– Vamos, chicos -les urgió, armándose de confianza a medida que el trineo ganaba velocidad-. ¡Adelante, vamos chicos!

La carrera pareció transcurrir en un abrir y cerrar de ojos; el viento frío le golpeaba la cara y respiraba con agitación. Los perros respondían bien, como si también su orgullo también estuviera en juego. Loki anticipaba cada orden, y Perrie pudo tomar las curvas con suavidad y facilidad. Cuando llegó al final de la calle recta, Perrie les urgió y casi parecía como si volara por la calle cubierta de nieve.

Cruzó la línea de meta acompañada de los vítores del público, y entonces se olvidó de ordenarles a los perros que pararan. Asustada, les gritó a los animales mientras estos continuaban corriendo por entre un pequeño grupo de curiosos más allá de la línea de meta. Toda vez que les había dado la oportunidad de correr, no parecían dispuestos a detenerse.

Vio pasar la cara de Joe y se preguntó si los peros continuarían corriendo hasta que volvieran al refugio. Pero de pronto una voz resonó entre los asistentes.

– ¡So, Loki, so! -gritó Hawk. Los perros aminoraron el paso.

– ¡So, Loki, so! -gritó Perrie-. ¡Maldita sea, so! Los perros disminuyeron la velocidad y se detuvieron, pero ella se cayó hacia atrás.

Momentos después, Joe se arrodilló junto a ella, riéndose mientras le limpiaba la nieve de la cara.

– ¿Estás bien?

– Me siento ridícula -murmuró Perrie mientras se incorporaba-. No me acordaba de cómo tenía que pararlos.

– Bueno, menos más que no quitan puntos por falta de estilo. El público se ha reído de lo lindo.

Perrie gimió y se volvió a tumbar un momento en la nieve.

– ¿Dime en qué lugar he quedado?

Joe se inclinó hacia ella y le sonrió.

– De momento, tienes la mejor marca. Y las novias de Seattle son las únicas que quedan para competir. Vamos, levántate. Necesitas descansar antes del concurso de cortar leña si vas a ganar el premio. Hawk se ocupará de los perros. Te invitó a un cacao con leche caliente y discutiremos tu estrategia.

Ella dejó que él la levantara, y Joe le rodeó la cintura con el brazo mientras avanzaban de camino hacia donde estaba el público. Varios de los solteros de la ciudad se acercaron a ella para felicitarla por la marca lograda y para preguntarle si pensaba acudir al baile de Doyle's. Ella sonrió y asintió, demasiado agotada para hablar.

– Sospecho que tu cuaderno de bailes estará completo esta noche -dijo Joe en un tono que apenas ocultaba su irritación.

– ¿Estás celoso? -le preguntó ella mientras un calambre en el pie le provocaba una mueca de dolor.

– ¿De esos tipos?

– Tienes una opinión demasiado elevada de tus encantos, Brennan.

Él la estrechó la cintura.

– Pues sé que mis encantos contigo no funcionan. Sólo estoy diciendo que si al final consigues ganar este concurso, te garantizo que vas a tener más de una proposición a tener en cuenta antes de que termine la velada; tanto decentes como indecentes.

– ¿Y qué clase de proposición estás tú dispuesto a hacerme?

Él se paró y la miró a los ojos con expresión sorprendida.

– Eso depende -dijo en tono suave- del tipo de proposición que estés dispuesta a aceptar.

Perrie supo adónde iban sus bromas y no estaba segura de qué contestar. Desde que Joe la había acariciado el primer día en la cabaña, no había pensado más que en lo que podría ocurrir la próxima vez que estuvieran juntos. ¿Harían el amor? ¿O tal vez algo volvería a separarlos, alguna duda o algún malentendido?

¿Y si hacían el amor, qué pasaría después? ¿Le diría adiós y volvería a Seattle para archivar a Joe con las demás relaciones fracasadas de su pasado?

Perrie se obligó a sonreír y se volvió hacia la muchedumbre. ¿Qué otra elección le quedaba? Estaba claro que no podía quedarse en Alaska. Tenía una carrera brillante esperándola en Seattle. Además, le habían dicho muchas veces que Joe Brennan no era de los que buscaba una relación estable. Y ella tampoco. Aunque quisiera amarlo, no se lo permitiría a sí misma.

No sabía lo que había surgido entre ellos, pero tendría que terminar el día que ella se marchara de Muleshoe. Podrían ir al baile juntos, incluso podrían hacer el amor, pero tarde o temprano ella tendría que decirle adiós. Y conociendo a Joe Brennan, él pasaría a la siguiente mujer disponible.

