– Preferiría que no te quedases aquí, Kevin.
– Y yo preferiría quedarme -dijo sorbiendo el vino del vaso que había traído consigo.
– ¿Puedo dormir en tu casa, Daphne?
– Supongo que sí. Pero ¿por qué quieres quedarte?
– Porque en mi casa hay un fantasma.
– No puedes esconderte de Lilly eternamente -dijo Molly.
– No me escondo. Sólo me tomo mi tiempo.
– No sé muy bien cómo se obtiene una anulación, pero diría que esto podría comprometer la nuestra.
– Ya estaba comprometida desde el principio -dijo Kevin-. Por lo que me contó el abogado, las únicas posibilidades para una anulación son el engaño o la coacción. Pensé que tú podrías alegar coacción. Yo seguro que no lo discutiría.
– Pero el hecho de que ahora estemos juntos lo pone en duda.
– Gran problema. Entonces pediremos un divorcio. Tardará un poco más, pero el resultado será el mismo.
Molly se levantó del columpio.
– Aun así, no te quiero aquí.
– La casita es mía.
– Tengo derechos de inquilina.
La voz de Kevin se deslizó sobre ella, suave y sensual.
– Creo que estar cerca de mí te pone nerviosa.
– Sí, claro -dijo ella simulando un bostezo.
Kevin señaló con la cabeza al vaso de vino y dijo con una sonrisa:
– Estás bebiendo. ¿No temes volver a atacarme mientras duermo?
– Ups. Recaída. Y ni siquiera me había dado cuenta.
– O tal vez temes que yo te ataque a ti.
Algo despertó en su interior, pero se hizo la fría y se dirigió hacia la mesa para limpiar las migajas de pan con una servilleta que había dejado allí.
– ¿Por qué iba a temerlo? Tú no te sientes atraído por mí.
Antes de responder, Kevin esperó el rato justo para que ella se pusiera nerviosa.
– ¿Y tú cómo sabes por quién me siento atraído yo?
El corazón de Molly dio una voltereta peligrosa.
– ¡Vaya! Yo ya pensaba que mi dominio de la lengua inglesa iba a separarnos.
– Eres tan impertinente.
– Lo siento, pero me gustan los hombres con una personalidad más profunda.
– ¿Intentas decir que piensas que soy superficial?
– Como un charco en la acera. Pero eres rico y atractivo, así que no pasa nada.
– ¡Yo no soy superficial!
– Llena el espacio en blanco: lo más importante en la vida de Kevin Tucker es…
– El fútbol es mi profesión. Eso no me convierte en una persona superficial.
– Y las cosas más importantes en la vida de Kevin Tucker en segundo, tercer y cuarto lugar son el fútbol, el fútbol y, mira por dónde, el fútbol.
– Soy el mejor en lo que hago, y no voy a pedir disculpas por ello.
– La quinta cosa más importante en la vida de Kevin Tucker es… eh, un momento, ahora vendrían las mujeres, ¿no?
– ¡Las calladitas, así que tú quedas fuera!
Molly ya se preparaba para una réplica mordaz cuando cayó en la cuenta.
– Claro. Todas esas mujeres extranjeras… -Kevin la miró con recelo-. No quieres a alguien con quien puedas comunicarte realmente. Eso podría interponerse con tu obsesión principal.
– No tienes ni idea de lo que dices. Te lo repito, salgo con muchas mujeres americanas.
– Y supongo que son intercambiables. Guapas, no demasiado listas y, en cuanto se vuelven exigentes, les das puerta.
– Los buenos viejos tiempos…
– Te he insultado, por si no te has dado cuenta.
– Y yo te he devuelto el insulto, por si no te has dado cuenta.
Molly sonrió.
– Estoy segura de que no querrás compartir el mismo techo con alguien tan exigente.
– No te vas a librar de mí tan fácilmente. De hecho, vivir juntos podría tener sus ventajas.
Kevin se levantó del columpio y la miró con una expresión que conjuraba imágenes de cuerpos sudorosos y sábanas arrugadas. Entonces, se metió la mano en el bolsillo de su albornoz y rompió el hechizo que probablemente sólo había existido en la imaginación de Molly.
Kevin extrajo una hoja arrugada de papel. Molly reconoció enseguida el dibujo que había hecho de Daphne tirándose al agua.
– He encontrado esto en la papelera -dijo alisando el papel mientras se acercaba a ella y señalando a Benny-. ¿Y éste? ¿Es el tejón?
Molly asintió lentamente, deseando no haber tirado el dibujo en un lugar donde él pudiera encontrarlo.
