– ¿Por qué te enfadas conmigo? Yo no he hecho nada.

– ¡No! Muérdeme. Déjame un chupetón aquí-dijo señalándose con el dedo un punto a pocos centímetros de la clavícula.

– ¿Quieres que te haga un chupetón?

– ¿Estás sordo?

– Sólo estupefacto.

– No se lo puedo pedir a nadie más, y no me es posible seguir soportando ni un día más los consejos matrimoniales de una ninfómana de diecinueve años. Con esto se acabará todo.

– La verdad es que con unas patatas fritas serías un auténtico «Happy Meal».

– Adelante. Búrlate de mí. A ti no te trata con la misma condescendencia que a mí.

– Olvídalo. No pienso hacerte un chupetón.

– Vale. Ya me buscaré a otro que lo haga.

– ¡Ni hablar!

– Tiempos desesperados exigen medidas desesperadas.

Se lo pediré a Charlotte Long.

– Qué desagradable.

– Ya sabe cómo se comportan los tortolitos. Lo comprenderá.

– Sólo de pensar en esa mujer mordiéndote el cuello se me ha quitado el apetito. ¿Y no te dará vergüenza ir enseñando el moratón cuando haya otra gente cerca?

– Me pondré algo que tenga cuello para ocultarlo.

– Y cuando veas a Amy te lo destaparás.

– Vale, no me siento orgullosa de mí misma. Pero si no hago algo, acabaré estrangulándola.

– Sólo es una adolescente. ¿Por qué te importa tanto?

– Bueno, olvídalo.

– ¿Y tener que verte correr detrás de Charlotte Long?

– Su voz adquirió cierta ronquera-. De eso nada.

Molly tragó saliva.

– ¿Lo harás tú?

– Supongo que tengo que hacerlo.

«Ay, madre…» Molly cerró los ojos con fuerza e inclinó el cuello hacia él. El corazón le latía fuerte. ¿Qué se suponía que estaba haciendo?

Nada, aparentemente, porque él no la tocaba. Molly abrió los ojos y pestañeo

– ¿No podrías darte prisa?

Kevin no la tocaba, pero tampoco se apartaba. Santo cielo, ¿por qué tenía que ser tan atractivo? ¿Por qué no podía tener la piel arrugada y un buen barrigón en lugar de ser un anuncio ambulante de cuerpos atléticos?

– ¿A qué esperas?

– No le he hecho un chupetón a una chica desde los catorce.

– Estoy segura de que te acordarás si te concentras.

– El problema no es la concentración.

La chispa de aquellos ojos verdes indicaba que el comportamiento de Molly estaba justo en el límite entre la excentricidad y la locura. Su estallido de mal genio se había disipado. Tenía que salir de aquella situación.

– Bah, no importa.

Molly se volvió para marcharse, pero Kevin la cogió por el brazo. Al notar el tacto de los dedos de Kevin sobre su piel se estremeció.

– Yo no he dicho que no vaya a hacerlo. Sólo tengo que calentarme un poco.

Aunque hubiera tenido fuego en los pies, Molly no podría haberse movido.

– No puedo simplemente embestir y morder. -El pulgar de Kevin le acarició el brazo-. No va conmigo.

A Molly se le puso la carne de gallina cuando Kevin recorrió su cuello con un dedo.

– No pasa nada. Embiste y muerde-dijo con voz áspera.

– Soy un deportista profesional -dijo mientras trazaba lentamente una S en la base de su garganta. Sus palabras eran como una caricia seductora-. La ausencia de un calentamiento adecuado puede provocar lesiones.

– Así que era eso, ¿eh? Las… lesiones.

Kevin no respondió, y Molly contuvo la respiración al notar que su boca se acercaba. Tuvo un sobresalto cuando los labios de Kevin acariciaron la comisura de los suyos.

Ni siquiera había sido un impacto directo, pero a ella se le derritieron los huesos. Oyó un sonido suave e indescifrable y se dio cuenta de que lo producía ella misma, la mujer más fácil del planeta Tierra.

Kevin la acercó a su lado con un movimiento suave, pero el contacto hizo saltar chispas. Hueso duro y carne caliente. Molly quería toda su boca, y giró la cabeza en su busca, pero él alteró el rumbo. En vez de darle el beso que ella estaba deseando, Kevin tocó la comisura opuesta de sus labios.

La sangre de Molly palpitaba. Los labios de Kevin siguieron por la mandíbula hasta el cuello. Entonces se dispuso a hacer exactamente lo que ella le había pedido.

