– Muchas gracias por esta noche.

«Como si no esperara volver a tener otra», pensó C.J.

Aquel pensamiento le paralizó el corazón y le debilitó las rodillas, por lo que abandonó la autopista en la siguiente parada de descanso. Seguramente estaba haciendo una montaña de un grano de arena. Lo más probable sería que sólo necesitara descansar un poco.

Se sentó en el restaurante para cenar. La televisión estaba sintonizando el canal de noticias de la CNN. Habían estado hablando de la guerra en Oriente Próximo y del último huracán en Cuba cuando empezaron a mostrar unas imágenes, que al principio, no pudo creer. Cuando fue consciente de que eran reales, estuvo a punto de atragantarse con el trozo de filete de pollo que acababa de meterse en la boca.

Era Caitlyn. Allí estaba, hablando con un periodista. Durante un instante, C.J. esperó que se tratara de imágenes de archivo, pero no. El cabello rubio no lograba ocultar la cicatriz ya curada que tenía sobre la frente.

La cámara se apartó de ella y C.J. vio que estaba sentada sobre un sofá que parecía el tipo de mueble que solía aparecer en los estudios de televisión. A su lado, estaba Charly. Enfrente de ellas había alguien más que él conocía. Eve Waskowitz, la realizadora de documentales de televisión. La esposa del agente especial del FBI Jake Redfield.

Caitlyn estaba hablando. Por fin, C.J. apartó los ojos de la imagen y se centró en los subtítulos.

…Nueve en punto de mañana por la mañana.

Entrevistadora: ¿Va usted a revelar el paradero de Emma Vasily?

Caitlyn Brown: Mi postura sobre ese aspecto no ha cambiado. He dicho que no sé dónde está y sigo sin saberlo. No pienso revelar el nombre de mis contactos, por lo tanto…

Entrevistadora: ¿Está usted preparada para regresar a la cárcel?

Caitlyn Brown: Supongo que eso dependerá de lo que el juez decida.

Entrevistadora: Señorita Brown, ¿qué la hizo entregarse? Si no tiene intención de obedecer al juez Calhoun…

Caitlyn Brown: Jamás he tenido la intención de pasarme el resto de mis días como una fugitiva. Sólo necesitaba un tiempo para recuperarme de haber sido disparada, de la muerte de Mary Kelly… y de haber perdido la vista. No sabía si iba a quedarme ciega…

Entrevistadora: Según tengo entendido, ha recuperado la vista.

Caitlyn Brown: Así es. Todavía no completamente, dado que sólo veo formas y no distingo los colores. Veo más o menos lo que se ve cuando no hay mucha luz, pero va mejorando constantemente. Los médicos me dijeron que existía la posibilidad de que regresara a medida que fuera bajando la hinchazón y parece que tenían razón.

Entrevistadora: Debe de estar usted muy contenta.

Caitlyn Brown: Bueno, aliviada creo que sería una palabra mucho más adecuada. ¿Cómo voy a estar contenta cuando Mary Kelly está muerta? Ella sí que no se va a poner mejor nunca…

De repente, el rostro de Caitlyn desapareció de la pantalla. Un titular decía:

“Pueden escuchar el resto de la entrevista exclusiva de Eve Redfield esta noche en…”

C.J. no vio nada más. Casi sin darse cuenta, se puso de pie, dejó un poco de dinero sobre la mesa y salió al exterior. Más tarde, recordaba haber apoyado la cabeza sobre la fría chapa de la cabina de su camión esperando que el suelo dejara de temblar bajo sus pies. «Esto no puede estar ocurriendo otra vez. No puede ser…».

Estaba a punto de subirse al camión cuando su instinto se lo impidió. No estaba en condiciones de conducir. Respiró profundamente para tranquilizarse y a continuación, rodeó el tráiler para comprobar las luces y los frenos, obligándose a concentrarse en aquella inspección de seguridad. Poco a poco, la mente se le fue aclarando y la sensación de conmoción y de traición se fueron alejando de él. Entonces, se dio cuenta de que no estaba enfadado con Caitlyn. De hecho, ni siquiera estaba sorprendido.

«Gracias por esta noche». Tenía que habérselo imaginado.

Se sentía tan desilusionado… Desilusionado por el hecho de que ella no hubiera querido compartir con él la buena nueva de la recuperación de la vista. Aquello le dolía mucho más de lo que quería admitir. También lo desilusionaba el hecho de que no hubiera confiado en él lo suficiente como para decirle lo que estaba a punto de hacer.

