– Andrew está bien -repuso Dan-. Y aquí tampoco puede meterse en muchos líos.

– No tienes ni idea -murmuró Kevin.

Phoebe miró hacia el camino que llevaba a la playa. La camiseta de los Stars y los vaqueros que llevaba no lograban ocultar a la luchadora por el poder que había debajo.

– La señora Long se ha ofrecido voluntaria para vigilarles. Vamos a dar un paseo.

Molly se encogió de hombros.

– Creo que paso. Llevo levantada desde las cinco y media, y estoy un poco cansada -«De haber hecho el amor tres veces en lo que llevo de día», pensó-. Tal vez mañana.

La voz de Dan resonó, fría como el acero.

– No estaremos mucho rato. Hay un par de cosas de las que quisiéramos hablar.

– Ya casi se os han terminado las vacaciones. ¿Por qué no os relajáis y disfrutáis del tiempo que os queda?

– Es un poco difícil relajarse estando tan preocupados por vosotros- replicó Phoebe.

– ¡Pues dejad de preocuparos!

– Cálmate, Molly -dijo Kevin-. Si quieren hablar, seguro que podemos dedicarles unos minutos.

«Vaya un pelotillero», pensó Molly. Aunque tal vez había decidido que iba siendo hora de que jugasen todos a un arriesgado juego nuevo. Molly supo desde el principio que Kevin no se escabullía porque tuviera miedo de Dan y de Phoebe. Lo hacía porque le encantaba el riesgo.

– Tú tal vez tengas tiempo, pero yo no -le espetó Molly.

Dan alargó la mano para agarrarla del brazo como había venido haciéndolo desde que ella tenía quince años, pero kevin se interpuso entre los dos para impedírselo. Molly no supo quién se había quedado más sorprendido, si ella o Dan. ¿Había interpretado Kevin el gesto como una amenaza?

Phoebe reconoció las señales del choque de cornamentas y se puso al lado de su marido. Ambos intercambiaron una mirada y Dan echó a andar hacia el camino.

– Venga, vamos.

Había llegado la hora del ajuste de cuentas y no había modo de escapar. Molly imaginó las preguntas que les harían. Si al menos pudiera imaginar también cómo responderlas…

Anduvieron por la playa hacia las últimas casitas del campamento, junto al límite del bosque. Cuando llegaron a la valla que indicaba el final del campamento, Dan se detuvo. Kevin se separó ligeramente de Molly y apoyó las caderas contra un poste.

– Ya hace dos semanas que estáis aquí -dijo Phoebe soltando la mano de Dan.

– El miércoles hizo dos semanas -puntualizó Kevin.

– El campamento es precioso. Los niños se lo están pasando de maravilla -dijo Phoebe.

– Es un placer tenerles aquí.

– Todavía no se pueden creer que compraras todas aquellas bicis.

– Lo hice con gusto.

Dan perdió la paciencia.

– Phoebe y yo queremos saber cuáles son tus intenciones con respecto a Molly.

– ¡Dan! -gritó Molly.

– No pasa nada -dijo Kevin.

– ¡Sí que pasa! -dijo Molly mirando a su cuñado-.¿Qué clase de mierda sexista del sur es ésta? ¿Qué hay de mis intenciones con respecto a él?

Molly no sabía cuáles eran exactamente esas intenciones más allá de mantenerse alejada del mundo real y quedarse en el Bosque del Ruiseñor durante el máximo de tiempo posible, pero tenía que pararle los pies a Dan.

– Se suponía que ibais a solicitar una anulación -dijo Phoebe-. Y en lugar de eso, huisteis juntos.

– No huimos -replicó Molly.

– ¿Y cómo lo llamarías tú, si no? Además, cada vez que intento hablar contigo del tema, me evitas. -Phoebe se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros-. Es otra vez la alarma de incendios, ¿verdad, Molly?

– ¡No!

– ¿Qué alarma de incendios? -preguntó Kevin.

– No importa -se apresuró a decir Molly.

– No, quiero saber de qué va esto.

Phoebe la traicionó.

– Cuando Molly tenía dieciséis años, accionó la alarma de incendios de su instituto. Por desgracia, no había habido ningún indicio de fuego.

Kevin la miró con curiosidad.

– ¿Tenías algún buen motivo?

Molly negó con la cabeza, sintiéndose como si volviera a tener dieciséis años.

– Entonces, ¿por qué lo hiciste?

– Prefiero no hablar del tema.

Kevin ladeó la cabeza hacia Dan.

– Siempre habláis de ella como si fuera perfecta.

– ¡Y lo es! -ladró Dan.

