– Presuntamente, la madre de la pequeña, Mary Kelly Vasily se llevó a su hija de la escuela de Miami Beach sólo horas después de que un juez de Florida le hubiera concedido la custodia de la niña al señor Vasily. El juez también ratificó la petición del señor Vasily de que a la madre se le negara el derecho de visita. En este momento no se conocen muchos detalles más, pero según fuentes policiales, sobre las nueve de la noche de ayer, la señora Vasily acompañada por la señorita Brown, entró en la comisaría y se entregó. En aquel momento, la niña estaba con las dos mujeres, pero queda aún por confirmar lo que ocurrió a continuación. Según nos han informado, aparentemente la niña abandonó la comisaría con una mujer que se identificó como representante de los servicios sociales, pero ahora parece que esa mujer pudo haber sido una impostora.

«Esto es todo lo que sabemos hasta el momento. Más de veinticuatro horas después, ni la policía ni los servicios sociales tienen pista alguna sobre el paradero de la pequeña. Emma Vasily parece haberse esfumado sin dejar rastro. Igualmente, sigue sin aclararse la implicación de la señorita Brown en el caso, pero la policía tiene razones muy poderosas para creer que la sobrina del ex presidente conoce de algún modo el paradero de Emma porque esta mañana le pidió al juez que ordenara a la señorita Brown que confesara lo que sabe. Ella dispone del tiempo que falta hasta que se cierren los juzgados esta tarde para cumplir con esa orden. Si se niega, el juez Calhoun la enviará a la cárcel».

«Por otra parte, el señor Vasily que llegó esta misma mañana de Miami con la esperanza de reunirse con su hija, no ha realizado por el momento comentario alguno sobre la situación, aunque en una rueda de prensa justo antes de mediodía, el jefe de policía, visiblemente enojado, prometió una investigación a fondo en el departamento que se ocupa del caso y prometió que se había implicado personalmente en la búsqueda de la pequeña para devolvérsela a su padre. Devolvemos la conexión al estudio, Tim».

C.J. sintió que se le cortaba la respiración. Consiguió recuperarla al lanzar una maldición y apagar la televisión con un certero golpe sobre el mando a distancia. Se sentó en la cama y tomó su teléfono móvil. Mientras escogía un número de la agenda, sintió que el corazón le latía con fuerza contra el pecho.

– Hola, hermanito -le dijo a la somnolienta voz que respondió-. ¿Te he despertado?

– ¿Cómo? ¿Quién es? ¿C.J.? No, no me has despertado. Simplemente me había quedado un poco traspuesto viendo las noticias. ¿Qué ocurre? -preguntó, entre bostezos-. ¿Dónde estás? ¿Va todo bien?

– Estoy muy bien -respondió C.J.-. ¿Está ahí Charly?

– Aquí mismo. No estarás en la cárcel, ¿verdad?

C.J. decidió no prestar atención a aquel comentario, que reflejaba la pobre impresión que sus hermanos tenían de su carácter. En lo que a ellos se refería, había aceptado que iba a llevarle algún tiempo hacerles olvidar ciertas correrías de una juventud mal utilizada.

– Déjame hablar con ella, ¿de acuerdo?

Se produjo una pausa y a los pocos segundos, se escuchó el fuerte acento de Alabama de Charly.

– Hola, tesoro. ¿Cómo estás? ¿Qué es lo que ocurre?

– ¿Has visto las noticias de esta noche, Charly?

– Las estoy viendo en estos momentos. ¿A qué parte en particular te refieres?

– A la noticia de la sobrina del ex presidente, que ha sido encarcelada por desacato.

– Sí, claro que la he visto. ¿Y qué?

– Bueno, yo… Creo que estoy más o menos implicado en el asunto… o que podría estarlo.

– ¿Cómo dices? ¡Por el amor de Dios! ¿Cómo?

C.J. le contó toda la historia y luego esperó un instante, mientras Charly pensaba.

– Has hecho lo que debías, si es eso lo que me estás preguntando. No creo que tengas nada de lo que preocuparte. Probablemente la policía querrá hacerte algunas preguntas. Es de esperar. Si quieres que yo…

– No es… No estoy preocupado por mí mismo. Lo que me preguntaba… Estaba pensando que tal vez, podrías ir allí a ver si ella necesita algo -sugirió, mientras se frotaba las sienes con la mano que le quedaba libre.

– ¿Ella? ¿Te refieres a la madre? ¿Cómo se llama? ¿A Mary Kelly? Cielo, probablemente esa mujer se enfrenta a los cargos de secu…

– Bueno, a verla a ella y a Caitlyn.

– ¿A Caitlyn?

