«Relájate, relájate, relájate…»

Tenía los músculos muy tensos y el corazón le latía a toda velocidad. Alex nunca hubiera creído que tenía miedo a volar. De hecho, el vuelo que había realizado desde San Diego a Miami había transcurrido sin novedad ni ataques de pánico. Sentada en primera clase, en un cómodo asiento de cuero y escuchando música clásica por los cascos que le habían proporcionado, se había visto seducida por la comodidad y la seguridad de verse en un resistente y enorme avión comercial. Sin embargo, en el momento en que se había montado en el pequeño hidroavión de Fantasías, Inc., una aguda aprensión y una claustrofobia insoportables se habían apoderado de ella, junto con una oleada de dolorosos recuerdos infantiles, lo que había tenido un efecto más devastador sobre ella de lo que había imaginado.

«Inspira, espira, inspira, espira…»

Por suerte, la avioneta había alcanzado la elevación necesaria para mantener una calma perfecta. Poco a poco, el pulso errático de Alexis se había ido tranquilizando, aunque no había podido abrir los ojos y mirar por la ventanilla. No tenía ningún deseo de ver el inmenso océano azul que se extendía allá abajo ni pensar en los terribles últimos momentos de vida de sus padres antes de que su avioneta privada se hubiera precipitado sobre el mar, enterrándolos bajo el agua frente a las costas de San Diego.

Se acomodó en el asiento, tan cómodamente como su rígido cuerpo se lo permitía, y se puso a pensar decididamente en la fantasía que había reservado y pagado y que tardaría poco en experimentar. No obstante, aquello no le impidió recordar que había estado a punto de cancelar el viaje en el último momento. Para ser exactos, el día anterior, justo después de que su empresa hubiera recibido una inesperada demanda que aludía a una infracción de los derechos de autor. El querellante, Extreme Software, afirmaba que era el dueño del código propietario que ella había utilizado en su juego y trataba de evitar que Gametek comercializara Zantoid. Se había fijado la vista la semana después de que ella regresara de sus vacaciones. Sus abogados le habían asegurado que no era necesario que ella acudiera a los procedimientos, pero ella tenía intención de acudir y verse las caras con las personas que habían demandado a su empresa y que trataban de aprovecharse de su éxito.

Hasta la fecha de esa vista, Dennis Merrick, el vicepresidente de su empresa, le había asegurado que no se ganaría, nada con el hecho de que ella aplazara unas vacaciones que había reservado seis meses antes. Había insistido en que se fuera, se relajara y había prometido ocuparse él mismo de los abogados y de cualquier procedimiento legal que pudiera surgir en su ausencia. Como siempre, le había dejado muy claro que podía contar con él.

Una triste sonrisa se le dibujó en los labios. Si Dennis supiera la naturaleza de aquellas vacaciones, para las que llevaba ahorrando dos años, desde el momento en que había oído hablar de Fantasías, Inc., estaba segura de que no la habría apoyado tanto para que se marchara.

Sin embargo, la opinión de Dennis no habría contado para nada. Sabía lo que quería y no habría nada que pudiera cambiar aquello. Quería que la sedujera un atractivo hombre, sin lazos que los ataran, y regresar a su casa embarazada del niño que había deseado desde hacía tantos años. Un niño que la amara incondicionalmente y le diera la familia que nunca había tenido.

Dennis se habría ofrecido voluntario para que su fantasía se cumpliera, pero Alex no quería la complicación de mezclar su relación profesional con algo más íntimo. También estaba el hecho de que ella no conectaba con él ni a nivel físico ni emocional.

Sabía desde hacía años que Dennis sentía algo muy especial por ella, pero siempre había tenido mucho cuidado de no darle esperanzas. Lo adoraba como amigo, confiaba en él como empleado y lo respetaba como hombre, pero Dennis no hacía que el corazón le latiera a más velocidad. En realidad, no lo había conseguido ningún hombre. Ella no era el tipo de mujer, sensual y sofisticada, que inspirara el interés sexual de un hombre. Dado que, recientemente, había llegado a la conclusión de que probablemente nunca experimentaría la relación apasionada e impetuosa que sus padres habían compartido, aquella fantasía sería su última oportunidad de abandonarse a aquellos emocionantes placeres antes de sumirse en la maternidad en solitario. Aquella fantasía le haría sentirse deseada y deseable.

