– Un día, estaba ojeando un periódico. Raramente tengo tiempo para leer el periódico. Soy enfermera y tengo un horario un poco agitado. Pero ese día tenía tiempo, y vi el anuncio de las novias. Supe entonces que tenía que venir a Alaska. Sólo sentí como si algo, o alguien, estuvieran aquí esperándome.
Perrie suspiró para sus adentros. Sí que sonaba un tanto bobo.
– En realidad, yo no creo demasiado en el destino. Creo que una persona determina su propio futuro, y que el destino no tiene nada que ver con ello.
– ¿Has estado alguna vez enamorada, Perrie?
Perrie hizo una pausa, sin saber cómo, o si debía contestar esa pregunta. ¿Qué tenía que ver su vida amorosa con la historia que estaba escribiendo? Era ella quien estaba haciendo las preguntas. Además, no estaba segura de que quisiera que un extraño supiera que ella, una mujer inteligente de treinta y tres años, no estuviera segura de lo que era el amor.
– ¿Por qué no nos ceñimos a tu historia? -le preguntó en tono ligero-. ¿Por qué estás tan segura de que te quieres casar?
– Porque sé que me iría muy bien. Quiero alguien con quien compartir mi vida, quiero enamorarme, tener hijos y envejecer junto a un buen hombre.
– ¿Y esperas encontrar a ese hombre aquí, en Alaska?
– ¿Por qué no? Podría estar aquí. Hay muchas posibilidades.
Perrie sonrió.
– Pero son algo extrañas, ¿no crees? Además, ¿cómo sabes que tu destino no te está esperando en Terranova, por ejemplo?
Linda sonrió.
– Bueno, si no lo encuentro aquí, seguiré buscando.
– Hay otras cosas en la vida aparte del matrimonio, ¿no?
– Por supuesto que sí. Y no estoy necesariamente empeñada en casarme. Pero jamás voy a dejar de buscar el amor.
Perrie se pensó sus palabras un buen rato. ¿Se estaría perdiendo algo? Jamás había pensado que el amor fuera importante en absoluto. En realidad, tenía la idea de que los hombres eran más que nada un incordio. ¿Sería eso porque no lo había sentido nunca?
– ¿Así que espera encontrar el amor aquí en Muleshoe? ¿Y qué hará si ocurre? ¿Va a dejar su trabajo en Seattle y mudarse aquí?
– No lo sé. Eso es lo que me resulta tan emocionante de todo esto. No estoy segura de lo que va a pasar hasta que pase. Estoy disfrutando tanto del viaje como del destino.
Perrie miró su cuaderno. Todas aquellas cosas tan tontas no iban a poder configurar una historia entretenida, a no ser que tuviera que escribirla para una de esas revistas de relatos rosas. Miró a su alrededor y después a Linda. El largo silencio que se prolongó entre ellas quedó roto por el ruido de la puerta de entrada al abrirse.
Las otras dos novias entraron atropelladamente, muertas de risa y con las cazadoras cubiertas de nieve. Perrie las observó mientras se quitaban los gorros y los mitones. Ambas se dieron la vuelta y la miraron con curiosidad hasta que Linda se puso de pie e hizo las presentaciones.
La morena menuda, Allison Keifer, fue la primera en hablar.
– No sabía que nos fueran a entrevistar otra vez. Habríamos estado aquí antes, pero hemos estado practicando.
– ¿Tenéis que practicar para encontrar marido? -le preguntó Perrie con interés.
Tal vez hubiera algo más en aquella historia.
– No -contestó Mary Ellen Davenport; era una mujer bastante regordeta, con el cabello castaño claro y una sonrisa deslumbrante-. Estamos practicando para los juegos de Muleshoe. Va a celebrarse un concurso de novias el fin de semana que viene, que es San Valentín. Vamos a competir en todas las modalidades: carreras con raquetas de nieve, carreras de trineos, y en el concurso de cortar leña.
– Supongo que lo hacen para que los hombres puedan ver si podemos ser buenas esposas -Dijo Allison-. Pero vamos a divertirnos. Y hay un bonito premio para la ganadora. Un fin de semana en un balneario de aguas termales de Cooper. Todo está incluido: el vuelo, la estancia, la…
– ¿El vuelo? -preguntó Perrie-. ¿Alguien va a llevar en avión a la ganadora?
Linda asintió.
– Y después de los juegos hay un baile en Doyle's. ¿Te interesa? En el concurso de las novias puede participar toda mujer soltera que lo desee.
En la mente de Perrie empezó a urdirse otro plan. Ella podría entrenar con las novias y ganar el evento y al mismo tiempo conseguir un bonito ángulo para la historia. Y en cuanto se escapara de Muleshoe, podría volver a Seattle de alguna manera y terminar una historia verdaderamente importante.
