Tegan lo miró a punto de echarse a llorar.
– No entiendo cómo eres capaz de hablar de esa manera. ¿Es que no te has dado cuenta de cómo soy, aunque sea un poco, en las siete semanas que hemos pasado juntos?
– Sí -contestó Maverick fríamente-. Me he dado cuenta de que eres una mentirosa, que no puedo confiar en ti, que eres capaz de hacer cualquier cosa para volver las circunstancias en tu propio y único beneficio.
Tegan no podía creerlo. Se había preparado desde hacía días para encajar su enfado, su estallido de violencia verbal, incluso una irrefrenable sensación de decepción. Pero lo único que no había llegado a imaginar era aquella censura sistemática de su carácter, de su forma de ser, de todo lo que había hecho y dicho aquellas semanas.
– ¡Oh, Dios mío! -exclamó con aprensión llevándose la mano a la boca al sentir que volvía a revolvérsele el estómago.
– Ve y haz lo que tengas que hacer -ordenó Maverick señalando el cuarto de baño-. Después vístete. Te esperaré en el coche. Pero te lo advierto, que no se te ocurra decirle ni una palabra a nadie.
– ¿Qué? -dijo Tegan agitando incrédula la cabeza-. Debes de estar bromeando. ¿Todavía esperas que vaya contigo…?
– ¡Por supuesto! ¡Ve a vestirte! -exclamó él firmemente-. No te librarás de todo esto tan fácilmente.
Todas las mesas del restaurante estaban reservadas, pero la comida del Royalty Cove había sido organizada en un salón privado, rodeado de palmeras, con unas vistas extraordinarias al extenso mar que rodeaba el local. Era un lugar paradisíaco, un lugar diseñado para transmitir tranquilidad y relajación.
– ¿No es precioso? -preguntó Nell tomando un sorbo de una copa de champán, ajena a la tensión que existía entre las dos personas que se hallaban sentadas a su lado-. Hacía siglos que no me divertía tanto.
Tegan sonrió de forma forzada y bebió un poco de agua deseando que todo se acabara cuanto antes para que así pudiera volver al lado de su hermana y olvidar aquella incómoda situación.
Había muchas cosas que pensar, muchos planes que hacer. Para empezar, Morgan debía comenzar a ir a rehabilitación y ponerse a buscar un nuevo empleo.
Ella, por su parte, aunque no se veía en absoluto preparada para ello, tenía que mentalizarse para ser una madre soltera y ver cómo y dónde iba a criar al hijo que llevaba dentro de sí. Tenía suficiente dinero ahorrado para los primeros años, sobre todo contando con que la benevolencia de su hermana le permitiera quedarse en su casa una temporada. Pero no podía seguir dependiendo de ella eternamente. Debía pensar algo. Aquello le había pillado completamente desprevenida, era lo último que hubiera podido imaginarse, pero, una vez que había sucedido, de nada valía lamentarse.
Pero todos aquellos planes tendrían que esperar un poco más. Todavía quedaban por servir los postres, el café, las copas… Sólo de pensarlo se le revolvía el estómago. Y más al ver que ninguno de los presentes parecía tener la más mínima prisa por dar aquello por terminado. Era comprensible. El proyecto del Royalty Cove suponía para ellos un futuro lleno de nuevas esperanzas. Tenían mucho que celebrar.
A su alrededor, la gente conversaba afablemente pero, aunque intentaba participar del buen humor general, no conseguía integrarse con los demás, hasta todo se convirtió en un rumor informe e incomprensible. Mirando su vaso de agua, cerró los ojos y, por un instante, imaginó que las olas se la llevaban flotando hasta lo más profundo del océano y le quitaban de encima todos sus problemas, el hijo no deseado que llevaba en su vientre, el amor no correspondido que profesaba a Maverick, el imborrable sentimiento de culpa…
Tegan se preguntó si él habría albergado, en lo más profundo, algún tipo de amor hacia ella, aunque fuera pequeño. Si, en algunas de las ocasiones en las que la había tenido entre sus brazos, había experimentado cariño o ternura además de pasión. No supo responderse a la pregunta, pero se dijo a sí misma que ya no importaba demasiado, que después de lo que había sucedido en el apartamento de Morgan aquella mañana, cualquier rescoldo de amor habría desaparecido…
– Nell te ha hecho una pregunta -lo había dicho Maverick, que la estaba mirando fijamente, con el rostro serio y una pose agresiva.