Alex respiró más tranquila y se rebulló un poco en su asiento. Por la naturaleza íntima y personal de su petición, la señorita Weston le había asegurado que haría todo lo posible por que el hombre de su fantasía tuviera las mismas características físicas que ella, cabello negro y ojos azules, para que tuviera muchas más posibilidades de que concibiera un niño con sus mismos rasgos físicos.

Evidentemente, no había promesa de que ella se marchara de allí embarazada, algo que solo la Madre Naturaleza podía garantizar. Sin embargo, dentro de cinco días, estaría en su momento más fértil y planeaba aprovechar al máximo aquella oportunidad.

De repente, el avión atravesó una zona de turbulencias y la avioneta se agitó, arrebatando a Alex la tranquilidad que había experimentado hasta entonces. Contuvo el aire y, automáticamente, extendió la mano para aferrarse al reposabrazos que había entre su asiento y el del otro pasajero. En vez de eso, entró en contacto con el nervudo y fibroso antebrazo de un hombre. Aquel contacto, la turbó aún más que el breve cambio de altitud. Inmediatamente, apartó la mano y la apretó con fuerza sobre su regazo.

– Lo siento -murmuró, sin abrir los ojos, como si así pudiera ocultar lo avergonzada que se sentía.

Inesperadamente, unos largos dedos le rozaron ligeramente los nudillos y el pulso empezó a latirle a toda velocidad. Alguien, presumiblemente el hombre que estaba sentado a su lado, la había tomado de la mano y lentamente le había extendido los dedos. Alex tragó saliva al sentir que él le estiraba la mano entre dos larguísimas palmas y le proporcionaba una extraña mezcla de calor y de bienestar. Hacía tanto tiempo que estaba sola, que no podía recordar la última vez que había experimentado un gesto tan tierno.

– El pulso le late muy deprisa -dijo él, tocándole suavemente la muñeca-. ¿Se encuentra bien?

Tenía una voz suave y sugerente, tanto que el deseo se apoderó de ella y despertó los nervios femeninos que habían permanecido dormidos durante tanto tiempo. Como le resultó imposible articular palabra, se limitó a asentir.

– Entonces, abra los ojos y míreme para que pueda ver por mí mismo que se encuentra bien.

Por primera vez, desde que se había montado en el hidroavión, Alex abrió los ojos… y se vio reflejada en unos aterciopelados ojos azules que hacían que los suyos propios palidecieran en comparación. Era fuerte, robusto y muy atractivo, tanto que le hizo sentirse muy consciente de sus rasgos, que consideraba muy corrientes. Para estar cómoda durante el viaje, y también por rutina, se había puesto una falda y una camisa muy holgadas, pero nunca se había sentido más avergonzada de su apariencia.

– Eso está mucho mejor -dijo él, sonriendo ligeramente-. Al menos, ahora estoy seguro de que no se va a desmayar encima de mí.

– Estaré bien… en cuanto aterricemos -susurró Alex, con un hilo de voz.

– Lo que no puede ser lo suficientemente pronto, ¿me equivoco?

– No -admitió ella, tras lanzar una risotada nerviosa-. Cuanto antes, mejor.

Notó que aquel hombre llevaba el cabello muy bien cortado, con un estilo que acentuaba sus acerados rasgos. Era de un color negro como el ébano, muy parecido al suyo. Hasta aquel momento, tenía los rasgos físicos del hombre que estaba buscando.

– ¿Tiene miedo de volar?

– Más o menos -admitió ella-. Mis padres murieron en una avioneta muy parecida a esta.

– Entiendo. Lo siento mucho -musitó, al tiempo que le apretaba ligeramente la mano.

– Hace mucho tiempo. Yo solo tenía diez años por aquel entonces, pero estar en una avioneta similar y volar sobre el océano me trae recuerdos de cómo murieron.

– Lo comprendo.

En aquel momento, Alex se dio cuenta de que él todavía le tenía agarrada la mano. Trató de apartarla, pero el desconocido se lo impidió. Entonces, se la colocó sobre un fuerte muslo y la atrapó allí bajo el peso de su propia mano. De un modo ausente, le acariciaba ligeramente la piel, en un gesto tan íntimo y sensual que hizo que Alex se echara a temblar.

