– Creo que ya sé adonde va a ir a parar esta conversación -dijo, con tranquilidad-. Usted quiere tenderle una trampa a Vasily y desea que yo sea el cebo.

Se produjo un pequeño revuelo de sonidos en la habitación. Caitlyn trató de identificarlos: una protesta ahogada de su padre, la voz de C.J. gruñendo de incredulidad, las protestas de otra persona, una mujer que podría ser la cuñada abogada de C.J. Ésta última tomó la palabra.

– Por el amor de Dios, Jake, después de haber estado a punto de perder a Evie…

El hombre del FBI la interrumpió rápidamente, como si tratara de estar cubriendo algo.

– Por supuesto que queremos tenderle una trampa a Vasily. Si hay una cosa de la que él se ocuparía en persona en vez de dejársela a sus leales hombres, es la de recoger a su hija cuando se entere de dónde está. Sin embargo, lo último que deseamos es utilizarla a usted o a la niña como cebos. Hay demasiadas cosas que pueden salir mal -dijo Jake, tras aclararse la garganta-. Lo que queremos hacer es tenerla a usted aquí hasta que tengamos a Vasily en la cárcel. Para hacerlo…

– Tendrán que utilizarme -dijo Caitlyn, tranquilamente-. Usted mismo lo ha dicho: Vasily me quiere viva.

– No. Quiere a su hija -la corrigió Jake-. Usted tan sólo representa el medio de conseguirlo, en lo que a él respecta. Nada más. Nosotros crearemos la situación, pero ni Emma Vasily ni usted estarán en peligro, eso se lo aseguro. En estos momentos, lo que más nos preocupa es llevarla a usted a un lugar seguro sin que Vasily lo sepa.

Un lugar seguro… El pensamiento de Caitlyn se llenó de imágenes del dormitorio que tenía en la casa de sus padres, con sus paredes verde claro y cenefas de tulipanes rosas que contrastaban con los oscuros y misteriosos pósters de la Tierra Media de la fase de su adolescencia en la que había estado obsesionada por el mundo de Tolkien.

«Deseo ir a casa».

No podía hacerlo y lo sabía. A Ari Vasily no le costaría localizarla allí. No podía consentir que él descubriera dónde vivía su familia. Nunca. Se echó a temblar. Se sentía tan aislada. Tan sola…

Un ronco sonido la sacó de su caverna de soledad para devolverla a aquella habitación repleta de gente. C.J. se estaba aclarando la garganta y se había sentado al otro lado de la cama, frente al hombre del FBI. C.J., el camionero sureño con ojos de chocolate, dulce sonrisa y pícaros hoyuelos. El hombre al que ella había pedido ayuda y que la había defraudado, al que nunca había esperado volver a ver y que inexplicablemente, estaba siempre a su lado.

C.J. volvió a aclararse la garganta.

– ¿Qué os parece si ella se viene conmigo a la casa de mis padres en Georgia?

Se produjo un repentino silencio, tras el cual todos hablaron al mismo tiempo, mezclando sus voces en una sinfonía que le hacía vibrar los oídos como una caprichosa ráfaga de aire. C.J. consiguió imponer sus palabras.

– Mirad, es el lugar perfecto. Donde vivimos está en el campo…

– C.J. tiene razón -dijo Charly-. Allí, los únicos vecinos son familiares y amigos y todos se conocen los unos a los otros. Sería prácticamente imposible que ningún desconocido se acercara lo suficiente a Caitlyn como para poder hacerle daño. Además, no creo que haya nadie tan estúpido como para enfrentarse primero con hermanos y parientes políticos. Eso por no hablar de mamá Betty -añadió, con una carcajada-. Personalmente, si se enfrentara a cualquier pistolero, yo apostaría por Betty Starr sin dudarlo.

– En realidad, tiene muchas posibilidades -admitió Jake-. No hay modo de vincularte a ti con Caitlyn.

Por la claridad de la voz de Redfield, Caitlyn supo que la estaba mirando. A continuación, se escuchó la voz de su padre, cautelosa y distante.

– Cielo, ¿qué te parece?

¿Que qué le parecía? Le resultaba imposible pensar. El silencio la rodeaba, vibrante, esperando… ¿Dónde estaba C.J.? ¿La estaría observando, mirando su rostro para ver qué pensaba? Como no podía verlo, se sentía indefensa, vulnerable, desnuda.

– En caso de que necesite cuidados médicos, mi hermana Jess es enfermera y vive allí con mi madre -apostilló C.J., como para dar todo por sentado.

C.J. la había defraudado y la había entregado a la policía, lo que había provocado que Mary resultara muerta. ¿Cómo podía esperar que se marchara con él? ¿Que su familia y él cuidaran de ella? Se sintió como si la cabeza le fuera a explotar. Escuchó los comentarios de los demás, como si se tratara de la conversación de unas abejas enojadas.

