– Joder-dijo arrebatándole la linterna y enfocando de nuevo hacia los peces muertos-. ¡Es increíble que Kev pueda hacerme algo así!

Aquélla era la laguna más evidente de su plan, e intentó superarla con una presentación dramática.

– Es un caso de negación, Eddie. Un caso terrible, terrible Kevin creció aquí, éste es el último lazo que le une a sus padres, y es incapaz de aceptar que el lago se está muriendo, por lo que se ha convencido a sí mismo de que no pasa nada.

– ¿Y cómo se explica los putos peces muertos?

Muy buena pregunta. Molly replicó lo mejor que pudo.

– No se acerca al lago. Es tan triste… Su negación es tan profunda que… -Lo asió del brazo e imitó a la actriz Susan Lucci-: Oh, Eddie, ya sé que no es justo que te lo pida, pero ¿crees…? ¿Podrías decirle simplemente que has cambiado de idea y no confrontarle con la realidad? Te juro que no ha intentado engañarte deliberadamente, y le destrozaría el corazón pensar que ha destruido vuestra amistad.

– Sí, bueno, yo diría que lo ha hecho.

– Kevin no está bien, Eddie. Es un problema mental. En cuanto regresemos a Chicago, me aseguraré de que le vea un psicoterapeuta.

– Mierda -dijo Eddie conteniendo la respiración-. Eso podría mandar a tomar por saco su juego de pases.

– Buscaré un psicoterapeuta deportivo.

Eddie no era un completo idiota, y le hizo preguntas sobre el vertedero subterráneo. Molly se extendió en su historia incluyendo todos los clichés de Erin Brockovich que pudo recordar e inventándose el resto. Cuando hubo acabado, cerró con fuerza las manos en un puño y esperó.

– ¿Estás segura de todo esto? -dijo Eddie por fin.

– Ojalá no lo estuviera.

Eddie arrastró los pies y suspiró.

– Gracias, Maggie, te lo agradezco. Eres muy enrollada.

Molly dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo.

– Tú también, Eddie. Tú también.


La tormenta se desató justo después de que Molly cayera rendida en la cama, pero estaba tan agotada que apenas la oyó. Hasta la mañana siguiente, cuando se despertó al oír unos pasos subiendo pesadamente en las escaleras de la entrada. No se obligó a abrir los ojos. Pestañeó y miró el reloj. ¡Eran más de las nueve! Se había olvidado de poner el despertador y nadie la había despertado. ¿Quién había preparado el desayuno?

– ¡Molly!

Oh, oh…

Roo entró corriendo en la habitación, y detrás apareció Kevin, como un seductor nubarrón de tormenta. Sus esperanzas de que las lagunas de su plan no se volvieran en su contra estaban a punto de desvanecerse. A pesar de su súplica, Eddie debía de haber hablado con Kevin, y a Molly le iba a costar muy cara la broma.

Se incorporó en la cama. Tal vez podría distraerle.

– Deja que me cepille los dientes, soldadito, y te llevaré al paraíso.

– Molly…

La voz de Kevin tenía un tono grave admonitorio, el mismo tono que había oído en Una noche con Nick cuando Des¡ se había enfrentado a Lucy. Molly tendría que dar explicaciones.

– ¡Tengo que hacer pis!

Molly se incorporó, pasó corriendo junto a Kevin hacia el baño y cerró la puerta.

Kevin dio una palmada en la hoja de la puerta.

– ¡Sal de ahí!

– Enseguida. ¿Querías algo?

– Sí, claro que quiero algo. ¡Quiero una explicación!

– ¿Eh? -dijo cerrando los ojos con fuerza y esperando lo peor.

– ¡Quiero que me cuentes qué hace un atún en mi lago!

Capítulo veintitrés

Es verdad. Los chicos no piensan igual que las chicas, y eso puede comportar problemas.

«Cuando los chicos no quieren escuchar»

Para Chik


Ay, ay, ay… Molly se entretuvo todo el tiempo que pudo: se cepilló los dientes, se lavó la cara, se alisó el top de ganchillo y volvió a atar el cordel de su pijama. Casi esperaba que Kevin tirase la puerta abajo, pero al parecer no debió de ver la necesidad: la ventana estaba atascada por la pintura y la otra salida la tenía vigilada él.

Un baño ya habría sido demasiado. Además, ya iba siendo hora de afrontar las consecuencias de su última diablura. Molly abrió la puerta y le vio apoyado en la pared opuesta, listo para abalanzarse sobre ella.

– ¿Qué me estabas diciendo?

Kevin esculpió las palabras con los dientes.

