Las palabras siguieron apareciendo en la pantalla, pero C.J. ya no las leía. Tenía la mirada fija en las imágenes, que mostraban una escena de inesperada violencia. Imágenes de gente empujándose, cayendo al suelo, de rostros atenazados por el horror, de brazos agitándose, dedos señalando y de bocas profiriendo silenciosos gritos. El escalofrío que le recorrió la espalda le heló hasta los mismos huesos.
La escena de la pantalla dejó paso de nuevo al rostro del reportero. C.J. volvió a concentrarse en las palabras que aparecían al pie de la pantalla.
«…Del número exacto ni del estado de los heridos. Tenemos información de que, al menos, cuatro personas han sido trasladadas al hospital, pero este dato no se ha confirmado oficialmente. Tanto la policía como el personal del hospital se han negado a realizar comentario alguno sobre los testimonios de los testigos. Reiteramos que estos datos están sin confirmar, al igual que el hecho de que al menos una de las detenidas ha resultado muerta en este brutal ataque».
– ¿Sabe algo la policía sobre quién puede ser responsable de este ataque, Vicky?
– Como te puedes imaginar, todo sigue resultando bastante caótico aquí, Tim. Lo que sí parece confirmarse es que los disparos se produjeron desde el campanario de la iglesia que hay enfrente del juzgado y que a su vez, está a poca distancia de la comisaría. Sin embargo, por lo que nosotros sabemos, no se tiene ningún dato sobre el pistolero ni se ha encontrado el arma.
– ¿Se sabe algo sobre quién era el objetivo de este ataque?
– No, Tim y la policía se niegan a especular…
– Perdona, guapo, ¿quieres la cuenta?
– ¿Cómo?
C.J. miró a la camarera muy confuso. No sabía cuándo ni cómo se había puesto de pie. Parpadeó y miró lo que le quedaba de su bocadillo y musitó:
– Sí, gracias.
Sentía la piel fría y húmeda. Casi sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, se sacó unos billetes del bolsillo del pantalón y se los dio a la camarera al tiempo que le decía que se quedara con el cambio. Inmediatamente, salió al exterior para sufrir las altas temperaturas de aquel día de septiembre. A pesar de todo, no consiguió entrar en calor. Le parecía que jamás lograría sacudirse el frío que lo embargaba.
Llegó a su camión, se sentó en la cabina. Se pasó los siguientes cinco minutos tratando de controlarse. Lanzó maldiciones una y otra vez. Cuando se quedó sin palabras, se pasó la mano por el rostro y agarró el teléfono móvil.
– ¿Charly? -preguntó, cuando su cuñada respondió la llamada-. Soy yo, C.J. ¿Te has enterado?
– Sí, hace un rato. Me ha llamado Troy.
– En la televisión han dicho que alguien ha resultado muerto y que hay varios heridos, pero no han dicho los nombres. ¿No sabrás tú…?
– No, yo no sé mucho más. He estado en los tribunales toda la mañana. Acabo de regresar a mi despacho. Se supone que va a haber una rueda de prensa en el hospital dentro de unos minutos. C.J., cielo, no tienes que culparte por lo ocurrido…
«No lo culpo a usted, señor Starr».
– No la creí -musitó él, temblando incontrolablemente-. Me dijo que él lo haría y yo no… Pensé que sólo estaba…
– ¿Ella? ¿Quién? ¿Qué fue lo que te dijo?
– Ella me contó que él iba a matar a su esposa, pero yo pensé que… Ya sabes.
– ¿Te refieres a Vasily? ¿Crees que él es el responsable? ¡Dios mío, C.J.!
– ¿Y quién si no iba a haber sido? -replicó.
– Mira, C.J., sé que el marido es siempre el primer sospechoso, pero eso asumiendo que el objetivo fuera la señora Vasily y aunque lo fuera… ¡Dios mío, C.J., ese hombre es multimillonario!. Amigo del gobernador. Ha cenado en varias ocasiones en la Casa Blanca. Es…
– No me importa quién sea -la interrumpió C.J.-. Estoy seguro de que él lo ha preparado todo. Puedes estar segura de ello.
– Aunque lo fuera, no hay modo de demostrar que…
– Lo sé… Mira, Charly tengo que dejarte. Hazme un favor, ¿quieres? Voy a tratar de sintonizar alguna emisora en la radio, pero si descubres algo, ¿te importaría llamarme para decírmelo? Llámame al móvil.
– ¿Qué vas a hacer? No estarás pensando en ir allí, ¿verdad?
– Tengo que hacerlo, Charly. Necesito saber qué es lo que está pasando.
– C.J., vas a seguir culpándote por lo ocurrido, ¿verdad?
