– Y lo es. Una escapada de nuestra escapada, con mucha intimidad, ya que estamos en medio del océano…

– Sí, eso también.

– Pareces saber exactamente lo que estás haciendo. Me siento muy impresionada con tus conocimientos de navegación.

– Finjo muy bien.

– Venga, en serio, ¿dónde aprendiste a navegar?

Jackson se encogió de hombros.

– Tengo un barco de treinta pies, más pequeño que este, con el que salgo a navegar los fines de semana. Es mi manera de escaparme cuando la vida se vuelve demasiado estresante.

De nuevo revelaba algo sobre su intimidad. Alex había respetado su reserva, pero esperaba que él le diera alguna vez algo con más peso que los pequeños retazos de su vida con los que le había ilustrado hasta entonces.

– Entonces, ¿tienes una vida ajetreada? -preguntó ella, esperando obtener más detalles.

– ¿Acaso no la tenemos todos?

Nada. Alexis se mordió los labios por la frustración de no haber conseguido sacarle nada. Había respondido su pregunta con una pregunta que ella no tenía por qué responder. Suspiró, decidió no prestarle más atención a aquel tema y, en vez de eso, reavivó algunos de los recuerdos de su infancia para poderlos compartir con Jackson.

– No he estado en un barco desde que era una niña -le dijo-. En realidad, desde que mis padres murieron. Ellos tenían un barco y salíamos a navegar por la costa de San Diego casi todos los fines de semana. A ellos les encantaba navegar y volar, estar al aire libre… De hecho, no me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos la navegación hasta ahora.

– ¿Qué le ocurrió al barco de tus padres cuando ellos murieron?

– Mi tío lo vendió. A él no le gustaba navegar ni los pasatiempos al aire libre. Las pocas veces que vino con nosotros a un crucero, se pasó la mayor parte del tiempo con la cara de color verde y asomado por el costado del barco.

Jackson se echó a reír. De repente, la proa del barco cortó una ola y salpicó de agua toda la cubierta, refrescándolos a los dos.

– ¿Has pensado en comprarte de nuevo otro barco ahora que eres mayor?

– Tal vez lo haga algún día, cuando tenga a alguien en mi vida a quien le guste navegar tanto como a mí.

«Alguien como tú», pensó, sin poder evitarlo. Sabía que aquellos pensamientos eran inútiles. Su tiempo con Jackson estaba muy limitado. No tenía ningún derecho a desear más.

Decidió que debía disfrutar el momento, porque, en lo que se refería a su fantasía, no parecía haber avanzado mucho, por muy bien que él la hiciera sentirse. Se cubrió los ojos con la mano y miró hacia la isla. Entonces, decidió esforzarse para que cada momento que pasara con él fuera inolvidable. También llegó a la conclusión de que debía darle tanto como pensaba tomar de él para que los dos pudieran regresar a sus casas con recuerdos muy especiales, recuerdos que les pudieran durar toda una vida.

Capítulo Ocho

Alexis se reclinó más cómodamente sobre el pecho de Jackson y tomó un sorbo de la copa de vino que estaban compartiendo. Estaban relajándose en el barco, después de disfrutar de otro día lleno de diversión. La noche había caído y la luna llena había iluminado el aterciopelado cielo, que aparecía también generosamente adornado por miles de estrellas. El barco se mecía suavemente sobre el lecho del mar.

Ella estaba sentada entre las piernas abiertas de Jackson y tenía la cabeza sobre su hombro. Él le rodeaba la cintura con un brazo, en una postura cómoda que los amantes de todos los tiempos habían compartido. Sin embargo, Alex era muy consciente de que todavía tenían que cruzar ese umbral en su relación. Si tuvieran todo el tiempo del mundo, no le habría importado la lenta seducción que mantenía su cuerpo en un constante estado de excitación. La intimidad que habían alcanzado la hacía desear poder disfrutar de más de una semana con un hombre como Jackson. Sin embargo, saber que los dos se marcharían por caminos separados a los pocos días hacía que estuviera mucho más ansiosa por hacer el amor y experimentar la culminación de toda la anticipación que habían estado construyendo desde el momento en que se habían conocido en el avión.

