– Lo siento -dijo, tratando de no mirarlos a los ojos-. No quería disgustarla. Sólo quería decir… Lo siento -repitió, tras levantar una mano. Sacudió la cabeza-. Lo siento…
De las cuatro personas que había en el mostrador, dos, una atractiva pareja de mediana edad, asintieron en un mudo gesto de comprensión. C.J. se había dirigido a ellos. Eran los padres de Caitlyn. Los otros dos eran Charly su cuñada y abogada, y el agente especial Jake Redfield del FBI, el pariente político de su hermano Jimmy Joe. La primera le dio una palmada en el hombro y el segundo lo observaba con ojos cautelosos y perspicaces.
En aquel momento, salió una enfermera de la habitación en la que se encontraba Caitlyn.
– Estará durmiendo durante un rato -dijo-. Si lo desean, pueden bajar a la cafetería para tomarse un café o algo de comer.
La madre de Caitlyn agarró del brazo a su esposo, como si quisiera sacar fuerzas de aquel contacto y le preguntó a la enfermera:
– ¿Podría sentarme con ella?
– Por supuesto -respondió la enfermera-. Entre.
Mientras observaba cómo Chris Brown se alejaba de él, C.J. pensó que ya sabía a quién se parecía Caitlyn, aunque no en su gracia, en esa apariencia etérea que le daba un aspecto irreal, de cuento de hadas. Aunque era alta y esbelta como su hija, Chris Brown se movía como un potrillo, lo que le daba un aspecto mucho más joven de lo que era. Su rostro era el mismo óvalo perfecto de Caitlyn y su cabello del mismo tono rubio, aunque largo. El color de los ojos era el mismo, un pálido azul grisáceo, aunque sin los reflejos plateados que a C.J. le resultaba imposible olvidar.
Charly miró el reloj.
– Bueno, creo que voy a ir a tomarme esa taza de café. ¿Quiere alguien acompañarme?
El padre de Caitlyn sonrió amablemente y negó con la cabeza. C.J. se aclaró la garganta y dijo:
– Creo que voy a quedarme un rato por aquí.
Nadie le preguntó a Jake Redfield qué planes tenía. Ya se había marchado a hablar con el oficial uniformado que había frente a la puerta de la habitación que ocupaba Caitlyn. Charly se despidió de todos y se dirigió a los ascensores. C.J. se encontró a solas con el hombre cuya única hija había estado a punto de ser asesinada. Dado que lo había criado una madre que le había enseñado a enfrentarse a las consecuencias de sus actos, C.J. se cuadró de hombros y se dirigió a él.
– Señor Brown…
Antes de que pudiera seguir hablando, el padre de Caitlyn lo agarró por el codo.
– Es mejor que nos pongamos cómodos, ¿no le parece? -le dijo, en tono amable.
Lo condujo a la sala de espera. Allí, los dos hombres tomaron asiento. C.J. se inclinó hacia delante y con las manos agarradas con fuerza, volvió a comenzar.
– Señor Brown…
Una vez más fue interrumpido.
– Me gustaría que me llamaras Wood, como hace la mayoría de la gente. Me pusieron Edward Earl, como mi padre, pero la única persona que me llama así es mi hermana Lucy. Sólo mis alumnos me llaman señor Brown -añadió, con una media sonrisa, en los labios.
– ¿Eres profesor?
– Lo fui. Ahora soy subdirector de un colegio.
– Supongo que eso explica por qué me siento como si estuviera en el colegio, en el despacho del director -comentó C.J., con una sonrisa.
La sonrisa de Wood Brown se vio reemplazada por un gesto de desolación, que luego se transformó en compasión. Se inclinó hacia delante, en una postura idéntica a la de C.J.
– Hijo, sé que te sientes responsable por lo que le ha ocurrido a mi hija y a esa mujer, pero no lo eres. Chris, la madre de Caitlyn y yo no te culpamos, como tampoco creo que lo haga Caty. Ella te puso en una situación muy difícil y tú hiciste lo que creías que era lo correcto dadas las circunstancias. Eso es todo.
– Si lo que hice estuvo bien… -susurró C.J., con la mirada puesta en el suelo-, ¿por qué me siento tan mal?
Wood se reclinó sobre el respaldo de la silla con un suspiro y se pasó una mano por el espeso cabello grisáceo.
