Molly hizo que la mirara.
– Le dije a Eddie que aunque te vendieras el campamento, todavía estabas emocionalmente ligado a él, y que no podías soportar la idea de que le estuviera ocurriendo algo al lago. Por ese motivo, te hallabas bajo un estado de negación permanente de la contaminación. Le dije que no le engañabas deliberadamente, que no podías evitarlo.
– ¿Y Eddie se lo tragó?
– Es más tonto que un haba, y yo estuve bastante convincente. -Molly narró con todo detalle el resto de la historia-. Entonces le dije que tenías un problema mental, y por eso sí que te pido perdón, y le prometí que me aseguraría de que recibieras ayuda psiquiátrica.
– ¿Un problema mental?
– Fue lo único que se me ocurrió.
– ¿Y no se te ocurrió no entrometerte en mis negocios?
Kevin dejó de un golpe su taza de café y salpicó toda la mesa.
– No podía hacerlo.
– ¿Por qué no? ¿Quién te ha dado permiso para organizarme la vida?
– Nadie. Pero…
El mal genio de Kevin tenía una mecha larga, pero por fin estalló.
– ¿Qué pasa contigo y este lugar?
– ¡No soy yo, Kevin, eres tú! Has perdido a tus dos padres, y estás decidido a mantener a Lilly a una distancia prudencial. No tienes ningún hermano, ningún tipo de parentela en absoluto. ¡Es importante que no pierdas el contacto con tu pasado, y este campamento es lo único que te queda!
– ¡A mí no me importa mi pasado! ¡Y créeme, tengo mucho más que este campamento!
– Lo que intento decirte es…
– Tengo millones de dólares y no he sido tan estúpido como para desprenderme de ellos, ¡empecemos por ahí! Tengo coches, una casa lujosa, una cartera de acciones que me mantendrán sonriente durante mucho tiempo. ¿Y sabes qué más tengo? Tengo una carrera y no permitiría que un ejército de entrometidos interesados me la arrebatara.
Molly entrelazó sus manos.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Explícame una cosa. Explícame cómo se justifica que pases tanto tiempo metiéndote en mis asuntos en vez de preocuparte de los tuyos.
– Sí que me preocupo de mis asuntos.
– ¿Cuándo? Llevas dos semanas urdiendo y maquinando acerca del campamento en vez de dedicar tus energías a lo que deberías. Tu carrera se está yendo al garete. ¿Cuándo vas a empezar a presentar batalla por tu conejita en vez de tumbarte y hacerte la muerta?
– ¡Yo no he hecho eso! No sabes de qué estás hablando.
– ¿Sabes qué pienso? Creo que tu obsesión por mi vida y este campamento es sólo una forma de no pensar en lo que deberías estar haciendo con tu propia vida.
¿Cómo se las había apañado para darle la vuelta a la conversación?
– Tú no entiendes nada. Daphne se cae de bruces es el primer libro de un nuevo contrato. No van a aceptarme nada nuevo hasta que lo revise.
– No tienes agallas.
– ¡Eso no es verdad! Hice todo lo posible para convencer a mi editora de que estaba equivocada, pero Birdcage no cedió.
– Hannah me habló de Daphne se cae de bruces. Me dijo que es tu mejor libro. Lástima que vaya a ser la única niña que lo leerá. -Kevin señaló con un gesto la libreta que Molly había dejado sobre el sofá-. Y luego está el nuevo en el que estás trabajando, Daphne va a un campamento de verano.
– ¿Y tú cómo sabes…?
– No eres la única que actúa a hurtadillas. He leído el borrador. Aparte de alguna injusticia flagrante con el tejón, diría que tienes otro éxito. Pero nadie puede publicarlo a menos que obedezcas las órdenes. ¿Y lo estás haciendo? No. ¿Estás siquiera forzando el asunto? Tampoco. En vez de eso, vives sin rumbo en una especie de país de nunca jamás donde ninguno de tus problemas es auténtico, sólo los míos.
– ¡No lo entiendes!
– En eso te doy la razón. Nunca he comprendido a los cobardes.
– ¡Eso no es justo! Yo no puedo ganar. Si hago esas revisiones, me habré vendido y me odiaré. Si no las hago, los libros de Daphne desaparecerán. El editor jamás reeditará los antiguos, y seguro que no publicará ninguno nuevo. Haga lo que haga, perderé, y perder nunca es una buena opción.
– Perder no es tan malo como dejar de luchar.
– Sí que lo es. Las mujeres de mi familia nunca pierden. Kevin se la quedó mirando un buen rato.
– A menos que se me escape algo, sólo hay otra mujer en tu familia.
