– Te he traído tus cosas -dijo Jess, tras dejar la pequeña bolsa de deportes a los pies de la cama.

– No puede ser mucho -repuso Caitlyn, mientras tanteaba la bolsa con la mano-. Supongo que las ropas que llevaba antes. Me proporcionaron lo básico mientras estaba en la cárcel y mi madre me llevó algunas cosas al hospital, pero…

– Bueno, yo me marcho -musitó C.J. Se dirigió de espaldas a la puerta hasta que se chocó con ella. Se agarró al pomo como si fuera el único remo en un bote que se hundía-. Voy a… Bueno, yo… Estaré en la cocina si me necesitáis.

Mientras se escapaba, oyó que Jess le decía a Caitlyn:

– No te preocupes por nada. Estoy segura de que podremos proporcionarte todo lo que necesites. Puedes tomar prestadas las ropas de Sammi June. A ella no le va a importar. A mí me parece que tenéis más o menos la misma talla.

Parecía que Jess tenía la situación controlada. Lo que C.J. no podía entender era por qué no se sentía más contento por el hecho de que todo estuviera saliendo como había planeado. Tal vez era egoísta por su parte, pero no había planeado lo que ocurriría a continuación y no le gustaba sentirse inútil.


Bajó a la cocina. Allí, vio que su madre estaba frente al fogón, removiendo un guiso de judías blancas. Al verlo, Betty le sonrió.

– Siéntate, hijo.

El estómago de C.J. empezó a gruñir al ver que su madre sacaba un plato del horno, que estaba bien repleto de pollo y puré de patatas. A continuación, añadió una cucharada de judías blancas y un poco de salsa sobre el puré de patatas antes de colocarle el plato sobre la mesa.

– Gracias, mamá. Tiene muy buen aspecto -dijo C.J. Inmediatamente, tomó el tenedor y empezó a comer con buen apetito.

Al cabo de unos instantes, se sirvió un buen vaso de leche y se lo tomó.

– Supongo que tenía más hambre de la que creía -comentó.

Empezó a pensar en Caitlyn, a solas en su habitación. Se preguntó si ella también tendría más hambre de la que había pensado. Se le ocurrió que podría subirle un plato en cuanto hubiera terminado.

Mientras su madre se servía también un vaso de leche, C.J. miró a su alrededor. Como siempre, había un montón de notas pegadas a la puerta del frigorífico con imanes y sobre la puerta de la alacena, seguían las marcas de las medidas de todos los hermanos desde mucho antes de que C.J. naciera. Había visto aquella cocina tantas veces sin preguntarse qué le parecería a un extraño, preocupándose sólo de los sentimientos que le producían en el corazón…

Sin embargo, en aquel momento todo le pareció muy diferente. Sentía una peculiar tristeza porque la mujer que había arriba no podía ver nada de todo aquello. Trató de imaginarse a sí mismo sin poder ver nada. Pensó cómo podría describírselo a alguien que estuviera ciego.

– ¿Estás cansado, hijo? -le preguntó su madre, sacándolo así de sus tristes pensamientos.

– No -respondió él, tras apartar de sí el plato vacío-. Mamá, te agradezco mucho lo que estás haciendo por Caitlyn.

– El Señor sabe que ésta no es la primera vez que he acogido en esta casa a algo o a alguien que vosotros creíais que tenía que ser protegido -respondió Betty agitando la mano para quitarle importancia.

– Sí, pero nunca antes te las has tenido que ver con una persona ciega.

– Tonterías. La abuela Calhoun estaba prácticamente ciega al final.

– La abuela era vieja y no hacía mucho más que estar sentada en su mecedora. Caitlyn es…

– ¿Qué es Caitlyn? -le preguntó su madre, al ver que no terminaba la frase.

– Bueno, de entrada no es vieja -contestó, casi sin saber lo que decir.

– Mira, hijo. Sé quién es esa mujer. He visto las noticias y he leído los periódicos. Sé que es la sobrina del presidente Brown y que es la que te secuestró la pasada primavera.

– Si sabes quién es, ¿cómo es que estás dispuesta a acogerla aquí?

Betty se dio la vuelta y tras dejar su vaso en el fregadero, sacó un plato y cortó una buena porción de pastel de calabaza, que coronó con una cucharada de crema.

– El hecho de que sea pariente de un ex presidente no significa nada para mí -respondió, aún de espaldas-, como tampoco que te secuestrara a punta de pistola -añadió, antes de volverse-. Eso no significa que apruebe lo que hizo. Tú me contaste que lo había hecho porque creía que no tenía otra elección, que temía por la vida de la mujer y de la niña. Ahora, Calvin James, dime la verdad. ¿La crees?