– A la señorita Brown, a la sobrina del ex presidente. Como tú quieras llamarla. No he visto indicación alguna en ese reportaje de que tenga abogado. Siempre están presentes, tratando de proteger a sus clientes de los periodistas. Yo le ofrecí… Bueno, le ofrecí conseguirle un abogado. Es decir… Cuando las entregué a la policía, me pareció lo menos que podía hacer -comentó, mientras se frotaba la frente.

– No tienes que culparte de nada -le recordó Charly-. Esas mujeres son adultas y han tomado sus decisiones, una de las cuales fue implicarte a ti en este asunto. No es culpa tuya que te eligieran a ti para escapar de aquel aparcamiento.

– Sí, bueno, ya lo sé, pero me sentiría mejor si supiera que tiene a alguien de su lado, eso es todo -insistió C.J.-. Sé que ella realizó al menos una llamada después de que le dijera que las iba a llevar a la policía y di por sentado… Ahora se me está ocurriendo que debió de ser entonces cuando lo organizó todo para que alguien fuera a llevarse a la niña. Si lo hizo, tal vez…

– C.J., es la sobrina del ex presidente, por el amor de Dios. ¿No crees que tendrá los mejores abogados que el dinero pueda comprar? -replicó Charly. C.J. guardó silencio, por lo que después de un momento, ella lanzó un suspiro de exasperación-. Muy bien, quieres que vaya a ver de qué me puedo enterar, ¿no es eso?

– Si no te importa -respondió C.J., muy aliviado-. Iría yo, pero tengo que quedarme aquí en Wilmington para esperar la carga. Lo más pronto que puedo llegar allí es…

– Es mejor que tú te mantengas al margen -le advirtió Charly-. Si ella te identifica como la persona que las llevó en el camión y la policía viene a buscarte para interrogarte, eso es otra cosa. Si no, te aconsejo como tu abogado, la esposa de tu hermano y por lo tanto, pariente tuya, que no te metas en esto. Las razones son muy variadas, empezando por el hecho de que si ese Ari Vasily es tan peligroso como afirman esas mujeres, no creo que te apetezca vértelas con él. Como te he dicho, no es que esa mujer no tenga recursos. Es la sobrina de un ex presidente.

– Sí -comentó él, con un cierto tono de amargura-. Se le olvidó darme ese detalle.

– ¿Y qué esperabas que hiciera? ¿Que te diera los buenos días, te informara de que iba a secuestrarte y que de paso, te dijera quién era?

– Más tarde tuvo todo el tiempo del mundo para hacerlo. No me dijo nada sobre sí misma, ni siquiera su nombre. Supe que se llamaba Caitlyn porque la otra mujer la llamó así.

– Probablemente sólo estaba tratando de mantenerte al margen del asunto todo lo que pudiera. Dudo que se sintiera muy contenta de tener que hacer lo que hizo.

– Has hablado como buena abogada de la defensa.

– Eso es precisamente lo que soy y la razón por la que me has llamado, cielo. Por cierto, si estás tan enojado con esa mujer, ¿por qué estás tratando de ayudarla?

Ojalá lo supiera. C.J. cerró los ojos, pensando lo mucho que le gustaría tener una cerveza, o incluso algo más fuerte, entre las manos en aquellos instantes. No era típico de él. Se había pasado sus años adolescentes viendo cómo su hermano Roy se enfrentaba al alcohol y eso había dejado huella en él.

– Mira a ver qué puedes hacer -suspiró-. Probablemente yo llegaré a casa mañana por la tarde a última hora, pero puedes llamarme al móvil.

– Realizaré algunas llamadas, pero no te prometo nada.

– Está bien, Charly… Gracias.

C.J. cortó la comunicación, pero permaneció sentado donde estaba durante mucho tiempo. Se sentía muy nervioso Había hecho lo correcto al entregarlas. Estaba seguro de ello. No era asunto suyo. Charly tenía razón. Lo mejor era que no se metiera más. Entonces, ¿por qué no podía sacársela de la cabeza? A ella. A las tres. A pesar de todo, no eran los ojos castaños de Mary Kelly los que veía cuando cerraba los ojos. Ni siquiera los de la pequeña Emma. No. El que lo perseguía era el rostro de ella, pálido y asustado entre las sombras del asiento trasero de un coche patrulla. Le parecía que aquellos ojos de color plata lo miraban a él, llegándole hasta la misma alma para lanzar un desesperado y mudo grito de socorro.


Estaba en algún lugar al sur de Richmond cuando el teléfono móvil empezó a sonar. Extendió la mano hacia el accesorio de manos libres y apretó el botón de recepción.