Desconfiando de ella, de que a pesar de la advertencia cayera en la tentación de decir algo sobre su embarazo delante de todo el mundo, Maverick había intentado sentarla en una esquina de la mesa, lejos de su abuela y de todo el mundo. Pero Nell había insistido personalmente en sentarse junto a la joven secretaria de su nieto, tomándola de la mano para mostrar su incorruptible decisión. A la vista de la situación, lo único que había podido hacer Maverick había sido sentarse al otro lado de su abuela para mantenerse a la escucha y velar por sus intereses.
– Lo siento, Nell -se disculpó Tegan, de vuelta a la realidad-. ¿Qué decías?
– Te había preguntado qué querías por Navidad.
– Nada especial -dijo Tegan sin poder evitarlo, sonriendo ante la maravillosa inocencia de la anciana.
«Y menos ahora», pensó con amargura imaginando lo increíbles que habrían sido aquellas fiestas si todo se hubiera desarrollado de otra manera.
– Pues yo creo que Santa Claus traerá algo muy especial para ti en su trineo -dijo Nell posando su mano agrietada por la edad sobre la mano de la joven.
Tegan sonrió amablemente y agradeció internamente, con sinceridad, el optimismo de la anciana.
Pero lo que ella quería para Navidad nunca lo tendría. Maverick se había encargado de dejárselo muy claro, había destruido todo resquicio de esperanza. Nunca la perdonaría. Jamás.
– Yo sé lo que tú necesitas -insistió Nell, dispuesta a animar a la secretaria de su nieto a toda costa-. Pasadme la botella de champán. La copa de Vanessa está vacía.
Tomando la botella, Phil Rogerson llenó la copa de Nell preguntándose por qué había llamado la abuela de James Maverick a la secretaria de su nieto, Vanessa.
– No, gracias -dijo Tegan tapando con la mano su copa cuando Rogerson se dispuso a llenarla-. Mejor no.
Lo último que necesitaba en aquel momento era alcohol corriendo por sus venas y agitándole el estómago todavía más.
Viendo que Nell no le quitaba el ojo de encima, Tegan recordó felizmente un pequeño regalo que le había comprado a la anciana y lo sacó para desviar por un momento su atención.
– Estaba guardando esto para cuando terminaran los postres, pero creo que ahora también es buen momento -dijo Tegan-. Sólo es un pequeño detalle, pero espero que te guste. ¡Feliz Navidad, Nell!
– ¡Oh! ¡Me encantan los regalos! -exclamó la mujer aplaudiendo con las manos temblorosas y los ojos húmedos por la emoción-. ¿Qué es?
– Ábrelo y lo verás -dijo Tegan.
Nell rasgó el papel que envolvía la pequeña cajita con la ansiedad de una niña de seis años. A pesar de todas las preocupaciones y problemas que tenía en la cabeza, Tegan no pudo sino sonreír ante la genuina expresión de emoción de la mujer.
– ¡Es precioso! -exclamó Nell-. ¡Mira, Maverick! ¡Mira el regalo que me ha hecho Vanessa! -dijo casi gritando mostrándole a su nieto un pequeño camafeo dorado.
– Déjame ponértelo -dijo él tomándolo de las manos de su abuela y ajustándoselo en la solapa.
– Tiene más de cien años -comentó Tegan, contenta porque su regalo hubiera sido tan bien recibido.
– ¡Cielos! ¡Es casi tan viejo como yo! -exclamó Nell haciendo que toda la mesa se echara a reír-. Me encanta -añadió tomando de nuevo la mano de Tegan-. Eres una chica adorable. ¿No es verdad? -preguntó dirigiéndose a su nieto.
Maverick aprovechó que justo en ese momento habían empezado a servir los postres para no responder. Lo que tenía en la cabeza no era apto para ser dicho delante de tanta gente.
Había estado observando a Tegan en todo momento. Apenas había tocado la comida. No había bebido ni una gota de alcohol. Era evidente que la situación era incómoda, pero su conducta también parecía motivada por otra razón.
¿Sería verdad que llevaba un hijo suyo dentro de su vientre?
Después de la desagradable experiencia que había tenido con Tina, Maverick se había prometido a sí mismo que nunca más volvería a dejarse impresionar, ni chantajear, por ninguna mujer que acudiera a él afirmando haberse quedado embarazada de un hijo suyo. Cuando Tegan le había contado todo aquella mañana, había sido aquella remota sensación de furia, de humillación y defensa propia, la que había acudido a él como un escudo protector.
Sin embargo, allí sentado, mirando a Tegan, descubrió que sentía algo extraño. Mientras que con Tina todo había sido desagradable, a pesar de haber terminado por descubrir que todo era mentira, con aquella chica estaba empezando a experimentar algo parecido al orgullo. El orgullo de que ella llevara dentro un hijo suyo.
