Molly soltó un chillido y echó a correr. Las puertas del coche se abrieron y un caniche idéntico a Roo saltó del interior. Luego salieron los niños. Parecían una docena, aunque sólo eran cuatro: todos los Calebow que corrían a saludar a esposa separada-aunque-no-tanto.

El pavor anidó en lo más profundo del estómago de Kevin. Una cosa era segura. Donde había niños Calebow, tenía que haber padres Calebow.

Kevin redujo el paso al ver a la rutilante rubia propietaria de los Chicago Stars bajando elegantemente del asiento del conductor, y a su legendario marido emergiendo del asiento de copiloto. No le sorprendió que fuera Phoebe quien había conducido. En esa familia, el liderazgo parecía pasar de uno al otro según las circunstancias. Mientras se acercaba al coche, tuvo la incómoda premonición de que a ninguno de los dos iban a gustarles las circunstancias en Wind Lake.

¿Cuáles eran esas circunstancias? Kevin llevaba casi dos semanas haciendo locuras. Faltaba poco más de un mes para el comienzo de la pretemporada, pero él, o se estaba riendo con Molly, o se estaba enfadando con ella, o le cortaba las alas, o la seducía. Hacía días que no veía retransmisiones partidos, y no hacía el suficiente ejercicio. Sólo podía pensar en cuánto le gustaba estar con aquella mujer irritante e insolente que no era ni hermosa, ni callada, ni poco exigente, si no más pesada que el plomo. Y muy divertida.

¿Por qué tenía que ser la hermana de Phoebe? ¿Por qué no podía haberla conocido en una discoteca? Kevin intentó imaginársela con sombra de ojos brillante y un vestido de celofán, pero lo único que vio fue el aspecto que tenía aquella misma mañana, con unas bragas y una de sus camisetas: iba descalza y abrazaba con los pies el travesaño de una silla, llevaba sus hermosos cabellos algo alborotados, y sus condenados ojos azul-gris le miraban por encima del borde de un taza de Perico Conejo advirtiéndole del peligro.

Molly abrazó a sus sobrinos, olvidando aparentemente que llevaba la ropa arrugada y el pelo lleno de pinaza. Kevin no tenía un aspecto mucho mejor, y cualquier par de ojos astutos podrían deducir qué habían estado haciendo.

Y no había ojos más astutos que los de Phoebe y Dan Calebow. Los cuatro se volvieron hacia Kevin, que se puso las manos en los bolsillos y se hizo el simpático.

– Eh, hola. Qué agradable sorpresa.

– Eso hemos pensado.

La respuesta educada de Phoebe contrastaba claramente con la calidez con la que acostumbraba a saludarle; Dan le observaba con una expresión calculadora en el rostro. Kevin ahuyentó el desasosiego recordándose que era intocable, el mejor quarterback de la liga.

Aunque los Chicago Stars no tendrían intocables mientras los Calebow estuvieran al frente, y justo entonces a Kevin le pasó por la cabeza cómo podía acabar aquello si no andaba con pies de plomo. Si ellos decidían que tenía que mantenerse alejado de Molly, un día le convocarían a su despacho para comentarle que había entrado en una gran operación de intercambio. Muchos equipos mediocres estarían más que contentos de poder cambiar a algunas de sus mejores adquisiciones en el draft por un quarterback profesional, y antes de darse cuenta de lo ocurrido, se encontraría jugando para uno de los equipos de la parte baja de la clasificación.

Mientras veía cómo Dan le quitaba la pinaza de los cabellos a Molly, se imaginó a sí mismo ladrándoles órdenes a los Lions en el estadio Silverdome.

Molly abrazaba a los niños, que gorjeaban a su alrededor.

– ¿Estás sorprendida de vernos tía Molly? ¿Estás sorprendida?

– Roo! ¡Hemos traído a Kanga para que juegue contigo!

– … Y mamá dice que podremos ir a nadar al…

– … Se cayó del tobogán y acabó con el ojo a la funerala!

– … Hay un chico que la llama cada día, aunque…

– … Y entonces ha vomitado por todo el…

– … Papá dice que aún soy muy joven, pero…


La atención de Molly iba de un niño a otro, y su expresión iba de la simpatía al interés o a la diversión sin perderse detalle. Aquélla era su auténtica familia.

Kevin sintió de pronto un dolor agudo. Molly y él no eran una familia, de eso no había duda, así que no podía pensar que le estuvieran privando de algo. Sólo se trataba de un reflejo de su infancia, en la que había soñado con formar parte de una gran familia como aquélla.