– No siempre podemos elegir entre lo que está bien y lo que está mal. En algunas ocasiones, se trata de elegir la opción menos mala de todas. Cuando esto ocurre, basta con que uno haga todo lo que puede. Yo tenía una tía abuela que vivió hasta cumplir más de cien años. Ya ha fallecido, que Dios la bendiga. Mi tía Gwen siempre decía, que si uno espera lo suficiente, el tiempo hace que las cosas salgan como tienen que salir. Ella lo llamaba Providencia. Mírame a mí, por ejemplo. Conocí a mi esposa después de romperme las dos piernas en un accidente de camión en Bosnia. En aquel momento, me pareció el fin del mundo, el final de los deportes, de mi carrera, de todas las cosas que me gustaba hacer, pero si no hubiera sido por aquel accidente, no habría conocido a mi esposa. Ni hubiera estado allí cuando ella me necesitó para que le salvara la vida -comentó. C.J. lanzó una exclamación de sorpresa y Wood sonrió-. Es una larga historia, por lo que creo que la dejaremos para otra ocasión. Supongo que aún es demasiado temprano para saber cómo va a resultar todo esto, pero podría ser que tú estuvieras allí justo donde tenías que estar para que Caty te secuestrara. Nunca se sabe… -concluyó, encogiéndose de hombros.
Dado que C.J. no sabía qué responder, decidió guardar silencio. Sin embargo, se le ocurrió que tanto si Wood creía en aquello de la Providencia como si no, era una actitud notable para un hombre cuya única hija estaba en la cama de un hospital herida de bala y tal vez ciega de por vida. Se sintió muy agradecido aunque poco merecedor de aquella actitud, lo que le recordó lo que había querido decirle al padre de Caitlyn desde un principio. Aquella vez se lanzó con rapidez para no darle la oportunidad de que lo interrumpiera una vez más.
– Te agradezco mucho que no me culpes por lo que le ha ocurrido a tu hija, pero eso no cambia el hecho de que no estaría donde está si yo hubiera hecho lo que ella me pidió. No te pido que me perdones por eso, sino que me des la oportunidad de enmendarlo.
– ¿Y cómo piensas hacerlo, hijo?
– Atrapando al tipo que le ha hecho eso -respondió C.J., con la voz atenazada por la ira.
– Creo que sé cuánto deseas hacerlo. Yo también lo pienso, pero de eso debe encargarse la policía y el FBI, ¿no te parece? Seamos realistas, ¿de verdad crees que hay algo que puedas hacer?
– Yo solo no, pero tengo mucha ayuda. Ese hombre que estaba aquí antes es agente del FBI. Se llama Jake Redfield y da la casualidad de que también está casado con la hermana de mi cuñada. Creemos que podemos atrapar al responsable de todo esto. Tenemos un plan, pero implica que… Necesitamos a Caitlyn. Cuando tenga fuerzas suficientes, se lo contaremos todo y si ella está dispuesta…
Wood dejó escapar el aliento y una vez más, se pasó la mano por el cabello. Tenía la tensión reflejada en el rostro. Por primera vez, pareció un hombre enfrentándose a una terrible pérdida.
– Ella diría que sí, por supuesto -dijo-. Caty es así -añadió, bajando los ojos-. Estos últimos meses han sido un infierno, en especial para su madre. En estos momentos, lo único que Chris desea es llevarse a Caty a casa para poder cuidarla. Ha estado contando las horas… ¿Tienes hijos? -le preguntó a C.J. Éste negó con la cabeza-. Entonces, no sé si me vas a comprender. Un hijo siempre es un hijo, aunque ya sea un adulto. De hecho, eso empeora las cosas porque ya no se tiene control sobre lo que hace. Toma sus propias decisiones.
Se dio una palmada en las rodillas y se puso de pie de repente. Miró a C.J. y forzó una sonrisa.
– Bueno, supongo que ya está. En resumen, es decisión de Caty no nuestra. Si ella quiere seguir adelante con tu plan, nosotros no trataremos de detenerla. De hecho, no podríamos, aunque así lo quisiéramos.
C.J. también se puso de pie.
– Gracias, señor -murmuró extendiendo la mano.
Wood se la estrechó breve pero firmemente. A continuación, se dio la vuelta y comenzó a andar muy rápidamente, aunque, después de unos pasos, se dio la vuelta para mirar a C.J.
– Prométeme una cosa -le dijo, apuntándolo con el dedo índice-. Atrapa a ese hombre, ¿me oyes? Asegúrate de encontrar a ese canalla.
Caitlyn flotaba en un sopor que no era sueño, aunque tampoco la conciencia plena. Su mente viajaba a placer, tal y como lo hace en los sueños. Sabía que estaba soñando y la reconfortaba saber que podría despertarse cuando lo deseara.
