– ¡Ay! -gritó de dolor mientras soltaba el hacha.
Perrie se sentó en la nieve.
– Te dije que…
– ¡Ay, calla!
Joe sonrió, se sentó junto a ella y le quitó los mitones antes de quitarse los guantes. Entonces empezó a frotarle las manos despacio entre las suyas, subiendo por la palma hasta la muñeca.
– Hay un borde de roca alrededor de este porche.
– Gracias por advertírmelo -dijo ella.
– Con el frío hace más daño.
Tenía los dedos calientes en comparación con los suyos menudos y delicados. Llevaba las uñas cortas, bien limadas y sin pintar. No habría esperado una manicura perfecta en una mujer tan práctica como ella, sobre todo porque no solía maquillarse demasiado.
Perrie poseía una belleza natural. Tenía las mejillas sonrosadas del frío, pero su tez era marfileña, lisa y suave. Sus pestañas largas y tupidas enmarcaban sus ojos verde claro. Y tenía una boca maravillosa: una boca grande de labios sensuales. Cada vez que la veía y se fijaba en su boca, recordaba el beso que se habían dado.
Se quedó mirándole los labios un momento.
– ¿Mejor? -dijo él.
Ella no contestó; entonces Joe la miró a los ojos y la pilló mirándolo. No sabría decir qué le pasó, pero al momento siguiente se inclinó hacia delante y la besó. Ella se cayó sobre la nieve, y Joe se estiró encima de ella y se deleitó con la sensación de su cuerpo suave debajo del suyo.
Rodó sobre la nieve y la colocó encima de él, agarrándole la cara con las dos manos, temeroso de que ella pudiera interrumpir el beso. Pero ella no parecía tener intención de hacer eso.
Despacio, Joe exploró su boca con la lengua, saboreándola y provocándola. Por un instante, se preguntó qué hacía allí revolcándose en la nieve con una mujer que no quería más que ponerle en ridículo.
Pero lo cierto era que a Joe le gustaba cómo besaba. No se quedó débil entre sus brazos, sino que más bien respondió a su beso con afán, como si disfrutara de verdad de la experiencia. Jamás había conocido a una mujer que lo tentara tanto y que al mismo tiempo le volviera loco. Ella era un desafío para él, y nunca huía de un desafío.
Mientras la besaba no dejaba de imaginársela, y por eso al momento tuvo que apartarse de ella y mirarla. Ella tenía los ojos cerrados y los labios húmedos, ligeramente entreabiertos. El frío le había encendido las mejillas y algunos copos de nieve manchaban su cabello caoba. Sus pestañas temblaron ligeramente, pero antes de que pudiera mirarlo, él volvió a besarla. Un suave suspiro se escapó de sus labios, y ella se estremeció entre sus brazos mientras arqueaba su cuerpo contra el suyo.
Era la primera vez en su vida que conocía a una mujer a quien no pudiera embrujar. Pero eso era lo que le había pasado con Perrie Kincaid. Los bonitos elogios y las sonrisas de chiquillo no le hacían ningún efecto. Ella prefería la metodología directa, como un beso espontáneo en la nieve; un beso que se tornaba cada vez más apasionado…
Seguramente el desafío se basaba simplemente en tratar de quedar encima de Perrie en su continua batalla.
Perrie debió de leerle el pensamiento, porque en ese momento se apartó de él y lo miró a los ojos con el ceño fruncido y gesto confuso. Lentamente, regresó a la realidad y su mirada pareció enfocar de nuevo.
– ¿Pero qué estás haciendo? -le preguntó ella en tono exigente.
Joe se agarró las manos a la espalda.
– Lo mismo que tú.
– ¡Pues para de una vez!
Perrie se limpió la nieve de los vaqueros y la cazadora y se puso de pie.
– ¿Estás segura de que quieres que pare? -le preguntó Joe.
– ¡Desde luego no quiero que me beses más!
Joe, que seguía en el suelo, se apoyó sobre los codos y le sonrió. No resultaba difícil ver que el beso la había afectado a ella igual que a él.
– ¿Por qué? ¿Te ha dado miedo porque te ha gustado?
Con un gemido de frustración, ella agarró un montón de nieve y se la tiró a la cara; entonces se dio la vuelta y se dirigió hacia la cabaña.
– No me ha gustado. ¿Cómo iba a gustarme? Prefiero… chupar un picaporte helado que volver a besarte.
Joe se puso de pie y se limpió la ropa de nieve.
– Bueno, Kincaid, estoy seguro de que el picaporte y tú tendríais mucho en común.
Ella entrecerró los ojos y lo miró con una expresión tan fría como la nieve que le caía por debajo de la cazadora.
