– ¡Por qué diablos has cerrado el coche con llave! -rugió, él-. ¡Estamos en medio de la nada!

– ¡Vivo en Los Ángeles! -replicó ella gritando.

– ¡Aquí está!

Liam sacó el bolso de debajo de una de las mesas y empezó a revolver en su interior.

– ¡Dámelo! -dijo Lilly arrebatándoselo de las manos y rebuscando en su interior.

– ¡Date prisa! -dijo Liam cogiéndola del codo y arrastrándola primero hasta la puerta principal y luego por las escaleras. Por el camino, Lilly encontró las llaves. Se separó de él y apretó el botón del control remoto que abría el maletero.

Lilly casi lloró de alivio cuando cogió la cesta de costura y metió dentro la caja de los retales. Liam apenas se fijó.

Entraron volando, subieron corriendo las escaleras, galoparon por la pasarela. Cuando llegaron al estudio, a ambos les costaba respirar, más por la emoción que por el ejercicio. Lilly se dejó caer en la silla. Liam corrió hacia el lienzo. Se miraron y ambos sonrieron.

Fue un momento exquisito. De comunicación perfecta. Liam no había cuestionado la urgencia de Lilly, no había mostrado el más mínimo desdén al ver que se había puesto tan frenética por una simple cesta de costura. En cierto modo, Liam comprendía su necesidad de crear del mismo modo que ella comprendía la suya.

Feliz, Lilly se inclinó hacia su obra.

En el exterior, la oscuridad caía gradualmente. Las luces interiores del estudio se encendieron; todas estaban exquisitamente ubicadas para crear una iluminación sin sombras. Las tijeras de Lilly recortaban con frenesí; su aguja volaba dando largas puntadas que mantendrían unidos los tejidos hasta que pudiera coserlos definitivamente con la máquina de coser. Costura con costura. Colores mezclados. Patrones superpuestos.

Los dedos de Liam le acariciaron el cuello. Lilly no se había dado cuenta de que había abandonado su lienzo. Una fina línea escarlata adornaba ahora su camisa negra de seda, y una gota naranja destacaba en el gris de sus caros pantalones. Llevaba sus cabellos, crespos y canosos, algo despeinados, y tenía más rastros de pintura en la raya del pelo.

Lilly sintió un cosquilleo en la piel cuando Liam rozó con el dedo el botón superior de su blusa de gasa de color mandarina. Mirándola a los ojos, retiró el botón del ojal. Luego desabrochó el siguiente.

– Por favor -dijo Liam.

Ella no intentó detenerle, ni siquiera cuando Liam dejó caer la blusa por uno de sus hombros. Ni siquiera cuando sus dedos cuadrados manchados de pintura acariciaron el broche delantero de su sujetador. Lilly se limitó a inclinar la cabeza hacia su costura y dejó que lo desabrochara.

Sus pechos, mucho más pesados de lo que habían sido en su juventud, salieron desbordados. Lilly le dejó que dispusiera la tela de gasa de su blusa como quisiera. Él le bajó una manga por el brazo hasta que se atascó en el pliegue del codo. Luego la otra. Los senos de Lilly descansaban en un nido de tela como dos gallinas orondas.

El sonido de sus pisadas sobre la piedra caliza se alejó hacia el lienzo.

Con los pechos desnudos, Lilly volvió a la costura.

Hasta entonces había creído que su colcha versaría sobre la crianza y no sobre la seducción, pero en aquel momento, el hecho asombroso de haberle permitido a Liam hacer aquello le decía que el significado sería más complejo. Ella creía que su parte sexual había muerto. Aquel sofoco de calor en su cuerpo le hacía comprender que eso no era cierto. La colcha acababa de revelar un secreto sobre su nueva identidad.

Sin deformar la tela de la camisa en los pliegues de los codos, hurgó en la caja que tenía a su lado y encontró un trozo suave de terciopelo viejo. Era de un sensual y profundo tono carmesí sombreado con matices más oscuros. De color de albahaca ópalo oscura. El color secreto del cuerpo de una mujer. Sus dedos temblaron mientras redondeaba las puntas. La tela acariciaba sus pezones mientras la manipulaba, poniéndolos duros como cuentas. Volvió a hurgar en la caja y encontró un tono todavía más profundo que serviría como corazón secreto.

Le añadiría unos cristales diminutos de rocío.

Un taco sofocado la obligó a levantar la mirada. Liam estaba mirándola fijamente y los curtidos rasgos de su rostro brillaban húmedos de sudor. Sus brazos, manchados de pintura, colgaban inertes a ambos lados de su cuerpo, y un pincel yacía a sus pies, justo donde lo había dejado caer.