«¡He cambiado de idea! ¡No me muerdas, por favor!»

Kevin no la mordió. Jugueteó con su garganta hasta que su respiración se volvió rápida y superficial. Molly le detestó por atormentarla de aquella manera, pero no lograba apartarse de él. Y entonces, Kevin dio por finalizado el juego y la besó de verdad.

El mundo giró y todo se volvió patas arriba. Los brazos de Kevin la mecían como si ella le perteneciera realmente. Molly no supo quién separó antes los labios, pero sus lenguas se tocaron.

Era el beso dado en sueños solitarios. Un beso que requería su tiempo. Un beso que sentaba tan bien que Molly no podía recordar todos los motivos por los que estaba mal.

La mano de Kevin peinó sus cabellos, y sus duras caderas se apretaron contra las de Molly. Notó lo que había provocado en él y le encantó. Sintió un hormigueo en el pecho cuando Kevin lo cubrió con la mano.

Kevin gritó y apartó bruscamente la mano.

– ¡Maldita sea!

Molly dio un paso atrás e instintivamente comprobó que a su pecho no le hubieran salido dientes. Pero no era su pecho. Kevin miró hacia abajo: los afilados colmillos de Roo apretaban su pierna.

– ¡Quita, chucho!

Molly volvió de golpe y porrazo a la realidad. ¿Qué se suponía que hacía jugando a besitos con el señor Demasiado Atractivo? Y ni siquiera podía culparle porque las cosas se hubieran salido de madre porque había sido ella la que lo había empezado.

– Basta, Roo.

Desconcertada, Molly apartó al perro.

– ¿Nunca le limas los dientes al «klingon»?

– No te estaba atacando. Sólo quería jugar.

– ¿Sí? ¡Pues igual que yo!

Un largo silencio palpitó entre ellos.

Molly quería que fuera él el primero en apartar la mirada, pero no lo hizo, así que ella miró hacia atrás. Era desconcertante. Mientras ella parecía que se escondiera bajo las sábanas, Kevin parecía perfectamente capaz de quedarse en pie toda la tarde y considerar detenidamente el asunto. Molly todavía sentía el calor de su mano en el pecho.

– Esto se está complicando -dijo Kevin finalmente.

Tenía enfrente a la NFL, así que no dio importancia a que se le aflojaran las piernas.

– No para mí. Besas muy bien, por cierto. Muchos deportistas no entienden la diferencia entre besar y morder.

– Nunca dejas de discutir, Daphne. ¿Qué hacemos? ¿Vamos a que nos den de cenar? ¿O volvemos a probar lo del chupetón que tanto deseas?

– Olvídate del chupetón. A veces la cura es peor que la enfermedad.

– Y a veces las conejitas se convierten en gallinas.

Molly no iba a ganar ese juego, así que alzó la nariz como la rica heredera que no era, tomó el mantel rojo y se lo envolvió sobre los hombros.


El comedor de la posada de Wind Lake, decorado según el estilo típico de los bosques del norte, parecía una antigua cabaña de cazadores. Sobre las ventanas largas y estrechas colgaban unas cortinas con grabados de mantas indias, y en las paredes, muy rústicas, había una colección de botas de nieve y trampas antiguas para animales, junto a las cabezas enmarcadas de ciervos y alces. Molly decidió concentrarse en la canoa de corteza de abedul que colgaba de las vigas para evitar encontrarse con la mirada de aquellos ojos de cristal.

A Kevin cada vez se le daba mejor leer sus pensamientos, y señaló con la cabeza hacia los animales muertos.

– Había habido un restaurante en Nueva York especializado en la caza exótica, bistecs de canguro, de tigre, de elefante. Una vez unos amigos me llevaron allí a probar las «Ieonburguesas».

– ¡Eso es repugnante! ¿Qué tipo de persona enferma querría comerse a Simba?

Kevin soltó una risilla y volvió a su trucha.

– Yo no. Pedí un picadillo de carne variada y pastel de pacana.

– Deja de jugar conmigo.

Los ojos de Kevin se marcaron unos pasos de tango por el cuerpo de Molly.

– Antes no parecía importarte.

– Ha sido el alcohol -dijo Molly jugueteando con el pie de su copa de vino.

– Ha sido el sexo del que no estamos disfrutando.

Molly abrió la boca para interrumpirle, pero él la interrumpió antes.

– Ahórrate la saliva, Daphne. Ya va siendo hora que afrontes algunos hechos importantes. Primero, estamos casados. Segundo, estamos viviendo bajo el mismo techo…-No porque yo lo eligiera.

