Tegan decidió dejarle solo y se levantó para conseguir un café para su jefe y un zumo para ella. Tenía ganas de poder hablar con Rogerson, pero sabía que no debía hacerlo.

– ¿Necesita algo? -le preguntó de repente el constructor mientras sostenía un plato lleno de sándwiches.

– No, gracias -respondió ella-. Vaya, veo que ha conseguido librarse de todo el mundo.

– En los negocios, la rapidez es esencial -dijo Rogerson sonriendo-. Debo admitir que su jefe es muy persuasivo.

«Desde luego», pensó Tegan recordando lo que había ocurrido el día anterior en la puerta del ascensor.

– A Maverick le apasiona su trabajo. Por eso quiere que usted entre en el proyecto, quiere al mejor.

Rogerson se llevó a la boca uno de los sándwiches sin dejar de mirarla.

– Señor Rogerson, espero que no le moleste la pregunta, pero se parece mucho a un hombre que conocí una vez. No tendrá usted algo que ver con Sam Rogerson, ¿verdad?

– ¡Vaya! -exclamó Rogerson con sus ojos azules iluminados-. Estaba esperando que me preguntara algo sobre Zeppabanca, es usted encantadora. Pues sí, mi segundo hijo se llama Sam, trabaja en Médicos Sin Fronteras.

– ¡Lo sabía! Sam es una persona extraordinaria y un gran médico. Tiene un talento natural con los niños. Todo el mundo se alegra mucho cuando él está cerca. Debe estar muy orgulloso de él.

– ¿No me diga que ha estado usted trabajando en alguno de esos países olvidados de Dios?

– ¡Oh! -exclamó Tegan recordando, de repente, que se suponía que ella era su hermana, Morgan, que nunca había estado en África y mucho menos en un campo de refugiados-. En realidad no, pero he oído hablar de él. Mi hermana estuvo varios años en GlobalAid y trabajó con él una temporada. Me ha hablado mucho de él, sobre todo de lo maravilloso que era con los niños.

– Es precioso oírla decir eso de mi hijo. Sobre todo porque no solemos tener noticias suyas muy a menudo, sólo un par de veces al año. A Doris y a mí nos vuelve locos, nunca sabemos en qué anda metido.

– Pues, si le sirve de consuelo, puedo asegurarle que está haciendo un trabajo excelente. Mi hermana me contó que estuvo con él hace un mes, justo antes de que ella saliera del país. Me contó que su hijo estaba haciendo un trabajo increíble, pero que echaba mucho de menos a su familia.

En realidad, Sam había sido el médico que había dado el visto bueno a Tegan para que regresara a casa. Había pasado un rato hablando de Australia, de la Costa Dorada, y de lo mucho que él la echaba de menos.

– No sé qué decir. Sus palabras me llenan de alegría. ¿Y dice que fue su hermana quien le contó todo?

– Sí, acaba de volver hace poco después de haber pasado en África tres años.

– Querida, me ha alegrado usted el día. Doris se pondrá muy contenta cuando lo sepa. Se preocupa mucho por nuestro hijo, como no le vemos mucho…

Tegan lo entendía perfectamente. Su propia hermana le había rogado, a su regreso, que no volviera, ya que no podía dormir por las preocupaciones y los temores.

– No saber nada es lo peor -dijo Tegan-. Pero, si le sirve de ayuda, puedo decirle que mi hermana, su hijo y todos los que han decidido orientar sus vidas como ellos son conscientes de los riesgos que conlleva. Siempre hacen todo lo que pueden para correr el menor peligro posible. Pero, a veces, son conscientes de que hay que arriesgar para marcar la diferencia.

Rogerson pareció meditar sus palabras unos instantes y, entonces, posó su mano sobre el hombro de Tegan.

– Sabias palabras, querida. Sabias palabras -dijo sacando una tarjeta de su chaqueta-. Aquí tiene mis señas. Llámeme cuando su hermana tenga un rato libre y arreglaremos una cita para que pueda contarnos a mi mujer y a mí cosas sobre los campos de refugiados y sobre nuestro hijo. Y muchas gracias de nuevo. Doris se va a poner muy contenta cuando se lo cuente todo. Ahora, será mejor que se tome ese café antes de que se enfríe.

¡Cielos!

Se había olvidado del café de Maverick.

Estaba helado.


¿Qué estaba haciendo Morgan? ¿De qué demonios estaba hablando con Rogerson? ¿Por qué sonreía tanto? A él nunca le había sonreído así.