– He pintado cientos de desnudos. Es la primera vez… -Liam sacudió la cabeza, momentáneamente desconcertado-. No puedo hacerlo.

Lilly sintió una oleada de vergüenza. La colcha cayó al suelo cuando se levantó; cogió la blusa y se cubrió con ella los pechos.

– No -dijo Liam acudiendo a su lado-. No, no, eso no.

El fuego de sus ojos la sorprendió. Las piernas de Liam rozaron su falda y sus manos se deslizaron por debajo de la blusa en busca de sus pechos. Liam los tomó con ambas manos, y enterró en ellos su rostro. Lilly apretó los brazos al notar que sus labios se cerraban alrededor de un pezón.

Aquella explosión de pasión parecía reservada a la juventud, pero ninguno de los dos era joven. Lilly sintió la longitud dura y gruesa de Liam. Liam buscaba la pretina de su falda. La cordura regresó y Lilly le apartó las manos. Quería que la viera desnuda como había sido, no como era ahora.

– Lilly… -exhaló Liam como protesta.

– Lo siento…

Liam no tenía paciencia para la cobardía. Deslizó las manos por debajo de la falda y tiró de las bragas; luego se arrodilló y se las quitó. Liam apretó su cara en la falda, en el… El cálido aliento de Liam se derramaba entre sus piernas. Era tan agradable. Lilly las separó, sólo unos centímetros, y dejó que el aliento de Liam acariciase su corazón secreto.

Liam hizo que Lilly se tumbase a su lado sobre la dureza del suelo de piedra caliza. Tomando su cara con ambas manos, la besó. El beso profundo y experto de un hombre que conocía bien a las mujeres.

Cayeron juntos hacia atrás. Lilly llevaba la falda subida hasta la cintura. Liam acarició sus piernas y luego las separó. Entonces enterró su cara entre ellas.

Lilly subió las pantorrillas, dejó que se abrieran sus rodillas y gozó del lujurioso y vigoroso festín de Liam. El orgasmo fue feroz y potente, y la pilló por sorpresa. Cuando logró recuperarse, Liam estaba desnudo.

Tenía un cuerpo poderoso y bello. Lilly abrió los brazos y Liam se sumergió dentro de ella. Lilly, con los dedos sumergidos en sus cabellos, aceptó su beso más profundo y le rodeó con las piernas. Notó la dureza del suelo contra su columna vertebral. Lilly se estremeció cuando Liam volvió a sumergirse.

Liam paró, la acarició más suavemente y se dio la vuelta para que fuera su cuerpo el que soportase el castigo del suelo.

– ¿Mejor así? -preguntó mientras tomaba en sus manos los pechos que se mecían delante de él.

– Mejor-contestó Lilly, buscando un ritmo que les satisficiera a ambos.

Mientras se movían, las pinturas de los lienzos parecían dar vueltas a su alrededor, los colores se hacían más brillantes, se volvían casi líquidos. Sus cuerpos trabajaban juntos, inundados de cálidas sensaciones. Finalmente, ninguno de los dos pudo soportarlo más y todos los colores del universo estallaron en una explosión de luz blanca y brillante.

Lilly se recompuso lentamente. Estaba tumbada encima de él, con la blusa y la falda hechas un amasijo que le rodeaba la cintura. Había sido víctima de un hechizo. Aquel hombre la había hechizado de la misma forma que lo habían hecho sus pinturas.

Soy demasiado mayor para hacerlo en el suelo -gruñó Liam.


Lilly salió de encima de él y, con dificultad, se levantó para taparse.

– Lo siento. Estoy tan… gorda. Debo de haberte aplastado.

– No vuelvas con lo mismo.

Liam se hizo a un lado y, con una mueca de dolor, se incorporó lentamente. A diferencia de ella, él no parecía tener ninguna prisa por volver a vestirse. Lilly prefirió no mirar y acecho la falda arrugada hacia abajo, mientras veía que sus bragas estaban a sus pies, en el suelo. No logró abrocharse el sujetador, así que cerró la parte delantera de su blusa, pero cuando se disponía a abotonársela, Liam le sujetó las manos.

– Escúchame, Lilly Sherman. He trabajado con cientos de modelos durante mi vida, pero nunca había tenido que dejar de pintar para seducir a una de ellas.

Ella iba a replicar que no se lo creía, pero se trataba de Liam Jenner, un hombre sin la paciencia suficiente para los piropos.

– Ha sido una locura.

La expresión de Liam se tornó feroz.

