Los ladridos de Roo despertaron a Molly. Abrió los ojos y se sobresaltó al ver la sombra de un hombre asomándose sobre ella. Intentó sentarse demasiado deprisa y la hamaca se ladeó.

Kevin la atrapó antes de que cayera y la puso en pie.

– ¿Nunca piensas antes?

Molly se apartó los cabellos de los ojos y parpadeó para despertarse.

– ¿Qué quieres?

– Avísame la próxima vez que vayas a desaparecer-dijo él.

– Ya lo he hecho -repuso bostezando-. Pero estabas demasiado ocupado mirando los pechos de la señora Anderson para prestar atención.

Kevin cogió una de las sillas de sauce de la pared y se sentó.

– Ese par son totalmente inútiles. Al momento en que les das la espalda, ya están montados el uno encima de la otra o viceversa.

– Están recién casados.

– Sí, ya, y nosotros también.

Molly no pudo objetar nada a eso. Se dejó caer en el columpio de metal, pero resultó ser muy incómodo porque le faltaban los cojines.

La expresión de Kevin se volvió calculadora.

– Algo que se puede decir en favor de Amy es que ella al menos apoya a su marido.

– Sí, he visto cómo le apoyaba contra ese árbol…

– Son ellos dos contra el mundo. Trabajando juntos. Ayudándose. Un equipo.

– Si crees que estás siendo sutil, debes saber que no lo eres.

– Necesito ayuda.

– No oigo nada de lo que dices.

– Parece ser que no me podré desembarazar de este lugar durante el verano. Haré que venga alguien para hacerse cargo de todo esto lo antes posible, pero hasta entonces…

– Hasta entonces, nada. -Molly se levantó del columpio-. No pienso hacerlo. Los lujuriosos recién casados pueden ayudarte. ¿Y qué me dices de Charlotte Long?

– Dice que detesta la cocina, y sólo lo estaba haciendo por Judith. Además, un par de huéspedes han venido a buscarme, y ambos desaprueban los esfuerzos de Charlotte. -Kevin se levantó y se puso a caminar con una energía inquieta que zumbaba como un antimosquitos-. Les he ofrecido devolverles el dinero, pero cuando se trata de las vacaciones, la gente no atiende a razones. Quieren que les devuelvan el dinero y, además, todo lo que les habían prometido en la revista Virginia.

– Victoria.

– Eso. La cuestión es que voy a tener que quedarme en este lugar dejado de la mano de Dios durante un poco más de tiempo del que había planificado.

A Molly no le parecía dejado de la mano de Dios. Era delicioso, e intentó sentirse feliz por tener que quedarse más tiempo, pero lo único que sintió fue un vacío.

– Mientras te echabas tu sueñecito reparador, he ido al pueblo para poner un anuncio en las ofertas de trabajo del periódico local. Y resulta que el pueblo es tan minúsculo que el periódico es semanal, y ha salido hoy, ¡o sea que no hay otro hasta dentro de siete días! He hecho correr la voz entre la gente del pueblo, pero no sé si eso será muy eficaz.

– ¿Crees que estaremos aquí una semana?

– No, hablaré con la gente. -Kevin parecía dispuesto a morder alguna cosa-. Pero supongo que existe la posibilidad de que no pueda encontrar a nadie hasta que salga publicado el anuncio. Es una pequeña posibilidad, pero supongo que podría ocurrir.

Molly se sentó en el columpio y dijo:

– Supongo que tendrás que encargarte de la casa de huéspedes hasta entonces.

Kevin entrecerró los ojos.

– Parece que olvidas que hiciste la promesa de darme apoyo.

– ¡No es verdad! -exclamó Molly.

– ¿Le prestaste alguna atención a las promesas de matrimonio que dijiste?

– Intenté no hacerlo -admitió Molly-. No tengo por costumbre prometer cosas que sé que no voy a cumplir.

– Ni yo tampoco, y hasta ahora he mantenido mi palabra.

– ¿Amar, honrar y obedecer? No lo creo.

– No fueron ésas las promesas que nos hicimos.

Kevin se cruzó de brazos y la miró.

Molly intentó adivinar de qué le estaba hablando, pero sus únicos recuerdos de la ceremonia eran los caniches y la forma en que se había asido a la manita pegajosa de Andrew para el sí quiero. La recorrió una sensación de incomodidad.

– Tal vez tú puedas refrescarme la memoria.

– Estoy hablando de los votos que escribió Phoebe para nosotros -dijo Kevin pausadamente-. ¿Estás segura de que ella no te los mencionó?

