Lilly arqueó una ceja, y la luz entró en sus ojos. Verdes como los suyos.
«Ya sé que eres mi mamá de verdad y te quiero mucho.»
Kevin no quiso pasarse y lanzó una bola blanda y suave hacia el plato. Aunque realizó un buen swing, Lilly estaba algo oxidada y no tocó la bola.
– ¡Bola!
Kevin lanzó la segunda bola igual, y esta vez la enganchó de lleno. El bate chasqueó contra la pelota y, jaleada por sus compañeros de equipo, Lilly llegó a la segunda base. A Kevin lo desconcertó lo orgulloso que se sintió.
– Buen golpe -murmuró.
– Mi mejor momento ya pasó -dijo Lilly.
La siguiente en batear era la capitana Buencorazón, solemne y seria, y con la misma expresión de preocupación en la cara que Kevin había visto en el rostro de su tía.
Los cabellos castaños y lacios de Hannah eran un poco más claros que los de Molly, pero ambas tenían la misma barbilla testaruda, el mismo sesgo de los ojos. Era una niña seria, además de acicalada. Su camiseta de American Girl no mostraba indicio alguno de que había estado jugando con un par de caniches y comiendo pastel de chocolate. Kevin se fijó en que le sobresalía una pequeña libreta del bolsillo de detrás de su pantalón corto, y algo en su interior se derritió. Parecía más hija de Molly que de Phoebe y Dan. ¿Habría sido aquél el aspecto de su hija?
De repente, Kevin sintió un nudo en la garganta.
– No soy muy buena -susurró Hannah desde el plato.
«Oh, no, eso no…» Ya estaba perdido. La bola se le fue alta.
– Bola uno.
Hannah parecía aún más preocupada.
– Se me da mejor dibujar. Y escribir cosas. Soy bastante buena escribiendo.
– Corta el rollo, Hannah -gritó desde la segunda base el insensible cretino que tenía por padre.
Kevin siempre había considerado a Dan Calebow como de los mejores padres que conocía, lo que demostraba equivocado que uno puede llegar a estar. Le dedicó una nada asesina y luego lanzó una pelota alta tan suave, con tan poca fuerza, que ni siquiera llegó al plato.
– Bola dos.
Ana se mordió el labio inferior y habló en un susurro desesperado.
– Qué ganas tengo de que se acabe esto.
Kevin se derritió, igual que su lanzamiento cuando pasaba por encima del plato. Hannah golpeó la pelota con un swing picado.
Kevin corrió a por la bola, aunque no demasiado, para darle a Hannah tiempo de llegar a la primera base. Por desgracia, Cody no atrapó el pase y Ana llegó a la segunda.
Kevin oyó un coro de aplausos y vio que Lilly había llegado a la meta, dejando atrás sus pantalones Gucci.
Los últimos elegidos en clase de gimnasia: 3
Deportistas: 0
Kevin ladeó la cabeza hacia Hannah.
– No soy muy buena bateadora-dijo con su voz de niñita perdida-, pero corro muy rápido.
– Vaya por Dios -dijo Dan disgustado.
Kevin estaba a punto de decir algo reconfortante cuando vio la mirada que Hannah intercambiaba con su tía: le cayó la venda de los ojos. Sólo era una simple sonrisa. Pero no era una sonrisa corriente. Ni hablar. ¡Era la sonrisa guasona de una estafadora!
Entre sobrina y tía hubo una expresión de comprensión tan perfecta que Kevin casi se atraganta. ¡Le habían estafado! ¡Hannah era una liante de talla mundial, igual que Molly!
Kevin se volvió hacia Dan, que pareció pedir disculpas.
– Phoebe y yo todavía no estamos seguros de si lo planea por adelantado o le sale así.
– ¡Tendrías que haberme avisado!
Dan observó a su hija más pequeña con una mezcla de irritación y orgullo paternal.
– Tenías que verlo por ti mismo.
Los deportes tienen a veces la virtud de dejar las cosas claras, y justo en aquel momento todo encajó: desde el casi ahogamiento de Molly y el incidente con la canoa hasta la impropia excursión de Mermy en aquel árbol. Molly le había estado embaucando desde el principio. Cody salió a campo, claramente descontento con el rendimiento poco lucido de su lanzador, y lo siguiente que pensó Kevin era que él estaba en la segunda base mientras Dan se dirigía al montículo.
Hannah la Estafadora intercambió una mirada burlona con Molly, y Kevin vio por qué. Le tocaba batear a Phoebe.
