– Juliette…

– Parece que no nos han presentado formalmente -replicó ella, girándose inmediatamente en la silla para mirarlo-. Lo dos ya sabemos quién soy yo -añadió ella, extendiendo una mano. Doug sintió que el alma se le caía a los pies, pero, sin saber qué hacer, colocó su palma sobre la de ella. Era como enfrentarse a una desconocida-. Diría que me alegro de conocerle, señor Houston, pero eso sería una mentira.

– Me gustaría explicarme…

– Lo evidente no necesita explicación alguna. Al menos, eso es lo que dice siempre mi padre. Entonces, siempre nos deja explicarnos de todos modos, así que adelante -le espetó, apartando la mano.

– ¿Por qué me da la sensación de que, diga lo que diga, no va a cambiar nada?

– ¿Y debería hacerlo? ¿Por qué no te pongo las cosas más fáciles y te ayudo un poco? Tú tenías una historia que contar y un nombre que limpiar. Yo tenía la información. Muy sencillo.

– Si te paras a pensarlo, yo nunca te saqué esa información.

– No tuviste que hacerlo. Yo te lo puse muy fácil.

– Eso se llama compartir, Juliette. Tú misma lo dijiste. Hemos compartido el uno con el otro los acontecimientos más importantes de nuestras vidas… mi infancia y tu reciente pasado. Soy periodista, pero nunca te sonsaqué nada. ¿No quieres saber por qué?

Juliette lo estudió, pero Doug no pudo leer nada en la expresión de su rostro. El corazón le latía con furia en el pecho y decidió aferrarse a la última oportunidad que le quedaba.

– Porque te amo.

Los ojos de Juliette reflejaron fugazmente una ligera emoción, pero luego se cubrieron de lágrimas.

– Sería una estúpida si dejara que me engañaran dos veces, pero debo admitir algo.

– ¿De qué se trata?

– No sólo es que tu reputación te precede, sino que deberías estar orgulloso. Eres muy bueno en tu trabajo.

Doug apretó la mandíbula. Su rostro irradiaba dolor. Había tratado de explicarse y ella no lo había escuchado, aunque no podía culparla. De hecho, Juliette tenía razón. Había hecho su trabajo demasiado bien.

– Juliette…

– Sea lo que sea lo que quieres decirme, no importa -dijo ella, volviéndose de espaldas.

Doug podía enfrentarse a la ira, a la desaprobación o a las acusaciones, pero no se trataba de nada de eso. En vez de todo eso, había recibido apatía, lo único a lo que no podía enfrentarse. Lo único que podría alejarlo de ella para siempre.

– ¿Puedes marcharte? -preguntó Juliette, abrazándose, como si quisiera protegerse de él.

– Primero, quiero que comprendas algo. Vine a conseguir una historia sobre tu ex. Nunca tuve la intención de hacerte daño. Nunca planeé utilizarte…

A pesar de sus buenas intenciones, aquello era exactamente lo que había hecho. Si hubiera pensado más allá de sus propias necesidades, se habría dado cuenta de que hacer daño a Juliette era algo inevitable.

– Me iré.

Si Juliette se merecía algo, era que se cumplieran sus deseos.


Juliette lanzó la última prenda de vestir a la maleta y la cerró. «Suéltate el pelo y sé tú misma». Aparentemente, se comportara como se comportara, tanto si era como la hija del senador, la prometida de un futuro político o como Juliette Stanton, la mujer, daba igual. Fuera como fuera, siempre terminaban utilizándola.

Cuando alguien llamó a la puerta, Juliette exhaló un suspiro de alivio. Había reservado un vuelo de regreso a Chicago aquella misma tarde y había llamado al hotel para que le enviaran a alguien para que le ayudara con el equipaje. Sin embargo, en vez de un botones, se encontró con Merrilee.

– Según me han dicho, te marchas antes de que se acabe tu estancia -dijo la mujer.

– Sí, he cambiado de planes.

– La vida raramente funciona de acuerdo con planes.

– Ni que lo digas -afirmó Juliette. Nunca había esperado enamorarse de un hombre que le hubiera mentido desde el inicio de su relación.

– ¿Me creerías si te digo que lo inesperado funciona a menudo mucho mejor que cualquier cosa que se haya planeado?

– ¿En estos momentos? Probablemente no…

Juliette trató de echarse a reír y, en vez de eso, se echó a llorar. Los sentimientos que había estado conteniendo en las dos últimas horas acabaron por vencerla.

