– No, estoy bien -respondió, apretándole la mano con fuerza a su madre.
– Cielo, si te encuentras bien -dijo su padre-, hay unas personas aquí a las que les gustaría hablar contigo.
– Ya he hablado con la policía.
– No es la policía, sino… Es el camionero al que tú… Ha…
– ¿Sigue aquí? -preguntó Caitlyn, con voz irritada. No le apetecía tener que aliviar la culpabilidad que él tenía en la conciencia.
– Sí y ha… Ha traído a algunas personas que quiere… Caty -añadió, tras una pequeña pausa-, creo que deberías escuchar lo que tiene que decirte.
Antes de que pudiera responder, se vio distraída por un dolor muy fuerte que sentía en los dedos. Comprendió que era su madre, que se los estaba apretando con demasiada fuerza.
– Mamá… -murmuró.
La presión cesó inmediatamente. Entonces, notó la mejilla de su madre con la suya mientras ella hablaba.
– Creo que debo marcharme. Estaré fuera.
Notó un movimiento y enseguida, notó un vacío a su lado.
– Papá, ¿qué le pasa a mamá?
– Todo esto le ha resultado muy duro -respondió su padre-. Nos lo ha resultado a todos…
– Lo siento, papá… -musitó Caitlyn, entre lágrimas que no pudo contener-. Lo siento…
– Venga… -susurró su padre. El vacío que había al lado de Caitlyn quedó lleno por una calidez y un olor muy familiar.
– No te dije… No podía…
– ¿Decirme qué, tesoro?
– Lo que estaba haciendo. No podía… Sigo sin poder… Es tan importante… ¿Me comprendes? -preguntó, tratando de horadar la oscuridad. Hubiera dado cualquier cosa por poder ver. Cualquier cosa.
– No, no puedo decir que te comprenda -replicó él. Las manos que la habían abrazado la soltaron-. Y tú no ayudas, ¿sabes?
– Lo siento -repitió ella, presa de una terrible tristeza. La mano de su padre le colocó en la mano un puñado de pañuelos de papel-. No puedo correr el riesgo de delatar a los demás. Lo que hacemos es tan importante… La gente a la que ayudamos no tiene a nadie más a quien recurrir. Todo tiene que seguir adelante, aunque yo no pueda…
– Entonces… -dijo su padre. Caitlyn notó que él trataba de comprender- Supongo que es como esa organización llamada Vía Subterránea, de la Guerra Civil, sólo que vosotros ayudáis a las personas a escapar… ¿De qué? ¿De la violencia doméstica? ¿De abusos sexuales?
– De los que abusan de ellos. De los que la ley no puede ni quiere tocar. Algunas veces la ley y la justicia no van de la mano -afirmó-. A pesar de que en algunos casos contamos con el sistema de protección de testigos, no es suficiente para escapar. Algunas veces, la gente tiene que… desaparecer -añadió, con voz sombría.
– Caty lo comprendo. De verdad, pero ¿por qué? -le preguntó su padre. Inmediatamente, volvió a quedar en silencio. Entonces, lanzó una risotada-. Supongo que ya sé la respuesta, pero ¿cómo diablos te metiste en…?
– Por Internet. Durante el primer año de universidad. Yo me sentía sola, presa de la añoranza… Empecé a pensar en lo afortunada que era. Mamá y tú… en el modo en el que os conocísteis… -susurró-. Quería averiguar más, eso es todo. Violencia doméstica, abusadores, acosadores… Todo eso. Así fue como empezó. Lo siento.
– Caty hija, el que lo siente soy yo -musitó su padre, con la voz ahogada por la emoción.
Como no pudo encontrar palabras de consuelo para su progenitor, Caitlyn buscó a tientas su mano y la agarró con fuerza.
Desde el otro lado de la ventana de cristal, C.J. observaba las emociones que se dibujaban en el rostro de Caitlyn. Fue testigo de cómo Wood bajó la cabeza para ocultar la angustia de su rostro a unos ojos que ya no podían verla…
Había estado espiándolos descaradamente. Se le había hecho un nudo en el estómago del que no se podía librar. Sabía que no era responsable de lo ocurrido. Se lo había repetido una y otra vez. Caitlyn había tomado sus decisiones mucho antes de que los dos se conocieran, de que ella decidiera incluirlo en su cruzada sin ni siquiera preguntarle si quería que así fuera. Legalmente no tenía culpa alguna. Seguramente, éticamente tampoco. Lo sabía muy bien y también conocía, que más profundamente, había otra unidad de medida, de la que no sabía el nombre, pero que le decía que cuando hay que ayudar a un ser humano, un hombre no debe pararse a pensar en el coste que ello puede acarrearle a él mismo. Según esta última unidad de medida, había demostrado plenamente sus carencias y le costaba vivir con ese peso.