¡Ahora caigo! -chilló Molly-. ¡Vosotros sois los Smith!

Los niños también chillaron, señalándola con el dedo. ¡Nos has pillado, tía Molly!

Kevin recordó el comentario anterior de Molly sobre una familia llamada Smith que iba a registrarse aquel mismo día. Acababa de conocer a los Smith. Su sensación de pavor aumentó.

Molly miró a su hermana, que tenía en brazos a Roo el Feroz.

– ¿Amy sabía quiénes erais cuando anotó la reserva?

Tess soltó una risilla. Si es que ésa era Tess, porque llevaba una camiseta de fútbol mientras su gemela corría por ahí, con un vestido de verano.

– Mamá no se lo dijo. ¡Queríamos darte una sorpresa!

– ¡Nos quedaremos toda la semana! -exclamó Andrew-. ¡Y yo dormiré contigo!

«Bien dicho, Andy. Le acabas de dar un puntapié en trasero a tu tío Kevin.»

Molly no respondió y, mientras se arreglaba el pelo con las manos, se dirigió a la Calebow más silenciosa.

Hannah, como era habitual, se había quedado un poco aparte, pero sus ojos centelleaban de emoción.

– Ya tengo pensada una nueva aventura de Daphne -susurró Hannah en voz baja, para que sólo la oyera Molly. La tengo anotada en mi cuaderno de espiral.

– Me muero de ganas de leerla.

– ¿Podemos ir a la playa, tía Molly?

Dan cogió las llaves de Phoebe y se volvió hacia Kevin.

– Si me enseñas cuál es nuestra casita, podré empezar a descargar.

– Claro -respondió Kevin.

Justo lo que no quería hacer. Dan tenía la misión de evaluar los daños que Kevin le había causado a su querida Molly. Pero Kevin en esos momentos era quien se sentía como si acabara de recibir un mazazo en la cabeza.

Molly señaló la casita situada al otro lado del espacio comunitario.

– Os alojaréis en Trompeta de Gabriel. La puerta ya está abierta.

Kevin cruzó andando la hierba mientras Dan acercaba el coche. Mientras descargaban, Dan le puso al día sobre el equipo, pero Kevin le conocía bastante bien, y el presidente de los Stars no tardaría mucho en ir al grano.

– ¿Y qué? ¿Cómo va por aquí? -Dan cerró la puerta del maletero de su Suburban con más fuerza de la necesaria.

Kevin podía ser tan directo como Dan, pero decidió que era más inteligente adoptar la táctica de Molly y hacerse el «tonto».

– Pues, la verdad, las estoy pasando canutas -dijo cogiendo un cesto para la ropa sucia lleno de juguetes-. No sabía que iba a ser tan difícil encontrar a alguien que se hiciera cargo del campamento.

– ¡Papá!- Julie y Tess llegaron corriendo, seguidas por Andrew-. Necesitamos los bañadores para poder ir a nadar antes de la reunión del té de esta tarde.

– ¡Aunque la tía Molly ha dicho que yo podré beber limonada-declaró Andrew-, porque no me gusta el té!

– ¡Mira nuestra casita! ¡Qué monada! -gritó Julie corriendo hacia la puerta mientras Molly y Phoebe se acercaban con Hannah.

Molly parecía tensa, y Phoebe le dedicó a Kevin una mirada tan fría como un uniforme de los Lions en medio de un noviembre perdedor en Detroit.

– El lago está helado, niñas -les gritó Molly a gemelas el porche, intentando comportarse como si todo fuera normal-. No es como la piscina de casa.

– ¿Hay serpientes acuáticas?

La pregunta era de Hannah, que parecía preocupada. Había algo en aquella niña que siempre había conmovido a Kevin.

– No hay serpientes, pequeña. ¿Quieres que entre al agua contigo? -le dijo él.

Su sonrisa brilló con mil vatios de gratitud.

– ¿Lo harás?

– Claro. Ve a ponerte el bañador y nos encontramos allí. Kevin no quiso dejar a Molly sola con el enemigo y añadió: -Tu tía nos acompañará. Le encanta bañarse en el lago, ¿verdad, Molly?

Molly pareció aliviada.

– Claro. Podemos ir a nadar todos juntos.

«¿Y no iba a ser una forma totalmente nueva de diversión?» Molly y él se despidieron alegremente de los Calebow. Mientras se alejaban, Kevin oyó que Dan le murmuraba algo a Phoebe, aunque sólo entendió una palabra.

– Slytherin.

Molly esperó a estar lo bastante lejos de ellos para mostrar su agitación.