Merrilee le colocó una mano en la espalda. Juliette trató de evitar que se preocupara e intentó dejar de llorar, pero no lo consiguió. Lo único que pudo hacer fue revivir todo lo que había pasado en los últimos días y contárselo a Merrilee.

– Me siento ridícula -susurró la joven mientras se enjugaba las lágrimas con un pañuelo.

– No sé por qué. Todos hemos pasado nuestros malos momentos, pero, ¿por qué estás tan segura de que Doug no era sincero en lo que te dijo? «Te amo» no es algo que un hombre diga fácilmente.

– Lo es en mi experiencia.

– ¿Hablas por tu ex novio?

– Sí. Cada vez que Stuart me decía esas mismas palabras era sólo para asegurarse de que sería parte de la familia y que seguiría gozando del favor de mi padre.

– ¿Y Doug? Admito que sé sólo lo que veo, pero parece quererte de verdad.

– Él también quería algo de mí.

– Que consiguió. Y que todavía tiene que utilizar.

– «Todavía» es la palabra clave.

– Mira, te aseguro que hay muchas formas de contar una historia. ¿Quieres mi consejo?

Juliette asintió. Como su hermana y sus padres estaban demasiado lejos como para poder ayudarla, estaba dispuesta a aceptar el consejo que aquella amable mujer quisiera darle.

– Mantén una mente abierta y, mucho más importante, abre el corazón. ¿Estás segura de que no te puedo persuadir para que te quedes más tiempo?

– No. A pesar de lo hermoso que pueda resultar este lugar, necesito irme a mi casa. Llevo ocultando algunas cosas mucho tiempo y necesito hacer algo al respecto.

– Bueno, espero que el tiempo te ayude a recordar tu estancia aquí con cariño.

– Aunque no te lo creas, Merrilee, ya es así.

Al menos había aprendido mucho sobre sí misma y sobre su habilidad para poder abrirse a los demás y para confiar en sí misma.

Había algo que la atribulaba. Si Doug era tan negativo para ella, entonces, ¿por qué no podía olvidar el dolor que había visto en sus ojos ni sus palabras? «Nunca tuve intención de hacerte daño. Nunca quise utilizarte…»

«Te amo». Aquello era lo último que le había dicho después de que sus mentiras salieran a la luz. Mucho después de que él se hubiera marchado, dejándola sola tal y como ella había pedido, Juliette había revivido cada momento que habían pasado juntos en la isla. Cada caricia, cada beso, cada conversación íntima…

No había duda de que Doug había acudido a Fantasía secreta con un plan, pero, ¿sería posible que sus sentimientos hubieran alterado sus planes? Eso era preciosamente lo que le había ocurrido a ella.

– ¿Merrilee? -dijo, cuando la otra mujer estaba a punto de marcharse.

– ¿Sí?

– ¿Te lamentas de algo en esta vida?

– Sí. De no haber podido seguir los dictados de mi corazón.

Mucho después de que Merrilee se marchara, aquellas palabras siguieron resonando en sus oídos. «Te amo…» Dios sabía que, a pesar de sus mentiras, Juliette estaba enamorada de Doug. Sin embargo, la habían engañado dos veces y las dos tan recientemente que todavía tenía cicatrices que mostraban sus errores. ¿Cómo podía pensar ni siquiera en confiar en las palabras de un hombre cuyos labios y cuyos ojos ya la habían engañado?

Capítulo 10

Si volar desde Fantasía secreta hasta Miami, desde Miami hasta Chicago y desde Chicago hasta Washington DC en cuarenta ocho horas era suficiente para demostrar su amor, Doug ya debería tener a Juliette entre sus brazos. Desgraciadamente, ella le había tomado la delantera y había adquirido el último asiento del vuelo a Miami cuando salió de Fantasía secreta. Después de horas de espera en los aeropuertos y de poco sueño, Doug se preparó para enfrentarse primero con la secretaria del senador Stanton y luego con el propio senador.

De hecho, su viaje acababa de empezar. Cuando estuvo de pie delante del padre de Juliette, comprendió lo difícil que iba a resultarle aquella visita.

El senador Stanton se puso de pie desde detrás de su escritorio.

– Ni siquiera debería recibirlo -dijo el hombre, que guardaba un extraordinario parecido, a pesar de la edad y las canas, con su hija.

– Supongo que eso significa que ya ha hablado con su hija.

– Lo suficiente como para saber que ha estado muy ocupado.

– No tanto como podría haberlo estado si me hubiera pasado las últimas cuarenta y ocho horas escribiendo mi artículo en vez de venir a verlo.

