La música se detuvo, pero ninguno de los dos se movió.

– ¿Quieres seguir bailando? -le susurró él.

– Bailar está bien, es divertido -contestó ella alzando la cabeza para mirarlo-. Pero lo que a mí me gustaría es acostarme contigo.

Maverick pareció tardar unos segundos en asimilar lo que Tegan había dicho. En cuanto lo hizo, el gesto de su rostro mostró todo lo que ella necesitaba saber.

– Vamos -dijo Maverick.

Apenas habían salido del restaurante cuando Maverick, apoyándola contra un muro, la besó apresuradamente.

Tegan se sentía como si estuviera borracha. Tenía ganas de gritar, de saltar, de hacer cualquier locura, de fundirse en la noche, de disolverse dentro de él.

A duras penas lograron llegar hasta el coche, abrazándose y besándose mutuamente con urgencia.

– ¿Sabes cuánto te deseo ahora mismo? -preguntó Maverick intentando arrancar el coche.

No hacía falta que se lo dijera. Podía verlo en su rostro, en sus ojos. Estaba tan excitado como ella.

Tegan puso una mano sobre la rodilla de él y ascendió por su muslo lentamente hasta llegar a su miembro. Estaba tan duro que parecía gritar por salir de su encierro.

– Yo también te deseo -dijo Tegan excitándose sólo de pensar en lo que estaba a punto de ocurrir.

– Dos minutos -le pidió Maverick intentando contenerse-. Dame sólo dos minutos.

Encendió el motor y condujo a toda velocidad hasta un puente que daba acceso a una pequeña isla. Tras sacar un pequeño mando a distancia, pulsó un botón y, en el acto, se abrieron unas enormes puertas dejando al descubierto una imponente casa, oculta entre frondosas palmeras, que parecía hecha de cristal.

– Bienvenida -dijo deteniendo el vehículo y saliendo para abrirle la puerta-. Aquí es donde me escondo cuando salgo de la oficina.

– ¡Vaya! -exclamó ella-. Una isla hecha para el placer de una sola persona. ¡Increíble!

– Esta noche, será una isla para dos -replicó él pasándole el brazo por los hombros.

Tegan empezó a temblar imperceptiblemente cuando Maverick la atrajo hacia él y la besó. Sentir de nuevo su olor, su tórax presionando contra sus pechos, sus piernas entrelazándose con las suyas, la embriagaba. Ya no había ninguna necesidad de preocuparse por nadie. Podían besarse todo el tiempo que quisieran.

Maverick empezó a recorrerla con las manos, lentamente, como si ella fuera barro y él la estuviera dando forma, creándola de la nada. Descendió con su boca por su cuello, desviándose hacia el hombro.

Con un ligero movimiento, le deslizó un tirante por el brazo y después el otro. Sosteniendo sus pechos con las manos, sin apenas esfuerzo, Maverick le quitó el sujetador.

Tegan sintió al aire nocturno acariciándole los pechos y, dominada por el deseo, se echó hacia atrás doblando el cuerpo, presionando su vientre contra su miembro.

– ¡Maverick! -gimió empezando a perder el control.

– Lo sé -murmuró él bajando las manos hasta llegar a la falda de ella e introduciéndolas bajo los pliegues para descubrir las medias de seda que tanto le habían excitado una semana atrás-. ¡Dios mío! ¡Estaba deseando que las llevaras puestas!

Con los ojos desorbitados, Maverick la tomó entre sus brazos y la sentó violentamente sobre el capó del coche. Con las piernas de ella a ambos lados, Maverick introdujo una mano bajo la falda de Tegan y empezó a bucear en el lugar que ella más lo necesitaba.

Con un grito ahogado desapareció el último rastro de resistencia que le quedaba a Tegan. Maverick, por su parte, no podía pensar en otra cosa que no fuera el cuerpo de ella. De un tirón furioso le bajó las bragas y, mientras ella sentía la brisa recorrer sus partes más íntimas, él se bajó los pantalones.

Fuera de sí, Tegan se lanzó hacia él. Quería tenerlo dentro de ella. Lo necesitaba. No quería esperar más, aunque él estuviera buscando un preservativo. Le daba igual. Cuando consiguió ponérselo, Maverick la sostuvo por las piernas y la penetró completamente, tan fuerte que ambos emitieron un grito desesperado.

Por unos segundos, ninguno de los dos se movió. Estaban sintiendo el placer del contacto con el otro, algo que habían estado deseando mucho tiempo.

