Mientras avanzaba por el pasillo, decidió que el señor Tipo Listo no tenía que tener siempre la última palabra.

Su satisfacción se esfumó en cuanto abrió la puerta de la cocina y vio a los jóvenes amantes practicando el sexo contra la nevera de la tía Judith. Se volvió de inmediato y chocó con el pecho de Kevin, que echó un vistazo por encima de su cabeza.

– Oh, por el amor de Dios…

Los amantes se separaron de golpe. Molly estaba a punto de apartar la mirada, pero Kevin entró en la cocina. Miró a Amy, que, con la diadema colgándole descuidadamente de los cabellos, se estaba abrochando mal los botones.

– Creía que te había dicho que lavaras esos platos -le espetó Kevin.

– Sí, bueno, es que…

– Troy, se supone que tú deberías estar segando la hierba del espacio comunitario -le recordó al chico.

Troy se peleaba con su bragueta.

– Justo ahora me disponía a…

– ¡Sé exactamente a qué te disponías, y créeme, con eso no consigues que la hierba quede segada!

Troy frunció el ceño y murmuró algo entre dientes.

– ¿Decías algo? -ladró Kevin, tal como debía hacer con los novatos del equipo.

La nuez de Troy se movió.

– Aquí… hay demasiado trabajo por lo que nos pagan.

– ¿Y eso cuánto es?

Troy se lo dijo y Kevin lo duplicó al momento. A Troy le brillaron los ojos.

– Genial.

– Pero hay un inconveniente -dijo Kevin pausadamente-. Vais a tener que trabajar realmente por ese dinero. Amy, cielo, ni se te pase por la cabeza marcharte esta noche hasta que las habitaciones de los huéspedes estén limpias como una tacita de plata. Y tú, Troy, tienes una cita con la segadora de césped. ¿Alguna pregunta?

Cuando asintieron respetuosamente, Molly observó dos chupetones a juego en sus cuellos. Algo se removió en la boca de su estómago.

Troy salió por la puerta, y al ver la mirada anhelante de Amy, recordó a Molly la expresión que había en los ojos de Ingrid Bergman al despedirse para siempre de Humphrey Bogart en la pista de aterrizaje de Casablanca.

¿Qué se debía sentir al estar tan enamorado? Volvió a tener el mismo temblor desagradable en el estómago. Sólo cuando los amantes se hubieron marchado se dio cuenta de que eran celos. Ellos tenían algo que ella parecía condenada a no experimentar jamás.

Capítulo diez

– Es demasiado peligroso – le dijo Daphne.

– Ahí está la gracia – contestó Benny.

Daphne se pierde


Pocas horas después, Molly dio un paso atrás para admirar el rincón hogareño que había creado para sí misma en el porche cubierto de la casita guardería. Había colocado los cojines a rayas azules y amarillas en el columpio y los que estaban forrados con una tela de cretona, en las sillas de sauce. La pequeña mesa plegable decapada en blanco de la cocina estaba ahora a un lado del porche, junto a dos sillas rústicas desparejadas. Al día siguiente saldría a buscar algunas flores para adornar la regadera que había colocado encima de la mesa.

Con algunos de los productos básicos que se había traído de la casa de huéspedes, se preparó una tostada con huevos revueltos. Mientras Roo echaba una cabezadita, Molly contempló la puesta de sol tras el brazo de lago que se distinguía entre los árboles. Todo olía a pino y al húmedo y lejano aroma del agua. Molly oyó el sonido definitivamente humano de unos pies pisando hojas. En casa se habría alarmado. Aquí, se reclinó en la silla y esperó a ver quién aparecía. Por desgracia, era Kevin.

No había echado el pestillo de la puerta de red metálica, y no se sorprendió cuando él entró sin ser invitado.

– En el folleto pone que el desayuno es de siete a nueve. ¿Qué clase de gente puede querer desayunar tan temprano cuando está de vacaciones? -Kevin dejó un reloj despertador sobre la mesa y luego se fijó en los restos del huevo revuelto-. Podrías haberme acompañado al pueblo y comerte una hamburguesa -dijo de mala gana.

– Gracias, pero no me van las hamburguesas.

– ¿Así que eres vegetariana como tu hermana?

– No soy tan estricta. Ella no come nada que tenga cara. Yo no como nada que tenga una cara mona.

– Eso aún no lo había oído nunca.

– De hecho, es un sistema muy bueno para comer sano.

– Veo que consideras que las vacas son monas -dijo Kevin con escepticismo.