– En ese caso, estoy seguro de que tiene algo importante que decirme -comentó el senador, indicándole que se sentara y tomando también asiento-. No me dirá que ha hecho un viaje tan largo sólo para advertirme de lo que se va a publicar. Los periodistas no suelen tener tales cortesías.

– Especialmente, los que han hecho sufrir a una mujer inocente, ¿verdad?

– Touché. Y le recuerdo que son sus palabras, no las mías, aunque creo que en este caso van perfectamente.

– Señor, tengo una idea que evitará que el nombre de su hija vuelva a salir en los periódicos, al menos en el que yo trabajo. No puedo controlar lo que los otros publican, pero efectivamente puedo controlar lo que yo escribo.

– ¿Y por qué iba a estar dispuesto a hacer eso?

– Porque la amo -respondió Doug sin vacilar.

El corazón le latía a toda velocidad en el pecho. Se había dado cuenta de lo mucho que la quería. Sólo conocerla le había ayudado a convertirse en un hombre mejor. Si conseguía que ella lo perdonara, sería como alcanzar el paraíso.

Era consciente de que en aquellos momentos estaba delante de su padre y que este la defendería contra viento y marea. Sin embargo, confiaba en la reputación del senador y en su comprensión.

– Asumiendo que le creo, algo sobre lo que me reservo mi opinión, no espere que yo lo apoye en nada. Juliette se merece ser capaz de tomar sus propias decisiones, especialmente en lo que se refiere al daño que le ha hecho, aunque proclame que la ama.

– Por supuesto. No esperaría que fuera de otro modo. Además, como escritor, debo dejar que sean mis palabras las que hablen por mí.

Mejor dicho, las palabras que omitiría en su artículo serían las que hablarían por él. Si todo salía como estaba planeado, podría sacar a la luz aquel asunto sin mencionar el nombre de Juliette Stanton.

– Tendrá que utilizar más que palabras para hacer que mi hija cambie de opinión sobre usted.

– ¿Puedo añadir algo, señor? -le preguntó. El senador asintió-. Yo no me atrevería a pedirle nada, excepto su aprobación, si puedo conseguir que su hija cambie de opinión sobre mí.

– Acabo de conocer la turbadora verdad sobre mi protegido. Entonces, me enteré del papel que usted había jugado en este asunto… ¿Sabe una cosa? Creo que en otra situación podría haber sentido simpatía por usted.

Al oír aquellas palabras, Doug sonrió. Se sentía mucho más optimista de lo que había estado desde que Juliette se marchó de Fantasía secreta.

– Déme diez minutos. Tal vez todavía podamos conseguir que sea así.


– Mmm, esto es delicioso. No sé el tiempo que hace que no me tomo un pastelillo tan delicioso como éste…

– ¿Podría ser una semana? -le preguntó Gillian, riendo-. ¿Es que no has comido en esa isla?

Juliette masticó el pastelillo, que era de crema de queso. Su padre había regresado a casa para el fin de semana y el domingo estaba desayunando con sus mujeres. Habían pasado cuatro días desde que Juliette había regresado de la isla y, desde entonces, no había tenido noticia alguna de Doug.

Eso no significaba que la historia de la Novia a la fuga se hubiera olvidado. Los periodistas seguían acosándola en su casa y la seguían a todas partes. Aquella vez se preguntaban por qué había desaparecido durante unos pocos días. Habían logrado rastrearla hasta el sur de Miami, pero, aparentemente, Merrilee se había ocupado muy bien de todo a partir de ese punto. A pesar de todo, Juliette era consciente de que sólo era cuestión de tiempo que todo saliera a la luz. Sin embargo, al menos entre su familia, a las ocho de la mañana de aquel día, todo seguía saliendo bien.

– La isla era muy diferente. Había muchos tipos de dulces… -dijo Juliette. Y besos, muchos besos, dulces, deliciosos e intensos…

– Y zumo de naranja de Florida, seguro -dijo Annabelle Stanton-. Creo que ya va siendo hora de que nos tomemos unas vacaciones, ¿no te parece, Len?

– Muy pronto, querida -prometió el senador, agarrando la mano de su esposa.

Juliette observó el amor que había entre sus padres y sintió que su corazón estaba a punto de rompérsele. Aquello era precisamente lo que ella más deseaba, lo que quería para Doug y para ella. No importaba que hiciera muy poco tiempo que se conocieran. Presentía que había demasiada fuerza entre ellos como para que la relación prosperara. Sin embargo, no había contado con las mentiras…