Tenía la mente repleta de imágenes, de rostros de personas y de lugares, aunque principalmente lo que veía eran personas. Iban pasando una detrás de otra, como si se tratara de diapositivas mostradas a toda velocidad. Su pasado al revés, empezando por la última imagen que recordaba: la del pequeño centro comercial que había frente a los juzgados. Todo estaba invadido por un mar de reporteros y de cámaras. Un brillante cielo azul de septiembre.
A continuación, cuando unos minutos antes habían estado en el interior del tribunal. El rostro del juez, el de Mary Kelly esforzándose por sonreír…
Los días y semanas de antes. Su madre visitándola en la cárcel con ojos asustados. Su padre, tranquilo y animoso, como siempre, aunque limpiándose una lágrima cuando se volvió para marcharse al término de la visita.
Mucho más atrás en el tiempo. Una cálida noche de abril. Un camión azul. Un hombre de suave y espeso cabello rubio, con ojos tan oscuros como el chocolate e igual de seductores, una dulce sonrisa enmarcada por hoyuelos y unas manos fuertes, que le colocó encima de los hombros… Labios que se movían, que pronunciaban palabras tan dolorosas como los golpes de un martillo… «No puedo hacerlo… Lo siento».
El mismo rostro en un rápido montaje de imágenes, en el que volvía a aparecer el rostro de Mary Kelly… Los rostros de todas las mujeres temerosas y maltratadas que había conocido, hasta regresar al primero y más amado, el rostro de su propia madre, tan hermoso, tan joven, tan turbado…
También estaban los rostros de los niños e incluso los de algunos hombres entre las víctimas… Su primo Eric y su preciosa hija Emily en su desesperada huida hacia la seguridad, arrebujados el uno contra el otro para superar el frío invernal de Iowa… ¿Sería posible que aquello hubiera ocurrido las navidades anteriores?
Vio el rostro de Eric en tiempos más felices, junto con el de su hermana Rose Ellen… Los vio como los niños con los que ella había jugado en la granja de la tía Lucy y el tío Mike. También estaban los hijos del tío Rhett, aunque a ellos los veía con menos frecuencia. Eran mucho mayores que ella. Lauren, que adoraba los caballos, tenía once años más y el tímido Ethan, que era médico, siete. Además, vivían tan lejos…
Se vio a sí misma, una nerviosa adolescente, bailando con el tío Rhett, que acababa de ser elegido presidente de Estados Unidos, en medio del brillo y de la excitación del baile inaugural. A Dixie, la primera dama, sonriente y radiante. Se volvió a ver a sí misma de niña, montada en el tractor del tío Mike mientras Eric, que iba sentado al otro lado, se reía a carcajadas.
Se vio aún más pequeña, aterrada y muy emocionada, cuando su padre la llevó a dar una vuelta a la manzana a lomos de su Harley. Después, ella había aprendido a montar en moto y había tenido su Harley durante un tiempo, pero el paseo en moto que recordaba más vivamente era aquél, el primero.
Los rostros de sus padres, sus primeros recuerdos. La casa que tenían en Sioux City. Su dormitorio. Cuadros y más cuadros… Estaciones y colores… Lugares y rostros… Imágenes e imágenes…
En aquellos momentos, nada.
«Ahora estoy ciega. ¿Y si no vuelvo a ver nunca más? ¿Y si es para siempre y lo único que me quedan son los recuerdos?».
Se despertó envuelta en un sudor frío. El corazón le latía a toda velocidad. Muy cerca sonaba el pitido de un monitor. Una mano muy familiar le tocaba la suya y le acariciaba el brazo. El rostro. La voz de su madre resonó como si hablara con una niña muy pequeña.
– Tranquila, tesoro… Tranquila…
– ¿Mamá?
– Los dos estamos aquí, cielo -dijo su padre. Tocó suavemente la mejilla de Caitlyn y ella suspiró. Un momento después, el monitor quedó en silencio.
– ¿Me podéis dar un poco de agua?
Un momento después, sintió que la incorporaban de la cama. Una momentánea sensación de pánico se apoderó de ella. Controló la necesidad de extender la mano, de tratar de mantener alejado la nada que la rodeaba. Notó el tacto suave de la pajita en los labios, por lo que inclinó la cabeza y empezó a beber.
– Gracias -dijo. Se echó hacia atrás y se colocó en una postura más cómoda.
– ¿Cómo te encuentras? ¿Te podemos traer algo? -preguntó la voz de su madre, algo temblorosa. Aquello puso más nerviosa a Caitlyn dado que su madre, como físioterapeuta, estaba acostumbrada a los hospitales y a los enfermos. No se arredraba fácilmente.
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