– ¿Y te sirve cualquier mujer para ello?
– No, claro que no. Además, tú no eres una mujer cualquiera, al menos no para mí.
– Sin embargo, no me puedes negar que lo que ocurrió entre nosotros fue sólo por mi parte. Y tengo que saber… ¿me estabas utilizando para demostrar algo?
– No más de lo que yo creo que tú me estabas utilizando a mí para realizar tu propia fantasía. Eres muy testaruda… Técnicamente, sí, fue sólo por tu parte, pero…
– ¿Pero qué?
– Has empezado a significar mucho para mí -respondió él, inclinándose hacia ella hasta que sólo estuvieron separados por unos pocos centímetros-. He disfrutado viéndote y escuchándote… ¿Sabes que haces esos soniditos, esos suspiros, esos gemidos de placer?
Las pupilas de Juliette se dilataron. Un ligero rubor le cubrió el rostro y abrió ligeramente la boca para luego cerrarla sin emitir ni un solo sonido. El mismo Doug sintió que un intenso calor estaba inundando su cuerpo y empezó a sudar. Al tratar de convencerla a ella, se estaba excitando de nuevo. Aquélla era su pena y su castigo. Estar tan cerca de la mujer que deseaba y saber que tenía que mantener las distancias, tanto por el bien de ella como por el suyo propio. Para hacer que su propia fantasía se convirtiera en realidad, para estar seguro de que podía anteponer las necesidades de una mujer a las suyas, no podía ir más allá. No podía acostarse con ella, aun sabiendo que, al hacerlo, haría realidad una fantasía de otro tipo, porque su conciencia y su alma corrían un riesgo. Igual que su corazón.
– ¿Y sabes lo que ocurre con esos sonidos?
– ¿Sí?
– Me excitan.
Juliette tragó saliva. Estaba volviendo a hacerlo. Para calmar uno de sus anhelos, estaba despertando uno nuevo y de una clase completamente diferente.
Sabía que estaba tratando de convencerla de que darle placer había resultado placentero para él también, y lo estaba consiguiendo. Aquello le recordó que, igual que él estaba tratando de cumplir su fantasía anteponiendo las necesidades de otra persona a las propias, ella también debía cumplir la suya, que era liberarse completamente en aquella semana y ser ella misma. Se había jurado que experimentaría, sin ataduras, sin inhibiciones…
– ¿Doug?
– ¿Si?
– ¿Estás todavía excitado? -le preguntó. Para hacerlo, tuvo que armarse de valor y pensar en el poco tiempo que les quedaba en la isla.
Él respondió con un «sí» apenas susurrado. Entonces, Juliette agarró los extremos de la toalla y lo estrechó contra ella. Aspiró su aroma, potente y masculino. Su cuerpo, ya excitado, lo hizo aún más. Los pezones se le endurecieron y el deseo fue despertándose en su vientre, unas reacciones que ya le resultaban familiares y bienvenidas. En tan poco tiempo, se sentía más próxima en aquel terreno a Doug de lo que lo había estado nunca con su prometido.
– Esta vez, deja que sea yo la que se ocupe de ti.
Susurró aquellas palabras casi al mismo tiempo que cubría la boca de él con la suya, excitándolo con el movimiento de sus labios al pronunciar sus palabras. Quería excitarlo con las palabras y con sus caricias, exactamente como Doug había hecho con ella.
Él la agarró por los hombros, para así hacer que el beso fuera ligero y evitar que sus cuerpos se tocaran íntimamente. Sin embargo, Juliette decidió poner a prueba todas sus armas de mujer e insistió, acariciándole los labios con la lengua.
Evidentemente, consiguió lo que buscaba porque, de repente, Doug dejó que profundizara el beso y que aquél fuera el más dulce que ella hubiera conocido nunca. Juliette se imaginó que había hecho progresos, pero, cuando él acompasó sus movimientos y utilizó la lengua tal y como ella lo estaba haciendo, ya no pudo seguir pensando.
Capítulo 6
Aquello era un paraíso. Allí era donde se sentía Doug. Se estaba perdiendo en aquella cálida, dispuesta y húmeda boca una vez más. Las señales de peligro estaban sonando con fuerza en su interior, pero no podía apartarse de Juliette para obedecerlas. Sin romper el beso, sus manos fueron deslizándose de los hombros para terminar agarrándola por la cintura. Las barreras, aunque fueran de seda, ya no eran aceptables, así que levantó la suave tela para poder acariciar la suave piel de Juliette.