– ¿Te importaría explicarme por qué, cuando he bajado a la playa tras el desayuno, me he encontrado un atún muerto flotando en el lago?

– ¿Por un cambio en las pautas migratorias de los peces?

Kevin la asió del brazo, llevándola a la sala de estar. Mala señal. En el dormitorio quizás habría sido diferente.

Dudo mucho que las pautas migratorias puedan cambiar tanto como para que un pez de agua salada acabe sus días un lago de agua dulce! -gritó empujándola hacia el sofá.

Debería haber regresado al lago la noche anterior para sacar los peces, pero dio por sentado que acabarían hundiéndose. Y probablemente lo habrían hecho de no haber sido por la tormenta.

Bueno, se acabó de esquivar el bulto. Era el momento de la justa indignación.

– De verdad, Kevin, que sea más lista que tú no significa tenga que saberlo todo sobre los peces.

Indudablemente no había sido la mejor estrategia, porque por palabras de Kevin levantaron astillas.

– ¿Puedes mirarme a los ojos y decirme que no sabes nada de cómo ha llegado un atún al lago?

– Pues…

– ¿ O que no sabes por qué ha venido a verme Eddie Dillar esta mañana para decirme que al final no compraba el campamento?

– ¿Eso ha hecho?

– ¿Y qué es lo último que crees que me ha dicho antes de marcharse?

– Pues no sé… ¿«Kev, machote»?

Kevin levantó las cejas y su voz se tornó tan sigilosa como los pasos de un asesino.

– No, Molly, no ha dicho eso. Lo que me ha dicho es: ¡ Que te vea un loquero, tío!»

Molly se atemorizó.

– ¿Y a qué crees que se refería? -preguntó Kevin.

– ¿Qué dices que te ha dicho?

– ¿Qué le dijiste exactamente?

Molly recurrió a la técnica de los niños Calebow.

– ¿Por qué iba yo a decirle algo? Hay mucha gente en el campamento que le puede haber dicho algo: Troy, Amy, Charlotte Long… No es justo, Kevin. Siempre que ocurre algo por aquí, me culpas a mí.

– ¿Y por qué crees que puede ser?

– No tengo ni idea.

Kevin se inclinó hacia delante, apoyó ambas manos en las rodillas de Molly y acercó la cara a pocos centímetros de la de ella.

– Pues porque ya te tengo calada.

Molly se humedeció los labios y estudió el lóbulo de la oreja de Kevin, perfecto como el resto de su cuerpo, excepto por la pequeña marca roja de un mordisco que estaba casi segura de haber dejado allí.

– ¿Quién ha preparado el desayuno esta mañana?

– Yo -dijo suavemente, aunque sin disminuir en absoluto la presión que ejercía sobre sus rodillas. Era evidente que no iba a soltarla-. Luego ha venido Amy y me ha ayudado. ¿Has acabado de escurrir el bulto?

– No… Sí… ¡No lo sé! -Molly intentó mover las piernas, pero no lo consiguió-. No quería que vendieras el campamento, ¿vale?

– Dime algo que no sepa.

– Eddie Dillard fue mi herramienta.

– Eso también lo sé -dijo levantándose, aunque sin retroceder-. ¿Qué más tenemos?

Molly intentó ponerse en pie, pero el cuerpo de Kevin se lo impedía. Se sintió tan agitada que quiso gritar.

– Si lo sabes, ¿cómo pudiste hacer eso, para empezar? ¿Cómo pudiste quedarte cruzado de brazos mientras él hablaba de pintar las casitas de marrón? ¿Y de derribar esta casita, la casita donde estamos ahora? ¿O de convertir la casa de huéspedes en una tienda de cebos?

– Sólo podría haberlo hecho si le hubiera vendido el campamento.

– Si le… -Molly liberó sus piernas del cuerpo de Kevin y se levantó de un salto-. ¿Qué estás diciendo? Dios mío, Kevin, ¿a qué te refieres?

– Antes, cuéntame lo del atún.

Molly tragó saliva. En el momento de concebir el plan ya sabía que tendría que contarle la verdad. Pero hubiera deseado que no fuera tan pronto.

– De acuerdo -dijo retrocediendo algunos pasos-. Ayer compré pescado en el mercado, y anoche lo tiré al lago, luego desperté a Eddie y le llevé a verlo.

Una pausa.

– ¿Y qué le dijiste, exactamente?

Molly concentró la mirada en un codo de Kevin y habló tan rápido como pudo.

– Que un vertido subterráneo de productos químicos se estaba filtrando en el lago y mataba a todos los peces. -

– ¿Un vertido subterráneo de productos químicos?