«¿Y por qué iba a hacerlo? ¿Acaso no fuiste tú el que la entregó a la policía cuando confió en ti por última vez? ¿Acaso no habrías tratado de detenerla también esta vez?».

Sin embargo, el sentimiento que más lo embargaba era el de miedo. Sabía exactamente lo que Caitlyn estaba tratando de hacer al anunciar al mundo su intención de entregarse e incluso dando el lugar y la hora exacta. Se estaba colocando como cebo, poniéndose como un cordero en el claro de un bosque para atraer al tigre. Seguramente funcionaría y el tigre, Vasily acabaría cayendo en la trampa. Sin embargo, lo triste era que el cordero moría la mayoría de las veces.

«A las nueve en punto de mañana por la mañana».

A esa hora, la mujer que amaba iba a ponerse a tiro de un asesino. Él estaba a más de novecientos kilómetros de poder impedírselo. Novecientos kilómetros. Su única esperanza de llegar allí a tiempo era conducir sin parar durante diez horas y rezar por que el tiempo fuera bueno y no hubiera atascos.

Sacó su teléfono móvil y marcó el número de Charly. Le saltó el buzón de voz, pero no dejó ningún mensaje. Como no tenía el número de Jake Redfield, llamó a información y consiguió el de la centralita del FBI en Atlanta. Después de que lo pasaran de una extensión a otra en un par de ocasiones, alguien le dijo que el agente Redfield estaba en una misión. Cuando le preguntaron si había alguien más que pudiera ayudarlo, C.J. dio las gracias y colgó.


Cuando se subió al camión, tenía la mente clara y tranquila. Unos minutos después, estaba de nuevo en la autopista, aunque, en aquella ocasión, se dirigía hacia el sur.

Los dioses del tiempo debían de estar en su contra. Un frente frío se había topado con las montañas y había decidido dejar su carga de lluvia y granizo allí mismo. Por consiguiente, el tráfico era muy lento y además, había restricciones de velocidad. Cuando por fin dejó la autopista al llegar a Anderson, C.J. estaba tan nervioso que podría haberse devorado las uñas.

El estómago le dio un vuelo al recordar las imágenes del día en el que dispararon a Mary Kelly y a Caitlyn al salir del juzgado al que él se dirigía en aquellos momentos. «No va a dispararle otra vez. Ella es la única que sabe dónde está Emma. No va a dispararle… No lo hará…». No dejaba de repetir aquellas palabras, casi como si fueran una oración.

Estaba a punto de llegar al aparcamiento que había directamente detrás del juzgado. «Voy a llegar a tiempo», pensó, tras mirar el reloj. Desgraciadamente, en aquel mismo instante, el semáforo se puso en ámbar.

«Maldita sea». Piso con fuerza el freno y detuvo el camión con un profundo chirrido. Mientras esperaba, empezó a tamborilear los dedos contra el volante. Un sudor frío le caía sobre el pecho. A través de la ventanilla abierta de la cabina, oyó cómo el campanario que había al otro lado del juzgado empezaba a dar la hora.

«Vamos, vamos, maldita sea… Ponte verde».

En aquel momento las vio. Caitlyn y Charly. Allí estaban, cruzando la calle a poco más de una manzana de donde él se encontraba. Caitlyn llevaba puesto un traje sastre que Charly le debía de haber prestado, pero habría reconocido su cabello y su modo de andar en cualquier parte.

El corazón estaba a punto de salírsele por la boca. Asió con fuerza el volante, casi como si pudiera arrancarlo de cuajo.

«¡Espera, Caitlyn!¡Espera!», gritó mentalmente, aunque sabía que sería inútil.

Tan centrado estaba en las dos mujeres que no se dio cuenta de que un sedán blanco con cristales ahumados se dirigía lentamente hacia ellas desde la dirección opuesta. No se percató de su presencia hasta que se detuvo, se abrió una puerta y descendió un hombre. Atónito, C.J. se dio cuenta de que el hombre llevaba puesto un pasamontañas.

Todo ocurrió muy rápidamente. El hombre no dudó. Se dirigió directamente a las dos mujeres, agarró a Caitlyn por detrás y al mismo tiempo, pegó una salvaje patada a Charly en la parte posterior de las piernas. Mientras ésta última se desmoronaba sobre la acera, el hombre empezó a arrastrar a Caitlyn hacia el vehículo.

C.J. no tardó en reaccionar. Pisó a fondo el acelerador. No sabía exactamente lo que iba a hacer, pero Caitlyn estaba en peligro. Como un héroe, se dispuso a rescatarla con la única arma que tenía.

