– Idos ahora los dos -añadió Betty-. Calvin James, ponte la camiseta.

Caitlyn había apartado ya las manos de él y se las estaba frotando como si hubiera tocado algo que le disgustaba.

– Hace calor fuera, ¿verdad? -dijo, con un hilo de voz-. En ese caso, no necesitaré una chaqueta.

– No -respondió él, mientras se ponía una camiseta que había dejado colgada sobre el respaldo de una de las sillas. Se sentía furioso consigo mismo y se le notó en la voz cuando siguió hablando-. ¿Estás lista? Bueno, pues vayámonos.


Se sintió muy avergonzado por su brusquedad cuando vio el gesto que a ella se le dibujaba en el rostro, el modo en el que a tientas, extendió la mano hacia él. C.J. la agarró y se la colocó en el brazo.

– Bien -dijo, con más suavidad-, éste es el porche trasero. Ahora, ten cuidado…

La mosquitera se cerró con un golpe seco a sus espaldas. Caitlyn contuvo el aliento para retener una exclamación de delicia, de anticipación, de alegría en estado puro.

– Huele muy bien -dijo, tras bajar los escalones-. A otoño.

– Sí -respondió él. Inmediatamente se vieron rodeados por los perros-. Supongo que es mejor que te los presente -añadió. Caitlyn lanzó un grito de alegría al sentir los hocicos de los animales y cayó de rodillas en medio de una algarabía del saltos y lametones caninos-. El más grande y tranquilo es Bubba. Es un labrador de color chocolate y tiene ojos amarillos. Parece un león sin melena. Es el perro de mi hermano Troy el marido de Charly a la que ya conoces. Los dos viven en Atlanta y él es mucho más feliz aquí. No puedo decir que no lo entienda. Debe de tener unos diez años y normalmente, se porta muy bien. Es el más inteligente de todos. El otro es Blondie. Es una golden retriever muy joven y más tonta que una bolsa de piedras. Ese detalle lo compensa siendo bonita y muy dulce, pero no puedes contar con que ella vaya a traerte de vuelta a casa si te pierdes. Lo más probable es que te hiciera saltar a un estanque.

Aquellas palabras la sorprendieron, aunque dudaba de que él las hubiera dicho con la intención con la que ella las había interpretado. Tampoco era probable que supiera la esperanza de independencia que le habían proporcionado. «¿Podría yo hacerlo? ¿Podría ir a pasear con los perros? ¿Me atrevería?».

De repente, una enorme lengua le recorrió completamente la cara. Caitlyn se vio atrapada entre el instinto de pedir ayuda y las carcajadas.

– ¡Eh, Blondie! -gritó C.J.-. ¡Toma! ¡Tráeme esto!

C.J. emitió un pequeño gruñido de esfuerzo, que se vio respondido por un ladrido de alegría y un revuelo de garras sobre la grava.

Caitlyn se quedó sola tan bruscamente que estuvo a punto de perder el equilibrio. Se habría caído al suelo de no ser por un fuerte cuerpo peludo que se acercó a ella para sostenerla en el último momento. Bubba le lamió la barbilla afectuosamente, como para darle ánimos.

– Buen perro -murmuró ella-. ¡Qué perro más bonito eres! -añadió, abrazándose al enorme cuello del labrador para acariciarlo con mucho cariño.

Entonces, unas fuertes manos la agarraron por los codos y la obligaron a levantarse. El olor del perro se vio reemplazado por el de él. Durante un instante, Caitlyn sintió el breve contacto de la mejilla de él sobre la suya. Algo se le despertó en el vientre y le arrebató el aliento.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó él, con voz ronca.

– Sí, estoy bien -respondió Caitlyn. Se frotó las ropas y dio unos pasos atrás para apartarse de él. Trató de ocultar lo aturdida que se sentía con una carcajada.

– El suelo está algo desigual -le advirtió C.J., tras tomarle de nuevo la mano y volver a ponérsela sobre el hueco del brazo.

Caitlyn no respondió. Sus sentimientos estaban muy alborotados y confusos. Mientras caminaban, giró la cabeza para que C.J. no pudiera verlos escritos sobre su rostro.

«Caty decídete. ¿Qué es lo que quieres? Unas veces sueñas con poder salir sola y otras te aterroriza no sentir el contacto de él. Te asustaste mucho cuando te soltaste de él. Admítelo. Te sentiste muy segura cuando él volvió a tomarte la mano. ¡Segura!».

