¿Era posible que Maverick se sintiera atraído por ella?

¿Cómo iba a ser capaz de luchar contra eso?

«Morgan volverá dentro de unos días, y tendrá que afrontar las consecuencias de lo que yo haga», se recordó Tegan a sí misma.

– Maverick… -murmuró.

– Debería darte las gracias -dijo él mirándola fijamente-. Has salvado todo el proyecto. Debo encontrar la manera de agradecértelo.

– No es necesario -dijo ella rápidamente mirando hacia otro lado, pensando en lo rápido que saldría de allí si pudiera atravesar las paredes.

– Al menos, debería darte las gracias -insistió él apoyando una mano contra la pared, cortando así la vía de escape de Tegan.

– Entonces, hazlo -dijo Tegan, suplicando por dentro que no insistiera más.

– Sin embargo, creo que te mereces algo más que darte las gracias -dijo Maverick sosteniéndole la barbilla con la mano y alzándole la cabeza.

El cuerpo de Tegan estaba ya casi incandescente. Sus últimos reductos de sensatez estaban derritiéndose poco a poco.

– Entonces… -murmuró Tegan mirándole con los ojos llenos de deseo-, ¿qué?

Como si hubiera adivinado sus más íntimos pensamientos, Maverick se acercó aún más a ella, hasta que sus cuerpos se tocaron. Los pechos de Tegan estaban a punto de explotar, presionados contra el tórax de él. El menor movimiento, el menor gesto, y se entregaría a él sin la menor resistencia.

– Entonces… esto.

Los labios de él tocaron los suyos y Tegan se sintió como si hubiera regresado a casa después de haber pasado mucho tiempo lejos. Maverick la estaba besando tan suavemente, con tanta delicadeza, que lo único que podía hacer era darle la bienvenida con su boca.

Justo en ese momento, el ascensor se detuvo, sonó un timbre y las puertas se abrieron.

– ¡Cielo santo! -exclamó Maverick separándose un poco de ella, mostrando con su reacción que estaba tan turbado como Tegan.

Con un movimiento casi imperceptible, Maverick la tomó en brazos y salió de ascensor. Tegan estaba tan sorprendida como excitada. Nunca le había ocurrido nada semejante. Estar envuelta en sus brazos la embriagaba de una forma inesperada, tanto que apenas se dio cuenta de que, en lugar de detenerse en el escritorio de ella, Maverick había seguido recto.

¿En qué estaba pensando?

¿Quería llegar hasta el final?

– ¿Adónde me llevas?

– A un lugar donde no nos moleste nadie -dijo él abriendo una puerta.

– ¡Maverick! -protestó Tegan intentando liberarse-. No creo que sea buena idea.

– Pues a mí no se me ocurre ninguna mejor.

El cuerpo de Tegan estaba de acuerdo con él, pero su parte racional le decía a gritos que todo era un tremendo error.

Maverick avanzó a través de un enorme salón que, al igual que el despacho de él, gozaba de unas preciosas vistas a la bahía.

– ¡Déjame bajar! -gritó Tegan-. ¡No podemos hacer esto!

– Claro que podemos, pero, ya que lo pides tan amablemente -bromeó él-, haré lo que me pides.

Pero Tegan no aterrizó en el suelo, como esperaba, sino en una cama enorme cubierta por un edredón de seda.

Quitándose la chaqueta, Maverick la miró desde los pies de la cama con los ojos encendidos.

– ¡No! -exclamó Tegan viendo que él empezaba a quitarse la camisa despacio.

Tenía que escapar de allí. Era evidente que aquello no podía suceder. ¿Por qué su cuerpo no le obedecía? ¿Por qué estaba tan excitada?

La respuesta la tenía delante de ella. Maverick se había quitado la camisa y los pantalones, exhibiendo un cuerpo perfecto, un cuerpo diseñado por un escultor para volver locas a las mujeres.

– Tú sientes lo mismo que yo -murmuró él-. Lo sentiste mientras subíamos en el ascensor.

– Sólo fue un beso -mintió Tegan.

– Fue mucho más que un beso -dijo él.

– Eso no significa…

Aprovechando el momento, Tegan se revolvió en la cama e intentó salir por un lado.

Pero Maverick, haciendo gala de nuevo de sus excelentes reflejos, fue hacia ella rápidamente y abortó su fuga.

– Eso significa que me deseas.

Y, para demostrarlo, tomó la mano de ella, la obligó a recorrer su tórax y, suavemente, hizo que tomara su miembro.

