– Has realizado una temporada muy buena.
– Podría haber sido mejor.
– No se puede ganar siempre.
La conversación derivó hacia los Stars, y Molly se quedó observando a los tres tertulianos. Qué extraño grupo de gente reunida en aquel lugar aislado. Un futbolista, un pintor y una estrella de cine.
«Aquí, en la isla de Gilligan.»
Molly sonrió, le quitó los platos de las manos a Kevin, que parecía disfrutar de la conversación, y los llevó al comedor. Por suerte, no hubo quejas por los huevos. Sirvió café en dos tazas, cogió una ración de crema de leche y un sobre de azúcar de más, y lo llevó todo de vuelta a la cocina.
Kevin estaba apoyado en la puerta de la despensa, ignorando a Lilly, mientras hablaba con Liam Jenner.
– … dicen en el pueblo que mucha gente está visitando Wind Lake con la esperanza de poder verle. Aparentemente, ha beneficiado usted el turismo local.
– No por gusto -dijo Jenner cogiendo la taza de café que Molly le había dejado delante e inclinándose a continuación en su silla. Parecía estar a gusto dentro de su pellejo, pensó Molly. Era de constitución robusta, un poco canoso: un artista disfrazado de curtido hombre de los bosques-. En cuanto se difundió el rumor de que me había construido una casa en este lugar, empezaron a aparecer todo tipo de idiotas.
Lilly aceptó la cucharilla que le ofrecía Molly y, mientras removía el café, dijo:
– No parece tener en mucha estima a sus admiradores, señor Jenner.
– Lo que les impresiona es mi fama, no mis obras. Se ponen a parlotear sobre el honor de conocerme, pero las tres cuartas partes de ellos no reconocerían uno de mis cuadros aunque les mordiera el trasero.
Molly, que se sintió aludida, no podía dejarlo así.
– Mamá de mal humor, pintado en 1968, una acuarela muy temprana -dijo mientras vertía el batido para rebozar en la sartén-. Una obra emocionalmente compleja con una engañosa simplicidad de trazo. Prendas, pintado sobre 1971, una acuarela con pincel seco. A los críticos no les gustó, pero estaban equivocados. Entre 1996 y 1998 se concentró en los acrílicos con la serie Desiertos. Estilísticamente, esos cuadros son un pastiche: eclecticismo posmoderno, clasicismo, con un guiño a los impresionistas que se podría usted haber ahorrado.
Kevin sonrió.
– Molly es summa cum laude. En Northwestern. Escribe libros de conejitos. Mi favorito entre sus cuadros es un paisaje, no tengo ni idea de cuándo lo pintó ni de qué dijo la crítica sobre él, pero se ve a un niño en la lejanía, y me gusta.
– A mí me encanta Niña en la calle -dijo Lilly-. Una figura femenina solitaria en una calle urbana, con unos zapatos rojos maltrechos y una expresión de desespero en el rostro. Se vendió hace diez años por veintidós mil dólares.
– Veinticuatro.
– Veintidós -replicó Lilly dulcemente-. Lo compré yo. Por primera vez, Liam Jenner pareció haberse quedado sin palabras. Pero no por mucho tiempo.
– ¿Cómo te ganas la vida?
Lilly dio un sorbo a su café antes de hablar.
– Me dedicaba a resolver crímenes.
Molly estuvo a punto de dejar pasar el regate de Lilly, pero le venció la curiosidad de ver qué pasaba.
– Ella es Lilly Sherman, señor. Jenner. Es una actriz bastante famosa.
Jenner se inclinó en la silla y la estudió antes de murmurar finalmente:
– Ese estúpido póster. Ahora me acuerdo. Usted llevaba un biquini amarillo.
– Sí, bueno, es evidente que dejé atrás los tiempos de los pósters hace ya mucho.
– Dé gracias a Dios por ello. Aquel biquini era obsceno.
Lilly se mostró sorprendida, y luego indignada.
– No veo qué tenía de obsceno. Comparado con hoy, era algo modesto.
Jenner juntó sus tupidas cejas.
– Lo obsceno es que se cubriera el cuerpo con algo. Debería haber salido desnuda.
– Yo me largo -dijo Kevin volviendo hacia el comedor.
Ni una manada de caballos salvajes se hubieran podido llevar a Molly de aquella cocina, y colocó un plato de tortitas delante de cada uno de ellos.
– ¿Desnuda? -La taza de Lilly cayó ruidosamente sobre el plato-. Jamás de la vida. Una vez rechacé una fortuna por posar para Playboy.
