– No nos van a dejar huir -replicó C.J.-. ¿Crees que nos van a dejar marchar así como así?

– Por tu bien, espero que así sea -concluyó el del pasamontañas.

C.J. apretó los dientes y volvió a hablar con voz pausada. Así, transmitió la orden y el ultimátum. Tras la habitual pausa, la voz respondió:

– Muy bien, Blue Starr, van a facilitarte un pasillo de salida. Ahora, ten cuidado…

Entonces, se produjo el silencio. Muy sorprendido, C.J. colgó el micrófono y se concentró en conducir.

Arrodillada aún contra el suelo, Caitlyn cerró los ojos y escuchó la voz de C.J. hablando por la radio y la operadora respondiéndole también con tranquilidad. Vio que el pistolero sacaba un teléfono móvil y que marcaba un número. Escuchó atentamente la conversación y sintió que el alivio se apoderaba de ella. Evidentemente, el hombre estaba hablando con su jefe para relatarle el cambio del vehículo de huida.

Todo iba a salir bien. Todo podía aún salir como habían esperado. Desgraciadamente, lamentaba que C.J. se hubiera visto implicado en el asunto.

El plan del FBI había tenido en cuenta todos los detalles excepto aquél. Tal vez había sido un error no haber hecho a C.J. partícipe de sus planes. Tal vez habría tratado de impedir que Caitlyn tomara parte en aquello, pero no se habría presentado allí como un héroe, como un caballero con reluciente armadura. «Ojalá no lo hubieras hecho».

Vasily no la mataría a ella, de eso estaba segura, al menos hasta que volviera a tener a Emma entre sus manos. Mucho antes de que eso ocurriera, el FBI lo tendría en las suyas. Sin embargo, respecto a C.J… No dudarían en matarlo cuando ya no lo necesitaran más ni a él ni a su camión. Caitlyn no sabía cómo podría impedirlo. Sólo sabía que tenía que hacerlo.

Revivió una vez más las imágenes de su pesadilla… La gente que más amaba del mundo yaciendo muerta en un charco de sangre.

Cuando llegó a la autopista, C.J. empezó a respirar con más facilidad. Evidentemente, la policía se había tomado muy en serio las amenazas de su secuestrador. El camino había estado completamente despejado y hasta el momento, no había notado que nadie fuera siguiéndolos. Aquello no significaba que la policía no estuviera tras ellos, sino que lo hacían a una distancia prudencial esperando a ver cómo se desarrollaba la situación.

Había escuchado la conversación que el del pasamontañas había tenido con su jefe y después de que éste le ordenara salir de la autopista para tomar una carretera secundaria hacia las montañas, había comprendido lo que iban a hacer. Se dirigían a un punto de encuentro en el que, probablemente, cambiarían de vehículo. Aquello significaba que lo necesitaban a él hasta llegar a aquel punto. Con la maraña de carreteras que atravesaban las montañas, la policía no tendría manera de saber en qué vehículo estaban ni qué camino habían tomado.

C.J. comprendió, que con coche y conductor nuevos, ya no iban a necesitarlo a él. Sabía perfectamente lo que aquello significaba para su futuro. Como no sabía adonde se dirigían, decidió que tenía que actuar con rapidez, haciendo todo lo posible por evitar que Caitlyn o él murieran en el intento.

Mientras el camión avanzaba por la carretera, C.J. no dejaba de pensar. Cuanto más se acercaban a las montañas, más rápidamente daba vueltas a la situación. Se estaban quedando sin tiempo. Tenía que hacer algo, pero ¿qué?

Atravesaron un pequeño pueblo e inmediatamente la carretera empezó a hacerse más empinada. Llovía con más fuerza, por lo que había muy pocos coches. Sin duda, la lluvia había quitado las ganas de subir a la montaña a los excursionistas.

«En cualquier momento», pensaba C.J. «Estamos a punto de llegar al punto de reunión…».

Casi podía escuchar los latidos de su corazón. Eran como el tic tac de un reloj que estuviera contando los últimos segundos de su vida. ¿Qué le ocurriría a Caitlyn si lo mataban a él? Vasily la tendría en sus manos. ¿Lograrían rescatarla a tiempo los del FBI?

Recordó la primera vez que vio a Caitlyn en la parada de descanso de la autopista. Recordó la conmoción que sintió cuando ella se sacó la pistola del bolsillo. ¿Cómo se iba a haber imaginado entonces, que seis meses después, estaría luchando para salvarle la vida… las vidas de los niños que habrían de tener en el futuro?

La adrenalina empezó a correrle por las venas. «Esto sí que me ha ocurrido antes. Ya le he quitado la pistola a una persona en otra ocasión. Puedo volver a hacerlo».

