¿Cuándo había ocurrido? No podía haber sido en el primer momento en el que la vio, dado que entonces, le había parecido una frágil muchachita. Poco después, había empezado a apuntarlo con una pistola y lo había secuestrado, lo que no era exactamente algo que excitara la libido de un hombre. Sin embargo… la había encontrado muy excitante. De un modo muy extraño, ella lo había fascinado por completo. Recordaba perfectamente el modo en el que había sentido el cuerpo de Caitlyn debajo del suyo cuando le arrebató la pistola, tal esbelto, tan bien musculado… Después de todo, era humano.

A continuación, habían venido las semanas de dudas sobre lo correcto de su decisión de entregarlas, semanas en las que no pudo olvidar su voz ni las miradas de reproche que aquellos ojos mágicos le habían dedicado. Entonces, se había producido el tiroteo y el hospital. No le gustaba pensar en el hospital, sobre todo en las primeras horas, en la que la había visto tumbada sobre una cama, magullada, vendada y ciega. El dolor que había sentido era aún demasiado vívido.

¿Cuándo había ocurrido? ¿Cuando la llevó a su antiguo dormitorio o en la cocina de su madre, cuando ella le tocó el pecho desnudo? Sin embargo, la lujuria que entonces le encendió el pecho ya le había resultado familiar.

Suponía, que en realidad, no importaba cuándo hubiera ocurrido. El hecho era que la deseaba. Deseaba tenerla en su cama, entre sus brazos. Quería sentir su cuerpo desnudo, cálido y tembloroso, enredado con el suyo del modo en el que lo hacen dos cuerpos de amantes. Las fibras de su ser lo habían sabido desde hacía mucho tiempo y en aquel momento, también lo reconoció su cerebro. Lo único que no sabía era lo que iba a hacer al respecto.


Aquella noche, por primera vez desde el tiroteo, Caitlyn soñó con Ari Vasily, o mejor dicho, soñó que la perseguían hombres sin rostro. El sonido de los disparos restallaba a su alrededor y las personas a las que más amaba en el mundo caían a su alrededor en medio de charcos de sangre.

Se despertó empapada en sudor y el corazón latiéndole tan deprisa, que por un momento, se temió que C.J. tuviera razón y que después de todo, hubiera terminado por contraer una terrible gripe como castigo por haberlo tirado al estanque. Su debilidad la asustaba. Acababa de salir del hospital y su habitual buena salud se había visto tan afectada que estuvo a punto de llamar a Jess.

Sin embargo, mientras trataba de reunir el valor suficiente para levantarse de la cama, el pulso se le fue tranquilizando. Respiró profundamente y se concentró en relajar cada parte de su cuerpo, aunque no pudo volver a conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, veía los charcos de sangre… Sangre viscosa y exageradamente roja.

Se levantó de la cama y se envolvió en la colcha. A tientas, se dirigió hacia la mecedora y tras abrir la ventana, se acurrucó sobre ella hasta que oyó cómo los pájaros anunciaban la llegada del alba.

No quería contarle a C.J. lo que había soñado. No se lo diría. Sólo era un sueño y ella no era una niña. No necesitaba que nadie la ayudara a olvidar sus pesadillas. No lo necesitaba a él. Sin embargo, el contacto de sus brazos, caldeándole el húmedo y tembloroso cuerpo como un buen fuego, el tacto de su boca… Aquellos recuerdos eran como una enojosa pieza de música que se le había metido en la cabeza y que por mucho que ella se esforzara por olvidarlos, reaparecían cuando menos lo esperaba.

Era domingo. Regresaban de su paseo el uno junto al otro, pero sin tocarse. Caitlyn se había sentido muy asustada la primera vez que lo hicieron y no había hecho más que extender la mano para tocarle el brazo y encontrar el valor que le faltaba. No obstante, poco a poco había dejado de sentirse como si estuviera a punto de caerse por un precipicio y había aprendido a hacerlo sola. También estaba empezando a caminar con la cabeza levantada, con el sol en el rostro y la brisa en el cabello.

Normalmente, aquello la habría hecho sonreír, pero aquella mañana, se sentía muy tensa. Se decía una y otra vez que no le hablaría del sueño, que no necesitaba que él la reconfortara ni que la abrazara.

Estaban acercándose al patio. Caitlyn lo sabía porque notaba la sombra de los árboles que daban refugio a la casa y porque los perros habían echado a correr, dejándolos solos.

– Quiero recoger algunas flores para llevarlas a la casa -anunció ella, de repente. Dio unos pasos en dirección hacia la cerca cuando notó el contacto del cuerpo de C.J. El corazón le dio un vuelco en el pecho.