– ¿Y qué tiene que ver con esto Playboy? Le estoy hablando de arte, no de excitación-dijo hincando el diente en las tortitas-. Un desayuno excelente, Molly. Deja este lugar y ven a cocinar para mí.
– En realidad soy escritora, no cocinera.
– Libros infantiles… -Su tenedor se detuvo en medio del aire-. Yo había pensado en escribir un libro para niños… -El tenedor se clavó en una de las tortitas del plato de Lilly-. Probablemente no habría habido mucho mercado para mis ideas.
– No si implicaban desnudos -murmuró Lilly.
Molly soltó una risilla.
Jenner le lanzó una mirada intimidatoria.
– Lo siento -murmuró Molly mordiéndose el labio, y soltó un resoplido no muy femenino.
El ceño de Jenner se volvió más feroz. Molly ya iba a volver a disculparse de nuevo cuando observó un temblor ascendente en la comisura de sus labios. O sea que Liam Jenner no era tan irascible como quería aparentar. La cosa se ponía cada vez más interesante.
Jenner señaló la taza medio llena de Lilly.
– Puedes llevarte eso. Y lo que queda de tu desayuno también. Tenemos que irnos.
– Yo nunca dije que posaría para usted. No me cae bien.
– Ni a ti ni a nadie. ¡Y por supuesto que vas a posar para mí! -Su voz se volvió más profunda con el sarcasmo-. La gente hace cola para tener ese honor.
– Pinte a Molly. Fíjese en sus ojos.
Jenner la estudió. Molly pestañeó intencionadamente.
– Son bastante extraordinarios -dijo el pintor-. Su rostro se está volviendo interesante, pero todavía no ha vivido lo bastante para ser realmente fascinante.
– Eh, no hable de mí como si yo no estuviera delante.
Jenner levantó una ceja oscura hacia Molly, y luego llevó de nuevo su atención hacia Lilly.
– ¿Es sólo conmigo, o eres tan testaruda con todo el mundo?
– No soy testaruda. Simplemente protejo su reputación de artista infalible. Tal vez si volviera a tener veinte años, posaría para usted, pero…
– ¿Y por qué iba a interesarme a mí pintarte cuando tenías veinte años? -Jenner parecía auténticamente perplejo.
– Vamos, creo que eso es evidente -dijo Lilly sin pensarlo.
Jenner la estudió unos instantes, con una expresión difícil de interpretar. Luego sacudió la cabeza.
– Por supuesto. Nuestra obsesión nacional por la demacración. ¿No eres ya un poco mayor para seguir tragándote eso?
Lilly plantó una sonrisa perfecta en su cara mientras se levantaba de la silla.
– Por supuesto. Gracias por el desayuno, Molly. Adiós, señor Jenner.
El pintor la siguió con la mirada mientras salía de la cocina con paso majestuoso. Molly se preguntó si él habría notado la tensión que cargaba Lilly sobre sus hombros.
Le dejó con sus propios pensamientos mientras se terminaba el café. Cuando terminó, Jenner recogió los platos de la mesa y los llevó al fregadero.
– Son las mejores tortitas que he comido en muchos años.
Dime qué te debo.
– ¿Qué me debe?
– Esto es un establecimiento comercial -le recordó.
– Ah, sí. Pero no hay nada que cobrar. Ha sido un placer.
– Pues gracias.
Jenner se giró para marcharse.
– Señor Jenner.
– Puedes llamarme Liam.
Molly sonrió.
– Ven a desayunar siempre que quieras. Puedes colarte por la cocina.
– Gracias, tal vez lo haré -asintió lentamente.
Capítulo catorce
– Acércate al agua, Daphne -dijo Benny-. No te mojaré.
Daphne lo ensucia todo
– ¿Alguna idea para un nuevo libro? -preguntó Phoebe por teléfono a primera hora de la tarde siguiente.
Era un tema espinoso, pero como Molly se había pasado los últimos diez minutos de su conversación esquivando las preguntas entrometidas de Celia la Gallina sobre Kevin, cualquier cambio era positivo.
– Unas pocas. Pero ten en cuenta que Daphne se cae de bruces es el primer libro de un contrato para tres, y Birdcage no aceptará otro manuscrito hasta que termine los cambios que me pidieron.
No hacía falta contarle a su hermana que todavía no había empezado con esos cambios, aunque después del desayuno le había tomado prestado el coche a Kevin para ir al pueblo a comprar material de dibujo.
– Esta gente de NHAH son de chiste.
– De chiste malo. Oye, no tengo tele en la casita: ¿han vuelto a aparecer últimamente?
