Hasta hacía dos días nunca se había planteado ser madre soltera. De hecho, nunca había pensado demasiado en la maternidad. Pero ya no podía pensar en otra cosa. El desasosiego, que siempre había aparecido como una maldición en su vida, había desaparecido, dejándola con la extraña sensación de que todo era exactamente como tenía que ser. Por fin tendría una familia propia.

Roo le lamió la mano, que colgaba a un lado del sofá. Molly cerró los ojos y se dejó llevar por la ensoñación que se había apoderado de su imaginación una vez pasado el susto inicial. ¿Un niño? ¿Una niña? No le importaba. Había pasado el tiempo suficiente con sus sobrinos para saber que en cualquiera de los casos sería una buena madre, y le daría al bebé tanto amor como dos padres.

Su bebé. Su familia.

Por fin.

Se estiró, satisfecha de pies a cabeza. Eso era lo que había estado buscando durante todos aquellos años, una familia realmente suya. No podía recordar haber sentido jamás tanta paz. Incluso su pelo estaba en paz: ya no lo llevaba tan exageradamente corto y había recuperado de nuevo su color castaño oscuro natural. Volvía a quedarle bien.

Roo restregó su nariz húmeda en su mano.

– ¿Tienes hambre, amiguito?

Molly se levantó, y cuando ya iba de camino a la cocina para darle de comer, volvió a sonar el teléfono. El pulso se le aceleró, pero esta vez era Phoebe.

– Dan y yo hemos tenido una reunión en Lake Forest. Ahora estamos en Edens y Dan está hambriento. ¿Quieres venir con nosotros a Yoshi a cenar?

– Me encantaría.

– Genial. Pasaremos a recogerte dentro de una media hora.

Cuando Molly colgó, la golpeó la certeza de lo mucho que les iba a doler la noticia. Querían que ella tuviera exactamente lo que tenían ellos: un amor profundo e incondicional que constituía la base de la vida de ambos. Pero la mayoría de la gente no tenía tanta suerte.

Se puso su raído jersey Dolce & Gabanna y una escuálida falda gris marengo que le llegaba a los tobillos y que se había comprado en Field's la primavera anterior, durante las rebajas. La llamada de Kevin la había dejado intranquila, así que encendió el televisor. Últimamente se había acostumbrado a ver reposiciones de Encaje, S.L. La serie despertaba en ella sentimientos de nostalgia: era un vínculo con una de las pocas partes agradables de su infancia.

Todavía se preguntaba por la relación de Kevin con Lilly Sherman. Tal vez Phoebe lo supiera, pero temía citar su nombre, aunque Phoebe no tuviera ni idea de que Molly había estado con él en la casa de Door County.

«Encaje está al caso, sí… Encaje resolverá el caso, sí…»

Hubo anuncios tras los créditos, y luego Lilly Sherman, en el papel de Ginger Hill, saltó por la pantalla con un pantalón corto blanco muy ajustado y los pechos asomando tras un top de biquini verde brillante. El pelo castaño rojizo ondeaba alrededor de su cara, unos aros dorados acariciaban sus mejillas, y su sonrisa seductora prometía inimaginables delicias sensuales.

El ángulo de la cámara se amplió para mostrar a las dos detectives en la playa. En contraste con la escasa indumentaria de Ginger, Sable llevaba un malliot largo. Molly recordaba que las dos actrices habían sido amigas fuera de la pantalla.

El interfono del vestíbulo sonó. Molly apagó el televisor y, pocos minutos después, les abrió la puerta a su hermana y a su cuñado.

Phoebe la besó en la mejilla.

– Te veo pálida. ¿Te encuentras bien?

– Estamos en enero y esto es Chicago. Todo el mundo está pálido.

Molly estuvo abrazada a su hermana un poco más de lo necesario. Celia la Gallina, una maternal habitante del Bosque del Ruiseñor que cuidaba a Daphne como a uno de sus polluelos, había sido creada a imagen de su hermana.

– Hola, señorita Molly. Te hemos echado de menos -dijo Dan, dándole uno de sus acostumbrados abrazos de oso que la dejaban casi sin respiración.

Mientras le devolvía el abrazo, pensó en lo afortunada que era de tenerles a ambos.

– Sólo han pasado dos semanas desde Año Nuevo -dijo Molly.

– Y dos semanas desde que viniste a casa. Phoebe se angustia -repuso Dan.

Dan dejó su chaqueta en el respaldo del sofá.