– Claro -dijo Perrie-. Me encantaría participar en los juegos. Explícame más.
– Necesitarás practicar si quieres ganar -dijo Mary Ellen-. Hay unas cuantas mujeres solteras en la ciudad que van a concursar. Sospecho que van a muerte, y por ello serán difíciles de ganar. Pero puedes practicar con nosotras.
– O puedes convencer a uno de esos guapos solteros de Bachelor Creek para que te ayuden -se burló Allison-. Te hospedas allí, ¿no?
Perrie asintió.
– Qué afortunada.
Perrie arqueó una ceja.
– ¿Afortunada?
– Ésa es la sede de los solteros. Tres de los hombres más guapos de Alaska viven allí.
– Si estás contando a Burdy como soltero de ensueño, sin duda llevas mucho tiempo en el campo.
– Oh, no. Burdy, no. Estoy hablando de Joe Brennan y Kyle Hawkins. Y hay otro, pero se acaba de casar. Se llama Tanner, creo. Linda salió con Joe Brennan la noche que llegamos aquí.
Perrie trató de aparentar indiferencia, pero pudo más la curiosidad.
– No perdió mucho el tiempo, ¿verdad? -dijo mientras se inclinaba hacia delante.
– La noche después invitó a Allison a salir -respondió Linda.
– A mí también me pidió que saliera -reconoció Mary Ellen-, pero yo ya tenía una cita.
– Fue encantador, pero no para casarse -comentó Linda.
– Encantador -repitió Perrie.
– Es tan dulce y atento -siguió Linda-. Y gracioso. Y también muy guapo. Tiene algo, no sé, es difícil de explicar, pero te entran ganas de quitarle la ropa y arrastrarlo a la cama.
– Y tiene los ojos como Mel Gibson -observó Mary Ellen.
– Es como un niño con cuerpo de hombre – añadió Allison-. Pero sin duda tiene miedo al compromiso. Para una cita está bien, pero no para más.
– Entonces ambas os fuisteis a la… -Perrie no pudo continuar, interrumpida por una sorprendente oleada de celos.
– ¡Pues claro que no! -gritó Linda.
– Aunque yo sentí la tentación -añadió Allison-. Esos ojos suyos podrían derretirle a cualquier chica.
Perrie se reprendió para sus adentros ¿Por qué demonios tenía que tener celos? ¿O envidia? Había tachado a Joe Brennan como seductor desde el momento en que lo había conocido. Era un soltero empedernido que utilizaba su encanto y su belleza física para que las mujeres se derritieran y se quedaran mudas de adoración. Ni siquiera ella había sido inmune.
Al menos era lo suficientemente lista como para ver a Brennan por lo que era; y lo suficientemente espabilada para mantener las distancias con él. Aunque no había sido demasiado difícil, teniendo en cuenta que últimamente no lo había visto demasiado.
Linda se echó a reír.
– A Allison le costó tres días evaluar a cada soltero a veinticinco kilómetros a la redonda. Ella domina el tema.
– Creo en la perseverancia -dijo Allison-. Sólo quiero lo mejor.
– El único a quien no ha logrado calar es a Hawk -se burló Linda.
Perrie levantó la vista de sus notas.
– ¿Kyle Hawkins? ¿El socio de Brennan?
– Le llaman Hawk. Y él es el único hombre que no le ha dicho ni una sola palabra a ella -dijo Mary Ellen-. Me recuerda a Gregory Peck en esa vieja película… No me acuerdo cómo se llama.
– Mary Ellen nunca recuerda los nombres de las películas… La verdad es que a mí Hawk me parece demasiado callado -dijo Linda -. Tal vez sea un alma torturada.
– Aún no lo he visto -reconoció Perrie-. Y no estoy segura de querer conocerlo. Brennan es suficiente.
– Eres periodista -dijo Allison-. Averigua todo lo que puedas de él y cuéntanoslo.
Perrie cerró el cuaderno despacio.
– Haremos un trato -dijo con una sonrisa de conspiración-. Vosotras me enseñáis a cortar leña, a caminar con las raquetas de nieve y a montar en trineo, y yo os informaré del misterioso señor Hawk.
Mary Ellen se echó a reír.
– ¡Esto va a ser tan divertido! Como una vieja película en la que tres chicas van a Roma a encontrar el amor. ¿Aquella de la fuente? Sólo que estamos en Alaska, somos cuatro y aquí no hay fuente.
– No estoy en esto para encontrar marido -explicó Perrie-. Lo único que me interesa es el viaje de salida de Muleshoe.
