– Nada maravillosamente y salta como una campeona.

– Eso es por los campamentos de verano.

– Es una excelente jugadora de béisbol.

– Campamentos de verano.

– Es una entendida en fútbol americano.

– Eso es sólo porque…

– Y juega al fútbol europeo.

– Sólo con Tess.

– Ha estudiado artes marciales.

Kevin ya se había olvidado de aquella pose de kungfu que le había visto en invierno.

– Y me dijo que había jugado en el equipo de tenis del instituto.

– Ahí está. A mí no me gusta nada el tenis.

– Probablemente porque no se te debe dar bien.

«¿Y eso, Lilly, cómo lo sabía?»

La sonrisa de Lilly pareció peligrosamente compasiva.

– Yo diría que te va a resultar difícil encontrar a una mujer tan deportista y aventurera como Molly Somerville.

– Seguro que no saltaría en caída libre.

– Seguro que sí.

El tono mohíno de la voz de Kevin resultaba evidente incluso para sus propios oídos. Y Lilly tenía razón en lo de la caída libre. Kevin casi pudo oír los chillidos de Molly después de empujarla fuera del avión. Aunque sabía que disfrutaría más cuando se abriera el paracaídas.

Que Molly se hubiera enamorado de él le hacía sentir mal. Y le enojaba. Lo suyo había sido algo temporal desde el principio, así que no tenía por qué sentirse como si le hubiera dado pie. Y seguro que no le había prometido nada. Vaya, que la mitad del tiempo apenas había sido educado.

Era el sexo. Todo había ido bien hasta entonces. Si hubiera seguido con los pantalones abrochados y las manos quietas, no habría pasado nada, pero no había sido capaz de hacerlo, no después de estar juntos un día tras otro. ¿Y quién podía culparle?

Pensó en la manera en que reía. ¿Qué hombre no habría deseado tener aquella sonrisa bajo sus labios? Y aquellos ojos azules y grises con aquel endemoniado sesgo eran un desafío sexual deliberado. ¿Cómo no pensar en hacer el amor cada vez que los ojos de Molly se volvían hacia él?

Pero Molly conocía las reglas, y el sexo fantástico no es ninguna promesa, no en los tiempos que corren. Todo ese rollo que le había soltado sobre su incapacidad de establecer relaciones emocionales no tenía nada que ver con él: Kevin tenía relaciones, sin duda. E importantes. Tenía a Cal y Jane Bonner.

Con los que no había hablado desde hacía semanas.

Se quedó mirando a Lilly y, tal vez porque era tarde y estaba bajo de defensas, acabó contándole más de lo que hubiera querido.

– Molly tiene ciertas opiniones sobre mí que yo no comparto.

– ¿Qué tipo de opiniones?

– Ella cree… -Kevin dejó la botella-. Dice que soy emocionalmente superficial.

– ¡No lo eres! -Los ojos de Lilly centellearon-. ¡Qué cosa tan terrible de decir!

– Ya, pero el caso es…

– Eres un hombre muy complicado. Dios mío, si fueras superficial, te habrías librado de mí directamente.

– Lo intenté…

– Me habrías dado unas palmaditas en el hombro y me habrías prometido enviarme una postal de Navidad. Yo me habría dado por satisfecha y habría desaparecido con mi coche por el horizonte. Pero eres demasiado sincero emocionalmente para hacerlo, y por eso mi estancia aquí te ha resultado tan dolorosa.

– Me gusta que lo digas, pero…

– Oh, Kevin… Ni se te ocurra nunca considerarte superficial. Molly me cae bien, pero si alguna vez le oigo decir eso de ti, ella y yo vamos a tener que discutir.

Kevin quiso reír, pero le empezaron a escocer los ojos y sus pies se movieron, y, casi sin darse cuenta, se encontró abriendo los brazos. Nadie como la madre de un hombre para salir en su defensa cuando llega la hora de la verdad, incluso aunque no se lo merezca.

Kevin le dio un abrazo intenso, posesivo. Ella emitió un sonido que a Kevin le recordó a un gato recién nacido. Kevin la abrazó con más fuerza.

– Hay algunas cosas que siempre quise preguntarte.

Kevin sintió un sollozo tembloroso contra su pecho. Se aclaró la garganta.

– ¿Tú tuviste que ir a clases de música y aburrirte frente al piano?

– Oh, Kevin… Todavía no distingo una nota de otra.

– ¿Y te salen erupciones alrededor de la boca cada vez que comes tomate?