– ¿Y por qué lo has tirado?
– Cuestiones de seguridad.
– Mmm…
– A veces me inspiro en incidentes de mi propia vida.
– Eso ya lo veo.
– Soy más una caricaturista que una artista.
– Esto tiene demasiados detalles para ser una caricatura.
Molly se encogió de hombros y alargó la mano para recuperar el dibujo, pero Kevin negó con la cabeza.
– Ahora es mío. Me gusta -dijo guardándoselo en el bolsillo. Luego se dirigió hacia la puerta de la cocina y añadió-: Será mejor que me vista.
– Vale, porque quedarte aquí no va a funcionar.
– Ah, sí que me quedo. Es sólo que bajo un rato al pueblo. -Se detuvo y la miró con una sonrisa torcida-. Si quieres acompañarme…
En el cerebro de Molly se disparó una alarma.
– No, gracias, tengo el alemán un poco oxidado, y si como demasiado chocolate se me agrieta la piel.
– Si no te conociera mejor, diría que estás celosa.
– Acuérdate, liebling, de que el despertador suena a las cinco y media.
Molly le oyó llegar pasada la una, por lo que fue para ella todo un placer aporrear su puerta al amanecer. Había llovido toda la noche y mientras Molly y Kevin avanzaban en silencio por el camino, un tono gris rosado dominaba el cielo recién lavado; sin embargo, estaban ambos demasiado dormidos como para apreciarlo. Mientras Kevin bostezaba, Molly se concentraba en poner un pie delante del otro intentando evitar los charcos. Sólo Roo estaba contento de estar ya despierto y en marcha.
Molly preparó tortitas de arándanos mientras Kevin cortaba trozos desiguales de fruta que iba depositando en un cuenco azul de cerámica. Mientras trabajaba, refunfuñaba que alguien con un promedio de pases bien dados del sesenta y cinco por ciento no debería dedicarse a la cocina. Sus quejas se silenciaron, sin embargo, cuando entró Mermy.
– ¿De dónde ha salido ese gato?
Molly esquivó la pregunta.
– Es una gata, y apareció ayer. Se llama Mermy.
Roo lloriqueó y se arrastró bajo la mesa. Kevin cogió un trapo de cocina para secarse las manos.
– Hola, bonita -dijo arrodillándose para acariciar al animal. Mermy se acurrucó inmediatamente junto a él.
– Creía que no te gustaban los animales.
– Me gustan los animales. ¿De dónde has sacado esa idea?
– ¿De mi perro?
– ¿Es un perro? Anda, lo siento. Creía que era un accidente por residuos industriales -dijo mientras pasaba sus dedos largos y delgados entre el pelaje de la gata.
– Slytherin.
Molly tapó el recipiente de la harina de un manotazo. ¿Qué clase de hombre podía preferir un gato a un caniche francés excepcionalmente refinado?
– ¿Qué me has llamado?
– Es una referencia literaria. No lo entenderías.
– Harry Potter. Y no me gustan los motes.
Su respuesta la irritó. Le estaba resultando cada vez más difícil convencerse de que Kevin era sólo una cara bonita.
Los Pearson fueron los primeros clientes. John Pearson consumió media docena de tortitas y una ración de huevos revueltos mientras ponía al día a Kevin sobre su hasta el momento infructuosa búsqueda de la curruca de Kirtland. Chet y Gwen se marchaban aquel mismo día, y cuando Molly echó un vistazo al comedor, observó que Gwen le lanzaba miraditas de «acércate más» a Kevin. Poco después, Molly oyó una discusión en la puerta principal. Apagó el fuego y corrió hacia el vestíbulo, donde el hombre corpulento que había visto en el espacio comunitario el día de su llegada le gruñía a Kevin:
– Es pelirroja. Alta, metro setenta y muchos. Y hermosa. Alguien me ha dicho que la vieron aquí ayer por la tarde.
– ¿Qué quiere de ella? -preguntó Kevin.
– Teníamos una cita.
– ¿Qué clase de cita?
– ¿Está aquí o no?
– Creo que reconozco esa voz ronca -dijo Lilly, apareciendo en lo alto de las escaleras. De algún modo, lograba convertir su sencilla camisa de lino con caracolas de mar y el pantalón corto a juego en algo glamuroso. Bajó las escaleras con aplomo, como la reina de la pantalla que era, pero se detuvo en seco al ver a Kevin-. Buenos días.
Kevin la saludó bruscamente con la cabeza y desapareció hacia el comedor.