– Tienes un cuerpo magnífico. Exuberante y extravagante, exactamente como tiene que ser el cuerpo de una mujer. ¿Te has fijado cómo caía la luz sobre tu piel? ¿Sobre tus pechos? Son colosales, Lilly. Grandes. Carnosos. Abundantes. Nunca me cansaría de pintarlos. Tus pezones… -Liam puso sus dedos sobre ellos, los frotó y sus ojos ardieron con la misma pasión que había descubierto en ellos mientras pintaba-. Me hacen pensar en un aguacero. Un aguacero de abundante leche dorada. -Lilly se estremeció por la intensidad que encerraba su ronco susurro-. Derramándose por el suelo… Convirtiéndose en ríos… Ríos dorados y centelleantes fluyendo para alimentar continentes de tierras secas.

Qué hombre tan estrafalario y excesivo. Lilly no sabía qué pensar de una imagen tan atroz.

– Tu cuerpo, Lilly… ¿No lo ves? Es el cuerpo que dio a luz a la raza humana.

Sus palabras iban contra todo lo que predicaba el mundo en el que ella vivía. Dietas. Abnegación. Una obsesión por el hueso femenino en lugar de la carne femenina. La cultura de la juventud y la delgadez.

De la tacañería.

De la desfiguración.

Del miedo.

Por una fracción de segundo, Lilly entrevió la verdad. Vio un mundo tan aterrorizado por el poder místico de la Mujer que lo único que podía aceptar era la aniquilación de la fuente misma de aquel poder: la forma natural del cuerpo femenino.

Era una visión demasiado alejada de su experiencia, y de pronto se evaporó.

– Tengo que irme.

El corazón le martilleaba el pecho. Se inclinó para recoger las bragas y las puso en la cesta de costura junto con los pedazos de la colcha que había esparcidos por el suelo.

– Ha sido… ha sido muy irresponsable.

– ¿Hay alguna probabilidad de dejarte embarazada?

– No. Pero hay otras cosas.

– Ninguno de los dos es promiscuo. Ambos hemos aprendido a las duras que el sexo es demasiado importante.

– ¿Y cómo le llamas a esto? -dijo dando una palmada en el suelo.

– Pasión. Déjame ver en qué estás trabajando -dijo señalando con la cabeza los retales que sobresalían de la cesta de costura.

A Lilly le pareció impensable permitir que un genio como Liam Jenner viera su simple proyecto artesanal. Negando con la cabeza, se dirigió hacia la puerta, pero justo antes de llegar allí, algo la empujó a darse la vuelta.

Liam estaba en pie, mirándola. Una mancha de pintura azul adornaba su muslo, cerca de la ingle. Estaba desnudo y magnífico.

– Tenías razón-dijo Lilly-. Tengo cincuenta años.

Su suave respuesta la siguió al salir de la casa y mientras bajaba por la carretera.

– Demasiado mayor para ser tan cobarde -dijo Liam en un suspiro, y sus palabras siguieron a Lilly hasta que salió de la casa y no la abandonaron durante todo el camino de vuelta.

Capítulo diecisiete

Daphne puso en su mochila las cosas más necesarias: crema solar, un par de flotadores de color rojo piruleta de fresa, una caja de tiritas (porque Benny también iba al campamento), sus cereales crujientes favoritos, un silbato muy potente (porque Benny también iba al campamento), lápices, un libro por cada día que pasaría fuera, binoculares de ópera (porque nunca se sabe lo que puedes querer ver), una pelota de playa donde ponía FORT LAUDERDALE, el cubo y la pala de plástico, y una hoja grande de plástico de embalar con burbujas para poder reventarlas si se aburría.

Daphne va a un campamento de verano


El martes, Molly ya estaba harta de los altibajos de trabajar en Daphne va a un campamento de verano y también de intentar tener entretenido a Kevin. Aunque lo cierto es que él no había pedido que lo entretuviera. De hecho, estaba malhumorado desde aquella cena del sábado por la noche y hacía lo posible por evitarla. Incluso había tenido el valor de comportarse como si ella estuviera imponiéndole su voluntad. Había tenido que amenazarle con ir a la huelga para que aquel martes la acompañara.

Debería haberle dejado solo, pero no podía. La única forma en que podía hacerle cambiar de idea sobre la venta del campamento de Wind Lake era convencerle de que aquél ya no era el lugar aburrido de su infancia. Por desgracia, hasta entonces no había podido convencerle de nada, lo que significaba que había llegado la hora de pasar al siguiente movimiento. Resignada, se obligó a levantarse.