Mientras le hundía las manos en su cabello, la besaba con pasión, frenéticamente, sin parar.
– Pensé que no volvería a verte -murmuró Joe-. ¿Qué haces aquí?
– Tenía que volver -dijo Perrie sin dejar de besarlo-. Tenía que decírtelo.
– ¿Decirme por qué te habías ido?
– No, decirte por qué tengo que quedarme -lo miró a los ojos, esos ojos de un azul brillante-. Te amo, Joe.
Él la miró fijamente, y después levantó la vista al cielo y sonrió.
– Más te vale, Kincaid -le dijo mirándola de nuevo-, porque desde luego yo te adoro.
Perrie lo abrazó y lo besó con fuerza.
– No sabes lo preocupada que he estado. Cuando llamé al refugio y me dijeron que no estabas…
– Me paré a ver a Romeo y Julieta, y cuando traté de despegar se había congelado el cable del combustible.
– Estaba tan preocupada. Creía que te había perdido.
– ¿Por qué me dejaste, Perrie? ¿Por qué te fuiste así?
Ella apoyó la frente contra su pecho.
– Porque he sido idiota y tenía miedo, y porque no creía que me amaras de verdad. Pensé que estabas haciendo lo que te había pedido Milt.
Joe se echó a reír y le subió la barbilla.
– Milt no dijo nada de que me enamorara de ti.
– Me refería a acostarte conmigo.
– Esto tampoco me lo dijo. Todo eso se me ocurrió a mí solo.
Perrie se sonrojó.
– Nos sentimos bien juntos.
– Sí, Kincaid, creo que hacemos buena pareja -se burló-. Y como estás de acuerdo, creo que sólo nos queda una cosa por hacer.
Perrie lo miró con timidez, tan ansiosa por volver al refugio y al abrigo de una cama grande y caliente… Tenía ganas de pasar una semana entera durmiendo y haciendo el amor con él.
– ¿Y qué es, Brennan?
– Tendrás que casarte conmigo.
Cuando finalmente pudo hablar, se tuvo que aclarar la voz.
– ¿Casarme contigo?
– Sólo di que sí, cariño. Después ya veremos dónde vamos a vivir y lo que vamos a hacer. En este momento, sólo quiero saber que pasaras el resto de tu vida junto a mí.
Con un grito de júbilo, Perrie se tiró de nuevo a sus brazos, y esa vez sí que cayeron los dos al suelo.
– ¿Entonces, lo harás? -dijo Joe después de pasar unos minutos besándose.
– Sí, sí, sí. Pero sólo si podemos vivir en Muleshoe.
Joe la miró con sorpresa.
– ¿De verdad? ¿Quieres vivir en Alaska?
Perrie asintió, y Joe le agarró la cara con las dos manos y volvió a besarla. Cuando levantó la vista, la fijó en el horizonte.
– Nos están mirando.
Perrie se puso bocabajo y apoyó los codos en el suelo nevado. Al otro lado de la amplia llanura vio un movimiento, algo grisáceo en el fondo blanco. Romeo apareció ante sus ojos, y unos segundos después apareció Julieta.
Joe le rodeó la cintura con el brazo y se inclinó para darle un beso en la sien.
– ¿Crees que están de acuerdo? -le preguntó él.
– Todo lobo solitario merece tener una compañera -dijo Perrie-. Y ahora tú has encontrado la tuya.
Joe la abrazó con un gruñido ronco, y en ese momento Perrie entendió que había encontrado su lugar en la espesura. Había encontrado a su alma gemela.
Kate Hoffmann
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