Sólo de pensar en Joe con otra mujer sintió celos, pero decidió ignorarlos. Enamorarse de él sería desastroso. Y permitirse dudas sobre lo que podrían o no podrían hacer sólo añadiría confusión. Podría hacer el amor con Joe Brennan y luego dejarlo.

– ¿Crees que puedo ganar el concurso de cortar leña? -le preguntó Perrie, deseosa de volver a temas menos espinosos.

– Cariño, creo que podrías hacer cualquier cosa que te propusieras.

Perrie ahogó una imprecación. Cada vez que pensaba que sabía por dónde iba Joe, él decía algo que la dejaba sin fuerzas. ¿Cómo demonios iba a no quererlo cuando él le decía «cariño», o que le encantaba cómo escribía, o cuando la acariciaba de modo que perdía la noción de la realidad?

Bebieron chocolate caliente y esperaron hasta que el resto de las novias terminaron de concursar con los trineos. Como Joe había previsto, ella fue la vencedora y la que más puntos llevaba en total. Pero estaba claro que las otras tres competidoras le sacaban ventaja en la habilidad de cortar leña; sobre todo debido a sus bíceps tan gruesos como troncos de árbol.

Cuando el tercer concurso estaba a punto de empezar, Joe la acompañó a su sitio y le dio un beso en la mejilla, causando gran sensación entre el público asistente.

– ¡Ya vemos que has elegido novia, Brennan! -gritó alguien-. ¡Esa leyenda está funcionando de nuevo!

Perrie sólo pudo esbozar una sonrisa forzada mientras se ponía colorada de vergüenza. Pero Joe sólo se rió y los saludó con la mano, tomándose las bromas con su habitual buen carácter.

– No te apresures -le dijo él-. Sólo hazlo lo mejor que sepas.

– No voy a ganar. ¡Mira esas mujeres! Podrían aplastar un Buick.

– Sí, pero tú eres mucho más guapa, cariño. En realidad, si hubiera un concurso de guapas, tú ganarías con los ojos cerrados.

Con eso, se dio la vuelta y la dejó delante del público junto con las otras siete mujeres. Una leve sonrisa asomó a sus labios. Tomó el hacha y la levantó por encima del hombro. Tenía tres minutos para partir toda la leña posible. Y el resto del día lo pasaría saboreando el hecho de que Joe Brennan pensaba que era bonita.

Sonó el silbato, y Perrie colocó un tronco sobre la base y levantó el hacha. Apuntó bien y la madera crujió. Unos cuantos golpes más y el tronco se separó en dos mitades. Pero tres minutos le parecieron tres horas, y enseguida le dio la impresión de que no podía ni levantar el hacha, como para golpear más troncos. Le dolían los brazos y también la espalda; y cuando pensó que iba a caerse de dolor, volvió a sonar el silbato, anunciando el final del concurso.

El público rompió a aplaudir mientras Perrie caía rendida sobre el montón de leña. Observó a los jueces que iban contando los troncos que había cortado cada una, y cuando llegaron adonde estaba ella, se apartó del montón de leña y se frotó los brazos.

Al final, una de las amazonas de Alaska ganó el concurso de partir leña. Perrie se puso de pie cansinamente y empezó a buscar con la mirada a Joe entre la gente cuando de pronto el juez volvió junto a ella y le colocó una medalla enorme al cuello. Al principio no estaba segura de lo que significaba, y Joe la confundió más cuando la levantó en brazos y empezó a darle vueltas.

– ¡Has ganado, Kincaid!

– Pero he sido la cuarta -dijo Perrie mientras se agarraba a sus brazos.

– No, has ganado. Todo. Tú has sacado más puntos que ninguna.

Perrie emitió un gemido entrecortado.

– ¿He ganado?

Ed Bert Jarvis pasó junto a ellos y le tendió un sobre.

– Aquí tiene su premio, señorita. Felicidades.

Perrie se soltó de los brazos de Joe y tomó el sobre que le daba Ed.

– ¿He ganado el viaje a Cooper?

– Así es.

Perrie gritó mientras agitaba el sobre delante de Joe.

– He ganado, he ganado. ¡Me voy a Cooper! -le echó los brazos al cuello y lo abrazó con fuerza.

Entonces lo miró y vio cómo se oscurecía su mirada antes de inclinarse y besarla.