Molly sonrió a su pesar, pero se mordió el labio.

– Fue una aberración. Yo era una adolescente insegura que quería poner a prueba a Phoebe y a Dan para asegurarme de que me apoyarían hiciera lo que hiciera.

– ¿Y tuvieron que evacuar el instituto? -preguntó Kevin con una chispa de especulación en la mirada.

Molly asintió.

– ¿Cuántos camiones de bomberos?

– Dios mío… -musitó Phoebe-. Fue un delito grave.

– Fue un delito de segundo grado -dijo Molly sombríamente-, así que resultó bastante desagradable.

– No me cabe la menor duda. -Kevin se volvió hacia los Calebow-. Por fascinante que sea, y admito que es bastante fascinante, no creo que sea de esto de lo queríais hablarnos.

– ¡Tampoco es nada importante! -exclamó Molly-. Hace dos semanas, Kevin se presentó en mi apartamento porque había asistido a una cita con el abogado. Yo no me encontraba demasiado bien, y Kevin pensó que me convendría un poco de aire fresco: por eso me trajo aquí.

Cuando Phoebe quería, era mejor que nadie con el sarcasmo.

– ¿Y no podías limitarte a sacarla a pasear?

– No se me ocurrió.

Al contrario que Phoebe, Kevin no quería revelar secretos de Molly.

Pero Molly tenía que ser sincera con respecto a esa parte te de la historia.

– Yo estaba terriblemente deprimida, pero no quería que vosotros supierais lo mal que estaba. Kevin es una persona bastante bien intencionada, aunque intente disimularlo, y me dijo que si no le acompañaba me llevaría directamente a vuestra casa y me dejaría con vosotros dos. Yo no quise que me vierais de aquella manera.

Phoebe pareció alicaída.

– ¡Somos tu familia! No deberías haberte sentido así.

– Ya os había fastidiado bastante. Había intentado fingir que estaba bien, pero ya no podía seguir aguantándolo más.

– Molly no estaba bien -dijo Kevin-. Pero ha mejorado desde que está aquí.

– ¿Cuánto tiempo más pensáis quedaros? -preguntó Dan todavía con suspicacia.

– No demasiado -replicó Kevin-. Un par de días más.

Al oírlo, Molly sintió un dolor en el pecho.

– ¿Te acuerdas de Eddie Dillard? -prosiguió Kevin-. Había jugado con los Bears.

– Sí que me acuerdo -dijo Dan.

– Quiere comprar este lugar, y mañana subirá a verlo.

A Molly se le hizo un nudo en el estómago.

– ¡No me lo habías dicho!

– ¿Ah, no? Estaría demasiado ocupado.

Ocupado disfrutando del sexo con ella. Pero había habido el tiempo suficiente entre sus encuentros eróticos como para mencionarlo.

– Nos podemos ir inmediatamente -dijo Kevin-. Acabo de hablar con mi gestor esta tarde, y por fin ha encontrado a alguien en Chicago que va a hacerse cargo del campamento durante el resto del verano; se trata de un matrimonio que ya tiene experiencia en este tipo de trabajo.

Fue como si le hubiera dado una bofetada. Ni siquiera le había comentado que le había pedido a su gestor que buscara a alguien en Chicago. Se sintió más traicionada que cuando Phoebe había mencionado lo de la alarma de incendios.

Kevin sabía que a ella no le iba a hacer ninguna gracia, así que había decidido no comentárselo. No había una auténtica comunicación entre ellos, ningún objetivo común. Tenía delante de sus narices todo lo que no había querido aceptar sobre su relación. Tal vez compartían el sexo, pero era lo único.

Phoebe acarició con la punta del pie una mata de achicoria y preguntó:

– ¿Y ahora qué haréis?

Molly no se veía capaz de soportar oír la respuesta en boca de Kevin, así que lo dijo ella en su lugar:

– Pues nada. Pedimos el divorcio y seguimos cada uno nuestro camino.

– ¿El divorcio? -preguntó Dan-. ¿No ibais a pedir la anulación?

– Los motivos que podemos alegar para pedir la anulación son muy limitados. -Molly intentó emplear un tono impersonal, como si nada de todo aquello tuviera que ver con ella-. Es preciso demostrar que ha habido engaño o coacción. Nosotros no podemos, de modo que tendrá que ser un divorcio.

Phoebe levantó la mirada de la mata de achicoria y empezó a decir:

– Quisiera haceros una pregunta…

Molly supo enseguida lo que venía a continuación e intentó pensar un modo de evitarlo.

– Parece que os lleváis muy bien.

«No, Phoebe. Por favor, no.»

– ¿Habéis considerado la posibilidad de seguir casados?

