Jackson terminó de cenar y apartó el plato a un lado, junto con aquellos turbadores recuerdos del pasado.

– ¿Qué es eso que tus padres compartieron y que tú quieres para ti misma?

Alexis tardó algunos minutos en responder. Estaba abstraída en la hermosa puesta de sol, que estaba tiñendo el horizonte de espectaculares gamas de rojos, naranjas y violetas.

– Por lo que recuerdo, mis padres estaban muy enamorados el uno del otro. Su afecto era tangible. Yo nunca me sentí ignorada en esa relación, sino como si representara una gran parte de aquel amor. Eso es algo que me he guardado en el corazón desde que murieron. Estoy segura de que esa clase de matrimonio existe para unos elegidos que tienen la suerte de que el destino los una. Sin embargo, hasta ahora, yo no he sido tan afortunada. Y no quiero conformarme con menos de un amor puro y una relación que se base en el respeto y la confianza mutuos.

Aquello que Alexis deseaba no parecía encajar con lo que desearía la despiadada mujer de negocios que él se había imaginado que era. ¿Cómo podía haber robado algo tan descaradamente y luego pedir respeto y confianza en una relación? Todo era tan contradictorio que solo consiguió que Jackson se sintiera aún más confuso.

– Durante los últimos cuatro años, he dedicado toda mi energía a evitar que la empresa de mi tío quiebre y no he tenido mucho tiempo de salir con nadie ni de embarcarme en una relación romántica.

Sonaba muy pragmática, pero Jackson pudo ver a través de sus palabras el verdadero deseo que albergaba su corazón. Para él estaba muy claro que lo que Alexis Baylor deseaba con todo su corazón era que un hombre la cortejara y le robara el corazón para siempre.

– Y por eso estás aquí, en Fantasía de Seducción, para descubrir lo que te has perdido hasta ahora.

Alexis asintió.

– Sí, efectivamente, esa es una de las razones por las que estoy aquí -admitió Alex.

Había más. Jackson no podía negar que se sentía intrigado por descubrir qué más podría haber.

– ¿Qué otras razones hay?

– Eso es algo muy íntimo y personal -replicó ella amablemente-. A menos que tú me cuentes primero las razones que te han traído aquí.

Jackson se echó a reír y recordó que aquellas eran las mismas palabras que él le había dicho en el hidroavión cuando ella le había preguntado por su fantasía.

– Touché -murmuró.

El camarero volvió a aparecer en aquel instante para llevarse los platos de la cena y servirles a cada uno de ellos una porción del postre que Jackson habían pedido expresamente para terminar la cena de aquella noche.

Mientras Geoffrey les llenaba de nuevo las copas de champán, Alexis probó el postre. Entonces, abrió los ojos, muy sorprendida.

– ¡Dios mío, Jackson! ¡Esto es maravilloso!

– Me alegro de que te guste -dijo él-. Es créme brulée de amaretto. El chef me aseguró que sería una delicia.

– Me encanta el sabor del amaretto -susurró ella mientras entornaba los ojos como para saborear mejor el sabor exótico del postre-. ¿Cómo lo has sabido?

Jackson se encogió hombros.

– Ha sido por suerte.

– Es esa habilidad tuya, ¿verdad?

– No pienso admitir nada -bromeó él, sin querer revelar dónde había descubierto aquel detalle.

Cuando el camarero terminó de encender unas cuantas velas más, Jackson le dio las gracias por su servicio y le dijo que podía marcharse. Entonces, se quedaron solos. Durante los siguientes minutos, se dejaron llevar por el delicioso sabor del postre. Alexis devoró hasta el último bocado y no tuvo reparo alguno en terminarse lo que él se había dejado en el plato.

Cuando hubo terminado, tomó un sorbo de champán y se recostó en la silla con un suspiro de felicidad. Al menos, un apetito estaba saciado.

– Bueno, ¿y tú, Jackson? -preguntó ella, con un hilo de voz.

– ¿Y yo, qué?

– Bueno, yo te he hablado de mi historia con los hombres y las relaciones sentimentales. ¿Cómo es que ninguna mujer ha conseguido llevarte todavía al altar?

El cuerpo de Jackson se tensó. Se obligó a sonreír, diciéndose que ella no buscaba nada en particular más que saber una información recíproca sobre él. Además, en aquel aspecto en concreto de su vida, no tenía nada que ocultarle.