No comprendía por qué Jackson se resistía a la descarada tensión sexual que era tan evidente entre ellos. Había pasado otro día y lo había hecho demasiado rápido. Habían pasado la tarde al otro lado de la isla de Fantasía de Seducción. Habían estado practicando el submarinismo entre los acantilados, habían montado a caballo en la playa y habían explorado las cuevas que habían encontrado a lo largo de la costa. Incluso habían construido juntos un castillo de arena. Luego, se habían peleado, tirándose bolas de arena húmeda. Después de que Alex se hubiera declarado vencedora, él la había tomado entre sus brazos y la había llevado al mar para que pudieran lavarse los restos de arena que les quedaban en la piel. Jackson le había limpiado con mucho cuidado brazos y piernas hasta que había estado completamente limpia y llena de deseo. A continuación, ella le había devuelto el favor y le había acariciado descaradamente hasta que él había terminado por declarar una tregua antes de que fueran demasiado lejos en una playa pública.

Habían cenado en un pequeño café, en traje de baño. Allí, se habían dado de comer el uno al otro con los dedos, alimentándose con gambas y otros mariscos. Después, habían regresado al barco justo cuando el sol se estaba poniendo. Jackson la había ayudado a subir al barco y ella, dejándose llevar por sus deseos de jugar, lo había empujado. Antes de eso, él la había agarrado por la cintura y habían terminado los dos cayendo al mar.

En el agua, habían jugueteado, haciéndose ahogadillas mutuamente. Entonces, Alexis lo había besado apasionadamente, tanto que estuvo a punto de ahogarlos a los dos. Con aquel beso, le había dejado muy claro el deseo que sentía por él y Jackson había respondido con una pasión muy similar.

Sin embargo, cuando estuvieron de nuevo en el barco, él había vuelto a poner distancia entre ellos. Le había entregado una toalla mientras se secaba con otra. Luego, había desaparecido debajo de cubierta para regresar con una botella de vino y una copa, que estaban compartiendo.

Y allí estaban, abrazándose. Tenían los bañadores todavía puestos, aunque la distancia emocional que había entre ellos preocupaba mucho a Alex. Decidió que era ella la que tenía que romper aquellas barreras de una vez por todas.

– ¿Sabes una cosa? -le preguntó mientras entrelazaba sus dedos con los de él-. Estoy empezando a creer que hoy has tratado de agotarme deliberadamente, igual que lo hiciste ayer.

– Solo quiero asegurarme de que te diviertas -le aseguró él-. Y, si recuerdo correctamente, tú misma me diste órdenes de hacer que hoy te distrajeras.

Efectivamente. Era un hombre que se tomaba las órdenes muy en serio. ¿Qué haría si le ordenaba que le hiciera el amor? Aquel pensamiento la tentó e intrigó.

– Bueno, me lo estoy pasando estupendamente, pero se me ocurren muchos otros placeres que todavía nos quedan por probar -susurró ella, acercando tanto el rostro al de él que sus bocas estuvieron a pocos centímetros.

Entonces, con una mano le acarició el cabello, que todavía tenía húmedo y le obligó a besarla. El beso fue lento y dulce, templado con mucha reserva por parte de Jackson.

Con un suspiro que expresaba claramente su insatisfacción, Alexis dio por terminado aquel beso. Entonces, él tomó un sorbo de vino y le entregó la copa a ella para que bebiera también. El sabroso caldo le estimuló las papilas gustativas, pero no consiguió aplacar el fuego que le ardía en el vientre.

– Había veces en las que mis padres sacaban el barco por la tarde, pero no me llevaban. Ahora comprendo por qué. Resulta muy romántico estar flotando en medio del océano, solo con el mar y el cielo.

– Parece que tus padres estaban muy enamorados.

– Sí, así era.

Antes de que terminaran lanzándose a una conversación que, una vez más, versara solo sobre ella, Alex se incorporó un poco para mirarlo. La tenue luz le iluminaba suavemente los rasgos y mostraba abiertamente la reticencia que se adivinaba en sus ojos.

– ¿Sabes una cosa? Yo soy la que siempre está hablando sobre mi vida.

– Yo también te he contado cosas -replicó Jackson, con un tono defensivo en la voz.

– Algunas, es cierto. Cuéntame un recuerdo de tu infancia, Jackson. Algo de lo que te acuerdes.

– ¿Como qué? -preguntó él, frunciendo el ceño.

– Cualquier cosa…

Él apartó la mirada y dejó clara constancia de su desgana para hablar sobre sí mismo. Alex decidió cambiar de táctica. También cambió de postura. Se colocó a su lado, de manera que su rostro estuviera casi a la misma altura del de él, aunque Jackson la tenía todavía agarrada de la cintura.