C.J. no respondió. Cortó la comunicación y llamó a la operadora de la empresa para decirle que tenía que encontrar otro camionero que se hiciera cargo de las mercancías. A continuación, estuvo buscando una emisora en la radio. Encontró una de música en la que sabía que daban avances cada hora y arrancó el camión para regresar a la autopista.
Una hora más tarde, el teléfono móvil empezó a sonar, interrumpiendo así sus tumultuosos e inútiles pensamientos. Apretó el botón y rugió:
– ¡Sí!
– C.J., pensé que te gustaría saberlo. Están dando la rueda de prensa en el hospital. Ahora están realizando la ronda de preguntas, pero han dado la cifra oficial de muertos y heridos. Hay tres heridos, dos en estado crítico y un muerto.
– ¿Y? -preguntó, sin dejar de mirar la carretera. Agarró con fuerza el volante, para prepararse, como si aquello fuera posible.
– La señora Vasily ha resultado muerta.
Una oleada de fríos sentimientos lo atravesó por completo, como si fuera una brisa que ventilara una casa. Recordó el rostro de Mary Kelly con su típica belleza sureña, su cabello rojizo… «No lo culpo a usted, señor Starr».
A pesar de todo, sabía muy bien lo que significaba la fresca brisa que le ventilaba el alma y lo avergonzaba tanto que trató de negar lo que sentía. ¿Cómo podía sentirse aliviado de que una buena mujer hubiera sido asesinada? Así era. Se sentía aliviado de que no fuera Caitlyn Brown quien hubiera muerto.
– C.J., ¿sigues ahí?
– Sí.
– Lo siento… Sé cómo debes de estar sintiéndote. Yo me siento tan mal por esa niña…
– ¿Y los otros? -quiso saber él, tratando de no mostrar emoción alguna-. Dijiste que dos de los heridos se encontraban en estado crítico.
– Uno de los policías recibió un disparo en el brazo. No está grave. Otro recibió un tiro en el pecho y aún está en el quirófano.
– ¿Caitlyn? -susurró.
– Sólo dijeron que está en estado crítico. No han dado detalles. C.J., no hay razón alguna para que vayas allí. No hay nada que puedas hacer aparte de meterte en líos.
– Sólo quiero hablar con ella.
– Pero ¿qué dices? No van a permitirte verla. Eso ya lo sabes, ¿verdad? ¿Cómo van a permitir que un desconocido entre a verla después de que le han disparado? Y mucho menos tratándose de la sobrina de un ex presidente. No me extrañaría que estuviera ya metido en el asunto el Servicio Secreto, el FBI…
Ella se interrumpió y estuvo en silencio tanto tiempo que C.J. volvió a tomar la palabra.
– ¿Charly? -preguntó él, mientras apretaba botones temiendo que se hubiera desconectado la comunicación.
– C.J., voy a tener que dejarte -respondió ella. Parecía distraída-. No… no hagas nada hasta que yo me vuelva a poner en contacto contigo, ¿me lo prometes? Te hablo ahora como abogado.
– Sí -gruñó él-. Te lo prometo.
Desconectó la llamada y se reclinó contra el asiento, tratando de concentrarse en la carretera para no pensar en qué significaría exactamente aquello de «estado crítico». Tratando de no pensar en aquel rostro de cuento de hadas ni en aquellos ojos plateados, tan hermosos como una caricia. Lo que no tuvo que esforzarse mucho para evitar fueron los pensamientos sobre aquel hermoso rostro y esbelto cuerpo cubiertos de sangre, arruinados por la violencia. Su mente se protegió contra aquellas imágenes, igual que los ojos se esfuerzan por evitar el sol.
Aunque le pareció más tiempo, poco más de media hora después el teléfono volvió a sonar otra vez.
– C.J., soy yo -susurró Charly. Parecía tener prisa-. Voy a reunirme allí contigo, ¿de acuerdo? Si llegas allí…
– ¿Reunirte allí conmigo?
– En el hospital. Si llegas antes que yo, espérame, ¿de acuerdo? No hagas nada hasta que no tengas noticias mías. ¿Me has oído?
– Charly ¿qué estás planeando? No creo que vaya a necesitar un abogado para esto.
– Tal vez sí, tal vez no, pero conozco a alguien que puede conseguir que veas a Caitlyn Brown.
La mujer que había sobre la cama del hospital se movió. Sus dedos asieron la sábana como si deseara colocársela de nuevo sobre el pecho.
