Molly puso los ojos en blanco.
Kevin soltó una risita.
– Déjame respirar, Kevin. Si estuviéramos en Chicago, ni siquiera se te habría ocurrido tener relaciones sexuales conmigo. ¿Te parece adulador?
– Seguro que se me ocurriría si pasáramos juntos tanto tiempo como lo estamos pasando aquí.
Kevin estaba evitando deliberadamente la cuestión, pero antes de que Molly pudiera hacérselo notar, apareció la camarera para averiguar si había algún problema con la comida que llevaban ya rato sin tocar. Kevin le aseguró que no pasaba nada. La camarera esbozó la mejor de sus sonrisas y se puso a charlar con Kevin como si fuera su mejor amigo. La gente solía reaccionar de la misma manera con Phoebe y Dan, así que Molly ya estaba acostumbrada a aquel tipo de interrupciones, pero la camarera era guapa y con muchas curvas, y en esa ocasión su actitud le pareció molesta.
Cuando la mujer se marchó finalmente, Kevin se apoyó en el respaldo de su silla y retomó la conversación por la parte que Molly deseaba que hubiera olvidado.
– Eso del celibato… ¿desde cuándo dura?
Molly estaba cortando un pedacito de pollo y se tomó su tiempo.
– Una temporada.
– ¿Algún motivo en particular?
Molly masticó lentamente, como si estuviera reflexionando sobre la cuestión cuando en realidad se esforzaba por encontrar una escapatoria.
– Es una elección que tomé.
– ¿Es una parte más de la niña buena que todo el mundo piensa que eres excepto yo?
– ¡Soy una niña buena!
– Eres una impertinente.
– ¿Por qué tiene que justificarse una mujer virtuosa? O semivirtuosa, vaya, no vayas a pensar que era virgen antes de perder la chaveta por ti.
Pero, en cierto modo, sí que era virgen. Aunque sabía algo de sexo, ninguna de sus dos aventuras le había enseñado nada sobre hacer el amor, y menos aún aquella horrorosa noche con Kevin.
– Porque somos amigos, ¿recuerdas? Los amigos se cuentan estas cosas. Tú ya sabes mucho más de mí que la mayoría de la gente.
A Molly no le gustaba sentirse con esta revelación más avergonzada de lo que se había sentido al contarle lo de la herencia, así que se esforzó por parecer piadosa y, apoyando los codos en la mesa, juntó las manos como en una plegaria.
– Ser sexualmente exigente no tiene nada de vergonzoso.
En cierto modo, Kevin la entendía mejor que su propia familia, y su ceja levantada le indicó que no le había impresionado.
– Es que… Conozco a mucha gente que trata el sexo despreocupadamente, pero yo no puedo hacerlo. Creo que es demasiado importante.
– No voy a discutir eso contigo.
– Pues bien, es eso.
– Me alegro.
¿Era la imaginación de Molly, o había notado cierta suficiencia en la expresión de Kevin?
– ¿De qué te alegras? ¿De haber tenido un estadio lleno de mujeres fáciles mientras yo mantenía las piernas cruzadas? A eso lo llamo yo doble rasero.
– Eh, que tampoco me siento orgulloso de ello. Viene programado en los cromosomas X. Y tampoco ha sido un estadio lleno.
– Déjame que te lo diga de otro modo. Hay gente que puede tener relaciones sexuales sin compromiso, pero resulta que yo no soy una de ellas, así que sería mejor que te mudaras de nuevo a la casa de huéspedes.
– Técnicamente hablando, Daphne, ya me comprometí seriamente contigo, y creo que ha llegado el día de la paga.
– El sexo no es un producto. No se puede comerciar con él.
– ¿Quién dice eso? -preguntó con una sonrisa definitivamente diabólica-. Había montones de vestidos preciosos en aquella boutique del pueblo, y puedo ser muy liberal con mi tarjeta de crédito.
– Qué gran momento de orgullo para mí. Escritora de libros de conejitos convertida en fulana en un sencillo paso.
A Kevin le gustó el chiste, pero su risotada fue interrumpida por una pareja que se acercaba desde la otra punta del comedor.