– De acuerdo. ¿Qué te parece si yo comparto contigo un recuerdo de mi infancia, algo que nunca le haya contado a nadie? Tú me tienes que prometer que me darás algo a cambio -sugirió ella, mirándolo con gran intensidad. Aunque aquella vez él tampoco accedió verbalmente, Alex decidió aplicarle las reglas del pacto de silencio-. ¿Sabes por qué me gusta tanto el amaretto?

– No tengo ni idea -respondió él, con una sonrisa.

– Bueno, cuando tenía unos siete años, me encontré una caja de bombones en el escritorio de mi padre. Eran trufas al amaretto y, cada día, le quitaba una después de regresar del colegio. Mi padre nunca dijo ni una palabra sobre los bombones que faltaban. Cuando se le iban acabando, siempre compraba una caja nueva. Nunca hablamos de que yo le estaba quitando los bombones. Era como si fuera un secreto que los dos compartíamos. Cuando me enteré de que mis padres habían muerto -añadió, con la voz llena de emoción-, lo primero que hice fue sacar la caja de bombones del escritorio de mi padre y esconderla para que nadie pudiera llevársela. Guardé los bombones durante todo el tiempo que pude. Les daba bocaditos muy pequeños hasta que, por fin, los bombones se terminaron. Entonces, cuando vi que la caja no se llenaba por arte de magia con bombones nuevos, comprendí que mis padres no iban a regresar nunca. Ahora, el sabor del amaretto es para mí un consuelo. Siempre me trae recuerdos de mi padre…

– Ojalá yo tuviera algo tan hermoso para compartir contigo.

– Seguro que hay algún recuerdo que destaca en tu infancia.

Jackson guardó silencio. El sonido del mar era lo único que llevaba la quietud que se había apoderado de ellos.

Para no dejar que la frustración se apoderara de ella, Alex cambió la dirección de su conversación.

– ¿Tienes hermanos o hermanas?

– No. Como tú, soy hijo único.

Aquella respuesta había sido un comienzo, por lo que Alex decidió perseverar.

– ¿Siguen vivos tus padres?

– Mi padre murió de un ataque al corazón cuando yo era un niño. Era un hombre cariñoso y amable, por lo que puedo recordar.

Alex esperó que siguiera hablando, pero se dio cuenta de que tendría que sonsacar toda la información que pudiera sobre él.

– ¿Y tu madre?

– Sigue por ahí.

Aquel comentario fue tan duro, que, al principio, Alex pensó que estaba tratando de gastarle una broma, pero rápidamente se dio cuenta de que no era así. En sus ojos, vio una clara amargura, y comprendió que había habido diferencias entre su madre y él que le habían dejado muy afectado a nivel emocional. Sin embargo, se sentía tan segura entre sus brazos, que esa seguridad la animó a no dejar el tema.

– ¿Tu madre no forma parte de tu vida?

– Bueno, solo cuando necesita algo de mí, que suele ser dinero -contestó él entre risotadas.

Alex se echó para atrás para mirarlo. Aquellas palabras, y la dureza que había notado en su voz, la habían dejado atónita. Él aprovechó aquella pérdida de contacto para soltarla. Entonces, apoyó los dos pies firmemente sobre el suelo. Alex se incorporó inmediatamente. Antes de que ella pudiera responder a aquel comentario, Jackson siguió hablando.

– Cuando mi padre murió, no teníamos mucho dinero. Vivíamos en una casa muy pequeña, que debíamos tener alquilada, porque recuerdo que mi madre me decía que ya no podíamos vivir allí tras la muerte de mi padre. Regaló mi perro, que era mi mejor amigo, recogimos nuestras cosas y nos mudamos a un apartamento de un solo dormitorio. Mi madre empezó a trabajar como secretaria. Recuerdo que un día, cuando regresé de la escuela, me la encontré retozando en la cama con su jefe. Yo me senté en el salón y esperé hasta que terminaron. Cuando ese tipo se marchó, ni siquiera me miró a la cara. Yo me enfadé con ella porque no había pasado mucho tiempo desde la muerte de mi padre y ella me dijo que su jefe le había dicho que le iba a dar dinero para que pudiéramos salir del agujero en el que estábamos viviendo.