Caitlyn se despertó de un ligero sueño cuando los neumáticos del coche empezaron a crujir sobre la grava de un camino. De repente, todo se detuvo y sintió la mano de Eve sobre el brazo.

– Caty cielo, ya estamos aquí…

Oyó que Eve abría la puerta. Sintió la caricia de la brisa en el rostro, que transportaba un agradable olor a otoño y a atardecer, un frescor y una suavidad profundos, acompañados del rico aroma de las hojas. Ansiando experimentar más, buscó a tientas la manilla que abría la puerta sin esperar a que la ayudaran. Escuchó el suave ruido de las hojas al caer sobre el suelo y en la distancia, oyó puertas que se abrían y se cerraban, pasos y voces y los suaves ladridos de los perros.

Hizo girar las piernas y tocó el suelo por primera vez. Se puso de pie, pero tuvo que aferrarse a la puerta para no caerse. Se sentía algo mareada, tal vez por el trayecto en coche, pero principalmente por el agotamiento. Aunque había conseguido dormir un poco después de que cambiaran la furgoneta por el cómodo automóvil de Eve en Atlanta, habían pasado muchas horas desde que se marcharon de la tranquila habitación del hospital. Demasiado tiempo para que alguien que estaba recuperándose de una herida en la cabeza estuviera levantada.

– Espera un momento. Ya voy -dijo una voz, muy preocupaba. Se oyeron unos pasos que se acercaban-. ¿Cómo estás, cielo? ¿Bien?

– Sólo un poco cansada -murmuró Caitlyn. Odiaba la debilidad que sentía. No recordaba haber estado enferma en mucho tiempo. Al menos, no así-. Estoy bien…

– Ha sido un día muy largo -afirmó Eve, mientras entrelazaba un brazo alrededor de la cintura de Caitlyn-. No tienes por qué mostrarte valiente ni sociable. Nadie espera que sea así. Seguramente querrás irte directamente a la cama. Ya habrá tiempo mañana para las presentaciones… y para que aprendas cómo moverte sola. Ahora, agárrate a mí…

– Me duele la cabeza -susurró Caitlyn, maldiciendo una vez más la debilidad y el dolor.

Los oídos le zumbaban. Contuvo el aliento y se sintió a punto de confesar que simplemente no tenía fuerzas suficientes para dar un paso más. Pensó en lo humillante que sería desmoronarse delante de un montón de desconocidos.

– Espera… ¿qué demonios estás haciendo? -dijo una voz.

Caitlyn se echó a temblar y sintió la brisa que provocaba un rápido movimiento. Inmediatamente, notó la calidez de un cuerpo fuerte y de un brazo mucho más grueso que el de Eve. Éste se le enredó en la cintura al tiempo que otro se le colocaba detrás de las rodillas. Ella lanzó una exclamación de sorpresa cuando la levantaron por los aires y se pegó contra un fuerte tórax. Un cálido y terrenal aroma le inundó los sentidos. Le resultaba extraño y familiar a la vez… Una mezcla de jabón y de cocina sureña, de diesel y de hombre, con una nota de una colonia de la que nunca había aprendido el nombre.

– Ya te tengo…

– Suéltame -dijo ella, débilmente-. Peso demasiado…

– Tonterías. Pesas menos que una pluma -replicó C.J.

Caitlyn no protestó, lo que debería haberla sorprendido, dado que no formaba parte de su naturaleza rendirse sin presentar batalla. Sin embargo, aquello no le parecía una rendición. Resultaba tan agradable…

¿Sería un pecado disfrutar tanto sintiendo los fuertes brazos envolviéndola, el latido de un corazón masculino contra la mejilla? No le importaba. Sólo sabía que le resultaba agradable reclinarse contra aquel pecho y dejarse acunar por los pasos que él iba dando sobre la grava. De repente, resonó el murmullo hueco de la madera bajo las botas y el chirrido de una mosquitera.

Voces suaves, amables…

– Tráela aquí ahora mismo, hijo. Pobrecilla. Seguro que está agotada.

– La habitación de Sammi June está preparada para ella, C.J. Es la que está más cerca del cuarto de baño y estará a mi lado para que yo pueda atenderla si necesita algo. Es la segunda.

– Sé cuál es -replicó C.J., con impaciencia-. Antes de pertenecer a Sammi June, esa habitación fue mía.

– ¿Tienes hambre? Tengo pollo asado, judías blancas, puré de patatas y salsa, además de una empanada de calabaza en la cocina.