Cuando Rogerson posó su mano sobre el hombro de su secretaria, empezó a hervirle la sangre en las venas.

– Maverick, ¿quiere añadir algo?

El jefe de su equipo de abogados le estaba mirando fijamente, esperando una respuesta.

– No, nada más.

¿De qué había estado hablando con él? Si había hecho o dicho algo para poner en peligro el proyecto, se lo haría pagar.

Su secretaria se sentó junto a él al fin y le puso sobre la mesa una taza de café. La sonrisa que había observado en ella mientras hablaba con Rogerson había desaparecido.

– Bueno -dijo Rogerson-, no veo ninguna necesidad de que sigamos perdiendo el tiempo. ¿Qué opinas, Maverick?

Maverick miró de reojo a su secretaria.

¿Qué demonios le había dicho?

– Señor Rogerson -dijo Maverick apartando el café con la mano, incapaz de beber nada-. Eso depende de lo que usted decida.

– Tiene toda la razón. Lo he estado pensando y he tomado una decisión. No voy a aceptar la garantía personal que me ha ofrecido.

Capítulo 5

Algo dentro de Maverick se quebró como el cristal. Morgan había firmado su sentencia de muerte.

Había estado trabajando en aquel proyecto durante años, planificándolo hasta el último detalle y, cuando estaba a punto de conseguirlo, algo que había dicho ella lo había echado todo por tierra.

– Entiendo -dijo Maverick incrédulo.

– Me temo que no lo ha entendido -dijo Rogerson-. No voy a aceptar su garantía porque no la necesito.

Maverick miró al hombre como si le hubiera regalado una segunda vida, aunque inseguro todavía de haber comprendido bien.

– Entonces… ¿Significa eso que acepta construir el Royalty Cove sin ninguna garantía?

– Por supuesto. Un hombre que habla con tanta pasión como usted, y que está dispuesto a poner su propio patrimonio como garantía, es un hombre en quien se puede confiar. Además, hay cosas más importantes en la vida que la seguridad. A veces, es necesario asumir riesgos para marcar la diferencia.


– ¿Me vas a contar qué ha pasado? -preguntó Maverick en el trayecto de vuelta mientras conducía su descapotable.

– ¿A qué te refieres? Rogerson aceptó el contrato, ¿no era eso lo que se suponía que tenía que suceder?

– No me refiero a eso -dijo apartando la mirada de la carretera por un instante para mirarla-. ¿De qué estuvisteis hablando Rogerson y tú? Parecíais tener mucha complicidad. Hasta te puso la mano en el hombro. ¿De qué hablasteis?

– Se diría que estás celoso -bromeó Tegan.

– No digas tonterías -dijo él poniendo suficiente agresividad en su voz como para que ella captara correcta y claramente el mensaje-. Podría ser tu abuelo.

– ¿Y? Me gusta ese hombre. No es el típico multimillonario engreído y egocéntrico. Es una persona cercana, cálida y auténtica.

Maverick la miró de nuevo. ¿Era eso lo que opinaba ella de él, que era un empresario egocéntrico? ¿Por eso nunca le sonreía como lo había hecho con Rogerson?

– ¿Qué le dijiste?

– Phil Rogerson tiene un hijo llamado Sam, es médico y trabaja para Médicos Sin Fronteras.

– ¿Y?

– Pues resulta que yo… Mi hermana trabajó con él durante un tiempo. Estuvimos hablando sobre ello.

– ¿Tienes una hermana?

– Sí.

– ¿Y trabaja en campos de refugiados?

– Trabaja para GlobalAid. O, al menos, trabajaba. Acaba de regresar hace poco.

– Nunca me dijiste que tuvieras una hermana.

– Nunca lo preguntaste.

Y así era, en verdad. Nunca le había interesado mucho la vida personal de su secretaria. Sin embargo, de pronto, todo lo que tenía que ver con ella le interesaba, le obsesionaba.

– ¿Y dices que tu hermana trabajó un tiempo con el hijo de Rogerson?

– Eso es.

– ¿Cómo lo supiste tú?

– Mi hermana me lo contó.

– ¿Y cómo te diste cuenta de que Phil Rogerson era su padre?

– Disculpa, pero… ¿adónde quieres llegar? -preguntó Tegan nerviosa.

– Dímelo tú -contestó Maverick observando la inquietud de su secretaria.

– No lo sabía, ¿contento? No estaba segura, se lo pregunté y tuve suerte. Él y su mujer no han tenido noticias de su hijo desde hace mucho tiempo, por eso se alegró tanto de hablar conmigo. Mi hermana estuvo con el hijo de Rogerson hace apenas un mes.