– Me gustan mucho las vacas. Son monas, sin duda.

– ¿Y qué me dices de los cerdos?

– ¿Te suena la película Babe, el cerdito valiente?

– Pues casi que no pregunto por las ovejas.

– Te agradecería que no lo hicieras. Ni por los conejos -dijo con un escalofrío-. No me atraen ni los pollos ni los pavos, así que ocasionalmente hago una excepción. También como pescado, puesto que puedo evitar a mi favorito.

– El delfín, me imagino -dijo él acomodándose frente a Molly en la vieja silla de madera y mirando a Roo, que se había despertado lo justo para soltar un gruñido-. A mí hay algunos animales que me parecen auténticamente repulsivos.

Molly le devolvió su sonrisa más sedosa.

– Es bien sabido que los hombres a los que no les gustan los caniches son los mismos que trocean cadáveres humanos en los vertederos de basura.

– Sólo cuando me aburro.

Molly se rió, pero se contuvo al darse cuenta de que Kevin estaba desplegando su encanto para ella, y ella había estado a punto de dejarse atrapar. ¿Se suponía que era ésa su recompensa por haber aceptado a ayudarle?

– No entiendo por qué te desagrada tanto este lugar. El lago es precioso. Se puede nadar, ir en barca, pasear. ¿Qué tiene eso de malo?

– Cuando eres el único niño y tienes que atender a un servicio religioso cada día, pierde su encanto. Además, el tamaño de los motores para las barcas está limitado, así que adiós al esquí acuático.

– Y a las motos acuáticas.

– ¿Cómo?

– Nada. ¿No había nunca más niños por aquí?

– A veces aparecía el nieto de alguien y se pasaba aquí algunos días. Era el momento culminante de mi verano. -Kevin hizo una mueca y añadió-: Claro que la mitad de las veces el nieto era una niña.

– Qué dura es la vida.

Kevin dejó caer todo su peso en el respaldo de la silla hasta que ésta se apoyó únicamente sobre dos patas. Molly deseó que se cayera, pero su coordinación era demasiado buena para que eso pudiera ocurrir.

– ¿De verdad sabes cocinar, o sólo alardeabas ante los huéspedes?

– Sólo alardeaba -respondió ella con la esperanza de ponerle nervioso. Su cocina cotidiana tal vez dejaba algo que desear, pero le encantaba cocinar al horno, sobre todo para sus sobrinos. Su especialidad eran las galletas de azúcar con orejas de conejito.

– Genial. -Las patas de la silla golpearon el suelo-. Dios mío, qué aburrido es este lugar. Vamos a pasear junto al lago antes de que anochezca.

– Estoy muy cansada.

– Hoy todavía no has hecho lo suficiente para estar cansada. -Al no tener adónde ir, la desbordante energía de Kevin casi lo ahogaba, así que Molly no debería haberse sobresaltado cuando la tomó por la muñeca y la levantó de su asiento-. Vamos, hace dos días que no puedo ejercitarme. Me va a entrar un telele.

Molly se desasió.

– Pues ve a ejercitarte ahora. Nadie te lo impide.

– Pronto tendré que reunirme con mi club de fans en el porche de entrada. Y tú tienes que hacer ejercicio, así que no seas tan testaruda. Tú quédate aquí, «Godzilla».

Kevin abrió la puerta de red metálica y empujó suavemente a Molly, luego la cerró de golpe ante los agudos ladridos de Roo.

Molly no ofreció una auténtica resistencia, aunque estaba agotada y sabía que no era una buena idea estar a solas con él.

– No estoy de humor, y quiero a mi perro.

– Si yo dijera que la hierba es verde, me llevarías la contraria -dijo arrastrándola por el camino.

– Me niego a ser simpática con mi secuestrador.

– Para ser una secuestrada, no te esfuerzas demasiado en escaparte.

– Me gusta este lugar.

Kevin se volvió para echarle un vistazo al confortable rincón que Molly se había creado en el porche.

– Lo próximo que harás será contratar a un decorador.

– A las chicas ricas nos gustan. las comodidades, aunque sea sólo por unos días.

– Eso imagino.

El camino se hacía más ancho al llegar al lago, luego serpenteaba a lo largo de la orilla y finalmente volvía a estrecharse y se inclinaba notablemente hacia lo alto de un pequeño acantilado rocoso que dominaba el lago. Kevin señaló en dirección contraria.

– Hacia allí hay tierras pantanosas, y detrás del campamento hay un prado con un arroyo.