«No puedo dejar que me toque. No puedo dejar que vuelva a tocarme… No puedo».

– Espera -murmuró él. Su voz resonó muy cerca del oído de Caitlyn. Sintió que los brazos de él se extendían a lo largo de la cara exterior de los de ella-. Muy bien. Ahora, gira a la izquierda, a las diez en punto. Un par de pasos más…Ya lo tienes. ¿Lo notas?

Caitlyn asintió. Estaba tocando los tallos de las plantas que crecían en el enrejado. Trató de concentrarse y de ver con las manos. Una extraña excitación se apoderó de ella, poniéndole la piel de gallina.

C.J. lanzó un ronco sonido, pero ella lo silenció con una fuerte inclinación de cabeza.

– No, no me lo digas. Déjame a mí…

Tomó una flor y tras medirla con su antebrazo, la cortó. Repitió la operación con un par de flores más. Enseguida, agarró otra más y notó que era una margarita. ¡Sí! La cortó con la mano derecha y la añadió a la colección que tenía en la izquierda. Siguió cortando flores hasta que ya no pudo encontrar más.

– Déjame que te las lleve yo…

Ella negó con la cabeza. El tacto cálido del cuerpo de C.J. le rozó la espalda, el hombro, el brazo. Su aroma, ya tan familiar, se mezcló con el de las flores. Sabía que si se daba la vuelta, él estaría justo allí. La imagen de su rostro se le dibujó con toda claridad en el pensamiento.

«Hoyuelos… Sí. Recuerdo que tiene hoyuelos».

– Es muy bonito -comentó él-. ¿Crees que ya tienes suficientes?

Por alguna razón, Caitlyn no pudo responder.

Sintió que los labios se le separaban y se le volvían a cerrar.

– ¿Estás lista para regresar a casa? -le preguntó él, tras agarrarla firmemente por el codo.

Caitlyn asintió, pero no pudo moverse. Un temblor la sacudió de la cabeza a los pies.

– Anoche soñé con Vasily.

Había hablado de repente, sin saber por qué se lo había confesado. Sintió que él contenía el aliento y que le rodeaba los hombros con los brazos. Ella se apartó de aquella promesa de consuelo y comenzó a andar de nuevo. Sintió que él avanzaba a su lado, sin decir nada y sin volver a tocarla. Caitlyn trató de engañarlo con una suave carcajada.

– Es la primera vez, ¿te lo puedes creer? La primera vez desde el tiroteo.

– No me parece que sea nada malo. No creo que sea muy agradable soñar con él.

Se habían acercado a los árboles. Caitlyn sintió el contacto de algo duro contra la cadera. Extendió la mano y se agarró a la cuerda de la que pendía el viejo neumático como si fuera un salvavidas en vez de un columpio infantil. Desde allí, sabía perfectamente cómo volver a la casa. Estaba exactamente a veinte pasos del porche.

C.J. la observaba atentamente, aunque ya no veía hadas o fantasmas al mirarla. Tampoco lo suave o firme que sería su piel, que se asomaba a hurtadillas por debajo de la sudadera. Había algo que la estaba hundiendo. Una tristeza tan palpable que casi se podía ver, como si tuviera una pesada red por encima. Esperaba que ella le dijera de qué se trataba. Confiaba en que lo haría si tenía la paciencia suficiente.

– Yo no he… Ni siquiera he pensado en él -susurró Caitlyn, al cabo de unos instantes-. Ni en él ni en el tiroteo. Aunque hayamos hablado de lo que pasó, no he pensado en ello. Lo he sentido aquí -añadió, soltando la cuerda para tocarse el pecho.

– Es comprensible -dijo C.J. Quiso acercarse a ella, pero se lo pensó mejor-. Supongo que has tenido otra cosa en la que pensar.

– ¿Sí? ¿En qué otra cosa podría pensar? -replicó Caitlyn. Entonces, lanzó una exclamación de desprecio y empezó a alejarse de él-. No hago más que pensar en mí. Nada más. En que estoy ciega. No hago más que pensar si volveré a ver. Maldita sea… -añadió. Se detuvo y levantó los brazos al tiempo que lanzaba un grito que era prácticamente un sollozo-. ¿Dónde están?

C.J. no prestó atención a la pregunta, que para él no tenía ningún sentido.

– Venga ya, Caitlyn. ¿Por qué no ibas a pensar en eso? Es un golpe muy duro para cualquier persona.

– ¿Sí? -le espetó ella-. Estoy ciega. Vaya cosa. Al menos estoy viva. ¿Y Mary Kelly? ¿Dónde está ella? Muerta -añadió. Se apartó de C.J. y siguió murmurando-: ¿Dónde están los malditos escalones? He contado. Deberían estar aquí. Maldita sea, ¿dónde…?