No sabía si el semáforo se había puesto en verde o no. El poderoso motor diesel rugió y atravesó la intersección. A través de la ira que lo envolvía, C.J. vio que el hombre del pasamontañas se volvía para mirarlo completamente atónito. También observó cómo Caitlyn observaba la escena muy pálida. En menos de un segundo, el camión arrolló al sedán blanco.

Durante un instante, C.J. se mantuvo inmóvil, observando la destrucción que había causado a través de la ventanilla. La verdad era que se sentía bastante atónito por lo que había hecho, aunque el conductor del sedán no parecía estar herido. Lo vio saliendo del coche como pudo.

Lo que no vio fue a Caitlyn ni al hombre del pasamontañas, al menos hasta que la puerta se abrió de repente y ella apareció en la cabina de un empujón. A sus espaldas, estaba el hombre del pasamontañas… con algo en la mano. Por segunda vez en su vida, C.J. se encontró frente a frente con el cañón de una pistola.

Capítulo 15

– Arranca -le ordenó el hombre del pasamontañas, tras cerrar la puerta con fuerza-. ¡Ahora mismo!

«Me han secuestrado otra vez. No me lo puedo creer», pensó C.J. «Esto no puede volver a estar ocurriéndome».

Aquella ocasión no tenía la sensación de haber vivido ya antes aquella situación. El individuo del pasamontañas difería mucho de la hermosa mujer que sólo lo había hecho para tratar de salvar la vida de una mujer y de una niña. Sin embargo, aquel hombre no se iba a andar con miramientos. C.J. sabía que era un asesino a sangre fría.

– Ya voy, ya voy -dijo. Inmediatamente, metió la marcha atrás del camión.

Mientras el enorme vehículo se separaba del destrozado sedán blanco con otro chirrido, C.J. se giró para mirar a Caitlyn. Estaba a punto de preguntarle si se encontraba bien cuando vio que ella abría los ojos de par en par y movía la cabeza ligeramente. Imperceptiblemente, trató de decirle que no lo hiciera.

– Siento mucho lo de su camión, señor -dijo ella, dirigiéndose a él con el tono de voz que utilizaría una desconocida.

– ¡Cállate y agáchate! -le espetó el del pasamontañas. Entonces, la empujó hacia abajo hasta que ella estuvo de rodillas entre sus piernas. Con la pistola que tenía en la mano la estaba apuntando en la cabeza.

Al ver aquella escena, C.J. sintió una gélida sensación que lo embargaba de la cabeza a los pies. En el exterior, las sirenas anunciaban la llegada de coches de policía y de vehículos de emergencia. El tráfico estaba empezando a hacerse muy lento.

– Toma la radio -le dijo el del pasamontañas-. Diles que es mejor que nos dejen pasar. Si no, voy a empezar a disparar y dado que te necesito a ti para que conduzcas, tendré que cargarme a la rubia.

C.J. asintió y tomó el micrófono. Estaba tranquilo. Estaba casi seguro de que aquel tipo no iba a matar a Caitlyn, al menos no por el momento. Ella era la única que sabía dónde estaba Emma. Si le disparaba, no lo haría en ningún órgano vital, aunque aquello no importaba a C.J. en absoluto. Sintonizó el canal 9 y empezó a hablar.

– Canal 9 de emergencias, le habla el conductor de Transportes Blue Starr pidiendo ayuda. Cambio.

Después de una tensa espera, la voz tranquila y profesional de una mujer resonó en el receptor.

– Sí, Blue Starr, te oímos. ¿Cómo está todo el mundo ahí?

– Bien por el momento -respondió C.J., tras mirar a Caitlyn-. Tenemos… tenemos una situación de emergencia aquí. Tengo un par de pasajeros… Un tipo con un rehén. Él tiene una pistola, que dice que va a utilizar si no nos dejan vía libre para salir de aquí. ¿Hay alguna posibilidad de que me podáis echar una mano en este aspecto?

Se produjo otra pausa, aquella más larga y más tensa. C.J. sentía que el corazón lo golpeaba con fuerza contra el cinturón de seguridad.

– Muy bien, Blue Starr, ¿hacia dónde os dirigís?

– Hacia el modo más rápido de salir de la ciudad -contestó. El del pasamontañas asintió.

– Muy bien -comentó-. Diles que no nos sigan -añadió-. En cuanto vea un policía, empezaré a disparar.