– ¡Y mira lo que hizo! -La agitación la obligaba a moverse-. Phoebe siguió al frente de los Stars cuando nadie en el mundo apostaba por ella. Derrotó a todos sus enemigos…
– Se casó con uno de ellos.
– … y les ganó con sus propias reglas. Todos aquello hombres pensaban que era una rubia boba y la despreciaron. Nunca debería haber acabado al frente de los Stars, pero lo hizo.
– Todos en el mundo del fútbol la admiran por ello. Pero ¿qué tiene que ver eso contigo?
Molly se volvió y se alejó unos pasos. Él ya lo sabía y no la iba a obligar a decírselo.
– ¡Vamos, Molly! Quiero oír salir de tu boca esas palabras para poder llorar a moco tendido.
– ¡Vete al cuerno!
– Vale, ya lo diré yo por ti. No quieres pelear por tus hombros porque podrías fracasar, y eres tan competitiva con tu hermana que no puedes arriesgarte a eso.
– Yo no soy competitiva con Phoebe. ¡La quiero mucho!
– Eso no lo dudo. Pero tu hermana es una de las mujeres más poderosas en el deporte profesional, y tú eres una fracasada.
– ¡No lo soy!
– Pues deja de comportarte como tal.
– No lo entiendes.
– Estoy empezando a entender muchas cosas -dijo rodeando con la mano el respaldo de una de las sillas-. En realidad, creo que por fin lo he entendido todo.
– ¿Entendido el qué? No importa, no quiero saberlo.
Molly se dirigió a la cocina, pero Kevin le cerró el paso antes de que pudiera llegar allí.
– Eso de la alarma de incendios. Dan habla de la niña tranquila y seria que eras. Las buenas notas que sacabas, todos los premios recibidos. Te has pasado toda la vida intentando ser perfecta, ¿verdad? Siendo la primera en la lista de honor, coleccionando medallas por buena conducta del mismo modo que otros niños coleccionan cromos de béisbol. Pero entonces algo ocurre. Sientes una presión salida de la nada y pierdes la chaveta. ¡Tiras de una alarma de incendios, te desprendes de todo tu dinero, asaltas la cama de un perfecto desconocido! -Kevin sacudió la cabeza-. No entiendo cómo no me di cuenta enseguida. No entiendo cómo nadie más se da cuenta.
– ¿Cuenta de qué?
– De quién eres realmente.
– Como si tú lo supieras.
– Tanta perfección. No es tu naturaleza.
– ¿De qué estás hablando?
– Estoy hablando de la persona que habrías sido si hubieses crecido en una familia normal.
Molly no sabía qué iba a decir Kevin, pero sabía que se lo creía y de repente sintió ganas de huir.
Kevin se interpuso entre ella y la puerta de escape.
– ¿No lo ves? Tu naturaleza era ser la payasa de la clase, la chica que hacía novillos para fumar marihuana con su novio y hacérselo en el asiento de atrás de su coche.
– ¿Qué?
– La chica con más probabilidades de pasar de la facultad y Largarse a Las Vegas a desfilar en tanga.
– ¡En tanga! ¡Es lo más…!
– Tú no eres la hija de Bert Somerville -se rió burlón-. ¡Diablos! Eres la hija de tu madre. Y todos han estado demasiado ciegos para darse cuenta.
Molly se dejó caer en el columpio. Aquello era una bobada. Las divagaciones mentales de alguien que ha pasado demasiado tiempo en una máquina de resonancia magnética. Kevin estaba poniendo patas arriba todo lo que Molly creía saber sobre sí misma.
– No tienes ni idea de lo que… De pronto, se quedó sin aire.
– Lo que estás…
Molly intentó acabar la frase, pero no pudo porque en lo más profundo de su ser algo encajó finalmente en su lugar.
«La payasa de la clase… La chica que hacía novillos…»
– No sólo es que tengas miedo de arriesgarte porque estás compitiendo con Phoebe. Tienes miedo de arriesgarte porque sigues viviendo con la ilusión de que tienes que ser perfecta. Y Molly, créeme, ser perfecta no forma parte de tu naturaleza.
Molly necesitaba pensar, pero no podía hacerlo bajo la mirada de aquellos vigilantes ojos verdes.
– Yo no… Ni siquiera me reconozco en la persona de la que hablas.
– Dedícale unos segundos, y seguro que te reconocerás. Eso ya era demasiado. El tonto era él, no ella.
– Intentas distraerme para que no siga con todo lo que va mal contigo.
– A mí nada me va mal. O, al menos, nada me iba mal hasta que te conocí.
– ¿Eso crees? -Molly se dijo a sí misma que era mejor callar, aquél no era el momento, pero todo lo que había estado pensando y había intentado no decir salió a la superficie-. ¿Y qué me dices del miedo que le tienes a cualquier tipo de conexión emocional?