Joe cerró la puerta del refugio, se puso las gafas de sol para proteger los ojos del destello del sol en la nieve. Los días se alargaban y el intenso frío que había marcado el mes de enero empezaba a ceder. Pasarían meses hasta que el río se deshelara y llegara la primavera, pero ya habían pasado la parte más cruda del invierno.
Una imprecación rompió el silencio, y Joe se volvió para mirar hacia la cabaña de Perrie. Llevaba cinco días llevando suministros a los habitantes de la zona y no había tenido tiempo de comprobar qué tal estaba. Burdy y ella se habían hecho amigos, y el viejo la llevaba a comer a la ciudad; pero aparte de eso, Perrie Kincaid se había mantenido ocupada con sus cosas.
A decir verdad, no le estaba causando tantos problemas como había pensado en un principio. Estaba claro que había llegado a la conclusión de que no había manera de salir de Muleshoe y había decidido que lo mejor era aprovechar su tiempo libre. Paseó por el camino hacia su cabaña con una sonrisa de satisfacción en los labios. Había ganado aquella pequeña batalla entre los dos y no podía resistirse a deleitarse con ello.
Cuando la cabaña apareció ante sus ojos, lo primero que vio fue a Perrie tirada en el suelo con los pies en el aire. De momento se preocupó, pensando que a lo mejor esa vez se habría hecho daño, pero entonces vio que llevaba raquetas de nieve.
– ¡Oye! -la llamo-. ¿Estás bien?
Perrie se dio la vuelta y lo miró con una hostilidad apenas velada. Tenía el pelo cubierto de nieve y la cara mojada.
– ¡Márchate! -gritó-. ¡Déjame en paz!
Joe, de pie junto a ella, no pudo aguantarse la risa. Estaba tan bonita, allí cubierta de nieve y a punto de explotar de rabia.
– ¿Qué estabas haciendo? -le preguntó mientras tiraba de ella para ayudarla a ponerse de pie. Le dio la vuelta y le retiró un poco de nieve del trasero; y hasta que no apartó la mano no se dio cuenta de lo íntimo del gesto.
– Estoy practicando -dijo Perrie mientras se apartaba de él y terminaba de limpiarse el resto de la nieve.
– ¿Tirándote en la nieve?
– No, señor listillo, estoy aprendiendo a avanzar con las raquetas de nieve. Sólo es que son tan grandes, y se supone que debo intentar moverme lo más rápidamente posible, pero se me enredan los pies todo el tiempo. Es como tratar de correr con aletas de natación.
– ¿Por qué tienes que moverte tan deprisa? -le preguntó él, que al momento alzó una mano para adivinar una respuesta-. Déjame pensar. Supongo que no estarás pensando en echar una carrera con una estampida de alces. Así que imagino que has decidido ir a Fairbanks andando.
Ella trató de apartarse de él, pero una de las raquetas de nieve se le enganchó en el borde de la otra y empezó a perder el equilibrio de nuevo. Él la agarró por el codo para que no se cayera; pero en cuanto ella se puso derecha, lo apartó.
– Voy a participar en los juegos de Muleshoe del fin de semana que viene. Y voy a ganar ese viaje a al balneario de aguas termales de Cooper. Y en cuanto lo haga, saldré de Muleshoe para siempre.
Joe se echó a reír, y el eco de su risa resonó en el bosque silencioso.
– ¿Vas a ganar el concurso de las novias? Si ni siquiera eres una futura novia.
Perrie se sintió muy molesta.
– Soy una mujer soltera. Y soy una persona que está bastante en forma. Yo… Bueno, voy al gimnasio a veces. ¿No crees que pueda ganar?
– Ni lo sueñes, Kincaid.
Perrie se agachó y se desabrochó las tiras de cuero de las raquetas de nieve. Pero perdió de nuevo el equilibrio y cayó sobre la nieve; esa vez, él no la ayudó a levantarse. Ella consiguió ponerse las raquetas de nieve tras un poco de forcejeo, y seguidamente se puso de pie otra vez.
– Tú mírame y verás -dijo ella con el mentón alzado con gesto desafiante-. He estado cortando leña y estoy mejorando mucho. En realidad le he dado dos veces al tronco con el hacha, y eso que sólo llevo una hora haciéndolo.
Dio la vuelta a la cabaña y volvió con un hacha y un tronco para demostrarlo.
– Ten cuidado con eso -le advirtió él-. Deberías colocarlo sobre una superficie más dura antes de…
Joe observó cómo levantaba el hacha por encima de la cabeza, y enseguida se dio cuenta de que iba mal encaminada. En lugar de pegarle al tronco, Perrie clavó el hacha en un montón de nieve, con tan mala fortuna que el metal golpeó contra la roca que había debajo de la nieve.
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