– Perdona, pero ¿eres Kevin Tucker? Mira, mi mujer y yo somos forofos…
Molly dejó de escuchar y sorbió su café mientras Kevin se encargaba de sus admiradores. Aquel hombre la derretía, y no tenía sentido pretender lo contrario. Si se tratara sólo del atractivo físico, no sería tan peligroso, pero aquel encanto arrogante estaba derrumbando sus defensas. Y en cuanto al beso que habían compartido…
¡Quieta ahí! Que aquel beso le hubiera aflojado las piernas no significaba que fuera a dejarse llevar. Acababa de recuperarse de una caída emocional en barrena, y no era tan autodestructiva como para volver a lanzarse en ella. Simplemente tenía que recordarse que Kevin estaba aburrido y que le apetecía un rollete pasajero. La cruda realidad era que cualquier mujer le valdría, y ella estaba a mano. Aun así, Molly no podía seguir negando que había recuperado su viejo encaprichamiento
Hay mujeres que son bobas hasta para respirar.
Kevin dejó a un lado el último de los libros de Daphne que Molly había intentado esconder sin éxito cuando volvieron a la casita. ¡No se lo podía creer! En aquellas páginas estaba la mitad de su vida reciente. Censurada, por supuesto. Pero aun así…
¡Él era Benny el Tejón! Su Harley roja… Su moto acuática. Aquel pequeño incidente del salto en caída libre, pero exageradísimo… Y Benny practicando el snowboard en la Montaña de Nieve Nueva llevando unas Revo plateadas… ¡Debería demandarla!
Pero se sentía tan adulado. Molly escribía muy bien, y las historias eran fantásticas: adaptadas a los niños de hoy y divertidas. Aunque hubo algo que no le gustó de los libros de Daphne: por lo general, la conejita acababa casi siempre imponiéndose al tejón. ¿Qué clase de mensaje les estaba dando a los niños? ¿O a los mayores, si vamos a eso?
Kevin se apoyó en el respaldo del destartalado sofá y echó un vistazo hacia la puerta del dormitorio que Molly había cerrado al entrar. El buen humor del que Kevin había disfrutado durante la cena se había esfumado. Había que ser ciego para no saber que Molly se sentía atraída por él. Entonces ¿cuál era la cuestión?
Molly quería darle un tirón a su correa, ésa era la cuestión. Quería que Kevin le suplicara para sentir que había recuperado su orgullo. Para ella, aquello era una especie de lucha de poder. Empezaba a mostrarse coqueta y divertida cuando estaba con él, le hacía disfrutar de su compañía, se encrespaba los cabellos, se ponía ropa vistosa pensada únicamente para que a él le dieran ganas de quitársela. Entonces, cuando llegaba el momento exacto de quitarle la ropa, daba un salto hacia atrás y decía que no creía en el sexo sin compromiso.
Bobadas.
Kevin necesitaba una ducha, y fría, pero lo único que había en esa casa era aquella bañera pequeña como una jarra de cerveza. Dios, cuánto detestaba aquel lugar. ¿Por qué Molly hacía una montaña de todo aquello? Tal vez había dicho que no durante la cena, pero mientras la besaba, aquel dulce cuerpecito sin duda le estaba diciendo que sí. ¡Estaban casados! ¡Era él quien había tenido que comprometerse, no ella!
Su política de no mezclar los negocios con el placer le había estallado en la cara. Los problemas que experimentaba para apartar la mirada de la puerta del dormitorio de Molly le repugnaron. Él era Kevin Tucker, maldita sea, y no tenía por qué suplicar las atenciones de ninguna mujer, y menos cuando había tantas otras haciendo cola para llamar su atención.
Bueno, ya había tenido bastante. Desde aquel momento iba a dedicarse únicamente a los negocios. Se encargaría del campamento y aumentaría el ritmo de sus entrenamientos para estar en plena forma al empezar la pretemporada. En cuanto a aquella esnob irritante que resultaba ser su esposa… Hasta que volvieran a Chicago, quedaba estrictamente prohibido tocarla.
Capítulo dieciséis
Los padres de mi novio habían salido a pasar la noche fuera, y me invitó a su casa. En cuanto entré por la puerta, ya supe lo que iba a pasar…
«El dormitorio de mi novio»
Para Chik
Lilly se odió por haber dicho que sí, pero ¿qué amante del arte podía rechazar una invitación para visitar la casa de Liam Jenner y ver su colección privada? Aunque la hubiera invitado sin ninguna gracia. Lilly acababa de volver de su paseo matinal del domingo cuando Amy le pasó el teléfono.
– Si quieres ver mis pinturas, ven a mi casa esta tarde a las dos -ladró Jenner-. No antes. Estoy trabajando y no responderé al timbre.