– Te toca a ti, ¿te acuerdas? -susurró ella, agarrándolo con firmeza por las muñecas.
La suave voz de Juliette lo sacó de las brumas del deseo y lo devolvió a la realidad. Podría mentirle a ella, pero no podía mentirse a sí mismo. Quería todo lo que ella quisiera darle. Lo único que podía hacer era aceptarlo.
– Ya te dije que no esperaba nada a cambio.
– Lo sé, me diste placer porque lo deseabas, aunque estabas demostrándote algo a ti mismo. Ahora, soy yo la que quiere darte placer.
Entonces, respiró profundamente, como si se armara de valor, y colocó la mano en la pretina del pantalón. Doug apretó los dientes. Juliette sintió el deseo y lo apretó con más firmeza, deslizando al tiempo la palma de la mano arriba y abajo, lenta pero muy sensualmente. El cuerpo de él despertó bajo sus caricias hasta el punto de casi ya no poder mantener el control.
– ¿Vas a negar que te gusta eso? -preguntó ella. Doug no pudo ni negar ni afirmar nada. Las sensaciones eran demasiado intensas-. Yo creo que las pruebas hablan por sí solas.
Juliette se echó a reír. Sin embargo, cuando trató de alcanzar al botón del pantalón,
Doug supo que tenía que hacer algo para impedirlo antes de que las cosas fueran demasiado lejos. Sin embargo, también sabía que le estaría haciendo mucho daño si la rechazaba.
Aunque él ya le había explicado su fantasía, Juliette seguía sin comprender del todo por qué él se había detenido tan pronto. Considerando lo mucho que la deseaba, a él mismo le estaba costando mucho entenderlo. No podía reconocer al hombre que era capaz de hacer el sacrificio de no tomar lo que ella le ofrecía. No había hecho muchas cosas en su vida de las que sentirse orgulloso, y, sin embargo, negarse lo que más deseaba, lo que quería con más fuerza que la información que ella poseía era nuevo en él. Juliette era especial y sólo lo hacía por ella. Había sido Juliette la que había conseguido que se negara el placer sólo porque era lo mejor para ella. En cierto modo, le debía algo sólo por eso y aquél era el único modo en el que podía pagarle.
Ella consiguió desabrochar el botón de los pantalones y centró toda su atención en la cremallera. Doug respiró profundamente, preguntándose cómo podía pararla.
– ¿Te acuerdas que te dije que estuve prometida? -dijo ella, de repente-. Lo que no te dije fue que no había chispas -añadió, mientras empezaba a bajar la cremallera. Doug apretó aún más los puños en los costados-. No había excitación ni verdadero deseo.
Afortunadamente, se detuvo, porque Doug quería oír todo lo que tuviera que decir, y no podría hacerlo mientras lo estuviera desnudando. Aquellas palabras eran importantes, ya que le darían más conocimiento sobre ella, algo que deseaba por razones personales y no profesionales. Quería escuchar lo que ella tenía que decir porque necesitaba saber cuál era la fuente de su dolor, un dolor que quería hacer desaparecer, no por su fantasía, sino porque se sentía al borde de… de tener por ella sentimientos mucho más profundos.
– No me puedo imaginar a ningún hombre que no te desee…
– Entonces, deja de imaginar y confía en lo que te digo. No me deseaba y yo siempre pensé que era culpa mía. Había pasado por algo similar una vez anteriormente y el caso de mi prometido sólo reforzó ese sentimiento. Un hombre no podía desearme.
El instinto periodístico de Doug se puso en estado de alerta y le dijo que estaba muy cerca de conocer la verdad. Juliette podría estar a punto de admitir sus secretos.
– Tienes que saber que yo te deseo -susurró, tocándole la mejilla.
– Lo sé -dijo ella, sonriendo-. Y dado que estamos admitiendo nuestras fantasías, tienes que saber que estás haciendo que se cumpla la mía, y eso ha sido un regalo increíble.
– ¿Por qué?
– Me has devuelto la fe en mí misma…
Entonces, sin previo aviso, volvió a centrarse en la tarea que le había tenido ocupado unos minutos antes.
Juliette agarró la cinturilla de los vaqueros, lo que hizo que Doug se diera cuenta de que sólo le quedaban unos pocos segundos para tomar una decisión. No era un hombre indeciso. Perseguía sus fines sin importarle las consecuencias. Su carrera era prueba evidente de ello. Sin embargo, en lo que se refería a Juliette Stanton, todas sus intenciones se quedaban en nada en el momento en que estaba cerca de él.