Tegan se quedó sin respiración. Era demasiado. No podía más. Deseaba tener aquello dentro de ella.

– Yo también te deseo -añadió besándola.

Pero, incluso poseída por aquella intensa pasión, algo dentro de ella no iba bien.

Aquello estaba yendo demasiado rápido, lo había conocido hacía sólo dos días y ya estaba tendida en una cama con él deseando que la penetrara.

Era una auténtica locura.

Una locura que no podía permitirse, y mucho menos con él. No cuando, en realidad, ella estaba suplantando el lugar de su hermana, no cuando iba a ser Morgan la que afrontara las consecuencias del caos que ella estaba creando.

– ¡No puedo hacerlo! -suplicó Tegan.

– ¡Deseas hacerlo!

Quería gritar, quería decirle que sí, que lo deseaba, que siguiera adelante, que no se detuviera… Pero no podía hacerlo.

– No -mintió-. No te deseo, quiero que pares, por favor.

Maverick se quedó inmovilizado, como si lo hubieran congelado.

– ¿Hablas en serio? -preguntó mirándola.

– Tengo que irme -dijo Tegan haciéndose a un lado y saliendo de la cama.

– ¡Morgan! ¿Qué ocurre?

– No quiero hacer el amor contigo. ¿Es que no lo entiendes? Tú no me deseas de verdad.

– ¿De qué estás hablando? Claro que te deseo. Y lo sabes.

Tegan negó con la cabeza. Morgan había sido muy clara en lo referente a su relación con Maverick. Cuando regresara la semana siguiente, todo debía seguir igual.

– ¿Cuál fue la frase que me dijiste el primer día que entré a trabajar aquí? ¿No me dijiste que me despedirías en el acto en cuanto intentara algo contigo? ¿Qué está pasando ahora? No lo entiendo.

Maverick la miró furioso. Sí, le había dicho eso, ésas eran sus palabras.

– ¡Vete a casa! -exclamó fuera de control-. ¡Tómate la tarde libre!

– Pero… tengo trabajo que hacer.

– ¡He dicho que te vayas a casa! Ya has hecho bastante por hoy.


Maverick se abrochó la camisa insatisfecho, con el cuerpo en tensión y la cabeza confusa.

¿Qué le estaba ocurriendo?

Morgan llegaba trabajando para él desde hacía más de un año y medio y nunca le había parecido nada especial.

¿Por qué, de repente, todo había cambiado?

¿Por qué la deseaba con tanta intensidad?

La deseaba. ¿Por qué debía renunciar a ella? No se parecía en nada a Tina. De lo contrario, no habría dejado escapar la menor oportunidad para acostarse con él.

Morgan, en cambio, estaba intentando luchar contra la evidente atracción que sentía hacia él. Y, aunque eso la hacía aún más atractiva, no podía entenderlo.

¿Por qué?

Maverick se arregló el pelo sintiendo su cuerpo todavía excitado. Necesitaba una mujer urgentemente.

Entró en su despacho, sacó su PDA y consultó su agenda. Disponía de todas las mujeres que deseara.

Al llegar a Sonya se detuvo. Era una preciosidad de pelo corto, moreno y ojos verdes. Nunca le había dicho que no.

Pero, al tomar el auricular para marcar su número, se detuvo. No quería a Sonya. No quería a ninguna otra mujer que no fuera su secretaria.

La culpa de todo la tenía Tina. Había sido aquella mujer quien le había llevado a hacerle aquella estúpida advertencia a Morgan.

Sin embargo, él seguía siendo el responsable de sus actos. Podía romper sus propias reglas en cualquier momento. Nadie le obligaba a seguirlas.

Deseaba a Morgan e iba a tenerla antes de que terminara la semana.

Lo único que tenía que hacer era esperar.

Capítulo 6

Aquel miércoles amaneció despejado y soleado en toda la Costa Dorada. Todo parecía luminoso y alegre, salvo Tegan. No cesaba de repetirse que, de haberle insistido a su hermana por teléfono, Morgan habría regresado y ella no tendría que soportar otros tres días más aquella tensa situación con Maverick, aquella inconveniente e incómoda atracción.

Pasó todo el día esperando un gesto por parte de él, un intento de reanudar lo que había quedado interrumpido el día anterior, pero él no hizo nada.

Estuvo saliendo de su despacho cada dos por tres con cualquier excusa para acercarse a ella y preguntarle las cosas más nimias. Todo para poder mirarla. Pero nada más. No hizo nada más.