Y entonces empezó el auténtico espectáculo. Hubo más meneos de trasero, lametones de labios y apretones de pechos de los que cualquier menor de edad debería poder presenciar. Dan empezó a sudar, Phoebe le arrulló, y, poco después, la propietaria de los Stars estaba encaramada a la primera base y la señorita Hannah había hecho suya la tercera.
El partido se había convertido en una masacre.
Los Deportistas finalmente lograron vencer a Los últimos elegidos en clase de gimnasia, pero sólo porque el capitán Cody fue lo bastante listo como para sustituir a Dan por Tess, que era inmune a los meneos de traseros y, además, nadie podía tomarle el pelo. Tess despachó rápidamente al grupo de párvulos y, educada aunque implacablemente, mandó a los ancianos a pastar. Ni siquiera ella, sin embargo, pudo evitar que su tía Molly hiciera un home run en la última entrada.
Para ser alguien que odiaba los deportes, Molly sabía ciertamente manejar un bate, y la manera en que recorrió las bases dejó a Kevin tan excitado que tuvo que agacharse y fingir que se daba un masaje en una pierna acalambrada para evitar una situación muy embarazosa. Mientras se frotaba, recordó lo poblada que estaría la cama de Molly aquella semana, con todos los niños acurrucándose a su lado. Si no había entendido mal, aquella noche le tocaba a Julie; la siguiente, a Andrew; la otra, a Hannah y la cuarta, a Tess. Tal vez podría colarse en la casita tras la hora de acostarse y secuestrar a tía Molly le había dicho que Julie tenía el sueño ligero.
Kevin suspiró y se volvió a colocar la gorra en la cabeza. Tenía que afrontarlo. No iba a haber fiesta aquella noche en el campamento. El poderoso Kevin había quedado eliminado.
Capítulo veintiuno
El bosque era escalofriante y a Daphne le castañetearon los dientes. ¿Qué pasaría si no la encontraba nadie? Gracias a Dios, se había llevado consigo su bocadillo preferido: el de lechuga y mermelada.
Daphne se pierde
Lilly se echó atrás en la tumbona a escuchar el tilín de las campanillas que colgaban del árbol de judas que crecía junto al patio. A Lilly le encantaba el sonido de esas campanillas, pero Craig no las soportaba, de modo que nunca le dejó colgar ninguna en el jardín. Cerró los ojos, contenta de que los clientes de la casa de huéspedes no tuvieran costumbre de visitar aquel tranquilo rincón de la parte trasera de la casa.
Lilly había dejado ya de preguntarse cuánto tiempo iba a quedarse allí. Cuando llegara el momento de marcharse, ya lo sabría. Y aquel día se lo había pasado en grande… Cuando subió a batear, Kevin parecía casi orgulloso de ella, y en el picnic no la había evitado deliberadamente, como en cambio sí había hecho Liam.
– ¿Te escondes del público que te adora?
Lilly abrió los ojos de golpe, y su corazón se aceleró un poco cuando aquel hombre en el que pensaba demasiado apareció en la puerta de atrás de la casa de huéspedes. Iba despeinado, con el mismo pantalón caqui arrugado y la misma camiseta de la marina que llevaba en el picnic. Como ella, todavía no se había cambiado después del partido de béisbol.
Lilly clavó su mirada en aquellos ojos oscuros que veían demasiado y dijo:
– Me estoy recuperando de esta tarde.
Liam se sentó en los cojines de la silla de madera que había junto a ella.
– Juegas muy bien al béisbol para ser una chica.
– Y tú juegas muy bien al béisbol para ser un artista engreído.
Liam bostezó.
– ¿Me estás llamando engreído?
Lilly se contuvo para no sonreír: lo hacía demasiado cuando estaban juntos, y eso animaba a Liam. Todas las mañanas se decía que se quedaría en su habitación hasta que él se hubiera marchado, pero acababa bajando de todos modos. Lilly todavía no podía creerse lo que había hecho con Liam. Era como si la hubieran hechizado, como si aquel estudio de cristal hubiera formado parte de otro mundo. Pero ahora ya había vuelto a Kansas.
También estaba ligeramente irritada por lo bien que se lo había pasado él sin ella. Cuando no había estado riendo con Molly, había estado flirteando con Phoebe Calebow o bromeando con alguno de los niños. Era un hombre brusco e intimidante, y en cierto modo le fastidiaba que no le hubieran tenido miedo.