– Tal vez yo pueda ayudarla a que se mantenga distraída durante el resto del vuelo. Supongo que podríamos empezar presentándonos -añadió, con una sensual sonrisa-. Me llamo Jackson Witt. ¿Y tú?

Alex se sentía completamente hipnotizada. Suponía que aquello era lo que le ocurría a una mujer cuando era el centro de atención de un hombre tan atractivo. Había salido con algunos hombres, pero ninguno de ellos le había causado una sensación tan profunda como aquel.

Notó el modo tan intenso con el que él la miraba, como si estuviera esperando algún tipo de reacción. Efectivamente, le había producido una profunda impresión, pero Alex no estaba dispuesta a que él viera la conmoción interior y el deseo que había despertado en ella.

– Me alegro mucho de conocerte, Jackson -dijo Alex, algo perpleja por la expresión de alivió que cruzó el rostro de su compañero de viaje-. Yo me llamo Alexis Baylor, pero todo el mundo me llama Alex.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué qué?

– ¿Por qué te llama Alex todo el mundo cuando Alexis es un hombre tan hermoso?

Ella bajó la cabeza y pensó en aquel comentario. Si era sincera, debía admitir que nunca se había sentido identificada con el nombre de Alexis, un nombre que, para ella, implicaba elegancia y gracia.

– Mi tío, que me crió después de que mis padres murieran, siempre me llamaba Alex y supongo que se convirtió en una costumbre.

– Una costumbre que yo tengo la intención de romper… Alexis.

El modo en que él pronunció su nombre completo fue como una sedosa y sensual caricia para sus sentidos. Además de aquella agradable estimulación mental, estaba la placentera sensación que le producían los dedos sobre la piel. A pesar de que era una caricia completamente inocente, el cuerpo entero le vibraba con una deliciosa y cálida sensación.

– ¿De dónde eres?

– De San Diego.

– Considerando lo incómoda que te sientes en un avión, ¿cómo te las has arreglado para llegar a Miami? ¿En tren?

– No, llegué en avión -contestó ella, riendo-. Son las avionetas pequeñas con las que tengo problemas. Y tú, ¿de dónde eres?

– De Atlanta.

– ¿Y vas también a Fantasía de Seducción?

– Sí -respondió Jackson, tras mirarle lentamente el rostro.

– ¿Tienes alguna fantasía?

– Claro que la tengo -susurró él.

– ¿Y cuál es? -quiso saber, a pesar de que intuía que se estaba adentrando en un terreno muy íntimo.

– ¡Vaya! Creo que esa información es confidencial, como lo es tu fantasía… A menos que compartas primero conmigo lo que te ha traído hasta aquí.

Alex se sonrojó por haberse atrevido a preguntar algo tan íntimo. Sin embargo, le alegró que él hubiera admitido que iba también a la isla en busca de una fantasía, aunque ella no era muy optimista acerca de que los emparejaran.

– No, preferiría no compartir mi fantasía -admitió ella- y me disculpo por haber querido saber la tuya.

– No hay necesidad de disculparse. Supongo que la naturaleza de este centro turístico despierta la imaginación de una persona. Tengo que confesar que yo siento la misma curiosidad por saber lo que estás buscando en Fantasía de Seducción.

– Digamos que estoy tratando de concentrar toda una vida de oportunidades perdidas en una sola semana.

En aquel momento, él le dio la vuelta a la mano y empezó a acariciarle suavemente la palma de la mano.

– Bueno, espero que todas tus fantasías se hagan realidad, Alexis.

– Yo también lo espero -respondió ella, perdida sin remedio en el mar de sensualidad que se adivinaba en las profundidades de aquellos ojos.

Jackson siguió acariciándole la mano de un modo increíble. Eran movimientos sutiles, pero provocativos que hicieron que la respiración de Alex se hiciera más profunda y que los pechos se le irguieran contra el encaje del sujetador que le aprisionaba los pechos. Aquel hombre estaba a punto de proporcionarle la pasión que buscaba en su fantasía y no pudo evitar preguntarse si aquello sería parte de su plan o era una coincidencia.

– Acabamos de llegar a Fantasía de Seducción -anunció Mark, el piloto-. Por favor, permanezcan sentados durante unos minutos hasta que se abra la puerta.

– ¿Ya hemos llegado? -preguntó Alex, incrédula.

– Sí -respondió Jackson, tras lanzar una risotada-. Creo que ya puedes mirar por la ventanilla.