– La tormenta… -murmuró Caitlyn. Cerró los ojos. Después de un momento, volvió a hablar con voz abotargada y lenta-. ¿Qué es lo que quiere? ¿Absolución? Ya la tiene, ¿de acuerdo? Se lo dije. No debe culparse por nada. De hecho, supongo que tenía que ocurrir… algún día. Cuando uno se opone a personas violentas… Yo sólo…
La voz se le quebró y los labios empezaron a temblarle. Apartó el rostro.
– No esperaba que ocurriera así -añadió.
C.J. se aclaró la garganta y se inclino hacia delante. Había tantas cosas que deseaba preguntarle… tantas cosas que deseaba decir… No sabía por dónde empezar, por lo que murmuró:
– ¿Cómo creyó que iba a ocurrir?
Los ojos lo examinaron. Ya no eran plateados, sino que tenían un aspecto líquido y perdido. Entonces, presa de una incongruente reacción, ella se echó a reír.
– Bueno, en primer lugar, nunca esperaba quedarme ciega.
Capítulo 4
Caitlyn escuchó el silencio y notó cómo se despertaba la ira. Había habido una vez en la que ella había atesorado el silencio, lo había considerado como un don y en las escasas ocasiones en las que se había encontrado inmersa en él, había gozado con la experiencia como lo había hecho con un cálido baño con aceites aromáticos, una copa de vino y velas. En aquellos momentos, el silencio era su enemigo, una amenaza desconocida acechando en la oscuridad. El silencio hacía que se sintiera sola y aterrada.
Sin embargo, no era la clase de mujer que cedía al miedo. En aquel momento, la única arma de la que parecía disponer para enfrentarse a él era la ira.
– Diga algo, maldita sea -dijo. Se movió con cuidado. A pesar de los analgésicos que le habían dado, un dolor insoportable le atravesaba la cabeza cada vez que se movía.
Escuchó un sonido. Se había aclarado la garganta. A continuación, una voz sureña y cálida como un día de verano. Le había gustado aquella voz desde el primer momento en el que la escuchó. No había esperado volver a oírla.
– Lo siento. Supongo que no sé qué decir.
– Usted lo sabía, ¿verdad? -dijo, algo avergonzada-. Sabía que yo me había quedado ciega. Deben de habérselo dicho.
Se escuchó una tos y el suave sonido de unos pasos sobre el suelo de vinilo. Debía de sentirse incómodo. Tal vez había cambiado de posición sobre la silla. ¿Cómo sabía que estaba sentado? Porque su voz procedía de un punto a nivel de la de ella. Se alegraba de haber podido deducirlo.
– Me dijeron que tenía mucha suerte de estar viva -respondió él-. Me dijeron que esa bala no le voló parte de la cabeza por poco.
La brutalidad de aquellas palabras la sorprendió. Con cierta amargura, le respondió de igual manera.
– Sí, pero lo que pasó fue que sólo me rozó un poco y le dio a Mary Kelly en el corazón. Ella está muerta y yo tengo una inflamación cerebral de poca importancia que, desgraciadamente, me afecta al nervio óptico. Qué suerte.
– Me dijeron que podría ser que la ceguera no fuera permanente. Que su vista volvería a medida que sanen las lesiones o, que si no es así, se podría operar más adelante.
– Eso es lo que dicen…
Caitlyn cerró los ojos y giró la cabeza hacia el lado contrario de donde estaba aquel hombre sentado. Se sentía tan cansada… Si por lo menos él se marchara… Si pudiera relajarse y llorar…
– ¿Recuerda algo sobre el… sobre el tiroteo? -preguntó él.
Caitlyn negó con la cabeza. Mala idea. Trató desesperadamente de controlar las náuseas.
– Usted trató de proteger a Mary Kelly. ¿Lo sabía? -añadió. La emoción que se le reflejaba en la voz era ira. Sin duda. Aquello la dejó perpleja-. Se arrojó delante de ella. Por eso la bala que le impactó a ella en el pecho le dio a usted primero.
– ¿Quién le ha contado eso? -susurró. Tenía tantas ganas de llorar…-. ¿La policía? ¿Qué… qué le dijeron? ¿Qué es lo que saben?
– Usted lo sabía, ¿verdad? Supo que Mary Kelly era el objetivo en el momento en el que escuchó los disparos. Trató de decírmelo… Fue Vasily ¿verdad? Usted me dijo que él la mataría. Me lo dijo y yo no…
Sintió un movimiento. Unas manos la tocaron. Su tacto era suave y fresco.
– Mire, lo siento… Lo siento…
La voz de C.J. fue alejándose. Llegó la tranquilidad y la paz. Con un gemido de gratitud, Caitlyn se sumergió en la inconsciencia del sueño.
Tras armarse de valor, C.J. se enfrentó con las personas que esperaban en el puesto de enfermeras.
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