Molly sonrió mientras cogía el abrigo de Phoebe. Dan todavía pensaba que el auténtico hogar de Molly seguía siendo el suyo propio. No comprendía sus sentimientos por aquel pisito.

– Dan, ¿recuerdas cuando nos conocimos? Intenté convencerte de que Phoebe me pegaba.

– Es difícil olvidarse de algo así. Todavía recuerdo lo que me dijiste. Me dijiste que no era mala del todo, sólo ligeramente retorcida.

Phoebe se rió y dijo con un suspiro:

– Ah, los buenos viejos tiempos.

Molly observó con cariño a su hermana.


– De pequeña era tan impertinente que me extraña que no me pegaras.

– Las niñas Somerville teníamos que buscar nuestra manera de sobrevivir -dijo Phoebe.

«Una de nosotras sigue haciéndolo», pensó Molly.

Roo adoraba a Phoebe, y saltó a su regazo en cuanto se sentó.

– Me alegró mucho ver las ilustraciones de Daphne se cae de bruces antes de que las enviaras. La expresión de la cara de Benny cuando su bicicleta de montaña resbala en el charco es impagable. ¿Tienes alguna idea para un próximo libro?

Molly dudó durante unos instantes y respondió:

– Todavía estoy en la fase preliminar.

– Hannah estaba delirante de alegría cuando Daphne le vendó la pata a Benny. Creo que no se esperaba que pudiera perdonarle -dijo Phoebe.

– Daphne es una conejita muy compasiva. Aunque utilizó un lazo rosa de encaje para el vendaje.

– Benny tendría que ser más consciente de su lado femenino -dijo Phoebe con una sonrisa-. Es un libro maravilloso, Molly. Siempre consigues insertar alguna lección importante de la vida sin que se pierda la diversión. Me alegro tanto de que escribas.

– Es exactamente lo que siempre había querido hacer. Sólo que no lo sabía.

– Hablando de eso… Dan, ¿te has acordado…? -Phoebe se interrumpió al darse cuenta de que Dan no estaba allí-. Debe de haber ido al baño.

– Pues hace un par de días que no lo limpio. Espero que no esté demasiado… -Molly sofocó un grito y se volvió rápidamente.

Pero era demasiado tarde. Dan volvía del baño con las dos cajas vacías que había encontrado en la papelera. Esos tests de embarazo en sus enormes manos parecían un par de granadas cargadas.

Molly se mordió los labios. No quería decirles nada por el momento. Todavía tenían que digerir la derrota en el Campeonato AFC, y no necesitaban otro disgusto.

Phoebe no pudo ver lo que tenía su marido en las manos hasta que dejó caer una de las cajas en su regazo. La levantó lentamente y se llevó la mano a la mejilla.

– ¿Molly?

– Ya sé que tienes veintisiete años -dijo Dan-, y ambos intentamos respetar tu intimidad, pero tengo que saber qué significa todo esto.

Parecía tan alterado que Molly no pudo soportarlo. A Dan le encantaba ser padre, y le iba a costar aceptar aquello más que a Phoebe.

Molly cogió las dos cajas, las dejó a un lado, y dijo:

– ¿Por qué no te sientas?

Dan dobló lentamente su enorme cuerpo y se sentó en el sofá, junto a su esposa. Phoebe le cogió instintivamente la mano. Los dos juntos contra el mundo. A veces, al ver el amor que se profesaban el uno por el otro, Molly se sentía sola en lo más profundo de su alma.

Molly se sentó en una silla frente a ellos y forzó una débil sonrisa.

– No hay ninguna forma fácil de deciros esto. Voy a tener un bebé.

Dan se encogió y Phoebe se inclinó hacia él.

– Ya sé que es un disgusto, y lo siento. Pero no lo siento por el bebé.

– Dime que antes habrá una boda -musitó Dan sin apenas mover los labios.

Molly se acordó nuevamente de lo inflexible que podía llegar a ser: si no se mantenía en sus trece, él nunca la dejaría en paz.

– No hay boda. Ni hay papá. Eso no va a cambiar, así que será mejor que os lo toméis con tranquilidad.

Phoebe pareció aún más apenada.

– No… No sabía que te estuvieras viendo con nadie especial. Normalmente me lo cuentas.

Molly no podía permitir que profundizara demasiado.

– Comparto muchas cosas contigo, Phoebe, pero no todo.

A Dan se le había disparado un tic en un músculo de la mandíbula: sin duda alguna una mala señal.

– ¿Quién es él? -preguntó.

– No te lo voy a decir, Dan -dijo Molly con serenidad-. Esto es cosa mía, no de él. No le quiero en mi vida.