– El prado de Bobolink.

– ¿Qué?

– Es un… Nada.

Era el nombre de un prado que lindaba con el Bosque del Ruiseñor.

– Desde lo alto del acantilado se disfruta de una bonita vista del pueblo.

Molly observó aquel camino escarpado.

– No tengo suficiente energía para la escalada.

– Pues entonces no llegaremos hasta arriba.

Molly sabía que Kevin mentía. Aun así, sus piernas no estaban tan débiles como el día anterior, así que se puso a andar a su lado.

– ¿De qué vive la gente del pueblo?

– Básicamente del turismo. El lago tiene buena pesca, pero está tan aislado que no se ha sobreexplotado como ha ocurrido en otros lugares. Hay un campo de golf decente, y algunos de los mejores senderos de trekking del estado se encuentran justamente en esta región.

– Me alegro de que nadie lo haya estropeado convirtiéndolo en un centro de veraneo.

El camino empezaba a empinarse hacia arriba, y Molly necesitó todo su aliento para escalarlo. No se sorprendió al ver que Kevin la dejaba atrás, pero sí al descubrir que era capaz de seguir adelante.

Kevin la llamó desde lo alto del acantilado.

– No estás como para hacer un anuncio de un gimnasio, ¿eh?

– Sólo me he saltado -dijo jadeando- unas pocas clases de Tae-Bo.

– ¿Quieres que busque una bombona de oxígeno?

Molly resoplaba demasiado como para contestar. Cuando llegó a la cima y vio las vistas, se alegró de haber hecho el esfuerzo. Todavía había luz suficiente para ver el pueblo en el extremo opuesto del lago. Tenía un aspecto pintoresco y rústico. Las barcas se balanceaban en el puerto y el campanario de la iglesia asomaba entre los árboles y se recortaba sobre el cielo irisado.

Kevin señaló un grupo de casas de lujo más cercanas al acantilado.

– Esas de ahí son segundas residencias. La última vez que estuve aquí, todo eso eran bosques, aunque todo lo demás no parece haber cambiado demasiado.

– Es tan bonito -dijo Molly disfrutando de la vista.

– Supongo -dijo Kevin avanzando hacia el borde del acantilado, desde donde miró las aguas-. Solía lanzarme en picado desde aquí, de pequeño.

– Un poco peligroso para un niño solo, ¿no?

– Ahí estaba la gracia.

– Tus padres debían de ser unos santos. No me imagino cuántos apuros les… -Molly se interrumpió al darse cuenta de que Kevin, en lugar de escucharla, se estaba quitando los zapatos.

El instinto la empujó a dar un paso adelante, pero llegó demasiado tarde. Se había lanzado al vacío, con ropa y todo.

Molly dio un grito sofocado y corrió hacia el borde justo a tiempo para ver la silueta de su cuerpo entrando limpiamente en el agua, sin apenas salpicar.

Molly esperó, pero Kevin no salía. Se llevó la mano a la boca. Inspeccionó las aguas sin poder verle.

– ¡Kevin!

Entonces la superficie se rizó y su cabeza emergió. Molly resopló y volvió a tomar aire mientras él se volvía para contemplar el cielo del atardecer. El agua se deslizaba entre sus cabellos, y había en su mirada un brillo triunfal.

Molly cerró el puño y le gritó:

– ¡Idiota! ¿Estás totalmente chiflado?

Kevin miró hacia arriba desde el agua y le mostró sus dientes relucientes.

– ¿Te vas a chivar a tu hermana mayor?

Molly estaba tan furiosa que pateó el suelo con fuerza.

– ¡No tenías ni idea de la profundidad que había para saltar de cabeza!

– Era lo bastante profundo la última vez que me tiré.

– ¿Y cuánto tiempo hace de eso?

– Unos diecisiete años -dijo nadando de espaldas-. Pero ha llovido mucho.

– ¡Eres un cretino! Después de tantos golpes ya casi no te deben de quedar neuronas sanas!

– Estoy vivo, ¿verdad? -Kevin exhibió una sonrisa diabólica-. Atrévete, conejita. El agua está muy buena.

– ¿Te has vuelto loco? ¡No pienso saltar desde este acantilado!

Kevin se volvió hacia un lado y dio unas brazadas.

– ¿No sabes saltar de cabeza?

– Por supuesto que sí. ¡Fui a campamentos de verano durante nueve años!

La voz de Kevin la lamió con una mofa lenta y perezosa.