– ¡Tienes que sacar tus cosas de mi casita! No quiero que sepan que hemos estado durmiendo juntos.

A juzgar por el aspecto que tenían hacía unos instantes, al salir del bosque, Kevin imaginó que ya era demasiado tarde, pero le dio la razón.

– Y no vuelvas a quedarte a solas con Dan. Te interrogará sin compasión. Yo me aseguraré de tener siempre cerca a alguna de las niñas cuando esté con Phoebe.

Sin dejarle responder, se dirigió hacia la casita. Kevin dio un puntapié a un montón de gravilla suelta y se dirigió a la casa de huéspedes. ¿Por qué tenía que ser tan reservada? No es que él quisiera que dijera nada, las cosas ya eran lo bastante inestables, pero Molly no tenía que temer que la traspasaran a Detroit como él; entonces, ¿por qué no les mandaba al cuerno?

Cuanto más pensaba en ello, más le fastidiaba la actitud de Molly. Era normal que él quisiera mantener su relación en privado, pero, en cierto modo, no era normal que lo quisiera ella.

Capítulo veinte

En los viejos tiempos, si a una chica le gustaba un chico, se aseguraba siempre de que ganara él cuando jugaban a las cartas y juegos de mesa.

«Jugar duro»

Artículo para Chik


Se quitaron los bañadores y se vistieron a tiempo para el té de Molly en la glorieta, que ella había decidido adelantar a las tres porque creyó que sería mejor para los niños. Mientras hablaba con Phoebe, Molly se lamentó de que los platos de cartón y el pastel comprado en una tienda la descalificaban para el póster desplegable de la revista Victoria, pero Kevin sabía que le importaba más pasar un buen rato que sacar la porcelana buena.

Kevin saludó con la cabeza a Lilly, que se había acercado a la glorieta junto a Charlotte Long y una amiga de Charlotte, Vi. Kevin había observado que los residentes de las casitas la protegían de la curiosidad de los clientes más pasajeros de la casa de huéspedes. Kevin pensó en ir a hablar con ella, pero no se le ocurrió qué decir.

Molly seguía rodeada de caniches juguetones y niños ruidosos. Llevaba un pasador rojo en forma de corazón en el pelo, unos vaqueros rosas, un top violeta y cordones de un azul brillante en las zapatillas deportivas. Parecía un arco iris andante, y al verla no pudo evitar sonreír.

– ¡George! -gritó Molly dando saltitos y saludando a Liam Jenner, que bajó de su camioneta hacia las cuatro de la tarde y se acercó a ellos-. ¡George Smith! Gracias por venir.

Liam se rió y se acercó para darle un fuerte abrazo. Tal vez era mayor, pero seguía siendo un tipo atractivo, y a Kevin no le entusiasmaba que la conejita y él hicieran tan buenas migas

– Tengo que presentarte a mi hermana. Había llevado una galería en Nueva York, pero no le diré quién eres.

«¡Ja!» Los ojos de Molly centellearon traviesamente, pero Liam no se apercibió. «Primo.»

Mientras el pintor se dirigía hacia Phoebe, pasó junto a Lilly. Tal vez Liam ya estaba harto de ser rechazado cada mañana en la mesa de la cocina. Kevin no tenía manera de saberlo. Si a Lilly no le gustaba estar cerca de él, ¿por qué seguía apareciendo cada mañana a desayunar?

Kevin apartó la mirada de Lilly y la posó en Molly, e intentó averiguar en qué momento exacto le había estallado en la cara su práctica de rodearse de mujeres de bajo mantenimiento. Se puso la gorra de béisbol en la cabeza y se prometió que aquella noche se dedicaría a mirar retransmisiones de partidos.

Los hombres quisieron hablar de fútbol, y Kevin y Dan cumplieron. Hacia las cinco, la mayoría de los adultos empezaron a marcharse, pero los niños todavía estaban pasándolo en grande, y Kevin decidió que al día siguiente colgaría una canasta de baloncesto. Tal vez compraría balsas de goma para la playa. Y bicicletas. Los niños tenían que poder ir en bicicleta mientras estaban en el campamento.

Cody y los hermanos O'Brian llegaron corriendo con las caras sudorosas y la ropa sucia. El aspecto exacto que debería tener un niño en verano.

– ¡Eh, Kevin! ¿Podemos jugar al béisbol?

Kevin sintió que se esbozaba una amplia sonrisa en su cara. Un partido de béisbol en el espacio comunitario, justo donde se había levantado el tabernáculo…