Maverick empezó a moverse lentamente, adelante y atrás, una y otra vez, alejándose y acercándose, hundiéndose poco a poco en un ritmo que los disolvía el uno en el otro.

Entonces, sobre el coche, con la brisa nocturna corriendo entre ellos y todo un mundo privado para disfrutar, Tegan explotó como nunca lo había hecho.

Jadeando, se abrazó a él sintiéndose débil, tapándose los pechos, siendo consciente de repente de su desnudez.

– Si te parece -dijo él subiéndole el vestido y colocando en su sitio los tirantes para que le taparan los pechos-, podemos continuar dentro.

Tegan sonrió, dándole las gracias internamente por haber entendido su incomodidad.

– ¿Tienes la menor idea de lo que esa sonrisa me hace sentir?

Tomándola en brazos, Maverick entró en la casa, atravesó varias salas y, finalmente, la tendió en una enorme cama. La habitación apenas tenía paredes, sólo cristaleras enormes con vistas a un maravilloso jardín.

Tegan vio cómo Maverick se desanudaba la corbata, se quitaba la camisa y empezaba a quitarse los pantalones. Aquello le recordó otro momento, una ocasión en la que ella había salido corriendo, huyendo de él.

«Idiota», pensó Tegan lamentándose por las innumerables ocasiones que había dejado escapar intentando esconderse de lo inevitable.

Ya no volvería a huir. Y mucho menos teniéndole a él allí, quitándose los pantalones delante de ella, exhibiendo su cuerpo perfecto.

Dispuesta a aprovechar cada gramo de placer que él pudiera regalarle, Tegan se quitó los zapatos, el vestido, el sujetador y las bragas. Se había quitado todo menos las medias.

– Gracias por dejártelas puestas -dijo Maverick entrando en la cama y recorriendo sus piernas lentamente-. He soñado con ellas toda la semana.

Pero Tegan no quería más palabras. Al día siguiente se iría de allí y aquello no se volvería a repetir. Quería disfrutar de la magia que había surgido, confundirse con ella y dejar que su cuerpo la transportara a lugares en los que no hubiera estado nunca.


– Quédate conmigo el fin de semana.

– No puedo, tengo cosas que hacer.

– Déjalas para otro momento.

Maverick jamás había pasado una noche como aquélla.

– No puedo.

– Si quieres, seguro que puedes. Tengo muchas ideas para este fin de semana -dijo él sonriendo.

– No puedo, lo siento.

Maverick pasó la lengua por uno de sus pechos intentando que el cuerpo de ella respondiera. Pero, aunque lo hizo, se mantuvo imperturbable.

– Por favor, no hagas eso. Tengo que irme.

– ¿Por qué?

– Ya te lo he dicho -dijo tapándose con la sábana para salir de la cama-. Tengo cosas que hacer.

– Que no me incluyen -dijo él como si estuviera pensando en voz alta.

– Efectivamente.

Maverick se incorporó frustrado.

– ¿Qué es tan importante para que no puedas cancelarlo?

– Mi hermana regresa hoy de sus vacaciones y tengo que ir a buscarla al aeropuerto -dijo Tegan buscando su ropa por la habitación.

– ¡Yo te llevaré! -dijo él enseguida-. Me encantaría conocerla.

– ¡No!

– ¿No quieres que conozca a tu hermana? -preguntó él sorprendido por la vehemencia de su negativa.

– No es necesario que me lleves, eso es todo.

– Entonces, tal vez podamos vernos luego.

– No.

– ¿Mañana?

– Tampoco.

Tegan se puso los zapatos y guardó las medias en el bolso.

– ¿Qué está pasando aquí?

– Nada. ¿Debería?

– Entonces, ¿qué sucede?

– Mira, no puedo quedarme contigo, ¿entiendes? No podemos volver a vernos.

– ¿Y qué hay de anoche?

– ¿Qué pasa con anoche? Había bebido demasiado. Fue algo que sucedió y ya está. Somos adultos. No significa nada.

– No habías bebido tanto. Además, fuiste tú la que sugeriste que nos acostáramos, ¿recuerdas?

– Hace mucho que trabajas conmigo. ¿Te cuadra el comportamiento que tuve ayer con la Morgan que conoces?

– No, pero…

– ¿Lo ves? Había bebido demasiado. Demasiado para mí. Lo siento, Maverick. Llamaré a un taxi. No hace falta que te levantes.

– Puedo llevarte…

– Por favor -dijo Tegan deteniéndolo con una mano-. Tenemos que seguir trabajando juntos. Creo que es mejor para los dos que yo me vaya en taxi y no prolonguemos más esto, ¿no te parece?