Lilly se abrazó más intensamente.

– Si como demasiado.

– ¿Y qué me dices de los moniatos? -Kevin oyó un sollozo ahogado-. A todo el mundo le gustan excepto a mí, y siempre me pregunté… -Kevin calló, porque empezaba a resultarle difícil hablar, y en su interior algunas de las piezas que nunca habían acabado de encajar comenzaron a unirse.

Estuvieron un rato simplemente abrazados y finalmente empezaron a hablar, intentando ponerse al día de tres décadas en una sola noche, tropezando con las palabras, cubriendo poco a poco sus lagunas. Evitaron únicamente dos temas: Molly y Liam Jenner.

A las tres de la madrugada, cuando finalmente se separaron en la planta superior, Lilly le acarició la mejilla.

– Buenas noches, cielo.

– Buenas noches…

«Buenas noches, mamá.» Eso era lo que quería decir, pero le pareció una traición a Maida Tucker, y eso no podía hacerlo. Maida tal vez no había sido la madre de sus sueños, pero lo había querido con todo su corazón, y Kevin la había correspondido con su amor. Sonrió.

– Buenas noche, mamá Lilly.

Y entonces las lágrimas inundaron los ojos de Lilly:

– Oh, Kevin… Kevin, mi pequeñín.

Kevin se acostó aquella noche con una sonrisa en los labios.

Cuando pocas horas más tarde el despertador le obligó a levantarse de la cama para preparar los desayunos, pensó en la noche anterior, y supo que a partir de entonces Lilly ya formaría parte de su vida permanentemente. Y se sintió bien. Era exactamente como tenía que ser.

Al contrario que todo lo demás.

Mientras bajaba hacia la cocina, gris y vacía, se dijo a sí mismo que no había ningún motivo para sentirse culpable con Molly, pero su conciencia pareció no hacerle ningún caso. Hasta que encontrase la manera de compensarla, jamás podría dejar de pensar en ella.

Entonces se le ocurrió. Había dado con la solución perfecta.


Molly miró fijamente al abogado de Kevin y preguntó desconcertada:

– ¿Que me da el campamento?

El abogado colocó las manos en la caja de embalar sobre la que Molly tenía su ordenador y se inclinó hacia delante.

– Me llamó ayer a primera hora de la mañana -le dijo con gravedad-. En estos momentos estoy terminando con el papeleo.

– ¡Yo no lo quiero! No pienso aceptar nada de él.

– Él ya debía de saber que reaccionarías así, porque insistió en que te dijera que si lo rechazabas, dejaría que Eddie Dillard lo demoliera. Y no creo que estuviera bromeando.

Molly sintió ganas de gritar, pero no era culpa del abogado que Kevin fuera despótico y manipulador, así que controló su genio.

– ¿Hay algo que me impida desprenderme del campamento?

– No.

– De acuerdo, lo aceptaré. Y luego me desharé de él.

– No creo que eso vaya a hacerle demasiado feliz.

– Llévale una caja de pañuelos.

El abogado era joven, y le dedicó a Molly una sonrisa sugestiva; luego cogió su maleta y empezó a sortear los muebles de camino hacia la salida. Como deferencia al calor de julio, no llevaba americana, pero, a juzgar por la mancha de sudor que tenía en la espalda, eso no fue suficiente para compensar la ausencia de aire acondicionado en el apartamento de Molly.

– Supongo que querrás subir allí lo antes posible. Kevin se ha marchado y no queda nadie al cargo.

– Estoy segura de que sí. Contrató a alguien para que se hiciera cargo de todo.

– Parece ser que no funcionaron.

Molly no solía soltar tacos, pero apenas pudo contenerse. Sólo había tenido cuarenta y ocho horas para acostumbrarse a la idea de ser una famosa autora de libros infantiles, y ahora se enteraba de eso.

En cuanto se hubo marchado el abogado, se arrastró por encima del sofá para alcanzar el teléfono y llamar a su nueva agente, la mejor negociadora de contratos de la ciudad.

– Phoebe, soy yo.

– ¡Eh, la famosa escritora! Las conversaciones van bien, pero todavía no estoy satisfecha con el dinero por adelantado que nos ofrecen.

Molly notó entusiasmo en la voz de su hermana.

– Tampoco les dejes en la bancarrota.

– Es tan tentador…

Hablaron sobre las negociaciones durante algunos minutos hasta que Molly decidió ir al grano y, esforzándose para hablar sin atragantarse, dijo:

– Kevin acaba de hacer algo de lo más encantador.