Lilly había pasado sin duda demasiado tiempo en Los Ángeles porque encontró aquella rudeza casi refrescante. Mientras salía de la carretera principal hacia una secundaria en el punto en que Jenner le había indicado, pensó en cómo se había acostumbrado a los cumplidos sin sentido y a la adulación vacía. Casi había olvidado que todavía existía gente que decía exactamente lo que le pasaba por la cabeza.
Localizó el buzón turquesa castigado por la intemperie que Jenner le había dicho que buscara. Colgaba, torcido, de un enmohecido poste de metal que estaba encajado en un neumático de tractor relleno de cemento. En la cuneta, detrás del neumático, había muelles de cama oxidados y una lámina retorcida de hojalata ondulada, y, en la entrada del camino, labrado de surcos y hoyos y flanqueado por hierbajos, un letrero rezaba casi innecesariamente: NO PASAR. Lilly tomó el camino a paso de tortuga. Aun así, su coche se tambaleaba alarmantemente a cada socavón. Cuando ya había decidido detenerse y recorrer a pie el resto del camino, vio que la vegetación desaparecía y que la superficie del camino estaba perfectamente nivelada con gravilla fresca. Al cabo de unos instantes, Lilly contuvo la respiración al ver aparecer la casa ante sus ojos.
Era un edificio pulcramente moderno con parapetos de cemento blanco y alféizares de piedra y cristal. Todo su diseño llevaba la firma de Liam Jenner. Mientras salía del coche y caminaba hacia la hornacina que contenía la puerta principal, se preguntó dónde habría encontrado al santo del arquitecto dispuesto a trabajar con él.
Lilly miró su reloj de pulsera y vio que llegaba exactamente media hora tarde a aquella visita impuesta por decreto. Tal como había planeado.
La puerta se abrió de par en par. Lilly esperaba que la recibiera con un ladrido por no ser puntual, y se llevó una decepción cuando el pintor se limitó a saludarla y a dar un paso atrás para dejarla entrar.
Lilly se quedó pasmada. La pared de cristal opuesta había sido construida en secciones irregulares, separadas por una estrecha pasarela de hierro situada a unos tres metros sobre el nivel del suelo. A través del cristal se podía disfrutar de una majestuosa vista del lago, los acantilados y los árboles.
– Qué casa tan maravillosa.
– Gracias. ¿Te apetece tomar algo?
Su solicitud pareció cordial, pero Lilly se sorprendió incluso más al observar que había sustituido su habitual camisa vaquera manchada de pintura y su pantalón corto por una camisa de seda negra y unos pantalones de color gris claro. Irónicamente, la ropa civilizada no hacía más que enfatizar el Sturm und Drang de aquella cara curtida.
Lilly declinó el ofrecimiento de bebida.
– Aunque aceptaría encantada una visita.
– De acuerdo.
La casa abrazaba el terreno en dos secciones desiguales, la mayor de las cuales contenía una sala de estar abierta, la cocina, la biblioteca y un comedor de viga voladiza, y, en los niveles inferiores, varios dormitorios algo más pequeños. La pasarela que había visto al entrar conducía a una torre de cristal en la que Liam tenía su estudio. Lilly esperó que se lo mostrase, pero Liam sólo le enseñó el dormitorio grande de abajo, un espacio diseñado con una simplicidad casi monástica.
Por todas partes podían verse magníficas obras de arte, y Liam hablaba de ellas con pasión y discernimiento. Un enorme lienzo de Jasper Johns colgaba no muy lejos de una composición contemplativa en azul y beige de Agnes Martín. Una de las esculturas de neón de Bruce Nauman asomaba cerca de la arcada de la biblioteca. Al otro lado podía admirarse una obra de David Hockney, junto a un retrato de Liam pintado por Chuck Close. Un imponente lienzo de Helen Frankenthaler ocupaba una pared larga de la sala de estar, y una escultura totémica de piedra y madera dominaba un pasillo. Los mejores artistas contemporáneos del mundo estaban representados en esa casa. Todos, excepto Liam Jenner.
Lilly esperó mientras duraba la visita guiada, pero cuando regresaron a la sala de estar abierta no pudo evitar la pregunta.
– ¿Por qué no has colgado ninguna de tus propias pinturas?
– Ver mis obras cuando no estoy en el estudio me hace pensar demasiado en el trabajo.
– Ya me lo imagino. Pero quedarían tan bien en esta casa.
Liam se la quedó mirando durante un largo rato. Entonces, las marcadas arrugas de su cara se suavizaron con una sonrisa.
"Este corazón mío" отзывы
Отзывы читателей о книге "Este corazón mío". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Este corazón mío" друзьям в соцсетях.