella-. A mí también me gustaría mucho que fueras.

«Cuando sepas la verdad, no tendrás tantas ganas de que vaya a esa comida contigo», pensó Tegan.

– No sé si podré hacerlo.

– ¡Claro que podrás! Es una comida de trabajo.

– Pero es un sábado. No estoy obligada a ir.

– Pero a mí me gustaría mucho que fueras, y a Nell también. Y te advierto que cuando se le mete algo en la cabeza no se da por vencida. Nunca ha aceptado un no por respuesta.