– ¿Andar con los ojos vendados en medio del tráfico?

– No seas así, Phoebe.-Estaba segura de que se atragantaría al decirlo-: Kevin es un gran tipo. Como muestra de ello, me acaba de regalar el campamento.

– ¿En serio?

Molly asió el teléfono con más fuerza.

– Él sabe cuánto me gusta ese lugar.

– Lo comprendo, pero…

– Mañana mismo subiré. No estoy segura de cuánto tiempo me quedaré.

– Al menos así saldrás de ese apartamento piojoso hasta que termine de negociar tu contrato. Supongo que debería estarle agradecida.

Había resultado humillante contarle a Phoebe que se había visto obligada a vender el loft. Dicho sea en honor de su hermana, no se había ofrecido a pagar las deudas de Molly, aunque eso no significaba que se hubiera quedado callada.

Molly colgó el teléfono en cuanto pudo y se quedó mirando a Roo, que intentaba refrescarse bajo la mesa de la cocina.

– Dilo, vamos. Tengo un don del momento espantoso. Si me hubiera esperado dos semanas, aún estaríamos en nuestro antiguo pisito, disfrutando del aire acondicionado.

Debió de ser su imaginación, pero le pareció que Roo ponía cara de crítica. El muy traidor echaba de menos a Kevin.

– Vamos a hacer las maletas, compi. Mañana a primera hora salimos hacia los bosques del norte.

Roo aguzó las orejas.

– No te emociones demasiado, porque no nos quedarnos allí. ¡Lo digo en serio, Roo, pienso deshacerme del campamento!

Pero no lo haría. Le dio un puntapié a una caja llena de platos, deseando que fuera la cabeza de Kevin. Le había regalado el campamento porque se sentía culpable. Era su manera de intentar compensarla por sentir por él un amor no correspondido.

Se lo había regalado por compasión.

Capítulo veinticinco

Daphne no hablaba con Benny, y a Benny no le importaba, y Melissa no encontraba sus gafas de sol de estrella del cine, y había empezado a llover. ¡Todo era un gran lío!

Daphne va a un campamento de verano


Lilly se detuvo en la puerta de la cocina de la casa de huéspedes. Molly se había quedado dormida sobre la mesa. Tenía la cabeza apoyada sobre el brazo, la mano extendida junto a su cuaderno de dibujo, y los cabellos esparcidos sobre la vieja mesa de roble como jarabe derramado. ¿Cómo había podido pensar que era una simple aficionada?

Hacía diez días que Molly había regresado al campamento y había terminado las ilustraciones para Daphne va a un campamento de verano, había empezado un nuevo libro y había escrito un artículo para Chik. Todo eso, además de cocinar y atender a los invitados. No podía relajarse, aunque le había contado a Lilly que su nuevo contrato le había dado finalmente una estabilidad financiera. Lilly sabía que estaba intentando no pensar en Kevin y comprendía su callado sufrimiento. Lilly habría estrangulado a su hijo.

Molly meneó la cabeza y pestañeó; luego levantó la mirada y sonrió. Tenía ojeras. Probablemente a juego con las de Lilly.

– ¿Ha ido bien el paseo? -preguntó Molly.

– Sí.

Molly se incorporó y se sujetó los cabellos detrás de las orejas.

– Liam ha estado aquí.

A Lilly se le aceleró un poco el corazón. Dejando aparte el día en que lo vio de refilón en el pueblo poco después de su ultimátum, llevaba semanas sin verle. En vez de facilitar las cosas, su separación se había vuelto más dolorosa.

– Traía algo para ti -dijo Molly-. Le he dicho que lo subiera a tu habitación.

– ¿Qué es?

– Probablemente deberías verlo por ti misma -dijo recogiendo un bolígrafo que se había caído al suelo, y jugueteando con él-. Me ha pedido que me despidiera de ti en su nombre.

Lilly sintió un escalofrío, aunque hacía calor en la cocina.

– ¿Se marcha?

– Hoy mismo. Se va a vivir a México durante una temporada. Quiere experimentar con la luz.

Eso no resultaba nada sorprendente. ¿Acaso Lilly esperaba que se quedara sentado esperando a que ella cambiara de idea? Cualquiera que comprendiera el arte de Liam Jenner sabía que era fundamentalmente un hombre de acción.

– Ya.

Molly se levantó y la miró compasiva.