– ¿Sí? -gritó, por encima del ruido del motor.

– ¿C.J. eres tú? -preguntó la voz de Charly tenue y distante.

El corazón le dio un vuelco. Subió el volumen y volvió a gritar:

– Sí, Charly. ¿Qué has descubierto?

– Un par de cosas. En primer lugar, ella sigue sin hablar. La madre tampoco, por lo que las dos están de vuelta en la cárcel y parece que van a permanecer allí algún tiempo. El juez Calhoun parece decidido a mantenerlas en la trena hasta que digan dónde está la niña.

– ¿Y?

– Esa mujer no necesita ayuda, C.J., al menos tuya.

– ¿Te ha dicho ella eso? ¿Te lo ha dicho ella personalmente y no otro abogado? ¿Has hablado con ella?

– En una palabra, sí. Lo que ella me dijo exactamente fue que ya habías hecho más que suficiente. Y tiene razón, ¿sabes? Déjalo estar, cielo. Esto no es problema tuyo. Tienes otras cosas de las que preocuparte, lo que me recuerda otra cosa. ¿Cómo te va con los estudios? ¿Cuándo piensas establecerte aquí con Troy y conmigo?

– ¿Y por qué iba a querer yo hacer eso? -replicó, con una sonrisa-. Tendría que vivir en Atlanta. No me apetece demasiado.

– Espera a que apruebes el último examen y entonces ya veremos. Atlanta es donde se cuece el pastel, tesoro.

– Sí, sí, ya lo sé, pero no me estéis esperando -repuso, antes de desconectar la llamada.

La sonrisa que tenía en los labios le duró justo hasta aquel instante. Entonces, tomó aire y resopló antes de agitar los hombros como alguien al que han aliviado de un enorme peso. Charly tenía razón. Aquello no era asunto suyo. Debía entregar su carga, aprobar el examen y terminar el semestre. Tenía que conseguir su título de Derecho. Seguir con su vida.

En cuanto a una secuestradora con rostro de ángel y ojos inolvidables… Encontraría el modo de olvidarla.


Durante los siguientes cinco meses aproximadamente, C.J. se concentró con todas sus fuerzas en conseguirlo, lo que al menos tuvo un efecto beneficioso en sus hábitos de estudio. Consiguió aprobar sus exámenes en junio y se pasó el verano preparándose para el examen que lo convertiría en abogado y que estaba decidido a aprobar al primer intento. Aún tenía mucho que demostrar, principalmente a sí mismo.

Una de las cosas que aprendió durante aquel largo y cálido verano fue que una cosa era tratar de olvidar a alguien y otra muy distinta conseguirlo. El hecho de que casi no pasara ni un solo día sin escuchar el nombre de Caitlyn Brown o ver su rostro en las noticias no lo ayudó en absoluto. Parecía que aquella era una de las historias en las que la prensa había decidido hincar el diente. ¿Por qué no? Lo tenía todo. Un misterioso multimillonario, una esposa que había sido bailarina de striptease, una mujer joven vinculada a una de las familias más famosas del país y por supuesto, una niña desaparecida.

Todos los que tenían alguna relación con el caso, por pequeña que ésta fuera, habían sido entrevistados una y otra vez en programas de televisión y artículos de las principales revistas. Noche tras noche los periodistas posaban delante de fotografías de archivo del juzgado de Carolina del Sur y relataban una y otra vez la misma historia. La historia era más popular que la lotería.

C.J. había conseguido evitar los televisores hasta entonces. Sin embargo, aquella tarde en particular, estaba en una parada de camiones en Virginia almorzando. Por mucho que se esforzaba y mirara donde mirara, había una televisión en la pared del establecimiento. Allí estaba el reportero de siempre, delante del mismo juzgado y sin duda, diciendo más de lo mismo. Al menos, habían desconectado el sonido y no tenía que leer los titulares si no quería. Apartó los ojos de la pantalla y examinó el comedor.

Los ojos de todos los presentes estaban mirando fijamente lo que ocurría en las pantallas de televisión. Sin poder evitarlo, volvió a mirar una de las televisiones, temiendo lo que estaba a punto de ver.

Las letras en blanco y negro de los titulares desfilaban por debajo de la imagen:

La escena a primera hora de la mañana. Caitlyn Brown y Mary Kelly Vasily abandonaron los juzgados para regresar a sus celdas bajo una fuerte protección policial. Era la misma escena que se ha repetido una y otra vez durante los últimos meses, pero en esta ocasión, algo salió mal. Mientras las dos mujeres, flanqueadas por oficiales de policía, bajaban por los escalones del juzgado, resonaron unos disparos.