– Bueno, te puedo asegurar que yo no soy virgen -dijo, en tono de broma.

– Eso nunca se me había pasado por la cabeza -comentó Alex, riendo.

– Supongo que es por el mismo cliché que todo el mundo utiliza. No creo haber encontrado a la mujer adecuada todavía.

– ¿Y estás buscando?

– No -contestó, con más determinación de lo que había previsto en un principio. Entonces, suavizó el tono y prosiguió hablando-. Hace unos años estuve prometido y no estoy deseando repetir el proceso en un futuro próximo.

– ¿Qué ocurrió para que pienses así? -quiso saber ella al tiempo que fruncía el ceño.

– Pensé que la conocía y confiaba plenamente en ella. Unas cuantas semanas antes de la boda descubrí que no era yo lo que quería, sino lo que mi dinero podría comprar.

Demasiado tarde, se dio cuenta de lo mucho que le había contado. Sin embargo, una parte de él no se lamentaba por haberle contado algo que lo había estado quemando por dentro durante los últimos cuatro años. De hecho, se sentía liberado por haber podido dar rienda suelta a la amargura que lo corroía por dentro.

– Y por eso ahora… -le indicó ella. Evidentemente, quería que él compartiera algo más sobre su experiencia pasada y cómo el engaño de su prometida había condicionado su relación con las mujeres.

– Y por eso, ahora, me cuesta mucho confiar en las mujeres -admitió él, compartiendo un secreto muy íntimo con ella.

– Jackson… No todas las mujeres somos como ella.

– No, pero, en mi experiencia, todas las mujeres han buscado siempre algo de mí, así que he aprendido a tener mucho cuidado.

Alexis pareció algo aturdida por aquella afirmación tan sincera, por lo que Jackson se preguntó inmediatamente si habría conseguido remover su conciencia. ¿Estaría ella recordando cómo había hecho que una persona se infiltrara en Extreme Software para su propio beneficio? ¿O estaría pensando en el hecho de que, en aquellos momentos, lo estaba utilizando a él para su propia fantasía, para la parte que no había querido divulgar anteriormente? ¿Qué haría Alexis si, en aquel mismo momento, le revelaba su verdadera identidad? Sin embargo, ¿por qué estaba dispuesto a pensar lo mejor sobre Alexis cuando él conocía de lo que era capaz?

Alexis se levantó en aquel instante y se dirigió hacia la barandilla de la terraza para mirar al mar. Jackson dejó que estuviera unos momentos sola, principalmente porque él también los necesitaba. Se sentía muy confuso. Estaba teniendo sentimientos que no quería tener. Dudas, ternura… Nunca debería haberle contado aquella parte de su pasado…

Rápidamente, reconstruyó sus defensas. Era hora de poner aquella velada y su fantasía en la perspectiva adecuada. Y aquello significaba concentrarse en seducir a Alexis.

Capítulo Seis

Alex cerró los ojos y aspiró el aroma del océano. Una suave brisa soplaba, acariciándole la piel como los dedos de un amante. Lo que quería, lo que de verdad quería, eran las caricias de Jackson, pero dudaba seriamente que él quisiera tener algo con ella si averiguaba el otro motivo que la había llevado a Fantasía de Seducción. Igual que las otras mujeres que había habido en su vida, ella también quería algo de Jackson, aunque no era su dinero. Quería tener un hijo con él, un hijo al que poder considerar solo de ella, resultado de una apasionada relación que recordaría para siempre. Ese niño le daría la familia que llevaba buscando la mayor parte de su vida, un niño que la amara incondicionalmente y que fuera el centro de su vida.

Se aferró con fuerza a la barandilla. Nunca había esperado experimentar culpa y confusión sobre el hecho de que hubiera reservado aquella fantasía para tener un hijo. En realidad, no había esperado encandilarse tanto con el hombre que debía engendrar su hijo, un hombre que la hacía sentirse hermosa y especial. Jackson no solo era un hombre atractivo y sensual, sino que poseía rasgos que ella admiraba y que habían despertado sus emociones. En aquellos dos días, había visto sinceridad y honradez y, durante su conversación de aquella noche, había sabido lo mucho que valoraba aquellos atributos. Y también le había dejado muy claro que no le gustaba que lo utilizaran.