Brennan la besó apasionadamente. El público vitoreaba y gritaba su aprobación, pero esa vez Perrie no estaba en absoluto avergonzada. Echó la cabeza hacia atrás y rió con ganas. Había conquistado a aquellas tierras salvajes y le había demostrado a Joe Brennan que era capaz de soportar cualquier cosa que Alaska le pusiera en su camino. Iba a ir a Cooper. Muy pronto, estaría en Seattle.

El único problema era que no quería marcharse de Alaska. Había algo más que quería conquistar… y en ese mismo momento la estaba besando.


Doyle's estaba de bote en bote cuando llegaron. La música de la máquina de discos inundaba el local y se mezclaba con las conversaciones y las risas de los presentes. Él no le había soltado la mano desde que se habían besado delante de toda la ciudad. Resultaba extraña la rapidez con la que de pronto eran pareja. Todos los miraban ya de un modo distinto, como si estuvieran hechos el uno para el otro.

¿Acaso creía la gente que eran ya amantes? ¿Pensarían que él podría estar enamorado de ella? ¿O tal vez que era sin más otra de las conquistas de Brennan? No debería importarle lo que pensaran los demás, pero le importaba.

A medida que se abrían paso entre el público, tuvo que pararse una y otra vez mientras los lugareños la felicitaban por su triunfo. Finalmente, cuando se juntaron con las novias, Joe le soltó la mano y continuó hacia la barra.

– Se le ve de lo más enamorado -dijo Allison con envidia-. No sé cómo lo haces. No estabas buscando un hombre cuando viniste, y acabas pescando al soltero más guapo de la ciudad.

– No lo he pescado -dijo Perrie, incómoda con la idea.

No se trataba de que quisiera casarse con él; aunque tal vez eso se le hubiera pasado por la cabeza una o dos veces.

¿Acaso no pensaban la mayoría de las mujeres alguna vez en su vida en casarse y tener hijos? ¿Pero qué tenía Joe que la empujaba a pensar en esas tonterías? Había salido con hombres mucho más adecuados; hombres estables, de confianza, bien situados y con ideas monógamas.

Hombres aburridos, pensaba. Hombres seguros. Ésa era una característica que jamás le daría a Joe Brennan. Era el hombre más peligroso que había conocido en su vida. Tal vez eso era lo que le resultaba tan atractivo de él, el peligro de que tal vez le rompiera el corazón. Llevaba toda su vida profesional enfrentándose a situaciones de peligro, y de pronto lo estaba haciendo no en su vida profesional sino en su vida personal.

– Bueno, desde luego has demostrado que encajes aquí en Alaska -dijo Linda mientras le daba un abrazo-. No puedo creer que hayas ganado la carrera de trineos. Yo me he caído tres veces. Y Mary Ellen ni siquiera se pudo montar. El trineo se largó sin ella.

– Me he entrenado bien -dijo Perrie mirando a Joe y a Hawk, que estaban apoyados en la barra.

Escuchó con distracción la conversación de las novias, añadiendo comentarios aquí y allá para aparentar interés. Pero lo único en lo que pensaba era en el tiempo que faltaba para que Joe y ella estuvieran a solas.

Sus miradas se encontraron, y ella lo saludó con delicadeza. Con una sonrisa, Joe se volvió para retirar una botella de la barra y entonces se dirigió hacia ella. Cuando estuvo a su lado, entrelazó los dedos con los suyos. El contacto le aceleró el pulso.

– Vamos -le dijo al oído-. Allí hay una mesa libre.

Él hizo un gesto con la cabeza a las novias y fueron hacia allí. Cuando llegaron a la mesa del oscuro rincón, él le retiró la silla con una galantería inesperada y sacó una botella de champán que llevaba escondida a la espalda. De los bolsillos de su cazadora sacó dos copas y las colocó en el centro de la mesa.

– ¿Champán? -le preguntó ella mientras se quitaba la cazadora.

– Estamos de celebración -le dijo él mientras se sentaba en frente de ella y dejaba su cazadora en el respaldo de la silla-. Es el mejor que tiene Paddy.

Le sirvió una copa y después llenó la suya a la mitad.

– Por la mujer más resuelta que he conocido en mi vida -le dijo mientras brindaban.

Ella le sonrió y dio un sorbo de champán mientras miraba a su alrededor. Mirara donde mirara, encontraba a algún hombre mirándola. Al principio sonrió, pero después empezó a sentirse algo incómoda.

– ¿Por qué me están mirando?

Joe se recostó en el asiento.

– Se están preguntando si deberían venir a sacarte a bailar.

– Pero ya me sacaron a bailar la noche que llegué aquí. ¿De qué tienen miedo ahora?