La tranquilidad se apoderó de él. Miró a sus pasajeros y comprobó que con las prisas, al del pasamontañas se le había olvidado ponerse el cinturón de seguridad. O eso o no había querido inmovilizar sus movimientos. Por su parte, Caitlyn estaba bien protegida en el pequeño espacio que había entre el asiento y el salpicadero. Tan segura como un bebé en su silla de seguridad.

Podía hacerlo. Si pudiera tomar un poco más de velocidad…

– En el siguiente desvío, gira a la derecha -le dijo su secuestrador.

– Bien.

El corazón le latía con fuerza. Vio que Caitlyn levantaba la cabeza y que lo observaba con atención. Él le devolvió la mirada y asintió casi imperceptiblemente.

La carretera que tomaron estaba bien pavimentada, aunque era muy estrecha. Serpenteaba entre laderas cuajadas de helechos, rododendros y laureles. Unos altos árboles enmarcaban ambos lados a cierta distancia.

– Tranquilo -rugió el del pasamontañas-. ¿Es que estás tratando de matarnos?

– Lo siento -murmuró C.J.

Frente a él, vio que la carretera se hacía recta durante unos cientos de metros antes de una acentuada curva a la izquierda. «Perfecto». Repasó una vez más lo que tenía que hacer y tras entonar una oración, pisó con fuerza el freno.

Se escuchó un profundo silbido, como el de una caldera gigantesca, al tiempo que, en la cabina, todo lo que no estaba sujeto salía despedido hacia delante por la fuerza de la inercia. El golpe más fuerte fue el de la frente del hombre del pasamontañas contra el parabrisas del camión. C.J. trató de no fijarse mucho en aquel sonido. Esperaba sinceramente no volver a escucharlo en toda su vida.

Además, durante los próximos minutos tenía demasiadas cosas de las que ocuparse como para pararse a pensar en el hecho de que podría haber matado a un hombre.

Con gran alivio, vio que Caitlyn salía del pequeño cubículo con mucho cuidado, como si no estuviera segura de estar bien. El del pasamontañas se había desmoronado sobre la puerta y no había modo de saber si estaba vivo o no. Caitlyn tenía su pistola entre las manos.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó, con voz ronca.

– Sí -susurró ella. Entonces, miró hacia la inerte figura que había contra la puerta-. ¿Está…?

– No lo sé, pero creo que no deberíamos esperar a comprobarlo. Fuera quien fuera con quien estuviera pensando reunirse…

– Tu camión…

– No va a moverse. El tráiler se ha atravesado y la carga se ha desplazado. Vamos. Tenemos que… -dijo, mientras trataba de abrir la puerta-. Por aquí no podemos. Tendrá que ser por aquí -añadió. Entonces, se incorporó sobre el salpicadero.

– Oh, Dios, no irás…

Tratando de no notar la expresión horrorizada que había en el rostro de Caitlyn, C.J. se estiró por encima del cuerpo del pistolero y abrió la puerta. Como si fuera a cámara lenta, el hombre empezó a deslizarse y cayó fuera del camión. C.J. se sintió enfermo al escucha el golpe seco que se produjo cuando el cuerpo cayó sobre el asfalto.

– Ahora tú -le dijo a Caitlyn, medio empujándola hacia la puerta-. Yo voy detrás de ti.

Trató de no pensar en el cuerpo que había sobre el asfalto cuando pasó por encima de él. Vio que Caitlyn lo estaba esperando tan lejos del hombre del pasamontañas como le era posible. C.J. se dirigió a ella y sin mediar palabra, la tomó entre sus brazos.

– Supongo que tenías que hacerlo -murmuró ella, apartándose ligeramente de él para mirarlo al rostro-. Creo que te iba a matar en cuanto llegáramos a… ¡Oh, C.J…! ¿Por qué tuviste que regresar? ¿Por qué no puedes dejar… dejar de ayúdame, maldita sea?

Lo golpeó una vez en el pecho y se alejó de él. Se zafó de él cuando C.J. trató de volver a tomarla entre sus brazos y se cubrió los ojos con una mano. Aún tenía la visión borrosa, pero no le hacía falta ver perfectamente para reconocer la conmoción y la sorpresa que se le había dibujado en el rostro. Se sintió fatal. El corazón le dolía como si se le hubiera partido en dos.

– Tú preparaste todo esto. Jake Redfield y tú, ¿no es así? Esperabais que Vasily moviera ficha. Esperabas que te secuestraran -dijo C.J., con una amarga sonrisa-. Y yo… yo lo he estropeado todo.