Le agarró las muñecas y detuvo así sus decididos movimientos.
– Si te he devuelto la fe en ti misma, ¿significa eso que crees en mí?
– Claro.
– Y crees que te deseo…
Juliette asintió. Un ligero rubor le cubrió las mejillas cuando hizo un gesto muy significativo con la cabeza.
– Las pruebas son muy evidentes.
Doug entrelazó las manos con las de ella e hizo que se acercara más a él, para así poder tomarla entre sus brazos y resistir la tentación al mismo tiempo.
– Entonces, ¿podrás creer que quiero conocerte mejor antes de… corresponderte? Al menos en estos momentos.
– Creo en ti lo suficiente como para confiar en lo que dices -susurró Juliette, descansando la cabeza contra el pecho de él.
Entonces, cerró los ojos. Pudo imaginar su rostro a través de los párpados cerrados. Si había creído que era guapo antes, después de todo lo que habían compartido aquella noche, le parecía serlo más que nadie.
– Así deberías hacerlo. Recuerda que yo no soy el que tiene miedo de las tormentas. Si no quisiera estar aquí, podría marcharme enseguida.
Aquello tenía sentido. Por supuesto, podría marcharse. Al contrario del resto de los hombres que había habido en su vida, Doug no sabía quién era ella, así que, por lo tanto, no podía querer nada de ella más que sexo o compañía. Si se miraba el asunto de aquella manera, casi podía estar agradecida de que él hubiera decidido que prefería conocerla primero. Aquello la hizo relajarse y confiar en él aún más que antes.
Después de todo, ningún hombre había mostrado nunca interés por ella. Doug sí. Él le había hecho experimentar el lujo de verse mimada y cuidada por un hombre muy especial. Con Doug, se sentía deseable, como si, efectivamente, fuera el centro de su universo. Había veces que incluso olvidaba el dolor que había experimentado en su relación con Stuart y, después de que Doug hubiera completado la parte más básica de su fantasía, quería más.
Doug había dicho que quería conocerla mejor. Si aquél era el camino por el que podía cumplir sus deseos, no tenía problema alguno en ceder a ello.
– Bueno, ¿qué es lo que quieres saber sobre mí?
– ¿Qué te parece si comienzas por tu miedo a las tormentas? -preguntó Doug, acurrucándola un poco más contra su pecho.
– Mi padre nos construyó una casa en un árbol cuando teníamos ocho años. Se estaba tan bien allí que Gillian y yo pasábamos mucho tiempo en ella. Demasiado tiempo, así que mis padres tuvieron que restringirnos el horario. Éramos sólo unas niñas, ¿sabes?, así que teníamos que jugar allí fuera cual fuera el precio.
– Y yo que pensaba que eras la hija perfecta.
– Gillian era la traviesa, lo que me hacía parecer a mí la perfecta, pero eso vino después, a medida que me fui haciendo mayor. Con ocho años, sólo quería divertirme.
– No hay nada malo en eso.
– A mí me gustaba divertirme. Estábamos jugando en casa de Stuart…
– ¿Stuart?
– Mi… vecino. Bueno, mi prometido -admitió. Quería que el tiempo que pasara con Doug estuviera lleno de sinceridad. Sentía que él se preocupaba por ella, que le interesaba lo que le explicaba-. Se estaba haciendo tarde y había empezado a llover. Entonces, sus padres nos dijeron que nos fuéramos a casa.
– Y déjame que lo adivine. Vosotras dos tomasteis un desvío.
– Efectivamente. Y empezó a llover a cántaros. Para cuando Gillian y yo oímos la lluvia, era tan tarde que teníamos miedo de regresar. Con ocho años, suele dar mucho miedo que le castiguen a uno. Nos pasamos mucho tiempo preguntándonos qué hacer y, antes de que nos diéramos cuenta, empezaron los truenos, los relámpagos y la lluvia arreció. Estábamos empapadas, asustadas y nos queríamos ir a casa, pero mi padre nos encontró primero.
– No me extraña. Estabais en el lugar más evidente.
– Ya te he dicho que sólo teníamos ocho años. Él nos encontró después de que un rayo hubiera caído sobre la rama de un árbol cercano. No creo haber estado tan asustada en toda mi vida. Estaba abrazada a Gillian, llorando, mientras ella estaba teniendo la aventura de su vida -añadió, encogiéndose de hombros-. Por eso tengo miedo a las tormentas. Supongo que me tendría que haber imaginado que yo no valía para tener tantas emociones.
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