Sí que los había mencionado, pero Molly se sentía tan infeliz que no había prestado ninguna atención.

– Supongo que no debía de estar escuchando.

– Pues yo sí. E incluso arreglé un par de las frases para hacerlas más realistas. Ahora tal vez no las diré exactamente, puedes llamar a tu hermana para verificarlo, pero el caso es que tú, Molly, prometiste aceptarme a mí, Kevin, como tu marido, al menos por un tiempo. Me prometiste respeto y consideración a partir de aquel día. Observa que no había ninguna mención al amor ni al honor. Prometiste no hablar mal de mí delante de los demás. -Kevin la miró a los ojos y añadió-: Y ayudarme en todo lo que compartiéramos.

Molly se mordió el labio. Era típico de Phoebe haber escrito algo así. Por supuesto, ella lo había hecho para proteger al bebé.

– De acuerdo -dijo Molly sobreponiéndose-, eres un gran futbolista. Puedes contar con la parte del respeto. Y, si no contamos a Phoebe, a Dan y a Roo, nunca les hablo mal de ti a los demás.

– Estoy a punto de llorar de emoción. ¿Y qué hay de la otra parte? ¿La de la ayuda?

– Eso se suponía que era por… Tú ya sabes por qué. -Molly parpadeó y respiró profundamente-. Sin duda alguna, Phoebe no pretendía obligarme a ayudarte a llevar una casa de huéspedes.

– No te olvides de las casitas, y una promesa es una promesa.

– ¡Ayer me secuestraste y ahora quieres convencerme para realizar trabajos forzados!

– Sólo serán un par de días. Una semana, como máximo. ¿O tal vez eso es demasiado pedir para una niña rica?

– El problema es tuyo, no mío.

Kevin la miró fijamente durante un momento, y luego su rostro recuperó aquella mirada fría.

– Sí, supongo que sí -admitió.

Kevin no era de los que piden ayuda fácilmente, y Molly lamentó su mal humor, pero ahora no estaba como para tener a gente a su alrededor. Aun así, debería haber rechazado su petición con algo más de tacto.

– Es que… no he estado en muy buena forma últimamente, y…

– Olvídalo -espetó Kevin-. Ya me las apañaré solo.

Kevin cruzó el porche y salió por la puerta de atrás.

Molly estuvo andando arriba y abajo de la casa durante un rato, sintiéndose molesta consigo misma. Kevin le había llevado la maleta. Molly desabrochó la cremallera, pero volvió a salir al porche a mirar el lago.

Aquellos votos matrimoniales… Ella ya estaba preparada para romper los tradicionales. Incluso las parejas que se quieren de verdad lo pasan mal para mantener esos votos. Pero aquellos otros, los que había escrito Phoebe, eran distintos. Eran unos votos que cualquier persona de palabra debería poder mantener.

Kevin lo había hecho.

– Maldita sea.

Roo alzó la vista.

– No quiero tener a mucha gente a mi alrededor, sólo es eso.

– Pero Molly no se decía toda la verdad. Básicamente, no quería tener a Kevin a su alrededor.

Le echó un vistazo a su reloj, vio que ya eran las cinco, y miró con una mueca a su caniche.

– Me temo que nos tocará hacer fortalecimiento de la personalidad.


Diez huéspedes se habían reunido en el salón de ranúnculos y rosas para el té de la tarde, aunque a Molly le dio la impresión de que la revista Victoria no le daría su sello de aprobado a aquello. Sobre la mesa entarimada de un lado de la sala había una bolsa abierta de galletas Oreo, una lata de uva en conserva, una cafetera, vasos de plástico y una jarra que parecía contener té en polvo. A pesar de la comida, los huéspedes parecían pasarlo bien.

Los ornitólogos Pearson estaban en pie, detrás de dos ancianas sentadas en el sofá capitoné. Al otro lado de la sala, dos parejas de cabellos blancos conversaban. Los nudosos dedos de las mujeres lucían diamantes antiguos y anillos de aniversario más nuevos. Uno de los hombres tenía un bigote de morsa, el otro llevaba un pantalón corto de golf de color verde lima y unos zapatos blancos de charol. Otra pareja era más joven, de cincuenta y pocos, tal vez, prósperos hijos del baby boom que podrían haber salido de un anuncio de Ralph Lauren. Era Kevin, sin embargo, quien dominaba la sala. De pie junto a la chimenea, parecía tanto el dueño de la hacienda que su pantalón corto y su camiseta de los Stars podrían haber sido unos pantalones y una chaqueta de montar.