– ¡Pues lo quisiste en tu vida el tiempo suficiente para dejarte embarazada!

– Dan, por favor-dijo Phoebe, que nunca se había dejado intimidar por el mal humor de Dan. Parecía mucho más preocupada por Molly, y, con voz pausada, le dijo-: No debes precipitarte en tu decisión, Molly. ¿De cuánto estás?

– Sólo de seis semanas. Y no pienso cambiar de idea. Seremos sólo el bebé y yo. Y vosotros dos, espero.

Dan se levantó de un brinco y comenzó a deambular nervioso por la habitación.

– No tienes ni idea de en qué te estás metiendo -le espetó.

Ella podría haber subrayado que miles de mujeres solteras tenían bebés todos los años y que su punto de vista estaba algo anticuado, pero le conocía demasiado bien como para gastar saliva. En vez de eso, se concentró en los aspectos prácticos:

– No puedo evitar que os preocupéis, pero tenéis que recordar que estoy mejor equipada que la mayoría de madres solteras para tener un bebé. Tengo casi treinta años, me encantan los niños y tengo una estabilidad emocional.

Por primera vez en su vida, se sintió como si eso pudiera ser verdad.

– También estás arruinada la mayor parte del tiempo -dijo Dan apretando los labios.

– Las ventas de Daphne aumentan lentamente -repuso Molly.

– Muy lentamente -puntualizó él.

– Y puedo hacer más trabajos como freelance. Ni siquiera tendré que pagar a una canguro porque trabajo en casa.

Dan la miró con testarudez y declaró:

– Los niños necesitan a un padre. Molly se levantó y caminó hacia él.

– Los niños necesitan a un buen hombre en su vida, y espero que tú estés allí para este bebé porque eres el mejor hombre que existe.

Eso le llegó al alma, y la abrazó.

– Sólo queremos que seas feliz -susurró. -Ya lo sé. Por eso os quiero tanto a los dos.


– Sólo quiero que sea feliz -le repitió Dan a Phoebe esa misma noche en el coche mientras volvían a casa después de una cena llena de tensión.

– Eso queremos los dos. Pero es una mujer independiente, y ha tomado una decisión -dijo ella frunciendo una ceja con preocupación-. Supongo que lo único que podemos hacer ahora es darle nuestro apoyo.

– Tuvo que ocurrir hacia principios de diciembre -dijo Dan entornando los ojos-. Te prometo una cosa, Phoebe. Voy a descubrir quién es el desgraciado que le ha hecho el bombo y le arrancaré la cabeza de cuajo.

Pero eso de descubrirlo era más fácil de decir que de hacer, y a medida que iban pasando las semanas, Dan no lograba acercarse a la verdad. Inventó excusas para telefonear a las amigas de Molly y, tímidamente, intentar sonsacarles información, pero ninguna de ellas recordaba que hubiera salido con nadie en esa época. Sondeó a sus propios hijos con el mismo éxito. Llevado por la desesperación, llegó a contratar a un detective, algo que no se atrevió a comentarle a su mujer, que le habría ordenado que se metiera en sus asuntos. Lo único que obtuvo fue una elevada factura y nada que no supiera ya.

A mediados de febrero, Dan y Phoebe se llevaron a los niños a la casa de Door County para pasar allí un largo fin de semana y montar en las motos de nieve. Invitaron a Molly a acompañarles, pero ella debía cumplir un plazo de entrega para Chik y tuvo que quedarse a trabajar. Dan sabía que el auténtico motivo era que no quería escuchar más discursitos de los suyos.

El sábado por la tarde, justo cuando acababa de volver a casa con Andrew tras dar un paseo en la moto de nieve, Phoebe entró en el vestíbulo, donde padre e hijo se estaban quitando las botas.

– ¿Te diviertes, cielo? -le preguntó Phoebe a Andrew.

– Sí.

Dan sonrió mientras Andrew patinaba sobre el suelo mojado en calcetines y se lanzaba en brazos de su madre, algo que solía hacer cuando llevaba separado de uno de los dos más de una hora.

– Me alegro -dijo, enterrando los labios en su pelo y dándole un pequeño empujón hacia la cocina-. Ve a por tu merienda. El chocolate está caliente, pídele a Tess que te lo sirva.

Mientras Andrew salía corriendo, Dan observó que Phoebe estaba especialmente deleitable con sus vaqueros dorados y su jersey marrón claro. Ya iba a por ella cuando le enseñó un recibo de tarjeta de crédito.

– He encontrado esto arriba.