Además, sabía que no iba a poder olvidarlo hasta que no consiguiera enmendarlo.
En aquellos momentos, mirando a padre e hija juntos, sentía una angustia en el vientre que le hizo comprender que tal vez no habría modo de enmendar aquella situación. Nunca.
El hecho de haber escuchado la conversación no le daba mucho con lo que consolarse. Además, había mucho que ni siquiera había comprendido. Sin embargo, sí había oído lo suficiente como para estar seguro de que el asunto no era algo que ninguna de las dos partes en la conversación quisiera que supiera el FBI. Por eso, cuando vio que su concuñado, el agente especial Jake Redfield y Charly se acercaban, entró en la habitación y dio a conocer su presencia con una tos.
– C.J. -dijo Wood, con aspecto aliviado. Inmediatamente, le indicó que se acercara-. Le estaba diciendo a Caty… Bueno, más bien estaba a punto de decirle… Bueno, ¿por qué no te sientas? Cielo -añadió, dirigiéndose a su hija-. C.J. está aquí. Ya te he dicho que tiene algo de lo que le gustaría hablarte. Están todos aquí -se corrigió, al ver que Charly y Redfield también estaban presentes-. C.J., te dejo a ti las presentaciones.
Wood se echó a un lado, pero no abandonó la habitación. Se retiró a un rincón y lo observó todo como un centinela. Como un guardaespaldas, decidido a vigilar a su hija sin que ella se diera cuenta.
Con tantos pares de ojos en la habitación, C.J. se cuidó mucho de no observar a Caitlyn durante demasiado tiempo. Sin embargo, un vistazo le bastó para ver la expresión cautelosa y algo enojada que se había reflejado en aquellos rasgos delicados de princesa de cuento de hadas. Rápidamente, presentó a Charly y al agente especial Redfield.
Las manos que había apoyadas sobre las sábanas se apretaron hasta convertirse en puños.
– No voy a responder más preguntas -dijo, con voz remota, como si ya no le importara nada.
Sin inmutarse, Jake Redfield arqueó las cejas y miró a Caitlyn como si ella pudiera verlo. Se había colocado a su lado, al otro lado de C.J. Charly estaba los pies de la cama.
– No importa -dijo, muy tranquilamente-. No pienso hacerle ninguna, al menos ahora. Sin embargo, lo que sí que me gustaría es que escuchara lo que tengo que decirle. ¿Cree que puede hacerlo?
Capítulo 5
El silencio que reinaba en la habitación era muy intenso. Por el contrario, el mundo exterior vibraba con diferentes sonidos. C.J. era muy consciente de los sonidos y de los ruidos que se producían como si estuviera experimentando el mundo desde la perspectiva de una mujer postrada en una cama de hospital. Una mujer ciega.
Redfield miraba a Caitlyn atentamente y casi como si ella hubiera notado aquella mirada, estiró lentamente los dedos y rozó suavemente la sábana, como si estuviera avergonzada. Entonces, miró en dirección a Redfield y afirmó:
– Muy bien.
Cuando Redfield se sentó sobre la cama y empezó a mirar a Caitlyn como si ella pudiera verlo, C.J. sintió una turbadora sensación en el vientre. No quería pensar que fueran celos. Esperaba que no lo fueran. Nunca antes se había sometido a aquella clase de sentimientos. No obstante, experimentó una extraña presión en su interior cuando Jake volvió a tomar palabra con una voz suave, casi íntima.
– Me alegro de escuchar eso.
– Adelante -musitó Caitlyn.
– Muy bien -dijo Redfield, con voz mucho más profesional-. Éste es el trato. El hombre cuya hija te llevaste, Ari Vasily es un hombre muy peligroso.
– Dígame algo que yo ya no sepa -replicó Caitlyn, con un bufido.
– Nosotros, el FBI, estamos muy interesados en el señor Vasily. Llevamos algún tiempo muy interesados en él -dijo Redfield. Caitlyn lo escuchaba muy atentamente-. Llevamos tiempo observando algunos de los negocios del señor Vasily desde antes de los ataques terroristas del once de septiembre. Siempre hemos creído que ocupaba un papel fundamental en el negocio de drogas ilegales y de armas, que posiblemente sea la clave en Miami y casi seguro un eslabón fundamental entre los colombianos y los traficantes de Oriente Medio. Desde los ataques, al seguir el rastro del dinero de los terroristas, hemos encontrado indicios que sugieren que los vínculos que el señor Vasily tiene con Oriente Medio pueden tener que ver con mucho más que las drogas. Creemos que Ari Vasily puede ser responsable de haber canalizado cientos de millones de dólares a las cuentas bancarias de los terroristas.