Todos murmuraban del modo en el que las personas suelen hacerlo cuando están tratando de no despertar a un bebé. Caitlyn no estaba acostumbrada a ser tratada así, por lo que su orgullo trató de salir de aquel desacostumbrado letargo. El cuerpo se le tensó. C.J. lo comprendió, pero se sorprendió por aquella reacción, porque inmediatamente, relajó los brazos y la dejó de pie.

Desgraciadamente, no logró mantenerse firme. Mientras el mundo se tambaleaba a su alrededor, se aferró a uno de los brazos con una mano y extendió la otra.

– Hola -dijo, con voz tan firme como pudo-. Muchas gracias por acogerme. Me llamo Caitlyn Brown.

– Nos alegramos mucho de tenerte aquí -afirmó la dueña de unas manos pequeñas pero fuertes-. Yo soy la madre de Calvin. Llámame Betty.

Caitlyn parpadeó y bajó los ojos. Sin saber por qué, estos volvían a escocerle.

– Gracias -susurró. No pudo decir nada más por temor a echarse a llorar.

– Yo soy Jess, la hermana de C.J. Bueno, una de ellas -dijo otra voz. Parecía provenir de un lugar más alto que la altura de Caitlyn.

– Tú eres la enfermera -comentó, con una sonrisa, a pesar de que sentía un cierto temor. Le habría gustado tanto ver los rostros de aquellas personas…

– ¿Qué os parece si vamos todos a la cocina para cenar algo? -preguntó Betty sin soltar a Caty del codo-. Eve, es mejor que te quedes para que cenes un poco.

– Gracias -respondió ella-, pero es mejor que me vaya a casa antes de que mis hijos se olviden de que tienen madre. Últimamente no los he visto mucho. De todas maneras, muchas gracias, Betty. Jess…

Caitlyn sintió que la envolvían en un cálido abrazo. El cabello de Eve le acarició la mejilla y su voz le resonó suavemente en la oreja.

– Caty tesoro, todo va a salir bien. Cuídate. Vendré a verte muy pronto.

El murmullo con el que Caty le dio las gracias se vio envuelto en una algarabía de adioses y de buenos deseos para el viaje de vuelta. Eve se marchó a los pocos minutos.

– Ahora, vamos todos a la cocina -dijo Betty-. Caitlyn necesita sentarse un poco. Además, a todos nos vendrá bien cenar un poco. Calvin, sé que te encanta mi empanada de calabaza…

– Mamá, está cansada. Tal vez prefiera marcharse a la cama.

– Bueno, en ese caso un poco de sopa para darle fuerza. Un poco de sopa y… Ya lo sé. ¿Qué te parece un chocolate caliente? Eso es lo que la abuela solía prepararnos para…

– Creo que sólo quiero irme a la cama -la interrumpió Caitlyn, con un hilo de voz-. Si no te importa…

Su voz había sonado tan débil como la de una niña. Así era precisamente como se sentía. Sólo quería meterse en un rincón y llorar hasta que sus padres fueran a recogerla. A pesar de estar rodeada por personas bienintencionadas, sólo deseaba escuchar una voz familiar, sentir unos brazos conocidos a su alrededor y la caricia de unas suaves y cálidas manos.

– Por supuesto que no importa. Mamá, voy a ayudarla a…

– Muy bien. Yo voy a prepararle una taza de chocolate caliente. La llevaré dentro de un momento.

– ¿Crees que puedes subir las escaleras, cielo? Venga, agárrate a mi cintura.

– Ya la tengo yo -gruñó C.J.

Se produjo un momento de silencio y a continuación, un leve movimiento de aire. Aquellos brazos volvieron a rodearla en un gesto que le resultó casi familiar, uno debajo de las rodillas y el otro alrededor de la cintura. La levantaron y Caitlyn pudo sentir el aliento de él sobre la sien y el latido del corazón contra la mejilla. Olió aquella colonia y el resto de los aromas que adornaban su cuerpo y que de algún modo, también le resultaban ya familiares.

El miedo remitió un poco, pero no la oscuridad. Ni las ganas de llorar.

Capítulo 7

No podía ceder. Ni allí ni en aquel momento. Tensó los labios y musitó:

– No tienes que hacer esto.

No se produjo respuesta. Sintió que el pecho y el vientre de él se tensaban y que su respiración se profundizaba un poco más mientras subía las escaleras.

– Vas a matarte -dijo ella, tristemente, respirando casi con tanta dificultad como él.

C.J. lanzó una carcajada, que portaba una débil nota de orgullo herido.

– No tienes ni una pizca de fe en mí, ¿verdad?

– No quería insultarte, pero tú no eres ni un atleta ni nada por el estilo. Conduces un camión.