– Sí, mamá. Entonces no la creí, pero ahora sí. Por eso…

– Los periodistas no parecen decidirse a la hora de calificarla como una heroína por negarse a decir al juez dónde está la niña, e incluso llegar a ingresar en la cárcel por protegerla, o una loca que está separando a un padre de su hija. Quiero saber lo que piensas tú.

– Mamá -dijo C.J. mientras se reclinaba en el asiento-, lo que quieres saber es lo que hay en su corazón -añadió, sabiendo que aquello era lo más importante para su madre-. Si es buena persona y si tiene buen corazón.

– ¿Lo tiene?

– Sí, creo que sí.

– Entonces, con eso me basta -afirmó ella, después de dejar el plato con la empanada delante de su hijo. C.J. suspiró aliviado.

– Es muy importante que nadie sepa que se encuentra aquí.

– Eso va a ser un poco difícil, hijo. Ya sabes que aquí no hace más que entrar y salir gente. Tus hermanos, tus sobrinos… Es como una estación de tren -bromeó Betty-. No podemos mantener a una mujer tan hermosa en el desván, como si fuera una de esas novelas de suspense.

– No va a ser durante mucho tiempo -le aseguró C.J.-. Tan sólo será durante unos días, un par de semanas, mientras recupera las fuerzas.

«Y mientras los del FBI estén intentando atrapar a Ari Vasily», pensó.

– Además -añadió-, como Sammi June y J.J. acaban de empezar en la universidad, no van a tener muchos días libres hasta el día de Acción de Gracias. Por otro lado, Mirabella y Jimmy Joe están en Florida con los pequeños. Jake y Eve ya están en el ajo y Charly y Troy…

– ¿Qué quieres decir con eso de que ya están en el ajo, Calvin James? ¿De quién la estamos escondiendo? En las noticias han estado diciendo que fue alguien que tenía algo en contra de las autoridades locales el que efectuó los disparos y que desgraciadamente, esas pobres mujeres se vieron implicadas, pero no es cierto, ¿verdad? -quiso saber Betty. Estaba mirando a su hijo con los ojos entornados, como si sospechara algo-. Jake y tú, y por lo tanto también el FBI, pensáis que ha sido el padre de la niña, ¿no es así? Creéis que hizo que mataran a su esposa y que ahora va a por Caitlyn. Por eso tanto secretismo. ¡Dios Santo…! -concluyó, abanicándose.

– Mamá, ojalá pudiera decirte más -comentó C.J. Se sentía avergonzado por todos los problemas que le estaba ocasionando a su madre-, pero le prometí a Jake…

– Ya nos ocuparemos de todo como venga. No te preocupes, hijo. Lo que me gustaría saber es qué tiene todo esto que ver contigo.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó él, sin comprender.

– Lo que quiero decir es que tú no le ofreces tu casa a alguien tan famoso para que se esconda sin una buena razón.

– Yo había pensado que resulta evidente que…

– Y por buena razón, no me refiero al hecho de que haya alguien tratando de matarla -lo interrumpió su madre-. El FBI es perfectamente capaz de ocultar a la gente en un lugar en el que nadie, ni siquiera un multimillonario, pueda encontrarla. Estoy segura de que lo habrían hecho muy bien sin tu ayuda, pero tú no querías que fuera así, ¿verdad? Tú querías que esa muchacha estuviera donde tú pudieras vigilarla. ¿Qué es lo que tiene esa mujer, Calvin James? ¿Qué significa para ti?

Por experiencia, C.J. sabía que no le iba a servir de nada mentir, pero aquello no significaba que no tratara de andarse por las ramas todo lo que le fuera posible.

– Es muy complicado, mamá.

– Te sientes responsable por ella -afirmó su madre, alcanzando, como siempre, sus propias conclusiones-. Por lo que le ocurrió.

– Bueno, sí -dijo C.J. No le quedó más remedio que reconocerlo-. Todo el mundo no hace más que decirme que no debería ser así, pero se equivocan. Sencillamente, ella me pidió que las ayudara y yo me negué. Las entregué a la policía. No me importa que fuera lo más adecuado en aquel momento. Si yo no lo hubiera hecho, no habría ocurrido nada de lo que ya ha pasado. No habría muerto una mujer y ella no estaría…

– Hijo -observó Betty con suavidad. Se sentó a su lado-. No puedes deshacer el pasado. Por mucho que lo intentes, no puedes.

– Ya lo sé. Precisamente por eso quiero hacer todo lo que pueda para compensarla. Para enmendar lo ocurrido.