Lilly mantuvo la compostura. El hombre que había venido a verla miró hacia el comedor, y Molly observó que se trataba del hombre que había visto salir del bosque en su primer día en el campamento. ¿De qué le conocería Lilly?
– Son las ocho y media -refunfuñó-. Se supone que habíamos quedado a las siete.
– He considerado durante unos segundos la posibilidad de acudir, pero he decidido seguir durmiendo.
El hombre la miró como un león enfurecido.
– Pues vamos. Estoy perdiendo la luz.
– Si la busca bien, estoy segura de que la encontrará. Mientras, desayunaré.
El hombre frunció el ceño.
Lilly se dirigió a Molly con una expresión gélida.
– ¿Sería posible que pudiera comer en la cocina y no en el comedor?
Molly se dijo que podía mostrarse todavía más hostil que Lilly, pero luego decidió que al cuerno, que a ese juego sólo podían jugar dos.
– Por supuesto. Tal vez querrán comer los dos juntos en la cocina. He preparado tortitas de arándano.
Lilly se mostró ofendida.
– ¿Tenéis café? -ladró él.
A Molly siempre le habían atraído los individuos a quienes no les importa ganarse la aprobación de los demás, posiblemente porque ella había pasado mucho tiempo intentando ganarse la de su padre. La indignante excentricidad de aquel hombre la fascinó. También observó que era muy atractivo para su edad.
– Todo el que quiera.
– Pues de acuerdo.
Molly se sintió un poco culpable y volvió su atención hacia Lilly.
– Puede utilizar la cocina con toda libertad siempre que quiera. Estoy segura de que preferirá evitar a sus admiradores a primera hora de la mañana.
– ¿Qué clase de admiradores? -preguntó él.
– Soy bastante famosa -dijo Lilly.
– Oh -replicó el hombre, dando por acabado el tema de la fama-. Ya que insistes en comer, ¿podrías darte un poco deprisa?
Lilly se dirigió a Molly sin duda únicamente con ánimo de ofender al hombre.
– Este hombre atrozmente egocéntrico es Liam Jenner. Señor Jenner, le presento a Molly, la esposa de mi… sobrino.
Era la segunda vez en dos días que se quedaba atemorizada ante un famoso.
– ¿El señor Jenner? -Molly tragó saliva-. No puedo decirle lo encantada que estoy. Hace años que admiro su obra. ¡No puedo creerme que esté usted aquí! Sólo que… en las fotos que siempre sacan de usted, lleva el pelo largo. Ya sé que deben ser de hace años, pero… lo siento. Estoy parloteando. Es que sus obras han significado mucho para mí.
Jenner asesinó a Lilly con la mirada.
– Si quisiera que ella supiera mi nombre, se lo habría dicho yo mismo.
– Qué suerte -le dijo Lilly a Molly-. Ya tenemos a un ganador para el concurso de Don Encanto.
Molly intentó contener la respiración.
– Sí, claro, lo comprendo. Estoy segura de que hay mucha gente que viola su intimidad, pero…
– Tal vez podría usted saltarse la adulación y llevarnos directamente hacia esas tortitas. Molly tomó aire.
– Por aquí, señor.
– Tal vez tendrías que preparar unas tortitas de mala uva para él.
– Lo he oído -murmuró el pintor.
En la cocina, Molly se recompuso lo suficiente como para conducir a Lilly y a Liam Jenner hasta la mesa redonda del saledizo. Luego corrió a rescatar los huevos revueltos que había abandonado y los puso en un plato.
Kevin entró por la puerta y miró hacia Lilly y Liam Jenner, pero aparentemente decidió no hacer preguntas.
– ¿Ya están listos esos huevos?
Molly le entregó los platos y le advirtió:
– Están demasiado hechos. Si la señora Pearson se queja, cálmala con tus encantos. ¿Puedes traer café? Tenemos comensales en la cocina. Te presento a Liam Jenner.
Kevin saludó al artista con la cabeza.
– Había oído en el pueblo que tiene usted una casa en el lago.
– Y tú eres Kevin Tucker -dijo Jenner, sonriendo por primera vez y sorprendiendo a Molly con la transformación de sus marcados rasgos. Realmente muy atractivos. Lilly también lo notó, aunque no pareció tan impresionada como Molly.
Jenner se levantó y le tendió la mano.
– Debería haberte reconocido enseguida. Hace años que sigo a los Stars.
Mientras los dos hombres se estrechaban la mano, Molly observó que el artista temperamental se había transformado en un aficionado al fútbol.
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