Maverick la miró fijamente, intentando contener la tensión de su cuerpo.

– Sí -respondió finalmente-. Tienes toda la razón.


Tegan se sentó en el asiento de atrás del taxi haciendo un esfuerzo sobrehumano por no llorar. Necesitaba estar en silencio, pero el conductor no paraba de hablar de la falta de lluvia, del precio de la gasolina, de la crisis de Oriente Medio…

Pero a ella no le importaba nada de eso. Tenía su propia crisis. No podía apartar de su cabeza la forma en que Maverick la había mirado justo antes de salir de la habitación.

Estaba furioso, dominado por la ira. Se sentía engañado por haber compartido una noche con ella para que después le dejara de aquella manera. Tegan lo comprendía, pero había tenido que hacerlo. No había otra alternativa.

Era mejor así. Era preferible que él la odiara a continuar con aquello. Se le pasaría enseguida. Para cuando Morgan regresara el lunes al trabajo, Maverick se habría calmado y ya no le daría tanta importancia al asunto.

Entró en su apartamento deseando darse una ducha y descansar un poco antes de ir al aeropuerto. Sin embargo, al entrar, vio por la luz parpadeante del teléfono que alguien había llamado.

Se imaginó que habría sido Maverick, incapaz de aceptar un no por respuesta.

Pero, al pulsar el botón, se llevó una sorpresa:

– ¡Tiggy! ¿Cómo estás? Espero que todo vaya bien con Maverick, porque me temo que voy a retrasarme un poco más…

Capítulo 8

Tegan escuchó de nuevo el mensaje de su hermana intentando asumirlo. «Un accidente de autobús… nadie está herido de gravedad… una pierna rota… vamos de camino al hospital…».

¿Hospital? Aunque Morgan intentaba mantener la compostura, su voz reflejaba tensión y nerviosismo.

El segundo mensaje del contestador era de Jake, uno de los amigos de Morgan. Le informaba de que su hermana acababa de salir del hospital y, aunque no tenía nada importante, tenía fracturas en varias partes del cuerpo. Al parecer, Morgan iba a tener que permanecer allí unas semanas más hasta encontrarse mejor.

Tegan se derrumbó en el sofá aliviada. Su hermana estaba bien, gracias a Dios. Al mismo tiempo, se sentía culpable. Debería haber estado en casa para responder al teléfono, de esa manera podría haber hablado con ella y calmarla. Sin embargo, había pasado toda la noche haciendo el amor con Maverick.

«¡Cielos! ¡Qué desastre!», se lamentó Tegan para sí hundiendo la cabeza entre las manos.

Su hermana todavía tardaría varias semanas en regresar. Eso quería decir que tendría que volver el lunes a la oficina, seguir haciéndose pasar por Morgan…

«¡No puede ser!», volvió a lamentarse.

Durante una semana, había conseguido engañar a Maverick, pero ¿hasta cuándo podría alargar aquella farsa?

Tegan negó con la cabeza. Su acuerdo con Morgan había sido por una semana y, durante ese tiempo, había cumplido con creces. Pero no era sostenible continuar de aquella manera. Antes o después, él descubriría el engaño.

Sólo había una solución, decirle la verdad. Tal vez, Morgan perdiera su trabajo, pero al menos le quedaría la dignidad.

La decisión estaba tomada.

Sólo quedaba pensar en cómo hacerlo.


Maverick había pasado el fin de semana dando vueltas a lo que había sucedido la noche del viernes. No la había llamado en ningún momento. Si era capaz de irse de aquel modo después de haber pasado una noche tan memorable, entonces aquella mujer no valía la pena.

Miró su reloj y maldijo. ¿Dónde diablos estaba?

Justo en ese momento, escuchó el timbre del ascensor y el ruido de las puertas abriéndose.

Maverick tragó saliva.

Un minuto después, su secretaria llamó a la puerta de su despacho.

– Adelante.

Sin apenas volverse hacia ella, Maverick vio cómo entraba y se quedaba parada junto a la puerta.

– Llegas tarde -añadió él observando sus zapatos de tacón hundiéndose en la alfombra.

– Maverick, tengo que hablar contigo.

Por el tono de su voz, daba la impresión de que su secretaria estaba a punto de disculparse por el comportamiento que había tenido. Maverick se acomodó en la silla y cruzó las manos detrás de la cabeza dispuesto a disfrutar de la conversación.