Sabía que la seguridad que dependía de otros era una ilusión. La experiencia le había enseñado que nadie podía garantizar la seguridad de otra persona, que la única protección real contra los monstruos y los miedos que sentía sólo podía proporcionársela ella misma. Sin eso, estaría completamente desprotegida.

«No debo perder ni mi fuerza ni mi independencia, por muy agradable que resulte sentir el contacto de sus brazos o caminar así a su lado. No debo permitir que me guste demasiado».

– Estamos bastante alejados de la carretera -dijo él, mientras caminaban-. La casa está rodeada de árboles, principalmente robles, por lo que las hojas aún no han empezado a acumularse sobre el suelo. Hay un viejo neumático colgado de uno de ellos. Yo solía jugar con él cuando era un niño.

– ¿Han cambiado ya las hojas de color? -preguntó ella, con una cierta tristeza.

– Muchas sí, pero no han alcanzado el color del otoño. Entre las verjas, hay jazmín de San José y buganvillas de día de color rosado y morado, además de muchas otras flores, principalmente girasoles… Al otro lado del camino, hay campos que se alquilan para plantar cosechas. Algunas veces es algodón, otras soja. Este verano el hombre que los tiene alquilados plantó cereales, pero ya los ha cosechado y ahora ya sólo quedan los rastrojos. A los pájaros les gusta. No hacen más que volar por todas partes, buscando las semillas que han quedado esparcidas en la tierra. A los pavos les encanta. Algunas veces, también se detienen a comer los gansos salvajes.

– ¿Gansos canadienses? -preguntó ella. La añoranza se le apoderó del pensamiento de tal manera, haciendo que se le humedecieran los ojos y la nariz.

– Sí, ahora no se ve ninguno. Lo siento -añadió, con voz ronca-. Tal vez en otra ocasión.

Los dedos de C.J. empezaron a acariciarle el reverso de la mano. De repente, ella empezó a preguntarse el aspecto que tendría en aquel momento en particular. Por supuesto, recordaba sus ojos color chocolate, la dulzura de su sonrisa… En aquel instante, no notaba alegría en su voz. No sabía interpretar lo que él estaba sintiendo. Tal vez era calidez, compasión… otras sensaciones que ella no podía identificar. La frustración se apoderó de ella.

De repente, notó que el cuerpo de C.J. se volvía hacia el suyo. Con un gesto, la obligó a ella a girarse también.

– A este lado, hay principalmente bosque, aunque también algunos pastos para las vacas y campos de heno. Más abajo, hay un estanque y un arroyo. Más allá, más bosques.

– ¿No hay casas?

– Ya te dije que estamos en medio de ninguna parte -comentó él, con una carcajada-. Miento. En realidad, mi hermano Jimmy Joe…

– ¿El que tiene la empresa de camiones para la que tú trabajas?

– Sí. Su casa está a medio kilómetro más o menos de aquí. Solía dirigir su empresa desde allí, hasta que se hizo demasiado grande. Ahora, tiene un local en las afueras de Augusta. A medio kilómetro en la dirección opuesta está mi casa. Está más cerca a través de los bosques, pero a mí me gusta venir por la carretera.

– ¿De verdad fuiste corriendo esta mañana a casa de tu madre?

– Ya te dije que me mantengo en forma.

– Sí, pero corriendo…

– Empecé a correr cuando estaba en el instituto. Ocurrió porque yo jugaba al fútbol. Era muy esbelto y tenía buena velocidad. Al final de la temporada, mi entrenador quiso que empezara a correr para mantenerme en forma. Supongo que creía que yo tenía potencial. Fuera como fuera, si lo tenía o no nunca lo descubrí, pero empezó a gustarme lo de ir corriendo a todas partes.

– ¿Y por qué no trataste de descubrir el potencial que tenías? -preguntó Caitlyn mientras caminaba a su lado. Le había parecido notar una cierta tristeza en su voz. Cuando C.J. no respondió, ella lo hizo por él-. Nunca llegaste a la universidad de Georgia, ¿verdad?

– No.

– ¿Por qué no?

C.J. se detuvo, por lo que ella también lo hizo. Por el sonido seco que escuchó, dedujo que él se había apoyado contra el tronco de un árbol. Entonces, se apartó de ella, por lo que Caitlyn se sintió completamente a la deriva.

Como necesitaba mantener el contacto con él, pero no quería admitir esa necesidad, extendió la mano y la apoyó contra el tronco del árbol.

C.J., por su parte, levantó los ojos para mirar las doradas hojas del árbol. Entonces, contuvo el aliento durante un instante y siguió hablando.