– Aléjate de mí.
– Nunca ganarás el concurso. Eres una chica de ciudad, Kincaid. No puedes soportar vivir en la naturaleza. No estás hecha para ello.
– ¿Cómo? ¿Crees que no soy lo bastante fuerte? Eh, me dispararon en el brazo por intentar conseguir una historia. Soy mucho más dura de lo que piensas.
– De acuerdo -concedió Joe-. Aunque a mí me parece que arriesgarse a recibir un balazo por una historia es más por estupidez que por ser dura.
– Ganaré, aunque sólo sea para demostrarte que puedo hacerlo.
– Si por casualidad ganaras, te dejaré ir a Cooper.
Ella se plantó las manos en la cintura.
– ¿Que me dejarás ir a Cooper?
– Oye, soy responsable de tu seguridad, Kincaid. Y yo me tomo mis responsabilidades muy en serio. Pero si ganas, podrás ir a Cooper. No me interpondré en tu camino.
– Desde luego que no lo harás. Porque pasaré por encima de ti si es necesario.
Joe se echó a reír.
– ¿Me estás amenazando, Kincaid?
– Tú aléjate de mí -le advirtió.
Joe se quedó un buen rato sentado en la nieve, riéndose y sacudiendo la cabeza. Si había algo que le gustaba de Perrie Kincaid era que siempre conseguía sorprenderlo. Jamás había conocido a una mujer que lo besara con tal lascivia, y al momento siguiente lo amenazara con atacarlo.
Perrie estaba tumbada en al cama, mirando al techo. Temerosa de moverse, casi de respirar, se dijo que debía levantarse. Todo aquello era culpa de Joe. De no haber sido por sus burlas del día antes, no se habría pasado tres horas partiendo troncos por la mitad para practicar.
En ese momento, tras dormir bien toda la noche, esperaba sentirse más fresca. Pero tenía tantas agujetas que le parecía como si la hubiera atropellado un camión.
Apretó los dientes y se dio la vuelta, consiguiendo al menos sentarse en la cama mientras el dolor le paralizaba las extremidades. Un baño caliente le iría bien, pero no estaba segura de tener fuerzas para arrastrar la bañera dentro y llenarla. Plantó los pies en el suelo frío en el mismo momento en que alguien llamó a la puerta. Perrie se puso de pie con una mueca de dolor. Tal vez podría convencer a Burdy para que le llevara la bañera dentro. El anciano parecía dispuesto a hacer que su estancia fuera lo más cómoda posible.
– Espera un momento, Burdy, ya voy.
Pero Burdy McCormack no era el único que estaba a la puerta. A su lado había un extraño de pelo largo y negro despeinado por el viento.
Ella sospechaba que el hombre que la observaba con expresión indiferente era el famoso Hawk.
– Joe nos ha dicho que va a participar en los juegos de Muleshoe -dijo Burdy, bailando con los pies con emoción-. Y que después va a escribir sobre ello en su periódico.
Ella hizo una mueca mientras se frotaba los antebrazos.
– Pensé en intentarlo con el concurso -dijo ella, sorprendida por el interés de Burdy-. Total estoy aquí sin posibilidad de salir. Además, sería un buen punto de vista para escribir mi historia.
Burdy le tendió una sudadera doblada y una gorra, ambas con el emblema del refugio de Bachelor Creek.
– Bueno, pues ya tiene patrocinador, señorita Kincaid. El señor Hawk y yo la vamos a entrenar, a prepararla para los juegos.
Perrie sonrió y negó con la cabeza.
– No creo que Joe dé el visto bueno.
– Bueno, entonces no se lo contaremos -dijo Burdy-. Además, creo que será buena publicidad para el refugio. No todos los días se publican nuestras fiestas en un periódico de la gran ciudad. Nuestros nombres saldrán en el periódico, ¿verdad?
Perrie contempló la oferta de Burdy un buen rato. Aunque partir troncos y caminar con las raquetas de nieve podría practicarlo sola, dudaba que pudiera montarse en un trineo el día de los juegos y ganar la carrera.
– Si Hawk y tú me ayudáis a entrenar, entonces supongo que podría mencionar el refugio y a mis entrenadores todas las veces que pueda en el artículo.
Burdy se echó a reír muy contento.
– Entonces trato hecho. Tú vístete y nos encontramos en un rato en las perreras. Hawk te va a enseñar a montar en trineo.
Perrie quería que le dieran el día libre, para poder descansar. Pero sólo tenía una semana más para entrenar, y no podía dejar pasar la oportunidad de montarse en un trineo y aprender a hacerlo bien.