Sin embargo, a lo largo del costado de Caitlyn, se notaba la inconfundible resistencia de unos firmes músculos masculinos. Cerca del trasero, sentía el firme y liso vientre, que no tenía ni la más mínima apariencia del protuberante estómago de los camioneros. Una imagen le inundó la memoria y lo recordó caminando en una estación de servicio abandonada. Efectivamente, sus brazos parecían fuertes, como de acero. ¿Cómo podía haberse olvidado de la facilidad con la que la había sometido para quitarle la pistola?

Notó que llegaban a lo alto de las escaleras sin que él la tirara al suelo o pareciera agotado.

– Me mantengo en forma -musitó él.

Se escuchó el impacto de un pie sobre una puerta. Atravesaron inmediatamente el umbral. A los pocos instantes, Caitlyn sintió la blandura de un colchón debajo del trasero y sin que pudiera evitarlo, el pánico se apoderó de ella. Resultaba extraño que sintiera miedo de que la dejaran sola cuando sólo unos instantes antes había creído que era lo que más deseaba del mundo.

– Calvin -susurró, escuchando un gruñido como respuesta-. He oído que tu madre te llamaba así. Ahora ya sé qué significa la «C». ¿Y la «J»?

– James -respondió él, con un gruñido.

Al menos aquella breve conversación había servido para apartar la atención de C.J. del momentáneo ataque de pánico, que afortunadamente, estaba remitiendo.

«Sólo estoy ciega. No soy ninguna niña, no me encuentro indefensa. Simplemente no puedo ver», se reprendió.

C.J. se alegró de que ella no hubiera visto el gesto de incomodidad que había hecho. El enojo que sentía hacia Caitlyn se había evaporado. No estaba seguro de por qué se había producido y se alegraba de que se hubiera marchado. Se sentía avergonzado de que le importara el nombre que ella eligiera para llamarlo, por lo que la miró y pensó lo menuda y encogida que parecía. Le habría gustado saber qué podría hacer por ella. Se preguntaba si debía marcharse… Deseaba quedarse.

– Preferiría que no me llamaras así -dijo-. Mi madre es la única que me llama Calvin.

– ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? Me encantaba ese cómic… ¿Cómo se llamaba? ¿El del niño y su tigre imaginario?

– Sí, a mí también me gustaba… Solía garabatear pequeños dibujos de la tira cómica en todo. Era como si fuera mi propia firma.

– ¿Entonces?

– No lo sé… Lo que era un nombre fantástico cuando era niño no me lo parecía tanto para un hombre hecho y derecho.

– ¿Y por qué no lo abreviaste simplemente a Cal?

– Lo hice durante un tiempo mientras estaba en el instituto. Creo que fue mi hermano Jimmy Joe el que me dio la idea de lo de C.J. Bueno, me pareció que era bastante…

– ¿Chulo?

– Sí -respondió él, con una carcajada.

Al ver que ella sonreía, C.J. sonrió también. Entonces, se le ocurrió que por primera vez en su vida, estaba en una situación con una mujer en la que sus hoyuelos y su sonrisa no le iban a servir de nada. Antes de que tuviera tiempo de seguir pensando en aquel detalle, se percató de que Caitlyn estaba frotando las manos contra la colcha sobre la que estaba sentada, casi como si estuviera acariciándola, lo que provocó que a C.J. se le secara la boca.

– ¿Has dicho que este dormitorio solía ser tuyo?

– Sí -respondió él-, pero de eso hace ya mucho tiempo. La decoración está al gusto de Sammi June, que es la hija de Jess.

– Me has hablado ya de ella. Me dijiste que no estaba aquí… ¿Está en la universidad?

– Así es. Y yo que creía que estabas dormida cuando te conté todo eso…

Se produjo una pausa en la que C.J. observó que estaba a punto de formarse una sonrisa en los labios de Caitlyn. Entonces, ella preguntó con voz ronca:

– Dime la verdad. ¿Es rosa?

– Sí.

– ¿Con capullos de rosa? -quiso saber ella, con un susurro de horror.

– No. Mariposas. Son pequeñas y de color amarillo.

– Yo tenía tulipanes -musitó, con una sonrisa en los labios que la hizo parecer más joven-. Rosas. De dos tonos diferentes. Chicle y pastel. Y con hojas verdes…

C.J. no supo si fue la sonrisa o el brillo que se le había reflejado en los ojos, pero de repente, sintió que se le hacía un nudo en la garganta y que nariz y ojos empezaban a picarle. Esta reacción, naturalmente, le hizo experimentar el típico deseo masculino de salir huyendo para no quedar en ridículo. Estaba tratando de pensar en lo que hacer cuando, como caída del Cielo, Jess entró en la habitación.