¿Por qué aquella mujer provocaba en él sentimientos tan contradictorios? Tenía ganas de gritarla, de humillarla por todo lo que le había hecho, por todas las mentiras que le había dicho durante todas aquellas semanas. Sin embargo, al mismo tiempo, sentía la necesidad de protegerla, de abrazarla para que nada la afectase.
Cuando Tegan se disculpó un momento para ir al servicio, Nell se inclinó levemente sobre su nieto.
– Tu madre se comportaba igual -dijo la anciana.
– ¿A quién te refieres? -preguntó Maverick.
– A Vanessa. No bebe nada. No come nada. Tu madre hacía lo mismo cuando se quedó embarazada de ti. Yo, en cambio, lo hice justo al contrario, ya me conoces. Nunca tuve náuseas, ni vómitos, ni… ¡Maverick! ¿Dónde vas?
Capítulo 12
Tegan se cubrió la cara con una toalla húmeda. No se sentía mal, no le habían entrado náuseas. Simplemente, había necesitado refugiarse en el cuarto de baño un momento para estar sola.
Preocupada por el tiempo que llevaba allí, pensando que Maverick era capaz de montar una escena si se retrasaba demasiado, Tegan dejó la toalla en su sitio y salió por la puerta camino de la mesa donde se estaba celebrando la fiesta. Pero, antes de llegar, fue a Phil Rogerson a quien se encontró.
– ¿Te ha gustado la comida? -le preguntó Rogerson.
Tegan asintió sonriendo y se dio cuenta de que aquélla sería, con toda seguridad, la última vez que vería a aquel hombre.
– Por cierto, quería preguntarte algo -dijo Rogerson-. ¿Por qué Nell te ha llamado Vanessa?
– Dice que no tengo pinta de llamarme Morgan -sonrió Tegan.
– ¡Muy bueno! -se rió Rogerson-. Nell es todo un personaje.
Mientras el constructor se reía, Tegan miró a su alrededor y comprobó que no había nadie cerca. Tenía que aprovechar el momento.
– Phil… Mmm… -empezó Tegan-. Me gustaría decirte algo. ¿Tienes un momento?
– Claro, querida -aceptó Rogerson indicando con la mano una agradable zona en la terraza del restaurante con un par de sillones donde podrían hablar con tranquilidad-. Podemos sentarnos allí, si te parece.
– Y ésa es la historia -terminó Tegan esperando la reacción de Rogerson-. Siento haberte decepcionado, Phil, de verdad. Odio haberlo hecho, pero en aquel momento no vi otra opción. Pensé que debías saberlo por mí antes de enterarte por otra persona.
– Bueno -dijo Rogerson posando una mano en el hombro de Tegan-. Si te sirve de consuelo, siempre tuve la sensación de que algo no encajaba. Aquella conversación sobre mi hijo… Sabías demasiado sobre Sam, sobre el trabajo que hacía en Somalia, para ser simplemente de lo que te había contado tu hermana. Pero ahora que me has dicho que tienes una hermana gemela… Todo encaja. ¿Qué ocurrirá contigo ahora que todo ha salido a la luz?
– Para ser sincera, no lo sé. Sé que he traicionado a mucha gente. Tengo tantas cosas que arreglar…
– Si alguna vez necesitas un trabajo -dijo Rogerson tomando las manos de Tegan-, llámame. Volverás a estar en la brecha en menos de que cante un gallo.
– Muchísimas gracias, Phil. Me siento tan culpable… Entiéndelo, tenía que contártelo para que lo comprendieras.
– Me alegro de que lo hayas hecho, es un gesto que me halaga. Además, debes de querer mucho a tu hermana y tu hermana a ti para haber hecho algo así por ella. Y no lo olvides, Doris todavía está deseando ver a tu hermana… ¡perdón! -se corrigió a sí mismo Rogerson-. Sigue deseando verte para que le cuentes más cosas de Sam. Por cierto, ¿sabes que llamó ayer? Viene a casa dentro de tres meses. Doris está muy feliz.
Rogerson le dio un beso en la mejilla antes de levantarse, darle ánimos y volver a la mesa.
Alegrándose por lo contento que estaba Rogerson por la inminente visita de su hijo, Tegan se levantó y se apoyó en la barandilla de la terraza cerrando los ojos, sintiendo la brisa del océano bañar su cara. Era el primer momento de relajación que tenía en todo el día.
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