– ¡No! -espetó Molly antes de que Kevin pudiera responder-. ¿Crees que estoy loca? ¡No es mi tipo!

Phoebe levantó las cejas y Kevin parecía algo más que molesto. No le importaba. Un intenso deseo de herirle la dominaba. Pero no podía hacerlo. Phoebe era la jefa de Kevin, y su carrera lo era todo para él.

– Kevin no tenía por qué traerme aquí, pero lo hizo de todos modos porque vio que yo necesitaba ayuda. -Molly respiró profundamente y recordó que Kevin la había perdonado, y que eso se lo debía-. Ha sido maravilloso, extremadamente amable y sensible, y os agradecería a los dos que dejarais de sospechar tanto de él.

– Nosotros no…

– Sí que lo hacéis. Y eso le ha puesto en una situación difícil.

– Tal vez debería haber pensado en ello cuando te arrastraba hacia el bosque el domingo -dijo Dan lentamente-.¿O estaba demasiado ocupado siendo amable y sensible?

La mandíbula de Kevin se tensó.

– ¿Qué intentas decir exactamente, Dan?

– Digo que si ayudar a Molly fue simplemente un gesto humanitario, no deberías estar acostándote con ella.

– ¡Ya basta! -exclamó Molly-. ¡Acabas de cruzar la raya!

– No es la primera vez, y estoy seguro de que no será la última. Phoebe y yo miramos por la familia.

– Tal vez deberíais mirar un poco más por alguien de vuestra familia -dijo Kevin pausadamente-. Molly os está pidiendo que respetéis su intimidad.

– ¿Es su intimidad o la tuya propia lo que te preocupa?

Las cornamentas volvieron a chocar, pero a Molly no le importó.

– Olvidáis que ya no tengo que daros explicaciones. Y en cuanto a mi relación con Kevin… Por si no lo habéis observado, no dormimos bajo el mismo techo.

– Y yo no nací ayer -insistió Dan.

Molly ya no pudo contenerse.

– ¿Sería mucho pedir un poco de cortesía? Me he pasado doce años fingiendo que no veía cómo os sobabais el uno al otro, fingiendo que no os oía por las noches cuando hacíais, podéis creerme, demasiado ruido. Y la realidad es que Kevin y yo de momento estamos casados. Pronto obtendremos el divorcio, pero todavía no lo tenemos, así que lo que pase o deje de pasar entre nosotros no es tema de discusión. ¿Ha quedado claro?

Phoebe parecía cada vez más preocupada.

– Molly, tú no eres el tipo de persona que se toma el sexo a la ligera. Tiene que significar algo.

– ¡Y por supuesto que significa algo! -le gritó Dan a Kevin-. ¿Has olvidado que hace muy poco sufrió un aborto?

– ¡No sigas! -dijo Kevin sin apenas mover los labios. Dan vio que por allí no llegaría a ningún lado, y centró atención en Molly.

– Kevin es un futbolista, y eso forma parte de su mentalidad. Tal vez no tenga esa intención, pero te está utilizando.

Las palabras de Dan fueron para Molly como un aguijonazo: Dan, que comprendía muy bien lo que significaba amar auténticamente a una mujer, sin duda había reconocido la superficialidad de los sentimientos de Kevin.

Kevin saltó.

– Te he dicho que no siguieras.

Molly no podía permitir que aquello fuera a más, así que, en lugar de echarse a llorar como habría deseado, pasó también al ataque.

– Te equivocas. Yo le estoy utilizando a él. He perdido a un bebé, mi carrera está en el sumidero y estoy arruinada. Kevin es mi distracción. Mi premio por veintisiete años de ser una buena chica. Y ahora, ¿hay más preguntas?

– Oh, Molly… -dijo Phoebe mordiéndose el labio inferior. Dan parecía aún más contrariado.

Molly levantó la barbilla y se quedó mirándolos a ambos.

– Os lo devolveré en cuanto haya terminado con él. Hasta entonces, dejadme en paz.


Casi había llegado a Lirios del campo cuando Kevin la alcanzó.

– ¡Molly!

– Vete -espetó ella.

– ¿Soy tu premio?

– Sólo cuando estás desnudo. Cuando llevas la ropa puesta, eres una cruz que debo soportar.

– Deja de hacerte la impertinente.

Todo se derrumbaba. Eddie Dillard iba a presentarse al día siguiente y Kevin ya había encontrado a alguien que se encargaría del campamento. Peor aún, ella nunca representaría para Kevin lo que él representaba para ella.

Kevin le tocó el brazo.

– Ya sabes que quieren lo mejor para ti. No dejes que te hundan.