Por mucho que le costara, Alex decidió apartar sus inseguridades y tranquilizar su conciencia. Los dos estaban en aquella isla por voluntad propia. Había riesgos ocultos para las partes que decidían participar en una fantasía, teniendo en cuenta que las peticiones de cada persona se mantenían en secreto a menos que las partes implicadas decidieran lo contrario. Como Jackson y ella estaban todavía ocultándose sus verdaderas intenciones, en esencia, los dos se estaban utilizando.

En cuando a los riesgos, había una docena de ellos. Ella misma se estaba arriesgando con Jackson al estar con él y elegirlo como el hombre que iba a enseñárselo todo sobre el deseo y la pasión. A cambio, él también estaba corriendo riesgos con su fantasía y con Alexis. Por eso, al final de aquella semana los dos se marcharían habiendo cumplido sus fantasías y sin ningún sentimiento de culpa. No podría ser de otra manera.

Oyó que él se levantaba y se acercaba lentamente. El deseo se apoderó inmediatamente de ella, pero no se volvió para mirarlo. Entonces, Jackson colocó las manos sobre la barandilla, a ambos lados de las de ella y la atrapó entre sus brazos. En aquel momento, todas las dudas que hubiera podido albergar se evaporaron.

Por muy egoísta que fuera, quería pasar aquellos momentos con Jackson y disfrutar de todo lo que él le pudiera ofrecer. Durante muchos años, había sido ella la que había dado y le tocaba por fin disfrutar.

Jackson bajó la cabeza al lado de la de ella y frotó su mejilla contra su cabello.

– ¿Estás lista para que yo cumpla la promesa que te hice en la boutique?

Una serie de imágenes prohibidas empezaron a cruzarle por la cabeza, convirtiéndose en unos pensamientos tan eróticos que hicieron que las rodillas se le doblaran.

– ¿Qué promesa era esa?

– La promesa del placer -respondió él, acariciándole suavemente los hombros desnudos de un modo tan provocativo que hizo que se le pusiera la piel de gallina-. Y, si me acuerdo correctamente, tú también me hiciste algunas promesas.

Alex sintió que una sensación extraña le oprimía la garganta y el pecho.

– ¿Yo?

– Sí -replicó él en voz muy baja.

Sus enormes manos le acariciaron ligeramente la espalda con sedosas caricias, recorriendo los contornos de la cintura, caderas y muslos hasta que se detuvieron sobre el vientre de Alex. Lentamente, hizo que se echara hacia atrás y que cubriera los pocos centímetros que los separaban hasta que el trasero de Alex descansó contra las caderas de él.

Ella gimió y se aferró con fuerza a la barandilla. Sintió la erección que se erguía bajo la cremallera de los pantalones de Jackson; el calor líquido que le fluía por las venas parecía haberse concentrado entre sus muslos.

– Me prometiste que me dejarías descubrir lo que llevas debajo de este vestido.

– Dije que tal vez te dejaría -susurró ella, temblando al ver la intensidad con la que él la miraba.

– Acepto el desafío, Alexis.

– Eso es exactamente lo que yo esperaba…

Jackson extendió las manos y las movió sobre el terciopelo que cubría sus hermosas curvas, creando una excitante fricción por todas las partes que acariciaba. A través de la tela del vestido, Jackson parecía tratar de descubrir cada una de las prendas de lencería que llevaba, descubriéndolas más con el sentido del tacto que con el de la vista. Por fin, le moldeó los pechos con las manos y terminó por meterle la mano por el escote para sentir la textura del sujetador.

– Bonito y de encaje, aunque no me sorprende -dijo, con la voz llena de satisfacción-. Creo que es negro.

Los pezones de Alex se irguieron con la esperanza de sentir en ellos las caricias de los dedos de Jackson, pero él, deliberadamente, apartó la mano.

– Después de tanta tortura, tendrás que descubrirlo por ti mismo -susurró ella con un gruñido de frustración.

– No dudes que lo haré. A su debido tiempo -replicó Jackson, riendo.

Efectivamente, no parecía tener ninguna prisa. La tentaba sin piedad, turbándola con sus exploraciones. Después, les tocó el turno a las caderas. Cuando le tocó la pelvis, esta se movió instintivamente hacia delante. Sin embargo, Jackson no prestó atención a aquella silenciosa súplica y siguió bajando, poco a poco. Se agachó un poco para poder meterle las manos por debajo de la falda y luego se incorporó, dejando que estas subieran lentamente por los muslos mientras la tela del vestido se le iba recogiendo encima de las muñecas.