– Ve a cambiarte -dijo Liam-. Yo también lo haré y te pasaré a recoger para ir a cenar.
– Gracias, pero no tengo hambre.
Liam suspiró hastiado y apoyó la cabeza en el respaldo de la silla.
– Estás empeñada en tirarlo por la borda, ¿verdad? No me darás ninguna oportunidad.
Lilly dejó caer las piernas a un lado de la tumbona y se sentó, erguida.
– Liam, lo que pasó entre nosotros fue una aberración. He estado demasiado sola últimamente y cedí a un impulso de locura.
– Fue sólo el momento y las circunstancias, ¿es eso?
– Sí.
– ¿Podría haber pasado con cualquiera?
Lilly estuvo a punto de asentir, pero no pudo.
– No, no con cualquiera. Puedes resultar atractivo si te empeñas en ello.
– Igual que muchos hombres. Tú sabes que hay algo entre nosotros, pero no tienes el valor de reconocerlo.
– Ni falta que me hace. Sé muy bien lo que me atrae de ti. Es una vieja costumbre.
– ¿Qué quieres decir con eso?
Lilly jugueteó unos instantes con sus anillos y respondió:
– Quiero decir que ya he pasado por esto. El macho dominante. El semental que guía a la manada. El príncipe sobreprotector que acaba con todos los problemas de Cenicienta. Los hombres como tú son mi debilidad fatal. Pero ya no soy aquella adolescente sin un centavo que necesitaba a alguien que se ocupara de ella.
– Gracias a Dios. No me gustan las adolescentes. Y soy demasiado egocéntrico como para ocuparme de nadie.
– Estás minimizando deliberadamente lo que intento decirte.
– Eso es porque me hastías.
No podía dejar que su grosería la distrajera: sabía perfectamente que era ése su cometido.
– Liam, soy demasiado mayor y demasiado inteligente para volver a cometer el mismo error. Sí, me atraes. Me atraen instintivamente los hombres agresivos, aunque tengan la tendencia a tratar sin miramientos a quienes se preocupan por ellos.
– Y yo que ya creía que esta conversación ya no podía ser más infantil.
– Lo estás haciendo ahora mismo. No quieres hablar sobre este tema y por eso me desprecias con la intención de que me calle.
– Lástima que no funcione.
– Creía que por fin me había vuelto inteligente, pero es evidente que no es así, de lo contrario no te permitiría hacer esto. -Lilly se levantó de la silla y prosiguió-: Escúchame, Liam. Cometí el error de enamorarme de un hombre controlador una vez en mi vida, y no pienso volver a cometerlo jamás. Amaba a mi marido. Pero a veces todavía le odiaba más.
Lilly se felicitó, asombrada de haberle revelado algo que apenas había sido capaz de decirse a sí misma.
– Probablemente se lo merecía. Por lo que dices, debía ser un miserable.
– Era igual que tú.
– Lo dudo mucho.
– ¿No me crees? -dijo señalando hacia el árbol de Judas-. ¡No me dejaba colgar campanillas! A mí me encantan, pero él las aborrecía, así que no se me permitía colgarlas en mi propio jardín.
– Buen criterio. Esos trastos son un agobio.
A Lilly se le hizo un nudo en el estómago.
– Enamorarme de ti sería como volver a enamorarme de nuevo de Craig.
– Eso sí que no.
– Un mes después de su muerte, colgué un montón de campanillas junto a la ventana de mi dormitorio.
– ¡Pues no vas a colgarlas junto a la ventana del nuestro!
– ¡Nosotros no tenemos ninguna ventana de dormitorio! ¡Y si la tuviéramos, colgaría tantas como me diera la gana!
– ¿Incluso si yo te pidiera expresamente que no lo hicieras?
Lilly levantó las manos, frustrada.
– ¡No se trata de las campanillas! ¡Sólo te estaba poniendo un ejemplo!
– No creas que vas a pasar página tan fácilmente. Eres tú la que ha sacado el tema-dijo, después de ponerse en pie-.Te he dicho que no me gustan esos trastos, pero tú has dicho que los colgarías de todas formas, ¿me equivoco?
– Te has vuelto loco.
– ¿Me equivoco o no?
– ¡No!
– Vale -dijo soltando un suspiro de mártir-. Si es tan importante para ti, adelante, cuelga esos malditos chismes. Pero no esperes que no me queje. Es pura contaminación acústica. Y espero que tú cedas en algo que sea importante para mí.
Lilly se llevó las manos a la cabeza.
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