– No es mala idea.

– En realidad, es una idea estupenda.

– El lugar no puede ser más adecuado.

– Estaría protegida…

– Es la solución perfecta.

– Tendríamos que llevarla allí sin que nadie lo supiera -afirmó Jake-. Y puntualizo lo de nadie. Sacarla de este lugar no va a resultar fácil. Los equipos de televisión y los periodistas están por todas partes…

– ¿Oigo a alguien tocando mi melodía? -dijo una voz desconocida, ligera y musical como el canto de un pájaro.

– ¡Eve! -exclamó alguien. Esta afirmación se vio seguida de exclamaciones de sorpresa y delicia-. ¿Cuándo has regresado? Creía que seguías en Afganistán.

El peso de Jake desapareció de la cama.

– Eh, Waskowitz -dijo una voz profunda, llena de intimidad-. ¿Acabas de llegar?

– Sí -respondió la recién llegada-. He venido en cuanto recibí tu mensaje.

– ¿Cómo fue tu vuelo? ¿Conseguiste dormir?

Llena de impaciencia, Caitlyn escuchó el intercambio de preguntas mundanas, pero esenciales entre compañeros y amantes. Resultaba evidente que los dos habían estado separados durante mucho tiempo. Miró fijamente la oscuridad que la envolvía y trató de penetrarla. Se sentía excluida, lo que la molestó mucho.

De repente, alguien le tocó una mano. La que le había cubierto la suya era esbelta pero fuerte, endurecida como si hubiera estado demasiado expuesta a vientos cálidos y secos sin cuidado alguno.

– Hola, me llamo Eve Waskowitz. Soy la esposa de Jake -le dijo la voz musical-. Usted es Caitlyn, ¿verdad?

Antes de que Caitlyn pudiera responder, un peso ligero, que seguramente correspondía a la mujer, se sentó a su lado.

– Me han dicho, que por el momento, no puede ver. Ni siquiera puedo imaginarme lo confuso que le estará resultando verse rodeada por un puñado de desconocidos que hablan todos a la vez. ¿Se encuentra bien?

– Sí, estoy bien -dijo Caitlyn. Por primera vez desde hacía mucho tiempo se sentía así-. Encantada de conocerla. ¿Ha dicho alguien que estaba en Afganistán?

– Sí, filmando. Es una larga historia, pero para resumirla un poco, me dedico a realizar documentales. Muy emocionante. Bueno -añadió, volviéndose para mirar a los demás, aunque sin soltarle la mano a Caitlyn-. ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Qué me he perdido?

– Estamos celebrando un consejo de guerra -bromeó Charly.

– Estupendo -gorjeó Eve.

– Estamos planeando una trampa para el malo -afirmó Caitlyn-, en la que yo voy a actuar como cebo.

– No vamos a hacer nada ni remotamente similar -afirmó Jake.

– Lo que tenemos que hacer es conseguir que se ponga bien -observó Charly-. Para hacerlo, la vamos a llevar a un lugar seguro donde los malos no puedan encontrarla.

– Y ya lo tenemos -la informó C.J.-. Lo que voy a hacer es llevármela a Georgia conmigo. Lo difícil es sacarla de aquí sin que nadie se entere. Los malditos medios de comunicación, perdóname Eve, tienen el hospital rodeado. Todos los canales del país tienen un camión aparcado ahí fuera.

– En ese caso, nadie se fijaría en uno más, ¿verdad? -comentó Eve, tras realizar un sonido parecido al ronroneo de un gato satisfecho.

Un segundo después, Jake murmuró:

– Eve…

– Es la solución perfecta -comentó Charly.

– Por supuesto que lo es. Y muy sencilla. La sacaremos de aquí como si fuera parte de mi equipo -afirmó Eve, antes de levantarse de la cama-. Tardaré unos días en conseguir que se presenten aquí, ya que siguen regresando muy poco a poco de Afganistán, pero vosotros no vais a estar preparados hasta dentro de unos días, ¿verdad? Al menos, ella tendrá que poder andar. Y esas vendas podrían ser…

– Eve -le dijo su esposo, con un fuerte tono de advertencia-. Nadie de tu equipo debe enterarse de esto.

– Claro que no. De estas cuatro paredes no saldrá ni una sola palabra -replicó Eve. Entonces, se inclinó para besar a Caitlyn afectuosamente-. No te preocupes, tesoro. Déjamelo todo a mí.

Durante un tiempo pareció que nadie tenía nada que decir. Fue Charly la que rompió el silencio.

– Bueno, supongo que ya está todo.

– Yo no diría eso -replicó Jake-. Yo aún tengo que ocuparme de muchas cosas, por lo que creo que será mejor que me vaya. Me mantendré en contacto -añadió, refiriéndose a Caitlyn, mientras se disponía a marcharse.