– Ahora mismo salgo -dijo Perrie.
Hawk le pasó un par de botas de piel que llevaba a la espalda.
– Gracias -le respondió ella con una sonrisa de agradecimiento-. Me hacen mucha falta.
Fabricadas en cuero y piel, resultaban increíblemente cómodas y calientes, y además le valían. Imaginó que caminar sobre raquetas de nieve ya no le resultaría tan difícil.
Quince minutos después encontró a Burdy y a Hawk en las perreras. Estaban junto al trineo, un simple invento fabricado con madera y tiras de cuero.
– Ahora hazle caso a Hawk. Él te enseñará todo lo quo necesitas saber -le dijo Burdy.
– ¿Tú no te quedas? -le preguntó Perrie.
– Tengo que ir a comprobar las trampas -contestó.
– Pero, yo…
– No tengas miedo de él -dijo Burdy en voz baja-. No muerde -y con eso el viejo se marchó alegremente, rompiendo con su silbido el silencio del bosque.
Perrie se volvió hacia Hawk con una sonrisa forzada.
– ¿Entonces, por dónde empezamos?
Hawk ladeó la cabeza, y ella lo siguió hasta las perreras. Él abrió la puerta, y caminó entre los perros que no dejaban de ladrar y saltar.
– Vamos -le ordenó.
Ella entró en el cercado con cuidado. Nunca le habían gustado demasiado los animales, y menos tantos juntos.
Hawk señaló un enorme husky blanco. -Loki -dijo- es el perro guía.
– Es muy… bonito -comentó Perrie antes de echarle una mirada de soslayo-. ¿Y hace cuánto que conoces a Joe Brennan?
Hawk ignoró su pregunta.
– Agárralo del collar y llévalo al trineo.
Perrie abrió mucho los ojos. Se imaginó agarrando al enorme perro, y a éste comiéndole el brazo después para almorzar. Los otros perros saltaban a su alrededor para que les prestara atención, pero Loki se mantenía apartado y la miraba con suspicacia.
– ¡Ven, Loki!
La orden de Hawk fue tan repentina, que Perrie se retiró asustada cuando el perro avanzó. Pero en lugar de atacarla, el animal fue hasta la puerta del cercado y se colocó al lado de Hawk.
Avergonzada, Perrie siguió al perro, le agarró del collar y le sacó del cercado. Observó a Hawk mientras éste le enseñaba a colocar el arnés al perro y luego a engancharlo a las correas del trineo.
– Ven -le dijo ella con firmeza.
El perro avanzó hacia ella y con paciencia le permitió que le colocara el arnés. Lo enganchó a las correas de una fila y repitió el procedimiento varias veces. Hawk la observaba en silencio, permitiéndole que cometiera sus propios errores. Cuando había colocado al último perro, Perrie se sentía confiada con sus habilidades.
Ella se retiró la nieve de los vaqueros y se puso derecha, esperando a que Hawk la elogiara; pero él se quedó allí en silencio. Perrie se aclaró la voz.
– ¿Por qué me estás ayudando con esto?
De nuevo le dio la sensación de estar hablando con un muro; un muro muy guapo, eso sí, con penetrantes ojos grises y un perfil que parecía haber sido esculpido por un maestro.
Hawk se agachó entonces y le enseñó a operar el gancho de remolque, y después la condujo hacia los esquís del trineo. Se colocó de pie detrás de ella y la rodeó para enseñarla cómo conducir el trineo. Estaban tan cerca, que Perrie esperaba por lo menos sentir alguna leve reacción a su proximidad. Después de todo, Hawk era un hombre tremendamente guapo.
Pero no sintió nada; ni siquiera una mínima parte de lo que experimentaba cuando Joe Brennan la tocaba. Ahogó una imprecación. ¿Qué diablos tendría Brennan? De todos los hombres que había conocido, él tenía la capacidad de acerarle el pulso y dejara sin aliento. Y también de avivar su genio como nadie lo había hecho jamás.
– Adelante, Loki. Adelante, perros. Arre, arre.
Los trece huskies se pusieron en movimiento hasta que las tiras de cada fila estaban tensas. El trineo empezó a moverse, y de pronto estaban deslizándose por la nieve. Perrie dejó de pensar en Joe y se echó a reír con alegría, agarrándose con fuerza al trineo por miedo a salir volando.
– ¡Izquierda, Loki! ¡Arre!
El perro guía giró a la izquierda, y Perrie sintió que Hawk se movía detrás de ella para equilibrar el trineo en el giro. Ella añadió también su peso al giro y sonrió cuando el trineo se enderezó con suavidad y continuó por el camino.
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