– … o sea que el presidente de los Estados Unidos está sentado en la línea de cincuenta yardas, los Stars vamos perdiendo por cuatro puntos, sólo quedan siete segundos en el reloj y yo estoy casi seguro de haberme torcido la rodilla.

– Eso debe de ser doloroso -se compadeció la mujer del baby boom.

– Uno no nota el dolor hasta más tarde.

– ¡Ya recuerdo ese partido! -exclamó su marido-. Le hiciste un pase de cincuenta yardas a Tippet y los Stars ganaron de tres.

Kevin asintió con la cabeza, lleno de modestia.

– Tuve suerte, Chet.

Molly puso los ojos en blanco. Nadie llegaba a la cima de la NFL confiando en la suerte. Kevin había llegado donde estaba por ser el mejor. Su representación del buen muchacho de siempre podía parecerles encantadora a los huéspedes, pero ella conocía la verdad.

Aun así, mientras le miraba se dio cuenta de que lo que veía era el autodominio en acción, y, aunque de mala gana, le ofreció su respeto. Nadie sospechaba hasta qué punto detestaba Kevin estar allí. Molly había olvidado que era el hijo de un predicador, y no debería haberlo hecho. Kevin era un hombre que cumplía con sus obligaciones, aunque las detestara. Tal como había hecho al casarse con ella.

– No me lo puedo creer -se alegró la señora Chet-. Cuando elegimos una casa de huéspedes en el remoto noreste de Michigan, nunca habríamos imaginado que nuestro anfitrión sería el famoso Kevin Tucker.

Kevin le regaló una de sus expresiones zalameras. Molly quería decirle a la buena mujer que no se molestara en intentar flirtear con él, puesto que no tenía acento extranjero.

– Me gustaría escuchar cómo te eligieron para la liga -dijo Chet recolocándose el jersey de algodón de la marina que llevaba sobre los hombros de su vistoso polo verde.

– ¿Qué me dices, compartimos una cerveza en el porche más tarde, por la noche? -le propuso Kevin.

– No me importaría unirme a vosotros -se interpuso bigote de morsa mientras pantalón verde lima asentía con la cabeza.

– Pues nos encontramos todos -dijo Kevin amablemente.

John Pearson daba cuenta de las últimas Oreo.

– Ahora que Betty y yo te conocemos en persona, tendremos que hacernos seguidores de los Stars. ¿No… mmm… habrás encontrado alguno de los pasteles de limón y semillas de amapola de Judith en el congelador, por casualidad?

– No tengo ni idea -dijo Kevin-. Y eso me recuerda que debo pedir disculpas por adelantado por el desayuno de mañana. Lo máximo que puedo hacer son tortitas con algunos ingredientes, así que, si deciden marcharse, lo entenderé. La oferta de devolverles el doble de su dinero sigue en pie.

– Ni se nos ocurriría marcharnos de un lugar tan encantador -dijo la señora Chet lanzándole a Kevin una mirada que llevaba escrita la palabra adulterio-. Y no te preocupes por el desayuno. Te echaré una mano encantada.

Molly hizo lo que le tocaba para proteger los Diez Mandamientos y se obligó a cruzar la puerta y entrar en el salón.

– No va a ser necesario. Sé que Kevin quiere que se relajen mientras están aquí, y creo que puedo prometer que la comida será un poco mejor mañana.

Kevin parpadeó, aunque si ella esperaba que cayera a sus pies como muestra de agradecimiento, se olvidó de la idea al oír su presentación.

– Ella es mi hostil esposa, Molly.

– No parece hostil -le dijo la esposa de bigote de morsa a su amiga con un susurro perfectamente audible.

– Eso es porque no la conoce -murmuró Kevin.

– Mi esposa es un poco dura de oído -dijo el señor Bigote, sorprendido como los demás por la presentación de Kevin. Varias de las personas del salón la observaron con curiosidad. No había duda de que la revista People se vendía…

Molly intentó enojarse, aunque era un alivio no tener que fingir que eran una pareja felizmente casada.

John Pearson dio enseguida un paso adelante.

– Su marido tiene mucho sentido del humor. Estamos encantados de que cocine para nosotros, señora Tucker.

– Llámeme Molly, por favor. Y ahora, si me perdonan, voy a inspeccionar las existencias de la despensa. Y ya sé que sus habitaciones no están tan ordenadas como sería de esperar, pero Kevin las limpiará para ustedes antes de la hora de acostarse.