– Anoche. Gracias al nuevo proyecto de ley sobre derechos de los homosexuales en el Congreso, han tenido mucha repercusión mediática. -Phoebe dudó unos instantes y eso no era una buena señal-. Molly, han vuelto a citar a Daphne.
– ¡Es increíble! ¿Por qué me hacen esto? Ni que yo fuera una autora famosa de libros para niños.
– Esto es Chicago, y tú eres la esposa del quarterback más famoso de la ciudad. Y ellos utilizan esa relación para ganar minutos de emisión. Sigues siendo la esposa de Kevin, ¿no?
Molly no quería volver a entrar en esa discusión.
– Temporalmente. La próxima vez, recuérdame que busque a una editora con agallas.
Molly deseó no haberlo dicho: su editora no era la única que necesitaba agallas. Tuvo que recordarse nuevamente que no tenía elección, al menos si quería pagar sus facturas.
Como si le hubiera leído el pensamiento, Phoebe dijo:
– ¿Y qué estás haciendo para ganar dinero? Sé que no has…
– Ya me apaño, no te preocupes.
Aunque Molly quería muchísimo a Phoebe, a veces deseaba que no se convirtiera en oro todo lo que tocaba su hermana. La hacía sentir tan incapaz. Phoebe era rica, hermosa y emocionalmente estable. Molly era pobre, simplemente atractiva y había estado mucho más cerca de una crisis nerviosa de lo que podría admitir jamás. Phoebe había superado enormes desventajas para convertirse en una de las propietarias de la NFL más poderosas, mientras que Molly no podía siquiera defender a su conejita de ficción ante un ataque de la vida real.
Tras colgar el teléfono, Molly estuvo charlando con algunos de los huéspedes, y luego puso toallas limpias en todos los baños mientras Kevin registraba a una pareja de jubilados de Cleveland en una de las casitas. Luego se fue a su propia casita para ponerse el bañador rojo que Kevin le había regalado e ir a nadar.
Cuando sacó el bañador de dos piezas de la bolsa, descubrió que, aunque la parte de abajo no era un tanga, iba sujeta a cada lado únicamente por un cordelito y le pareció algo exiguo para su gusto. La parte de arriba, sin embargo, tenía un aro inferior que ayudaba a mantenerlo todo en su sitio, y Roo pareció dar su aprobación.
Aunque la temperatura del aire rondaba ya los treinta grados, el lago todavía no se había calentado, y la playa estaba desierta cuando ella llegó. Molly se estremeció de frío al meter los pies en el agua, pero fue entrando lentamente. Roo se mojó las patas, luego retrocedió y se dedicó a perseguir a las garzas. Cuando Molly no pudo seguir soportando aquella tortura, se zambulló.
Salió a la superficie jadeando y empezó a dar brazadas vigorosas para entrar en calor; entonces vio a Kevin en pie en el espacio comunitario. Nueve años de campamento de verano le habían enseñado la importancia de hacer las cosas acompañada, pero Kevin estaba lo bastante cerca para oírla gritar si se ahogaba.
Se puso boca arriba y nadó de espaldas durante un rato, evitando las aguas más profundas, porque, aunque Kevin dijese lo contrario, ella era una persona muy sensible en lo referente a la seguridad en el agua. Miró de nuevo hacia el comedor comunitario: Kevin seguía en pie exactamente en el mismo lugar.
Parecía aburrido.
Molly agitó el brazo para captar su atención. Kevin le devolvió el saludo sin mucha convicción.
Eso no era bueno. No era nada bueno.
Molly se zambulló y empezó a pensar.
Kevin observó a Molly en el agua mientras esperaba a que los empleados de la empresa de basuras aparecieran con un nuevo contenedor. Un destello de rojo carmesí flotó en el aire cuando Molly saltó al agua y luego la vio desaparecer bajo la superficie. Había sido un error comprarle ese biquini: dejaba prácticamente al descubierto ese pequeño cuerpo tentador que a Kevin le estaba resultando cada vez más difícil ignorar. Pero el color de aquel biquini enseguida le había llamado la atención, porque era casi del mismo tono que tenía su pelo el día en que se habían conocido.
Molly ya no llevaba el pelo igual. Sólo habían pasado cuatro días, pero se estaba cuidando y sus cabellos habían adquirido el mismo color que el jarabe de arce con el que Kevin había adornado los pastelitos que ella había preparado. Kevin se sentía como si la estuviera viendo volver a la vida. Su piel había perdido aquel aspecto pálido, y sus ojos habían empezado a brillar, especialmente cuando se trataba de fastidiarle.
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