– Durante los entrenamientos de la pretemporada de mi último año en el instituto, me apartaron del equipo porque me desgarré el cartílago de la rodilla. Me dijeron que estaría lesionado durante toda la temporada, por lo que aquello terminó con mis esperanzas de conseguir una beca. Entonces, lo dejé todo.

– ¿Quieres decir que dejaste tus estudios? -preguntó ella, horrorizada. Después de todo, era hija de un profesor. En su familia aquello habría sido impensable-. ¿Por qué?

– ¿Que por qué, dices? -replicó él, pasándose una mano por el rostro-. ¿Y qué te puedo decir? Era un niño mimado, el más pequeño de la familia. Todo me había resultado siempre muy fácil y supongo que esperaba que sería siempre así. Cuando me lesioné, me pareció que mi vida se había terminado. Mis sueños de gloria y fama y lo de entrar sin problemas en la universidad se habían ido al garete. Me sentía enfadado, desilusionado… Me resultó más fácil mandarlo todo a paseo que construirme unos sueños nuevos.

Capítulo 9

– Unos sueños nuevos -susurró Caitlyn, mirando al vacío. La inexpresividad de su rostro dejó a C.J. sin palabras.

Se dio la vuelta para que él no pudiera verle el rostro y añadió con voz temblorosa:

– Eso es ridículo. A pesar de todo podrías haber conseguido tu sueño de ir a la universidad de Georgia si así lo querías. Si te hubieras esforzado, podrías haber encontrado el modo de hacerlo…

– Sí, bueno -respondió él. Contuvo el aire al notar que los hombros de Caitlyn se rozaban contra los suyos. Comprendió en aquel momento lo mucho que deseaba abrazarla-, tal vez. ¿Cómo voy a saberlo ahora? Como te he dicho, las cosas siempre me resultaron muy fáciles. Nunca se me había puesto a prueba y a excepción del fútbol, no tenía ni idea de lo que quería hacer con mi vida. Tal vez si hubiera conseguido entrar en la universidad habría realizado a duras penas mis estudios y me habría graduado sin saber lo que realmente quería. Tal vez dejar los estudios en ese momento fue lo mejor que pude hacer.

– Providencia -murmuró ella. Inclinó la cabeza suavemente hacia él.

– ¿Providencia?

Aquella palabra le provocaba un recuerdo que no sabía concretar. Tenía la cabeza de Caitlyn justo debajo de la nariz. Si se inclinaba un poco, los mechones le acariciarían los labios… En aquel momento, ella levantó el rostro, lo que provocó que él contuviera el aliento.

– Es algo que mi padre solía decir.

– Te refieres a lo de tu tía, ¿verdad? -afirmó, concretando por fin el recuerdo.

– En realidad, se trata de la tía abuela de mi padre -replicó ella, muy sorprendida. Levantó el rostro y lo miró con una sonrisa en los labios-. Vivió hasta más de los cien años. ¿Cómo lo sabes?

– Tu padre me lo contó en el hospital -susurró él. El corazón le latía a toda velocidad-. Me dijo algo sobre haber resultado herido y que como consecuencia de eso, había estado donde tenía que estar para salvar la vida de tu madre. Su tía lo llamó Providencia.

– ¿Mi padre te contó eso? -preguntó ella, con el ceño fruncido.

– Sí. ¿Es cierto?

– ¡Oh, sí…! Mi padre era marine y estaba destinado en Bosnia -respondió, más relajada. Se apoyó contra el tronco del árbol-. Había decidido quedarse allí aun después de haber abandonado el cuerpo para ayudar a una de esas organizaciones humanitarias conduciendo camiones -explicó. Un gesto de sorpresa se le dibujó en el rostro-. Transportaba comida y suministros médicos. Resultó herido cuando su convoy fue objeto de un ataque con granadas de mortero. Se rompió las dos piernas, por lo que le enviaron a casa para que se curara. Mi madre era su fisioterapeuta y justo en aquel momento, se estaba viendo sometida al acoso de su ex marido. La habría matado si mi padre no hubiera estado allí… o tal vez ella lo habría matado a él, no lo sé. Sea como fuere, mi padre le salvó la vida y eso que entonces, estaba en silla de ruedas.

– Una historia sorprendente -murmuró C.J. Notó que un sentimiento le henchía el pecho y rápidamente, lo identificó como envidia-. Tu padre es un verdadero héroe.

– Lo es -respondió ella mientras se apartaba del árbol-. Mi madre fue una de las que tuvo suerte. Así fue como yo…