– Ajá.

– ¡Un vertido subterráneo de productos químicos!

Molly retrocedió un paso más y musitó: -¿No podríamos hablar de otra cosa?

Dios, al oírla los ojos de Kevin brillaron con catorce topos diferentes de locura.

– ¿Y Eddie no se dio cuenta de que algunos de esos peces no deberían estar en un lago de agua dulce?

– Era de noche, y tampoco dejé que se fijase bien.

Molly dio otro paso rápido hacia atrás. Contrarrestado por un paso rápido hacia delante de Kevin.

– ¿Y cómo le explicaste que yo estuviera intentando venderle un campamento de pesca junto a un lago contaminado? Los nervios la estaban consumiendo.

– ¡Deja de mirarme así! -gritó.

– ¿Como si estuviera a punto de rodearte el cuello con las manos y estrangularte?

– Pero no puedes, porque mi hermana es tu jefa.

– Lo que implica únicamente que tengo que encontrar la manera de no dejar huellas.

– ¡Sexo! Hay parejas que creen que practicar el sexo cuando están muy enfadadas es muy excitante.

– ¿Y tú eso cómo lo sabes? No importa, te tomo la palabra -dijo alargando la mano y agarrándola del top.

– Mmm… Kev… -Molly se humedeció los labios y alzó la mirada hacia aquellos ojos verdes centelleantes.

Kevin extendió la mano sobre su trasero.

– Te recomiendo muy seriamente que no me llames así. Y te recomiendo muy seriamente que no intentes evitar también esto, porque tengo muchas, muchas ganas de hacerte algo físico -dijo arrimándose a ella-. Y todas las demás posibilidades que se me ocurren me llevarían a la cárcel.

– Vale, vale. Es justo.

En cuanto estuviera desnuda, le contaría todo lo que le había dicho a Eddie a propósito de él.

Pero entonces la boca de Kevin se aplastó contra la suya, y Molly simplemente dejó de pensar.

Kevin no tuvo la paciencia de quitarse la ropa, aunque la desnudó a ella, luego cerró de un portazo la puerta del dormitorio y echó el pestillo por si a alguno de los pequeños Calebow se le ocurría pasar a visitar a su tía M.

– A la cama. Y sin rechistar.

«Sí, sí, tan rápido como pueda.»

– Abre las piernas.

«Sí, señor.»

– Más.

Molly le concedió algunos centímetros.

– Que no tenga que volver a repetirlo.

Molly levantó las rodillas. Ya jamás volvería a ser igual.

Jamás se volvería a sentir tan absolutamente segura con un hombre peligroso.

Oyó el sonido de su bragueta. Un gruñido áspero.

– ¿Cómo lo quieres?

– Cállate ya -dijo abriendo los brazos hacia él-. Cállate y ven aquí.

Segundos más tarde sintió su peso posarse sobre ella. Kevin seguía furioso, lo sabía muy bien, pero eso no impedía que la tocara en todos los lugares donde a ella le gustaba ser tocada.

Su voz era grave y ronca, y su respiración tan profunda que apartó con ella un mechón de cabellos cerca de la oreja de Molly.

– Me estás volviendo loco. ¿Lo sabes, verdad? Molly apretó la mejilla contra su dura mandíbula.

– Lo sé. Y lo siento.

La voz de Kevin se volvió más suave y severa.

– Esto no puede… No podemos seguir…

Molly se mordió el labio y le abrazó con fuerza.

– Eso también lo sé.

Kevin tal vez no comprendía que aquélla iba a ser la última vez, pero Molly sí. Él la penetró en profundidad y hacia el fondo, como sabía que le gustaba a ella. El cuerpo de Molly se arqueó. Molly encontró su ritmo y se entregó totalmente a él. Sólo una vez más. Sólo esta última vez.

Normalmente, cuando habían terminado, Kevin la abrazaba, se mimaban y hablaban. ¿Quién había estado mejor, ella o él? ¿Quién había hecho más ruido? ¿Por qué la revista Glamour era superior a Sports Illustrated? Pero aquella mañana no juguetearon. Kevin se volvió y Molly se metió en el baño para asearse y vestirse.

El aire seguía siendo húmedo por la tormenta, así que Molly se puso una sudadera por encima del top y el pantalón corto. Kevin esperaba en el porche principal, con Roo a sus pies. El humo que desprendía su taza de café subía en espiral mientras él contemplaba el bosque. Molly se acurrucó dentro de la calidez de su sudadera.

– ¿Estás listo para oír el resto de la historia?

– Supongo que más me vale estarlo.