– Estás algo desviada -dijo él, aliviado. Al menos aquello era algo de lo que podía ocuparse-. Te has escorado unos tres metros. Si te giras… digamos a las dos en punto…

Caitlyn se dio la vuelta, pero no se dirigió hacia la casa, sino hacia él. Se encaró con C.J. y con el rostro lleno de pena, le espetó:

– Mary Kelly está muerta. Su sangre cubrió mi cuerpo. Yo no… Yo nunca…

Una terrible mueca se le dibujó en el rostro. Con un grito de angustia, se dio la vuelta y se alejó de él, huyendo a ciegas por el patio. Las flores quedaron esparcidas a los pies de C.J.

Capítulo 11

Él estaba sentado en la mecedora del porche delantero cuando su madre salió ataviada con el vestido de los domingos para decirle que se marchaba a la iglesia.

– Vaya, ¡qué bonitas! -exclamó, al ver las flores que él tenía en el regazo.

– Sí. Las cortó Caitlyn.

– ¿Ella sola?

– Sí.

– Que Dios la bendiga. ¿Dónde está? -preguntó Betty tras examinar el patio vacío-. No la he oído entrar en la casa.

La mecedora crujió cuando C.J. se inclinó hacia delante. Miró fijamente las flores y musitó:

– No sé. Está por ahí, en alguna parte.

– ¿Sola?

– Sí -respondió él. La mecedora volvió a crujir cuando se reclinó de nuevo sobre el respaldo para enfrentarse con la mirada de desaprobación de su madre.

– ¿A ti te parece que eso es buena idea?

C.J. se encogió de hombros y mientras miraba las flores, frunció el ceño. Se estaban marchitando. Tomó una mustia margarita y notó que un fuerte peso le hundía un poco más el corazón.

– Probablemente no. Sin embargo, ella no desea que yo la acompañe. Está sufriendo mucho. Por Mary Kelly -añadió, tras respirar profundamente.

– ¿Es ésa la mujer que fue asesinada? -preguntó su madre. C.J. asintió-. Bueno, yo diría que a pesar de lo que ella te haya dicho, necesita que alguien la reconforte.

– No fue lo que me dijo, sino el modo en el que se comportó.

Se sorprendió mucho cuando su madre se echó a reír.

– Hijo, me temo que tú no sabes mucho de mujeres.

– Venga ya, mamá -replicó C.J. No le había gustado aquel comentario de su madre-. Sé perfectamente cuándo no se me quiere ni se me necesita.

– ¿Tú crees?

– Sí, lo creo -replicó, harto de ser el blanco de las mofas de su madre-. Es la mujer más fuerte, independiente y cabezota que…

– Para, para. Ésas son muchas características para que una mujer pueda serlas todas. Además, no son necesariamente malas.

– Tampoco diría que son buenas.

– ¿Significa eso que querrías que esa mujer fuera débil, dependiente y sin personalidad alguna?

– ¿Después de haber crecido en el seno de esta familia? -repuso él-. Mamá, no he conocido nunca a una sola mujer que encajara con esa descripción. No -añadió, tras una pequeña pausa-. No es eso lo que deseo. Por supuesto que no. Sólo quisiera…

Se detuvo lleno de frustración porque no sabía cómo decirlo. De hecho, ni siquiera sabía si quería decirlo, al menos en voz alta. «Ser querido, necesitado… Ser al menos para una persona alguien muy importante, un superhéroe, un caballero con reluciente armadura… la luz de los ojos de una mujer en particular».

– Lo que tú quieres ser es su héroe -dijo su madre, terminando la frase por él.

– Mamá, no haces más que decir lo mismo -observó él, exasperado-, pero no es eso lo que quiero decir. Me contentaría sólo con ser su amigo, si ella me lo permitiera. Lo único que deseo hacer es ayudarla a superar todo esto. Por supuesto, me encantaría solucionar todo lo ocurrido, hacer que todo volviera a ser como era entonces. Sé que no voy a poder hacerlo, pero al menos me gustaría… me gustaría estar a su lado para ayudarla. ¿Me comprendes?

– Calvin -dijo su madre. Se incorporó y se acercó a él-. ¿Qué diablos crees que significa ser un héroe para una mujer? -añadió, tras colocarle suavemente la mano en la nuca.

C.J. levantó la mirada y frunció él ceño. Su madre le sonrió y tras darse la vuelta, se dispuso a bajar los escalones. Él estaba a punto de protestar porque ella lo hubiera dejado con aquella frase cuando Betty se dio la vuelta. La protesta que C.J. estaba a punto de formular se le heló en los labios. Nunca antes había visto el gesto que se había dibujado en el rostro de su madre.