– ¿Y cómo vas a hacerlo? No puedes devolverle la vista.

En aquel momento, C.J. se sintió demasiado furioso con su madre como para poder contestar. A pesar de todo, sabía que Betty tenía razón.

– Supongo, que con eso de compensarla, quieres decir hacer algo lo suficientemente importante como para hacerle olvidar el mal que crees que le has hecho -dijo su madre, tras estudiar el rostro de C.J. durante unos instantes-. Lo que deseas es convertirte en su héroe.

– Yo no soy ningún héroe -bufó C.J.

Efectivamente, su yo interior le decía que así era, pero reconocía que le gustaría serlo. Quería ser un superhéroe para poder corregir el mal del mundo, hacer que el tiempo volviera atrás y poder tener otra oportunidad de salvar a la mujer…

– No, no eres ningún superhéroe -afirmó su madre, como si al igual que ocurría en muchas ocasiones, le hubiera leído el pensamiento. Se levantó de la silla, tomó el plato y el vaso vacíos de C.J. y lo apuntó con el dedo índice-. Recuérdalo cuando ese… cuando ese Vasily venga a buscar a esa mujer, ¿me oyes, Calvin James? Tu cuerpo no es capaz de parar las balas.


Caitlyn se despertó para verse sumida en su oscuridad perpetua. Escuchó atentamente y trató de comprender qué era lo que tenía aquella mañana para ser diferente a las demás.

«Todo está tan tranquilo…».

Comprendió también que aquella tranquilidad era muy diferente del silencio. Tal y como había descubierto en el hospital, el silencio podía tener muchos matices. La tranquilidad, por otro lado, significaba paz.

Algo que hospitales y cárceles tenían en común es que no hay tranquilidad. Aquélla era la primera vez en muchas semanas que había tenido oportunidad de pensar de verdad en lo ocurrido y en lo que el futuro pudiera depararle, pensar sin pánico, sin el miedo acechándola… Era maravilloso poder despertarse sin sentirse aterrorizada. Era un misterio para ella, dado que seguía ciega, en peligro y en compañía de desconocidos, tal y como lo había estado el día anterior.

Como le resultaba imposible resolver aquel rompecabezas, lo apartó de la mente y se puso a pensar en el segundo detalle que le faltaba aquella mañana: el dolor. En realidad no había desaparecido del todo, pero al menos el terrible dolor de cabeza que había sido su compañero constante en los días posteriores al tiroteo se había convertido en una leve molestia.

Levantó las manos y empezó a tocarse las vendas, las cejas, la nariz, los pómulos, los labios… Estaba explorando la forma de su propio rostro. Aquello le resultó muy extraño, dado que jamás lo había hecho antes. ¿Seguiría hinchada y cubierta de hematomas? ¿Le habrían afeitado la cabeza? Se tocó la parte superior del cráneo y lanzó un suspiro cuando sintió el cabello entre los dedos.

Nunca había sido presumida, pero habría dado cualquier cosa por poder mirarse en el espejo y ver la imagen de su rostro. Jamás se le había ocurrido pensar lo vulnerable que podría sentirse una persona al no poder saber el aspecto que tenía antes de presentarse al mundo.

Apartó las sábanas y se sentó en el borde de la cama. Entonces, exploró su cuerpo de igual modo que lo había hecho con el rostro. Brazos, hombros, clavículas, senos… ¿Qué llevaba puesto? Oh, sí… Unas braguitas de algodón y una camisola que Jess le había dicho que era de Sammi June. Jess le había dicho que era rosa, color que parecía ser el favorito de su hija, con un pequeño borde de encaje. Al tocarse el cuerpo, notó que había perdido peso. No era de extrañar…

Se puso de pie con mucho cuidado y extendió las manos. A la izquierda, rozó algo. Era la pantalla de una lámpara. Estaba sobre la mesilla de noche, sí. Allí también estaban todos los frascos de plástico con su medicación, que Jess le había colocado allí antes de marcharse. Y un vaso de agua.

A tientas, empezó a recorrer la habitación. Localizó la puerta, una cómoda y otra puerta, que debía de pertenecer a un armario. También había una mecedora y un pequeño escritorio. Y una ventana. Tras examinarla con mucho cuidado, dedujo que era como la que había en la habitación que ella tenía en casa de sus padres, por lo que movió la palanca y trató de abrirla. Se deslizó suavemente e inmediatamente, Caitlyn notó en el rostro una fresca brisa. Lanzó una exclamación de alegría y los ojos se le llenaron de lágrimas. No había esperado volver a experimentar gozo alguno.