– Si es eso lo que creen, ¿por qué no lo han detenido? -preguntó Caitlyn.
C.J. pasó de mirar las manos de Caitlyn para hacerlo con su rostro. Su voz había resonado tan débil, tan frágil, que no se sintió preparado para la expresión acusadora que se le había reflejado en el rostro.
«Si lo hubieran hecho, nada de esto habría ocurrido», parecía querer decir.
– Sabemos que los vínculos existen -prosiguió Redfield-, pero hasta ahora, no hemos podido encontrar los que apunten a Vasily. Es un hombre inteligente y cuidadoso y dispone de unos recursos casi ilimitados. Se protege debajo de tantas capas, que hasta el momento, nos ha sido imposible conseguir una línea de investigación que lo apunte directamente a él. Hemos conseguido encontrar y cerrar muchas, pero lo que no hemos podido hacer es conectar ninguna de esas líneas de investigación con el pez gordo, que creemos que es Vasily. Lo sabemos, pero no podemos demostrarlo -concluyó Jake, con voz atenazada por la ira y la frustración.
– ¿Y qué tiene que ver todo esto conmigo?
– Creemos que usted podría ser su primera equivocación -respondió Jake-. Nos gustaría averiguar si puede ser fatal.
– ¿Equivocación? -susurró Caitlyn-. ¿Cómo?
– Ésta ha sido la primera indicación que hemos tenido de que Vasily sea un ser humano -respondió Redfield-. Evidentemente, su hija es importante para él. Tan importante, que cuando se enfrenta con la posibilidad de perderla, parece estar dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de recuperarla, incluso corriendo un riesgo sin precedentes. Hablando en plata, creemos que Vasily ordenó que su esposa fuera asesinada. Creo que resulta evidente, aunque no haya manera de demostrarlo en un tribunal de justicia. ¿Por qué ha decidido hacer algo así, exponiéndose a la justicia, cuando ha logrado evitarla durante tanto tiempo? Porque se ve empujado por la frustración -dijo, respondiendo así él mismo a su pregunta-. Ha estado meses esperando que usted se desmoronara, sin poder hacer nada para recuperar a su hija, y finalmente se ha visto empujado a cometer una estupidez. Ahora, lo único que tenemos que hacer nosotros es aprovecharnos de esa equivocación.
– ¿Cómo van a hacerlo? -susurró Caitlyn-. Si no pueden demostrar que él lo hizo… que mató a Mary Kelly.
– Hizo que mataran a Mary Kelly por una razón, Caitlyn. Para mandarle un mensaje a usted. Mire, usted fue la que consiguió arrebatarle a su hija. Sabe que su esposa no tenía los recursos para hacerlo, así que evidentemente, usted es la que sabe dónde está.
– Pero yo no…
– Vasily probablemente se imaginó que usted se asustaría tanto por el tiroteo que cedería y le diría lo que sabe al juez -dijo Redfield, interrumpiéndola-, y que así, él podría recuperar a la niña. No contó con que usted se pusiera en la trayectoria de una bala.
– ¿Cómo puede estar tan seguro de eso? ¡Había balas volando por todas partes! -exclamó Caitlyn-. Otras personas resultaron heridas. ¿No podría haber sido, no sé… al azar? -añadió, con una mirada de niña perdida en el rostro.
– Todo es posible -afirmó Jake, aunque no muy convencido-, pero piense en esto. Los primeros disparos dieron a los guardias, pero sólo los hirieron. Entonces, una bala le dio a la señora Vasily en el corazón. La única razón por la que le dio a usted primero en la cabeza fue porque usted oyó esos primeros disparos y se le metió en la cabeza la alocada idea de proteger a Mary Kelly. Vasily debió de estar a punto de tener un ataque al corazón cuando lo vio. Le aseguro que hizo falta un verdadero tirador profesional para hacer algo así, pero en estos momentos, yo no daría ni un centavo por la vida de ese hombre. Vasily la quiere a usted y la quiere viva.
Caitlyn pensó que aquello debía de ser lo que se sentía cuando uno se está ahogando. Una oleada de miedo se apoderó de ella. Se vio envuelta en una negrura viva y asfixiante. A pesar de todo, mantuvo la mente muy lúcida.
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