– Yo también voy a tener que irme -anunció Charly-. ¿Y tú, C.J.? ¿Te vienes?

C.J. negó con la cabeza y permaneció sentado en la cama. Charly y Jake se marcharon juntos. En aquel momento, Wood se acercó a la cama de su hija. Le tomó la mano y se la apretó suavemente.

– Muy bien, cielo. Creo que es mejor que vaya a ver qué es lo que está haciendo tu madre. Le contaré lo que hemos decidido.

A continuación, se inclinó sobre la cama de su hija y le dio un beso en la frente. Se marchó inmediatamente.


Aquél fue el momento que C.J. temía y ansiaba al mismo tiempo. Estar a solas con la mujer a la que, en el fondo de su corazón, sabía que había afrentado. Se sentía incapaz de hablar, pero no deseaba marcharse. Los segundos fueron pasando. La respiración de C.J. parecía ser lo bastante ruidosa como para despertar a los muertos.

– Sigues aquí, ¿verdad? -dijo Caitlyn, buscándolo en la oscuridad.

– Sí. ¿Necesitas algo? ¿Te puedo traer…? -musitó. Parecía muy incómodo.

– Estoy bien.

C.J. la observó atentamente, sin dejar de mirar el bulto morado que tenía en la frente, atravesado por una línea de puntos que marcaban el lugar exacto en el que se había golpeado con los escalones del juzgado. Sin saber por qué, sintió una inexplicable necesidad de tocarle aquel lugar con los labios. Tragó saliva y apartó la mirada rápidamente. Por una vez, se alegró de que ella no hubiera podido verlo.

– Sólo me gustaría saber por qué estás aquí -susurró ella. C.J. no sabía cómo responder aquella pregunta, por lo que no lo hizo-. ¿Qué es lo que deseas de mí?

– No quiero nada. Sólo trato de ayudarte.

– No quiero tu ayuda -replicó ella, con voz airada.

– Mira, vas a tener que aceptar la ayuda de alguien, por lo que ese alguien puedo ser muy bien yo. Te van a llevar a algún lugar seguro cuando te marches de aquí de todos modos. ¿Te habías parado a pensarlo? ¿Acaso preferirías estar con desconocidos?

– ¿Y qué crees que eres tú? -le espetó Caitlyn-. Tú y yo sólo somos unos desconocidos.

C.J. apretó los dientes. No sabía cómo decirle lo que él ya sabía, que Caitlyn no era una desconocida para él. Que durante los últimos meses, se había forjado un vínculo entre ellos que la ataba a él de un modo que ni siquiera comprendía.

– No, eso no es cierto -dijo-. Es verdad que no hace mucho que nos conocemos, pero nuestra breve relación ha tenido un efecto muy profundo en nuestras vidas.

Caitlyn volvió a soltar una carcajada y luego quedó en silencio. Tenía un gesto irónico en los labios y sus ojos sin vista lo observaban sin mirarlo.

– Vas a sentir mucha simpatía por ellos, ¿sabes? -dijo C.J., suavemente.

– ¿Por quiénes?

– Por mi familia. Son buena gente. Mi madre también era profesora. Como tu padre.

– Eso lo explica -replicó ella, con un suspiro.

– ¿Sí? ¿El qué?

– El modo en el que hablas. La mayoría de las veces, tienes muy buena gramática.

– Vaya -comentó C.J., muy asombrado de que ella se hubiera fijado en algo así.

– Cuando tu padre es profesor y te han inculcado buena gramática toda la vida, una se da cuenta -añadió ella, a modo de explicación-. ¿Y tu padre? ¿A qué se dedica?

– Murió cuando yo era pequeño. Tuvo un ataque al corazón.

– Oh, lo siento…

Caitlyn guardó silencio durante bastante tiempo, lo que le hizo pensar a C.J. que había llegado la hora de marcharse. Se disponía a hacerlo cuando ella extendió una mano. Lo estaba buscando.

Él sintió que el corazón le daba un vuelco y se preguntó si se atrevería a agarrar aquella mano. Sin embargo, antes de que pudiera decidirse, ella retiró la suya y la aprisionó con la otra entre las sábanas.

– Por favor -dijo-. Háblame de ellos. De tu familia.

Parecía nerviosa, como si no pudiera soportar que él se marchara. Como si no quisiera quedarse a solas en la oscuridad. C.J. volvió a sentarse, se aclaró la garganta y comenzó a hablarle de los suyos. Empezó por su madre, Betty Starr, una mujer menuda, que había trabajado en un colegio y había criado a siete hijos con voz suave y mano de hierro mientras su esposo conducía un camión por todo el país. Le habló también de su hermano Jimmy Joe, que se había hecho cargo del camión de su padre cuando murió y había logrado crear una empresa llamada Blue Starr Transpon y que le había dado a C.J. un trabajo para que pudiera estudiar Derecho al mismo tiempo.