Maverick detuvo el coche en el aparcamiento del edificio que albergaba sus oficinas, pero no hizo ninguna intención de salir del vehículo.

– Morgan.

– ¿Sí?

Maverick pasó el brazo derecho por detrás del respaldo del asiento de ella y se inclinó levemente hacia Tegan, observando cómo ella se pegaba a la puerta para aumentar el espacio entre ambos.

Era evidente que su secretaria estaba pensando que él estaba dispuesto a continuar con el beso que habían interrumpido el día anterior.

La idea no carecía de atractivo. Había pasado toda la noche dándole vueltas, recordando el momento, recordando el cuerpo de ella y fantaseando sobre lo que habría podido pasar.

– ¿Quieres algo? -preguntó ella, nerviosa, con la respiración agitada.

– Dices que tu hermana volvió hace apenas un mes y te contó que había estado con el hijo de Rogerson. ¿No te parece curioso?

– No te entiendo. ¿Dónde está el problema? Deberías estar contento después de lo que acaba de ocurrir en la reunión. ¿Acaso no has conseguido lo que querías?

¿Lo que quería?

Últimamente, no estaba muy seguro de lo que quería.

En esos momentos, por ejemplo, lo único que deseaba era besarla.

Pero ya era demasiado tarde. Su secretaria había abierto la puerta y había salido apresuradamente del vehículo.

– ¡Morgan!

Maverick salió del coche rápidamente, lo cerró y fue corriendo hasta los ascensores, donde su secretaria esperaba ansiosa.

– ¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás a la defensiva? Al fin y al cabo, no es algo que tenga demasiada importancia.

Tegan estaba agotada. Agotada de sus constantes preguntas, de sentirse examinada a cada segundo. Sólo era cuestión de tiempo que terminara por descubrir el engaño.

– Creí que estabas enfadado conmigo.

– No estaba seguro de ti. No entendía qué había pasado en la sala de reuniones entre Rogerson y tú.

Tegan se volvió para responderle, pero no supo qué decir. Durante todo el día, hasta aquel momento, Maverick se había mantenido a distancia, se había comportado como su jefe en todo momento, y eso le había servido a ella para manejar un poco mejor la situación.

Pero, en los últimos minutos, todo había cambiado. Su presencia se había vuelto peligrosa de nuevo, volvía a tener problemas para respirar con normalidad.

La inseguridad que sentía aumentó todavía más al abrirse las puertas del ascensor y entrar los dos. Maverick sacó una tarjeta del bolsillo de su chaqueta y pulsó el botón de la planta donde estaba su despacho. Sin embargo, en lugar de ponerse a su lado, Maverick se situó de espaldas a las puertas, mirándola fijamente. Tegan apoyó la espalda contra la pared opuesta, como si estuviera prisionera en una cárcel.

– ¿Es que no te das cuenta de lo que ha sucedido? -le preguntó él acercándose-. Si tu hermana no te hubiera contado que había visto a Sam Rogerson, el resultado de la reunión seguramente habría sido muy distinto. Rogerson no estaba convencido, lo noté. Sin embargo, hablar contigo le hizo cambiar de opinión. ¿Qué le dijiste?

Estaba cerca.

Demasiado cerca.

Podía sentir el calor del cuerpo de él, su perfume invadiéndola como una ola de deseo. Su cuerpo estaba empezando a despertar, luchando por lanzarse en los brazos de él. Aquello se estaba volviendo cada vez más peligroso.

– No lo sé -dijo Tegan-. Phil me estaba contando lo preocupados que estaban su mujer y él por los constantes riesgos que tenía que asumir su hijo. Lo único que yo le dije fue que, a veces, es necesario asumir riesgos para marcar la diferencia.

– ¡Bravo! -exclamó él-. Lo que hiciste fue resumir en una sola frase el espíritu del proyecto, mientras que a mí me costó una hora de discurso.

Maverick extendió la mano y le acarició la mejilla suavemente con las yemas de los dedos. ¿Por qué un gesto tan insignificante estaba provocando una reacción tan desproporcionada dentro de su cuerpo? Sus pechos se estaban endureciendo y sus labios entreabriendo. La última vez que habían estado tan cerca había sido el día anterior, y las cosas habían ido demasiado lejos. Sin embargo, el día anterior, Tegan había pensado que por quien estaba interesado Maverick era por su hermana. Sin embargo, después de la conversación con Morgan, ese extremo había quedado claro.