Tegan creyó en muchos momentos que no podría aguantar más la situación, pero, entonces, dieron las cinco de la tarde y salió corriendo de la oficina, feliz por haber sobrevivido un día más.

El jueves Maverick redobló sus esfuerzos, sus constantes preguntas, sus insistentes miradas, hasta que, a media mañana, Tegan no pudo más.

– ¿Qué quieres esta vez? -preguntó furiosa viendo que Maverick se disponía a acercarse de nuevo a ella.

Sin embargo, en aquella ocasión, en lugar de responder con alguna evasiva, o buscar entre los papeles del escritorio de ella algún misterioso documento, Maverick dejó un paquete de carpetas sobre su mesa.

– Rogerson necesita esto cuanto antes, pero hay que hacer algunos cambios. Ponte en contacto con alguien de Proyectos y pídele que los haga cuanto antes.

Tegan consultó los documentos que Maverick había depositado sobre su escritorio. No parecía nada complicado. Tegan había hecho proyectos mucho más complicados en sus primeros años de vida laboral, antes de empezar a trabajar en GlobalAid.

– No es necesario avisar a nadie -comentó Tegan-. Puedo hacerlo yo misma.

– ¿Desde cuándo sabes utilizar software de gestión de proyectos? -preguntó él mirándola.

Tegan comprendió el pequeño error que había cometido.

– Hice un curso nocturno hace tiempo -mintió-. ¿No te lo he dicho nunca?

– Como quieras -respondió Maverick con una sombra de duda-. Pídeles a los de Proyectos que te envíen los ficheros. Lo quiero corregido y en mi despacho antes de diez minutos.

Tegan sólo tardó siete en hacerlo. Aunque eso no hizo que Maverick cambiara de actitud.

– Muy bien -valoró él en su despacho cuando Tegan entró a darle lo que le había pedido-. Parece que tienes muchas habilidades ocultas. ¿Qué otras sorpresas me tienes preparadas?

Tegan respiró nerviosa e hizo una nota mental para recordarle a Morgan que se apuntara al primer curso de software para gestión de proyectos que estuviera disponible.

– Si eso es todo… -dijo Tegan deseando escapar de allí.

– No, eso no es todo -dijo Maverick levantándose de la silla y rodeando la mesa para acercarse a ella.

Instintivamente, Tegan dio un paso atrás. Habían pasado dos días desde la última vez que él la había tocado, y no quería que volviera a suceder. No podía confiar en sí misma.

Maverick se detuvo a menos de un metro de ella, con sus anchos hombros bloqueando su campo de visión y los ojos fijos en los suyos.

– Envía esto por fax a Rogerson enseguida -ordenó él dándole unos papeles.

Cuando llegó el viernes, Tegan supo que había llegado el momento de la verdad. Maverick estaba más insoportable e irritable que nunca, pero a ella eso le daba igual. Sólo pensaba en los sesenta minutos que quedaban para que terminara la jornada de trabajo y salir de allí. Al fin, todo habría terminado.

Sólo quedaba una hora. Lo había conseguido. Había pasado una semana con Maverick sin que él sospechara nada. Había salvado el trabajo de su hermana y, gracias a ella, Morgan había podido asistir a la boda de su amiga. Cualquier deuda que Tegan pudiera tener con ella había quedado completamente saldada.

– ¿Por qué estás hoy tan contenta? -preguntó Maverick de pronto saliendo de su despacho.

Tegan lo miró mientras el nerviosismo y la atracción que le habían acompañado durante toda aquella semana volvían a dominarla. Al mismo tiempo, sintió algo parecido a la decepción. A partir de aquel día, todo volvería a ser más aburrido y monótono, no volvería a sentir aquella agitación, aquella electricidad embriagadora.

– Es viernes -contestó ella.

– ¿Y? -replicó él.

Tegan estaba tan contenta que casi sentía deseos de contárselo todo, de compartir con él aquella sensación de éxito.

– A todo el mundo le gusta los viernes.

– ¿Es que has hecho planes?

«Por supuesto, ir a buscar a mi hermana mañana mismo al aeropuerto y recuperar mi vida», pensó.

– Nada especial, lo de siempre.

Maverick asintió serio con la cabeza y volvió a desaparecer dentro de su despacho.

¿Qué le ocurría a su secretaria? Nunca la había visto sonreír de aquella manera.

Maverick se dejó caer en su silla. En lugar de estar más cariñosa, su secretaria se había empeñado en guardar las distancias lo más posible aquellos últimos días. Había evitado su mirada, se había esforzado para no mostrar la más mínima emoción…