– Si te refieres a Lilly…
– No, no. Eso sería demasiado fácil. Incluso alguien tan obtuso como tú sería capaz de imaginarse eso. ¿Por qué no nos fijamos en algo más complicado?
– ¿Por qué no?
– ¿No es un poco raro? Tienes treinta y tres años, eres rico, moderadamente inteligente, pareces un dios griego y eres a todas luces heterosexual. Pero ¿qué falla en el retrato? Ah, sí, ya me acuerdo… Nunca has tenido una sola relación duradera con una mujer.
– Ah, por el…
– ¿Qué me dices de eso?
– ¿Y tú cómo sabes si eso es cierto?
– Cotilleos sobre el equipo, los periódicos, el artículo que hablaba de nosotros en People. Si alguna vez has tenido alguna relación duradera, debió de ser en el instituto. Por tu vida pasan montones de mujeres, pero ninguna consigue quedarse mucho tiempo.
– ¡Hay una que ya se está quedando demasiado!
– Y fíjate en el tipo de mujeres que eliges -dijo Molly poniendo las manos sobre la mesa-. ¿Eliges a mujeres inteligentes que pudieran tener alguna posibilidad de mantener tu interés? ¿O mujeres respetables que compartan al menos algunos, y ni se te ocurra discutirme sobre esto, de tus valores de lo más conservadores? Pues sorpresa, sorpresa. Nada de eso.
– Ya volvemos a lo de las mujeres extranjeras. Te juro que estás obsesionada.
– Vale, pues dejémoslas a un lado y fijémonos en las mujeres americanas con las que sale el H.P. Chicas asiduas a las fiestas que llevan demasiado maquillaje y demasiada poca ropa. ¡Chicas que babean en tus camisas y no han visto el interior de un aula desde que suspendieron matemáticas básicas!
– Estás exagerando.
– ¿No lo ves, Kevin? Eliges deliberadamente a mujeres con las que estás predestinado a no poder tener una auténtica relación.
– ¿Y qué? Quiero concentrarme en mi carrera, y no pasar por el aro para hacer feliz a una mujer. Además, sólo tengo treinta y tres años. No estoy listo para sentar la cabeza.
– Para lo que no estás listo es para crecer.
– ¿Yo?
– Y luego está Lilly.
– Tenía que salir…
– Es extraordinaria. Aunque hayas hecho todo lo posible para mantenerla a distancia, sigue por aquí, esperando a que entres en razón. Tienes muchísimo que ganar y nada que perder con ella, pero ni siquiera quieres concederle un rinconcito en tu vida. En vez de eso, te comportas como un adolescente malhumorado. ¿No lo ves? A tu manera, estás tan afectado por la educación que recibiste como yo.
– No, de eso nada.
– Mis cicatrices son más fáciles de comprender. No tuve madre y tuve un padre tiránico, mientras que tú tuviste un padre y una madre que te amaron. Pero eran tan distintos a ti que nunca te sentiste realmente vinculado a ellos, y eso todavía te hace sentir culpable. La mayoría de la gente podría dejarlo a un lado y seguir adelante, pero la mayoría de la gente no es tan sensible como tú.
Kevin saltó de la silla.
– ¡Eso es una bobada! Soy tan duro como el que más, señorita, no lo olvides.
– Sí, eres duro por fuera, pero por dentro eres tan blando como el algodón, y tienes tanto miedo a mandar tu vida al garete como yo.
– ¡Tú no sabes nada!
– Sé que no hay otro hombre entre mil que se hubiera sentido obligado por honor a casarse con la loca que le había asaltado mientras dormía, aunque estuviera emparentada con su jefa. Dan y Phoebe podían haberte encañonado con una escopeta, pero lo único que tenías que hacer era darle la culpa a quien la tenía. No sólo no lo hiciste, sino que me obligaste a jurar que tampoco lo haría yo. -Molly tenía las manos frías y se las metió dentro de las mangas de la sudadera-. Luego está la forma como te comportaste cuando sufrí el aborto.
– Cualquiera en mi lugar habría…
– No, nadie lo habría hecho, pero tú quieres creerlo porque te da miedo cualquier tipo de emoción que no encaje entre los dos postes de una portería.
– ¡Eso es una estupidez!
– Fuera del campo, sabes que hay algo que te falta, pero te da miedo buscarlo porque, a tu manera típicamente neurótica e insegura, crees que hay algo que no funciona en tu interior y que impedirá que lo encuentres. No pudiste conectar con tus padres, por tanto, ¿cómo podrías establecer una relación duradera con cualquier otra persona? Es más sencillo concentrarse en ganar partidos de fútbol.
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