– Y tercero, ambos estamos célibes en este momento.

– No se puede ser célibe por momentos. Es un estilo de vida a largo plazo. Créeme, yo lo sé. -Esta última parte habría preferido no decirla en voz alta. O tal vez sí. Molly pinchó una rodaja de zanahoria que no se quería comer.

Kevin dejó su tenedor para estudiar a Molly más atentamente.

– Bromeas, ¿verdad?

– Por supuesto que bromeo -dijo Molly tragándose la zanahoria-. ¿Creías que hablaba en serio?

– No estás bromeando -dijo Kevin frotándose la barbilla.

– ¿Ves al camarero? Creo que ya pasaré a los postres.

– ¿Te importaría explicarte?

– No.

Kevin esperó el momento propicio.

Molly jugó con otra rodaja de zanahoria y se encogió de hombros.

– Tengo mis propias opiniones.

– Igual que la revista Times. Déjate de evasivas.

– Dime adónde crees que nos lleva esta conversación.

– Ya sabes adónde. Directamente al dormitorio.

– Dormitorios -enfatizó ella, deseando que Kevin no se mostrara tan obstinado con el tema-. Uno para él y otro para ella, y así tiene que seguir.

– Hace un par de días te habría dado la razón. Pero ambos sabemos que si no hubiera sido por los colmillos de tu Godzilla ahora mismo estaríamos desnudos.

Molly sintió un escalofrío.

– Eso no lo puedes dar por sentado.

– Mira, Molly, el anuncio del periódico no saldrá hasta el próximo jueves. Hoy sólo es sábado. Me pasaré un par de días más con las entrevistas. Luego otro día, como mínimo, para instruir a la persona que contrate. Eso son muchas noches.

Molly llevaba ya un rato jugueteando con su ensalada, así que abandonó toda pretensión de comer.

– Kevin, no me gusta el sexo por el sexo.

– Eso sí que me sorprende. Me parece recordar una noche de febrero…

– Me había encaprichado contigo, ¿vale? Un estúpido encaprichamiento que se me fue de las manos.

– ¿Un encaprichamiento? -Kevin se inclinó en su silla, disfrutando de la situación-. ¿Cuántos años tienes? ¿Doce?

– No te rías de mí.

– ¿Así que te habías encaprichado conmigo?

Su sonrisa torcida era exactamente como la de Benny cuando creía que tenía a Daphne justo donde la quería. A la conejita no le gustaba, ni tampoco a Molly.

– Me había encaprichado contigo y con Alan Greenspan al mismo tiempo. No me puedo imaginar en qué pensaba. Aunque el encaprichamiento por Greenspan era mucho peor. Gracias a Dios que no topé con él y su atractivo maletín.

Kevin hizo oídos sordos a esa última tontería.

– Es interesante observar que Daphne parece haberse encaprichado con Benny, también.

– ¡Eso no es verdad! Benny la trata fatal.

– Tal vez si ella se lo confesara, sería más simpático.

– ¡Eso es más desagradable que lo de Charlotte Long y yo! -Molly tenía que lograr cambiar de tema de conversación-. Se puede encontrar sexo en cualquier parte, pero nosotros tenemos una amistad, y eso es más importante.

– ¿Una amistad?

Molly asintió.

– Sí, supongo que sí -admitió Kevin-. Tal vez sea eso lo que lo hace tan excitante. Nunca he tenido relaciones sexuales con una amiga.

– No es más que la fascinación por lo prohibido.

– No sé en qué sentido es prohibido para ti -dijo Kevin frunciendo el ceño-. Yo tengo mucho más que perder.

– ¿Y eso cómo lo has calculado, exactamente?

– Vamos, ya sabes lo importante que es mi carrera para mí. Tus familiares más directos resultan ser mis jefes, y ahora mismo mi situación ante ellos es inestable. Es exactamente por eso por lo que siempre mantengo mis relaciones con las mujeres lejos del equipo. Ni siquiera he salido jamás con ninguna de las animadoras de los Stars.

– Y, en cambio, mírate, aquí tirándole los tejos a la hermana de tu jefa.

– Yo lo puedo perder todo. Tú no tienes nada que perder.

«Sólo este frágil corazón mío.»

Kevin acarició el pie de su copa de vino con el dedo.

– La verdad es que unas pocas noches de flirteo podrían ayudar en tu carrera de escritora.

– Me muero de ganas de oír por qué.

– Reprogramarán tu subconsciente para que dejes de enviar mensajes homosexuales secretos en tus libros.