– ¡Oh, no, C.J.! Estuviste magnífico -exclamó ella-. Jamás me podría haber imaginado un rescate más espectacular…

Caitlyn reía y lloraba al mismo tiempo. Inmediatamente, regresó al lugar en el que quería estar, entre sus brazos. C.J. empezó a besarla alocadamente, manchando las bocas de ambos con las lágrimas de ella. Caitlyn lo abrazó con todas sus fuerzas y sintió los temblores que él trataba tan valientemente de ocultar.

– Es sólo que ahora tengo que preocuparme de mantenerte con vida -añadió-. No sé lo que haría si…

– Sí, bueno. Esto no habría ocurrido si no hubieras tratado de mantenerme al margen. Si no me hubieras mentido…

– Lo sé, lo sé. Lo siento. Te juro que jamás volveré a hacerlo. Es que eres tan protector…

– ¡Pues claro que lo soy! ¡Estoy enamorado de ti, maldita sea!

– ¡Oh, C.J…! ¿Qué vamos a hacer ahora?

– Buena pregunta. Creo que éste sería un buen momento para hacerme partícipe del plan.

Caitlyn suspiró. Los dientes le castañeteaban. Había dejado de llover, pero el viento era bastante fresco.

– En realidad, todo es muy sencillo. Nos imaginamos que Vasily trataría de secuestrarme. Sigue pensando que yo sé dónde está su hija.

– ¿Es que no lo sabes?

– No. No lo sé. Sé cómo ponerme en contacto con las personas que sí lo saben, pero no puedo llevarle a él adonde está su hija.

– ¡Oh, Dios…!

– No importa. El plan era que yo fingiera que lo sabía y que lo llevara a una trampa, a una casa segura en la que lo estarían esperando los agentes del FBI. C.J… -dijo, al escuchar el gruñido que él soltaba-. C.J., escúchame. Todo habría salido bien. Vasily no se arriesgaría a matarme mientras no supiera dónde está Emma. Sigo siendo su única esperanza de recuperarla.

– Sí, bueno… En este momento tenemos que preocuparnos por nosotros. Supongo que no sabes dónde está la caballería en estos momentos, ¿verdad?

– Me imagino que bien al margen. No se van a arriesgar a asustar a Vasily.

– Sí, claro… Y hablando de Vasily. No sé a qué distancia de aquí se iba a producir el encuentro con él, pero el camión ha hecho mucho ruido al detenerse. Si están cerca, hay una gran posibilidad de que lo hayan escuchado. No podemos saber cuánto tiempo tardará alguien en presentarse aquí. ¿Tienes algún modo de ponerte en contacto con los del FBI? No, supongo que no… -añadió, con una triste sonrisa-. Entonces, yo diría que…

Se quedó helado, igual que ella. Los dos lo habían escuchado al mismo tiempo. Un vehículo con un potente motor estaba subiendo por la carretera. Los dos echaron a correr instintivamente, pero se detuvieron después de unos pocos pasos y se aferraron el uno al otro.

– ¿Dónde está la pistola? -preguntó C.J.

– Vete -dijo Caitlyn, prácticamente al mismo tiempo-. Me quieren a mí… ¡Oh, no…! -añadió, tras una exclamación de horror-. La dejé en el camión.

– ¿Estás loca? -exclamó él-. No pienso dejarte aquí. Ni lo pienses.

– C.J., te van a matar.

– En ese caso, supongo que es mejor que los dos salgamos pitando de aquí, ¿no te parece? -dijo él. Agarró la mano de Caitlyn. Ella se resistió, aunque sólo fue por un instante-. Alégrate. Tal vez sean los federales.

No era así. Caitlyn lo sabía mucho antes de ver el capó de un coche de color gris pasando por delante del camión.

– No podemos ir más rápido que ellos -susurró C.J., sin aliento-. Si pudiéramos llegar al bosque…

Desgraciadamente, había al menos una distancia de cincuenta metros hasta el lugar en el que podrían perderse entre los matorrales y los árboles. C.J. podría haberlo conseguido, pero Caitlyn no, dado que iba vestida con falta y zapatos de tacón. No estaba dispuesto a dejarla sola.

El sedán gris fue avanzando poco a poco hasta colocarse detrás de ellos. Aceptando lo inevitable, Caitlyn fue aminorando la marcha y después de un minuto, C.J. siguió su ejemplo. El coche pasó por delante de ellos y se detuvo más allá. La puerta trasera se abrió y salió un hombre que les hizo un silencioso gesto con la mano. En la otra, tenía una pistola.

– Estoy empezando a odiar esas cosas -musitó C.J., mientras se agachaba para montarse en el asiento trasero del vehículo.